MADRID.- Ese gesto tan cotidiano de servirse un vaso de leche por la mañana tiene en realidad una enorme carga evolutiva y genética detrás. Apenas hace 7.500 años que el ser humano adulto desarrolló un cambio genético que le permitió digerir este alimento más allá de su infancia; y según se desprende de una nueva investigación al respecto, esta 'mutación positiva' no se originó en el norte de Europa como siempre se ha dicho, sino un poco más al sur, en los Balcanes.
La habilidad para digerir la leche no es universal; de hecho, más de tres cuartas partes de los adultos del planeta no produce la enzima lactasa que permite asimilar el principal azúcar lácteo (la lactosa). Por ejemplo, se calcula que más del 90% de la población asiática no tolera la lactosa, como tampoco lo hace el 75% de los afroamericanos; una situación también habitual en países tropicales y subtropicales. Sin embargo, entre los individuos de ancestros europeos este porcentaje es mucho menor y la mayoría de la población sigue produciendo la enzima a lo largo de su vida adulta debido a una mutación del gen de la lactasa que asegura su persistencia.
Esa diferencia genética que nos permite a los europeos beber leche después de la infancia (denominada persistencia de la lactasa) procede del Neolítico, coincidiendo con la aparición de las primeras sociedades ganaderas. Según un nuevo trabajo sobre esta debatida cuestión, que ahora publica la revista 'PLoS Computational Biology', el cambio genético que permitió a los primeros europeos empezar a beber la leche sin enfermar data aproximadamente de hace 7.500 años, en una región que ahora ocupa el noroeste de Hungría y el suroeste de Eslovaquia.
Hasta ahora se consideraba que esa alteración se produjo más al norte, por una pura presión natural debida a la falta de sol. Como en los países nórdicos no reciben suficiente luz solar, la principal fuente natural de vitamina D (necesaria para absorber el calcio), tuvieron que compensar esa carencia con otra fuente de calcio, como los lácteos.
Genes y vasijas
Sin embargo, el modelo computacional desarrollado por el equipo de Mark Thomas, del University College de Londres (Reino Unido), señala que el motor de esta selección genética no fue tanto el déficit de vitamina D, como la necesidad de digerir un alimento muy frecuentemente accesible en las primeras comunidades ganaderas (que habían dejado de ser recolectoras ocasionales para establecerse en asentamientos sedentarios). Para su modelo matemático, los investigadores combinaron elementos genéticos (la frecuencia de la mutación del gen de la lactasa), como arqueológicos (restos de vajillas) y sobre las prácticas de agricultura y ganadería del Neolítico.
Como aclara Thomas a elmundo.es el cambio genético asociado a la persistencia a la lactasa "surgió coincidiendo con la extensión de la cultura de la cerámica de bandas [en alemán, Linearbandkeramik], en el centro y no el norte de Europa, pese a que la tolerancia a la lactosa es superior en los países nórdicos". La leche se convirtió para ellos en un alimento relativamente constante, rico en proteínas y menos contaminado que las fuentes de agua y por pura selección natural su organismo siguió fabricando lactasa para poder digerirla.
Respecto a España, este investigador explica que la tasa de tolerancia a los lácteos en nuestro país es inferior a nuestros vecinos del norte, pero más elevada de lo que nos correspondería por ser un país mediterráneo (según sus cifras aquí ronda el 66%, aunque otras fuentes hablan de alrededor de un 85%). "Sospecho que esto se debe a la llegada a la Península Ibérica de culturas procedentes de Centroeuropa, cuyas economías estaban basadas en la ganadería", añade.
A partir de nuestro continente, añade el investigador británico, la persistencia a la lactasa (la posibilidad de beber leche) evolucionó más tarde y de manera independiente en los países africanos y de Oriente próximo. "Lo interesante sobre ambas regiones, donde muchos sí toleran los lácteos, es que se ha visto una estrecha relación con las prácticas ganaderas, por lo que grupos vecinos pueden tener tasas radicalmente diferentes entre sí". Eso explicaría, por ejemplo, que menos del 1% de la población adulta pueda beber leche en Zambia, pero esta cifra crezca hasta el 40% en la vecina Tanzania. "Al fin y al cabo, es poco probable que esta mutación ofrezca ninguna ventaja si no hay leche fresca disponible".
elmundo.es
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