sábado, 3 de diciembre de 2011

Familias que se “van a marzo”


Llegan las vacaciones pero nos tenemos que quedar porque nuestro hijo debe materias; se acerca el fin de semana pero nos perdemos el paseo porque nuestra hija rinde el lunes. Contratamos profesores particulares, pero nada cambia. ¿En qué momento las dificultades de aprendizaje de los hijos adolescentes se transformaron en un todo que tiñe nuestras vidas? La Lic. Margarita Bonomo, psicopedagoga, psicóloga y terapeuta familiar que desde 1994 coordina grupos de reflexión para padres, explica: “Muchas veces, el problema de aprendizaje se debe a causas orgánicas pero, muchas otras, denuncia una dinámica familiar disfuncional. De lo único que es dueño el adolescente es de la escuela, de ahí que resulte ser su vía de expresión. El problema de aprendizaje es muy alcahuete y expone a la familia”.
Si esto es así, entonces, ¿qué hacer, cómo actuar, de que manera manejarse para que ellos salgan adelante y los padres no se empantanen en los enojos y el desconcierto?
Diagnóstico y obligación
¿Qué decirle a los hijos que no encuentran respuestas en sus padres, y a los padres que no encuentran respuestas en sus hijos?, se interroga la psicoanalista de familia Esther Czernikowski, de la Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo: “Para encontrar buenas respuestas lo primero es hacer buenas preguntas. Digo preguntas, expresamente, porque en general, primero, lo que aparecen suelen ser críticas mutuas. Y las críticas ubican a cada uno en un lugar de autodefensa que es inconducente a una posible solución”.
Para Czernikowski, lo primero que necesitan los padres es un buen diagnóstico de la situación. Conocer la causa de los problemas de estudio. “A veces son deficiencias perceptivas; pueden ser oculares y/o auditivas. Otras veces pueden tener que con que los padres se preocupen poco, o en demasía. Y posteriormente al diagnóstico, hay que hacer saber al adolescente que el estudio es su obligación y su responsabilidad”.
Cómo hacer que estudien
Pueden ser muchas las razones por las que nuestros hijos tengan problemas de estudio y también es mucho lo que los padres pueden hacer para ayudarlos a superarlos. Pero esto no se hace en cualquier momento, ni en cualquier lugar de la casa, ni de cualquier manera. Bonomo dice que es esencial que los padres hagan un seguimiento con los docentes para determinar que es lo que necesitan los hijos para estudiar, qué materiales les hacen falta. Y también tienen que poder definir si son ellos o no los que pueden dar una ayuda determinada: “Muchas veces conviene recurrir a un profesor particular antes que terminar a los gritos y enojados por la imposibilidad de ayudarlos”.
El tema de los horarios
Una vez que se tienen las herramientas necesarias, es importante administrarles los horarios, optimizar sus posibilidades. “Hay chicos que rinden mejor a la tarde, otros a la nochecita”, prosigue la especialista. “Pero nunca priorizar la noche. A las doce no se puede estudiar. Por otro lado, es común que los padres piensen que estudiar mucho tiempo seguido contribuye al rendimiento, y es exactamente lo contrario. Una hora de estudio está bien, y después un recreo de quince minutos para que los chicos hagan lo que quieran: chatear con sus amigos, hablar por celular, lo que se le ocurra, para que después vuelvan al estudio con ganas. Si tuvieran que estudiar varias materias, conviene que, después del recreo, cambien de tema, o si estuvieran viendo la parte teórica, pasen a la práctica. Y eliminar los distractores: ninguna computadora ni televisión prendida, y el celular apagado durante el tiempo de estudio. O sea, períodos cortos de atención, pero intensos”.
La concentración
La concentración es otro de los aspectos relevantes. Al respecto, Bonomo advierte que “muchas veces, el aislamiento pude resultar contraproducente para estudiar ya que contrariamente a lo que se piensa, puede dificultar la concentración. Por eso importa la presencia de los padres, o de algún otro adulto. No hace falta que se siente a su lado, pero sí que esté cerca. Y cuando acabó la hora de estudio, preguntar qué se entendió, qué dudas tienen. Hay que hacer hablar a los chicos ‘tomarles la lección’ para que ejerciten su oralidad, porque diciendo lo que entendieron, aprenden y además, también pueden verse sus dificultades expresivas”.
El colegio y los compañeros
La escuela es un lugar de pertenencia, entonces, ¿por qué no aprovechar la amistad con los compañeros? ¿Por qué no abrir los hogares para que vengan los amigos a estudiar? No se trata de convertir a la casa en una extensión de la escuela, sino de convertir a la casa en un ámbito en el que es natural estudiar en continuidad con lo que la vida escolar les pide a los jóvenes.
Según Bonomo, “es muy positivo propiciar la presencia de otros adolescentes en nuestros hogares, a modo de cooperativa: si un compañero le enseña matemáticas, el otro le explica historia. A veces hay hermanos mayores que contribuyen a mejorar la práctica del estudio. Pero el acuerdo tiene que nacer de ellos, no de sus padres, tipo ‘compinches’. Acuerdos del estilo ‘yo saco al perro y vos enseñame matemáticas’. Y los padres de los compañeros, también, pueden formar parte de esta planificación. Por ejemplo: ‘Voy a la casa de Pedro, el padre es médico, él nos explica biología’. Después, Pedro viene a casa y mi mamá, que es psicopedagoga, nos enseña lengua’”.
Los adultos, con su experiencia, pueden ayudar también a una mejor recordación transmitiendo trucos básicos como juegos de asociaciones o, por ejemplo, ofrecerse para leer algo del material de estudio. Escuchar otras voces diciendo lo que se tiene que estudiar refuerza la asimilación de los contenidos.
Acordar entre los padres
“Los adolescentes quieren divertirse, y está bien. La idea es acordar con ellos y hablar de consecuencias, no de castigos”, dice Bonomo. En estas conversaciones deben estipularse con claridad los términos de esa negociación que se da entre sus ganas de pasarla bien y su obligación a estudiar bien. Llegar a un acuerdo sobre la cantidad de horas que se le destinarán a una cosa u otra es básico. A todos ellos les gusta salir, ir a bailar, ir uno a la casa del otro. Pero si tienen examen, si deben materias, los padres también tienen que estar en contacto entre ellos, para ordenar la administración de esos tiempos. Por ejemplo, la hora en la que se vuelve a la casa. Es importante acordar entre todos de una manera coherente.
Pautas claras
“Lo que se necesita es un ambiente estable al que los jóvenes puedan volver y en donde encuentren contención; una mirada de apoyo (bastantes problemas tienen ya con su autoestima), y una pauta clara de lo que se piensa para que los chicos puedan estar de acuerdo o revelarse. Sostén, contención y coherencia. Los hijos reclaman coherencia”, concluye Bonomo.
Un testimonio que confirma la premisa lo proporciona Virgina, una madre con poder de síntesis: “Cuando les pongo limites a mis hijos, parece que mucho no les gusta o se enojan, pero también, al mismo tiempo, yo me doy cuenta que esos mismos límites lo tranquilizan”.
entremujeres.com

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