El presidente de la FIFA, Joseph Blatter, aseguró que la utilización de pequeños shorts (reproducidos en las noticias internacionales como “hot pants”) por parte de las jugadoras podría promover “una estética más femenina al fútbol” para promocionar un deporte que juegan aproximadamente 30 millones de mujeres en el mundo y 30 mil en la Argentina con 3000 que están federadas y compiten oficialmente, según cifras de la AFA.
¿Una forma de difusión o de cosificación? ¿Una estrategia de marketing que potencia la posibilidad de jugar de las mujeres o una manera de jugar con las mujeres a través del marketing? “Para incrementar la popularidad del juego deberíamos permitir que las mujeres jueguen con ropas más femeninas como lo hacen en el vóleibol. Con shorts más ajustados las mujeres se lucen más lindas”, remarcó Blatter como si hablara de maniquíes.
“¿Por qué no sumar al fútbol a la moda?”, increpó Blatter, un hombre que sabe más de negocios verdes que del pasto de una cancha y menos de los picaditos de potrero. No se trata sólo del negocio de la televisión, sino de los futbolistas como nuevos iconos de moda –David Beckham y su imposición de la llamada metrosexualidad en los noventa– que no tienen, hasta ahora, una contracara femenina, aunque lo que se quiera resaltar no sea el juego ni la cara, sino el culo de las jugadoras. ¿Para abrir el juego? ¿Para agrandar la cosificación a cancha llena? Las declaraciones de Blatter empezaron por el cuerpo de las mujeres y terminaron en nuevas reglas del juego. El también sugirió la implementación de reglas diferentes que los hombres. ¿Cuáles? “La utilización de una pelota más liviana.” ¿Es necesario? ¿Es justo? ¿Es discriminatorio o una adaptación de un deporte a la biología femenina? Blatter siguió con su aggiornamiento y pidió que el fútbol playero se incorpore como disciplina olímpica. Los medios, claro, bromearon si, en ese caso, las jugadoras iban a tener que jugar en bikini.
Hace algunos años una publicidad de un medio deportivo hizo famosa la frase “No me pidan que cabecee” con un jugador que salía recién peinado –ironizando sobre su prioridad en el peinado más que en la tabla de posiciones– y que, casualmente, exageraba sus ragos y prioridades “femeninas”. ¿Es muy difícil imaginar cuáles serían las estereotipadas prioridades que se impondrían a las mujeres de prosperar la propuesta de la playa y la bikini? ¿El fútbol puede dejar de ser un espacio de libertad para renacer como otro Showmatch en donde se patee por un sueño?
Pablo Orsi, periodista deportivo de CN23 y Radio América, cuestiona: “Me resisto a pensar la pregunta enfocada sólo en el negocio de la redonda aunque no creo que la FIFA me deje otra opción. Si Blatter quiere que las mujeres se vistan más sexies es sólo porque creerá que con eso conseguirá vender mejor el producto”. ¿Y vender más está mal o les puede sumar a las mujeres mayor expansión en el deporte? “No le va a sumar nada –descarta Orsi–. Llamar la atención no le va a generar un crecimiento al deporte. Si la propuesta provoca mayores ingresos al fútbol femenino por una supuesta atracción visual será poco lo que le quede como rédito. El juego pasa por otro lado. No creo que nadie recuerde el gol de Maradona a los ingleses por los pantalones cortos y ajustados, bien parecidos por cierto a los hot pants. Al tenis femenino, por citar un ejemplo, no le aportó nada la vestimenta sexy pero a algunas tenistas sí. Anna Kournikova no será recordada por su talento –escaso por cierto– dentro de la cancha sino por su cuidado look y las campañas publicitarias. El mayor beneficiario de las polleritas, la belleza y la exposición mediática no es el juego sino la cuenta bancaria.”
“La idea de los hot pants me parece digna de los dinosaurios que conducen la FIFA. No me sorprende porque el machismo es una característica de la dirigencia del fútbol en general. Cuando Blatter dice que hay que hacer más sexy al fútbol femenino no está pensando en el deporte, sino en el negocio: en los patrocinadores y en la televisión. En el dinero que pueda entrar a las cuentas de la institución que preside, las cuales, no está de más decirlo, son muy poco transparentes. Las deportistas no necesitan lucir sexies ni eso le suma nada al deporte. Considerar que ésa es la forma de desarrollar y masificar una disciplina femenina es faltarles el respeto a las mujeres y, sobre todo, a las deportistas”, critica Alejandro Wall, periodista especializado en deportes de Tiempo Argentino y la revista Un caño y autor del libro Academia, carajo.
No es una cuestión de mujeres y varones, sino de puntos de vista. Wall mira, pero mira distinto que muchos supuestos fanáticos del fútbol: “El fútbol, además del negocio de la FIFA, es épica, es emoción, es juego y eso no tiene nada que ver con mostrar el culo. Pero a Blatter no le importa el derecho a jugar de las mujeres. No le importa que cada vez más pibas puedan acercarse a una pelota. A Blatter y a la FIFA les importa hacer buenos negocios y la prensa del deporte de los grandes medios reproduce ese machismo sin tibiezas. Durante los entretiempos de los partidos las cámaras de la televisión buscan escotes bien pulposos y, tantas veces, le agregan algún comentario de sus periodistas. En los diarios tampoco faltan las llamadas fotos de color donde abundan las mujeres. No se trata de pacatería ni moralina, pero hay que decir que Larissa Riquelme (conocida por su escote y ahora protagonista de Showmatch) no salió de un programa de chimentos, sino de una transmisión deportiva. Durante el Mundial de Sudáfrica su escote con el celular saltó de la TV a las páginas deportivas. Acaso para Blatter y sus amigos la mujer y el fútbol sean eso”.
También en la revista Un caño la nota “En el diario no hablaban de ti”, de Ezequiel Fernández Moores, se cuenta que en el último Congreso “Play the Game”, que se hizo en octubre, la Universidad Alemana del Deporte de Colonia presentó un trabajo analítico de la prensa deportiva mundial en donde se revisaron 17.777 artículos de ochenta diarios de veintidós países (ninguno de habla hispana) y concluyó que más del 90 por ciento de los autores identificados son varones y el 85 por ciento de los deportistas mencionados en las crónicas también son hombres. “De cupo femenino, ni noticias”, apunta Fernández Moores.
Mónica Santino es pionera en la Argentina en jugar, dirigir y entrenar fútbol femenino. Ella le pega a la propuesta del presidente de la FIFA: “Es un espanto. Sólo viene a confirmar que el deporte es lo más sexista que hay y Blatter está tejiendo únicamente otra estrategia de venta del fútbol femenino reivindicando los prejuicios y los discursos patriarcales sobre los cuerpos de las mujeres”. Mónica, mientras tanto, sigue dando clases de fútbol femenino en la Villa 31 y en un predio de Villa Martelli, a cargo de la Dirección de la Mujer de Vicente López, como una manera de pelear por los derechos de las mujeres (al movimiento, al disfrute, al juego) y también como una forma de empoderarse para pelear (más fuertes, más rápidas, más unidas) contra la violencia de género. En esa pelea, en la que tantas veces tiene que poner el cuerpo, ella quiere fundar –cansada de que la corran de canchas– un club de fútbol femenino. Sabe que no es fácil, pero que nunca está todo dicho. “La batalla va a ser larga. Yo sufrí la discriminación y la postergación que el fútbol femenino tiene desde la propia AFA. Pero vamos a seguir dándola.” Y la da con la palabra y la puja: “El fútbol es una herramienta maravillosa para construir ciudadanía, prevenir la violencia de género y generar lazos. No hay nada más hermoso que tirar paredes con una amiga”, rescata la ex jugadora de All Boys que forma a otras jugadoras como Laura Muñoz, quien dice: “No porque vivamos en una villa somos menos que nadie o no podemos jugar al fútbol. Al contrario, me da más ganas, para demostrarle a todo el mundo lo que podemos hacer”. Laura jugó en el Mundial de los Sin Techo en el 2009. Sin lustre, con tantas ganas como su cuerpo aletea brazos y brinda sus piernas en ese momento en que once son muchas y la gracia está en que parezcan pocas para pasar la pelota entre ellas y encontrar la red. La red es gloriosa.
El fútbol es una posibilidad de gritar, de esquivar, de danzar, de patear con fuerza, de bajar la cabeza y de conocer la revancha. El fútbol es libertad. Por eso, el problema tal vez no es la ropa, sino para qué se use esa ropa. En Perú, por ejemplo, un grupo de madres campesinas del distrito de Sitabamba, en la provincia de Santiago de Chuco, participaron en octubre del II Campeonato de Fútbol con Polleras. Las polleras fueron una forma de ser ellas, las mismas que cosen, tejen, siembran y cuidan a sus hijos, pero que podían frenar con sus cargas diarias para pensar solamente en agarrar la pelota y hacerla girar. “Las polleras no les impidieron efectuar remates potentes, las trenzas tampoco dificultaron sus certeros cabezazos y el cansancio no pudo doblegarlas para hacer quedar bien al caserío que representan”, indicó el diario local. Tal vez suponiendo que las polleras y las trenzas sí eran un freno, tal vez mostrando que lo importante no es cómo se vistan las jugadoras, sino si se tienen que vestir para disfrutar o para vender.
La periodista deportiva Angela Lerena, de la Televisión Pública (Canal 7) y ESPN, apunta al centro de la cancha (y del debate): “Creo que lo importante es respetar el deseo de las mujeres. Que quienes quieran muestren más su cuerpo y quienes no quieran o no se sientan cómodas no. Entre los futbolistas hombres la tendencia es que las marcas de ropa deportiva pongan a disposición de cada uno una camiseta más ajustada y otra más floja como se vio en el último Mundial. Cada uno elige. Con las chicas podría hacerse algo similar. Obligar a una deportista a vestirse sexy en contra de su voluntad es una forma de violencia de género y no hay ningún objetivo de difusión que justifique avasallar los derechos de las mujeres”.
pagina12.com.ar
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