Miren atentamente esta foto. Podría ser un frutero jordano, un taxista iraquí o el sempiterno desempleado fumador de shisha de cualquier calle egipcia. Podría ser uno de esos eternos refugiados palestinos, un pastor beduino o incluso, si me apuran, un vociferante vendedor del zoco sirio. Pero no se dejen engañar por la dishdasha (túnica) y la kefiya (pañuelo) que le oculta el cráneo, por su curtida piel morena ni su bigote a lo 'muhabarat'. Agárrense: este hombre es un ídolo de masas en Siria y amenaza con expandir su fama al mundo entero.
El nombre de esta 'leyenda musical', como algunos optimistas le definen en su país natal, es Omar Suleiman y su popularidad se debe a unos peculiares ritmos que oscilan entre los distintos folclores locales y la música electrónica, muy apreciados por los más jóvenes y menos refinados habitantes de la región.
Originario de Hassake, al noroeste de Siria, Omar Suleiman se dio a conocer en 1994, cuando fundó una banda con varios amigos que aún le acompañan y se dedicó a amenizar bodas y fiestas familiares en su región natal, situada cerca de la frontera iraquí. Su frescura, su capacidad para interactuar con el público y lo contagioso de sus temas avivaron el boca a boca, y su presencia y su música comenzaron a ser requeridas en otras ciudades sirias hasta que se consagró como el rey de los cassettes -ha grabado más de 500, tanto directos como en estudio- del país y uno de los rostros más prometedores del escenario árabe.
Su secreto radica en la fusión de ritmos. Mientras sus músicos mezclan los suaves tonos de instrumentos tradicionales como el laúd con los del teclado electrónico, Suleiman funde los ritmos locales más populares, desde el dabke sirio/libanés hasta el choubi iraquí además de notas kurdas, turcas y árabes. Sus canciones suelen contener improvisaciones que las hacen únicas y que Omar aprovecha para dedicárselas a su audiencia, aumentando así la entrega de ésta.
Este es el tipo de música que altera los nervios en los atascos, cuando los jóvenes matan el tiempo compartiendo su música con el resto de conductores poniendo sus maltrechas radios a todo volumen. Omar Suleiman se está consagrando como el rey de la pachanga para lo bueno y para lo malo, y eso implica que su fama no pare de extenderse. En Emiratos Árabes, Arabia Saudí y el Líbano ya se requiere la presencia del ídolo del folk pop –el último concierto en el país del Cedro tuvo lugar hace un par de semanas en Beirut- y se trata sólo de un paso en el tránsito internacional de este 'Manolo Escobar' sirio que comenzó en 2006, cuando la discográfica alternativa norteamericana Sublime Frequencies firmó un contrato con él para exportar su música a Occidente.
A Suleiman le encontraron casi por casualidad, cuando un colaborador habitual de esta compañía viajó a Siria en 1997. Cuentan que el ritmo machacón de los taxis le terminó cautivando, y que allá por donde preguntaba por ese tipo de música le terminaban mostrando un cassette de Suleiman. Compró todos los que pudo y los estudió hasta que en el sello discográfico decidieron dedicarle una antología para dar a conocer su estilo. Finalmente, el sufrido colaborador de Sublime, Mark Gergis, regresó a Siria en 2006 y tras no pocas aventuras logró encontrarse con Suleiman, quien aceptó encantado la idea de 'conquistar' Occidente.
Gracias a esta colaboración, Sublime Frequencies ya ha editado Highway to Hassake –una recopilación de 12 años de éxitos en Siria- y Dabke 2020, dos álbumes que están ayudando a difundir los ritmos más populares de Siria. En España, el rostro de Omar Suleiman ha comenzado a ser familiar gracias a la última edición del Festival Internacional de Música Avanzada de Barcelona, que promociona la música electrónica desde 1994. El pasado junio, el sirio llevó sus ritmos electrónicos al Sónar, como dieron cuenta los compañeros de elmundo.es que cubrieron el evento, en el contexto de una gira europea que seguramente le sorprendió a él tanto como a sus espectadores.
elmundo.es
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