El mayor acto de magia de El Mago de Oz, mojón en la historia del cine que en estos días cumple 70 años, no consiste en lograr poner en pantalla, de modo efectivo, una novela fantástica llena de personajes imposibles y que requería una enorme cantidad de efectos especiales.
No: lo que es casi un milagro es que la película fue un fracaso de taquilla antes de convertirse en uno de los más grandes clásicos del cine. Y también es casi un milagro que el film lograse, a pesar de todo, convertir en estrella a Judy Garland. Que su realización fue un caos de producción, un campo de batalla, un film complicadísimo y, con el tiempo, un verdadero clásico, prueba que el talento todo lo logra.
Porque El Mago de Oz fue, también, el puntapié inicial a la gran era de los musicales de la Metro Goldwyn Mayer.
Decir que se trata de una película dirigida por Victor Fleming es tan exagerado como decir que el otro film insignia de ese año, Lo que el viento se llevó, fue dirigido por... Victor Fleming. Las paradojas de la historia demuestran que, de algún modo, Fleming terminó asociado con dos de los más grandes clásicos del Hollywood en Technicolor por puro azar. El Mago de Oz fue iniciado por Richard Thorpe, a quien los productores amablemente expulsaron del rodaje dos semanas después de comenzar las tomas, básicamente porque no les gustaban nada (hay algunas escenas que se ven en la edición especial de la película editada por AVH, donde se ve a Dorothy/Garland con una rarísima peluca rubia, por ejemplo).
No estaban de acuerdo en que Thorpe adaptara –de algún modo– el estilo de los films animados de Disney a la acción en vivo. Para entonces, lo que podría haber sido una pequeña producción con algunos trucos se convirtió en un megaproyecto que había sobrepasado toda norma. Al final no sólo la dirigió Fleming –alguien reconocido básicamente por su capacidad para lidiar con la enorme maquinaria de este tipo de producciones más o menos en término y con efectividad, autor de algunos films realmente personales como El virginiano, Joven tentación o Capitanes Intrépidos, donde se veía su estilo para la composición y cierto romanticismo– sino que también lo hicieron Mervyn LeRoy (El pequeño César, Mujercitas, El diablo a las cuatro) y el gran King Vidor (Duelo al Sol, El manantial).
Es decir: había una enorme ansiedad porque la novela de Frank L. Baum llegara a la pantalla grande y el proyecto contó con una fuerza enorme.Es cierto: la música y la canción “Over the Rainbow” ganaron el Oscar, y Fleming también, pero por Lo que el viento se llevó, otro film al que llegó por descarte, después de que Clark Gable vetara al realizador titular de esa adaptación, George Cukor. Pero ese reconocimiento era, en verdad, una manera de confirmar que Hollywood le había abierto la puerta a Judy Garland y que reconocía, al mismo tiempo, el trabajo de grandes figuras que habían pasado de las variedades a la pantalla grande, como Ray Bolger, que interpreta al Hombre de Hojalata. Evidentemente, cuando se ve la ficha técnica de la película –quince guionistas, ni más ni menos– se nota que no fue algo sencillo.
El cuento tampoco lo es: Dorothy vive con su familia en una granja de Texas. Su perro, Toto, muerde a la villana, Miss Gulch, quien se lleva al animal para, bueno, matarlo. Pero Toto escapa y vuelve con Dorothy. Entonces Dorothy decide fugarse para que no vuelvan a capturar al perrito (¿no es todo esto muy complicado para tratarse apenas de los primeros minutos del film?). Así que la chica huye de su casa, pero es embaucada por un falso adivino que la convence de volver; vuelve, aparece un tornado, se golpea la cabeza y tanto ella como Toto reaparecen en –a todo color– Oz, la tierra maravillosa. Dorothy quiere volver y eso la obliga a viajar en busca del único que puede devolverla a Kansas, el –por fin– Mago de Oz. Pero se ve envuelta en el combate entre una bruja buena y una mala, y tiene como compañeros a un León cobarde, al Hombre de Hojalata, que carece de corazón y no tiene por lo tanto la capacidad de emocionarse, y del Espantapájaros, que no tiene cerebro.
En realidad, un poco en la tradición de Alicia en el País de las Maravillas, la historia es un sueño de Dorothy, donde sus parientes y un mundo próximo están transformados en personajes fantásticos.
NACE UNA ESTRELLA.
La película debía confirmar el estrellato de la entonces preadolescente Shirley Temple, que había sido la figura más taquillera del cine hasta entonces, aun por encima de Clark Gable. Pero el productor –y ya se dijo, director no acreditado– Mervyn LeRoy pensaba que la nenita de bucles dorados que hacía llorar a multitudes carecía del talento necesario como cantante para un film que ya estaba planteado como un enorme musical.
LeRoy pensó siempre en Garland, una chica humilde que ya era alguien en el cine: había participado en varios musicales “de bambalinas” y comedias juveniles, y comenzaba el trabajo con su dúo de canto, baile y comedia, junto a Mickey Rooney, que duraría casi una década. Además, la actriz traía encima una historia de abusos infantiles bastante compleja, algo que la marcaría para siempre.
Pero las revistas de Hollywood mencionaban como segura protagonista a la cantante preadolescente Deanna Durbin. Garland ganó el puesto cantando “Over the Rainbow”. No fue el caso de la sueca Gale Sondergaard, gran actriz que pudo haber sido la Bruja Mala del Oeste, pero que era demasiado bella para el rol. Así, aunque hay imágenes de prueba de ella con el sombrero, el papel quedó en manos de la gran Margaret Hamilton.
EL RODAJE MENOS FANTÁSTICO.
La filmación fue un infierno por su complejidad. Vista nuevamente, la película resulta increíble: monos voladores, el famoso camino de ladrillos amarillos, la Ciudad Esmeralda, las zapatillas de rubíes –el calzado más famoso del cine, por lo demás, citado hasta el cansancio en cientos de películas, como Corazón Salvaje de David Lynch, que es uno de los grandes fans del film al lado de Martin Scorsese–, los enanos bailarines –quizá la secuencia “feliz” más perturbadora de la historia del cine– y el aura de fantasía oscura que rodea toda la película parecen salidos de una constante lucha de los realizadores con el material. Ocurre que la propia novela de L. Frank Baum tiene no pocos elementos terroríficos, aunque también deleitables. Y así el film está muy lejos del cuento de hadas real: hay otra cosa ahí, dando vueltas. Se trata de un espectáculo aleccionador para adultos, uno con una moraleja que no deja de ser discutible. “No hay lugar como el hogar”, dice. Y si uno lo piensa, el aura de film deforme y casi grotesco hace que tal frase no deje de tener un costado inquietante.Las historias sobre el rodaje son muchísimas.
Las frases célebres del guión
–“Creo que ya no estamos en Kansas”, “¡Me derrito, me derrito!”
– han quedado como mojones en la historia del cine.
Basta con entrar a la Biblia del cine, el sitio IMDB, para ver en cuántos films y series –de las más lógicas a las más increíbles, desde las remakes y continuaciones a, digamos, Alicia ya no vive aquí o Batman– El Mago de Oz es referido, parodiado, criticado, usado, homenajeado y leído. Pero sobre todo –hablábamos de milagros, de magia– el film creó definitivamente un género y una marca.
El productor Arthur Freed estaba comenzando con el musical “nuevo”: hasta entonces, la magia de los seres que resolvían o comentaban sus problemas cantando y bailando no existía del todo. Los musicales eran historias acerca de cómo se montaba un espectáculo teatral, y las secuencias de baile formaban parte de alguna excusa onírica –ver, por ejemplo, todo lo que hacía Busby Berkeley. Por ahí andaban Ginger Rogers y Fred Astaire, es cierto, pero eran la excepción.
El Mago… fue el primer film en aceptar el artificio, saturarlo con el color y la forma e incorporar la danza y la canción como elementos dramáticos. Ese estilo gigantesco, de fantasía casi surrealista –donde brillaban los diseños de producción de Cedric Gibbons, nombre capital para entender el auténtico significado de la palabra “glamour”, un arquitecto tan enorme como Fritz Lang y un imaginador de la potencia de un Disney–, definió a Hollywood durante dos décadas y permitió la llegada de Vincente Minelli, Stanley Donen, Gene Kelly, Cyd Charisse y la propia, genial Garland, a la cima del arte. Con el tiempo, la paradójica oscuridad de El Mago de Oz –que, como prisma, volvió color puro la luz del cine– fue debidamente reconocida.
No sólo no hay lugar como el hogar: tampoco hay –ni habrá– otro film como éste.Judy Garland, la actriz que nació en la tierra de OzLa carrera de Judy Garland no comenzó, cronológicamente hablando, con El mago de Oz, pero fue el film que la puso definitivamente en el firmamento y la consagró como estrella musical.
Pocos años más tarde, se casaría con el realizador Vincente Minnelli, uno de los maestros del género (y de otros, como el melodrama). No fue el matrimonio más feliz del mundo, a pesar del retoño Liza Minnelli.
La Garland, que nunca pudo superar del todo sus traumas de infancia, era alcohólica y dada a la promiscuidad sexual, lo que urdió una trama de historias y mitos a su alrededor. A pesar de ello, la calidad de su trabajo jamás estuvo por debajo de lo excelente. La prueba máxima –y el pico definitivo de una carrera que incluye films como La rueda de la fortuna, El pirata, Boda real, El reloj y varios clásicos más– fue la remake de Nace una estrella, dirigida por George Cukor en 1954, donde la historia de la mujer de una gran estrella que termina opacándola (un trabajo increíble de James Mason) terminaba siendo casi su biografía. Miembro del clan Sinatra, grande de la canción, generadora de escándalos, murió en un hotel de Londres en 1969 por una sobredosis accidental de barbitúricos.
Dónde, y cómo, ver la película hoy
Como no podía ni debía ser de otro modo, El Mago de Oz se pasará por cable el mismo 25 de agosto en que cumple setenta años. Será a las 22 por la señal de cable TCM, con repetición al día siguiente –miércoles 26– a las 14.
Pero es casi obligatorio, para quienes quieran tener el film en sus casas y, de paso, comprobar lo que es una buena edición en DVD, conseguir la caja que AVH sacó a la venta hace dos años. No sólo está el film, sino también escenas inéditas de lo que rodó Richard Thorpe, una enorme galería de fotos y documentales que explican cómo se llegó a hacer la película, casi tan apasionantes –si no más, en algún caso– que el film en sí.
criticadigital.com
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