domingo, 16 de agosto de 2009

Los bárbaros de Internet inauguran nuevas formas de acceder al saber


Que el sencillo pero elaborado hecho de que en 1965 el científico Lawrence Roberts haya concertado una computadora en Massachusetts con otra en California a través del teléfono terminara deviniendo, en pocas décadas, en la mayor fuente de información y conocimiento de la historia -esto es, Internet- es algo que nadie nunca se atrevió siquiera a imaginar y que se puede endilgar a la "magnífica ironía", como la nombrara Borges, de algún dios o a lo que tendemos, por pereza intelectual, a llamar milagro.

Lo cierto es que esa suma del saber al alcance de un click -en una cifra casi infinita y completamente inimaginable de letras, imágenes y sonidos- está barriendo con las formas de aprender y de acceder al conocimiento.

Más allá del ejercicio de "copiar y pegar" -que crece con feroz vigor en los trabajos universitarios- hay una nueva manera de abordar el saber, que privilegia la velocidad y la diversidad.

Los iniciados en este tipo de aprendizaje son, por lo general, damas y caballeros educados en la cultura audiovisual, es decir, seres capaces de decodificar desde muy pequeños el mensaje de un spot televisivo de una duración de, por ejemplo, 25 segundos. Son los mismos que escriben a velocidad del rayo mensajes de texto que sólo otros congéneres pueden descifrar y contestar sin distraerse en pérdidas de tiempo denominadas ortografía o sintaxis.

"No sé lo que quiero pero lo quiero ahora" es una frase emblemática que dejaron los años 90. Esa apurada angustia por el acceso define, en parte, la mecánica más utilizada en Internet. Y esto lleva, a su vez, a una cultura regida por el zapping y el surfeo, caracterizada por un navegar a menudo curioso y epidérmico.

En la vereda opuesta surge el ya antiguo rostro del pensamiento científico: un saber en profundidad construido morosamente y en detalle como un universo arduo y complejo.

El escritor italiano Alessandro Baricco ha llamado a los colonos de Internet bárbaros que acampan en Google. Y el sentido no es peyorativo, ya que los compara con aquellos que transformaron el desorden de un imperio en descascarada decadencia en un nuevo sistema que terminó -para bien o para mal- en el orden feudal. Más aún, apuesta a que esta mutación global acabará justamente con la dicotomía entre superficialidad y profundidad.

Lo comprobable -comenta un joven amigo filósofo- es que Internet es la biblioteca de las bibliotecas y nunca antes en la historia tan inconmensurable cantidad de conocimiento estuvo al alcance de millones a una velocidad inconcebible. Y que hoy ya resulta imposible inquirir en cualquier saber sin el auxilio de la red.

Es cierto que la mayoría prefiere utilizar esa dilatada maravilla como simple entretenimiento. Y también es cierto que las empresas que ofertan en la red ofrecen mucho más aquello que resulta más fácil de digerir, la diversión convenientemente regurgitada -cultura popcorn-, que otras peripecias de más altas miras.

Pero quizá podemos abandonarnos al optimismo y pensar que acaso lo que tenemos delante en una pantalla formada por píxeles sea el primer peldaño de una forma de conocimiento apenas en etapa de formulación.
clarin.com

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