En la sala del departamento de Mariano Blanco en Almagro duermen dos norteamericanos y un australiano. En las últimas semanas, han pasado por allí un francés, dos alemanes y una polaca.
Ninguno de ellos conocía a Mariano antes de llegar a Buenos Aires, y todos se fueron siendo amigos suyos. Ninguno pagó un peso. Al igual que Mariano son "couchsurfers", miembros de una comunidad virtual de viajeros que acogen a otros viajeros, abriéndoles las puertas de sus casas sin cobrarles.
Van haciendo "surf de sofá en sofá", según traduce literalmente el nombre. La idea detrás del sistema es que, al ayudarse mutuamente, se crea una red interminable de contactos alrededor del mundo."Somos gente que se ayuda solo por el hecho de ayudar", dice Mariano, un profesor de inglés de 26 años. Muchas veces, explica Mariano, no buscan sino una cara amable en una ciudad desconocida para tomarse un café o una cerveza.
La comunidad, que nació hace cinco años en Estados Unidos, cuenta ya con 1.300.000 miembros en 60.000 ciudades. En la Argentina hay 14.322, la mayoría concentrados en el área metropolitana, aunque también los hay en rincones como Villaguay o Sierra de la Ventana. Buenos Aires ocupa el puesto N° 13 entre las ciudades que reciben más visitas.
No hay ningún requisito para ser "couchsurfer", pero parecería que son condiciones necesarias tener una mente abierta y hablar inglés, lengua franca de la mayoría de mochileros. El sistema es sencillo: cada miembro tiene una página de perfil, donde aparece desde su gusto musical hasta su historial de viajes. El viajero envía un mensaje a su potencial anfitrión, usualmente una semana antes de llegar, y el dueño del sofá decide si lo recibe. En la medida en que el mensaje sea personalizado y el perfil llame la atención del anfitrión, las probabilidades de ser invitado crecen. "Si es un mensaje genérico no me molesto en responder", aclara Mariano.
A medida que una persona viaja, sus visitas quedan registradas. Sus anfitriones y sus huéspedes hacen votos de confianza, que otros "couchsurfers" verán. No es a prueba de errores, pero el sistema de referencias permite minimizar los riesgos de un viajero abusivo.
¿En qué radica el éxito del "couchsurfing"?
La posibilidad de hospedarse sin pagar lo hace atractivo, pero sus miembros sostienen que el encanto va más allá de ser una buena opción de turismo "gasolero". "Es un intercambio cultural", explica Mariano, quien ya lo usó en siete países europeos, en Colombia y en Rosario. "Conoces una ciudad a través de los ojos de otra persona, y también tu ciudad a través de los ojos de ellos".
Aunque no pagan, son comunes pequeños gestos de gratitud con quienes los alojan, como invitarles a comer o dejarles algún regalo. "La gente no está acostumbrada a dar sin recibir nada a cambio", señala María Eugenia Arabehety, de 26 años. Todos los couchsurfers son viajeros y conocen la sensación de necesitar cariño y apoyo, explica. "Te abre a nuevas experiencias y en un punto, a vos mismo". De un par de días de hospedaje nacen amistades de toda la vida. En su caso, nació un vínculo más fuerte aún: María Eugenia conoció a su esposo haciendo "couchsurfing" en Polonia hace tres años.
"De repente te das cuenta de que tenés amigos en todo el mundo -concluye María Eugenia-. Es una forma de viajar sin viajar". Andres Bermudez Lievano
Testimonios
Desde que terminó la secundaria, Agnese Adamsone viajó por el mundo haciendo autostop. A sus 28 años, esta joven nacida en Letonia lleva recorridos 48 países. Desde hace tres años recorre América Latina, siempre quedándose en sofá amigos, y ya lleva cuatro meses en la misma casa en Buenos Aires.
"Él me adoptó", dice señalando a Tolga Tasar, un turco de 32 años cuya casa en Floresta se convirtió en un refugio para viajeros. En los tres cuartos alrededor de un patio, se hospedan cada noche entre tres y siete mochileros.
"Compartimos todo", dice Tolga, sentado en la mesa del patio que hace las veces de lugar de reunión. No tiene ninguna importancia que se acaben de conocer. Lo único que importa es que se lleven bien con los demás.
El promedio de estadía es de una semana, aunque dos de sus invitados ya pasan de los dos meses. "Claro, cuando me escriben no me dicen que se quedan tanto", dice Tolga sonriendo. Tolga quedó fascinado con el sistema mientras viajaba por Brasil. Decidió alquilar una casa grande en Buenos Aires para poder alojar.
"Se volvió mi estilo de vida", dice, contando que de 70 huéspedes apenas tuvo una experiencia negativa. Mientras, Agnese no sabe cuánto más se quedará. "Ya soy un mueble", bromea.
clarin.com
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