Las últimas lanchas con turistas dejaron de salir hace minutos. El sol ya está cayendo y cuando desaparece la luz natural los animales que habitan la laguna Iberá ocupan sus madrigueras. Desde el muelle, a metros del lago, se ve el atardecer y, el sonido del agua, golpeando la costa y los pajonales, se mezcla con el canto de algunos pájaros que vuelan bajito en busca de su nido.
Desde allí, con su uniforme de guardaparques, Mariana Richiarte dice todo en una frase: "Cuando estoy muy enojada o nerviosa miro la laguna y me siento en paz". Con esas palabras le resume a lanacion.com porqué eligió la tranquilidad del pequeño poblado Colonia Carlos Pellegrini, de unos 800 habitantes, ubicado a pocos metros del humedal, y decidió abandonar Ezpeleta, donde nació, se crió y aún viven sus familiares y amigos.
Los Esteros del Iberá constituyen una gran reserva de 1.300.000 hectáreas donde se encuentra el humedal de agua dulce más importante del país. En el Parque Nacional, de unas 500.000 hectáreas, se preservan más de 500 especies de animales vertebrados y más de 4000 especies de plantas autóctonas. El visitante descubre un mundo natural que alberga yacarés, ñandúes, ciervos de los pantanos, carpinchos, boas y cientos de aves. Todo inmerso en paisajes de caminos llanos, ondulaciones de tierra colorada, lomadas arenosas o costas de esteros.
Migraciones internas. La historia de Mariana no es excepcional en la Argentina. El experto en Desarrollo Territorial Fabio Quetglas señala que, desde 2001, existe un fenómeno de migraciones internas en la Argentina. Según explica, esto se produce porque con la salida de la convertibilidad muchas ciudades medianas productoras de materias primas ganaron competitividad con la devaluación y vivieron un crecimiento económico importante. "Ya no valía la pena venirse a Buenos Aires sino que más bien se dieron movimientos de zonas rurales a las ciudades de referencia más próximas", manifiesta.
Y agrega que, por otra parte, existe otro epifenómeno que se da en los últimos años en las clases medias altas de profesionales: por un cierto hastío urbano empiezan a proyectar sus vidas fuera de la gran ciudad. "No hablo del mito de la vuelta al campo, porque la gente se mueve entre ciudades, pero hay una intención sobre todo de los más jóvenes de mirar ciudades intermedias que sean atractivas y que les permitan más naturaleza, fuentes de energía alternativas, alimentación de otra calidad, ofertas culturales diferentes a las establecidas acá", detalla.
Vida al natural. Aunque su atracción por lo natural la acompaña desde niña cuando Mariana conoció el lugar no dudó en cambiar de aire. En febrero de 2007, al terminar la carrera de guardaparques, comenzó un voluntariado allí y desde 2008 que forma parte del plantel.
"Lo decidí de un día para otro, un cambio rotundo. ¿Por qué? Pasé del ruido de los coches a vivir en este lugar", cuenta en pocas palabras. "Mis amigos creen nunca vendrán a visitarme, porque si no tienen el ruido cerca, no están bien...mucho menos con los animales, los impresionan", se diferencia.
Habla pausado, como en sintonía con el medio que la rodea. De a ratos pasa alguna lancha que transporta a sus compañeros desde el muelle hasta el puesto central. No la intimidó ser una de las tres primeras mujeres guardaparques ni estar lejos de su tierra. "Cada tanto me hago mi escapada a Espeleta. Aunque cada vez me cuesta más porque me fui acostumbrando a este ritmo de vida". Y aunque extraña a su familia y amigos su idea es establecerse en Pellegrini. "Cuando vuelvo a Buenos Aires estoy pensando en regresar, es muy fuerte el cambio. Parece que estoy perdida allá".
Con serenidad, pero firmeza, Mariana aclara que su función y la de sus colegas, la mayoría hombres, no es sólo "de policía, como lo ven muchos". Ellos se sienten comunicadores, un nexo entre la naturaleza y la gente para resaltar la importancia de cuidar el medio ambiente. "Trabajamos por vocación, es un estilo de vida con ideales de conservar, para nosotros y las generaciones futuras. Me encantaría que mis hijos disfruten de este lugar como lo hago yo".
A favor de la descentralización Fabio Quetglas, magíster en gestión de ciudades, es un enamorado de descentralizar. Piensa que lo ideal para un desarrollo integral sería pensar un país con unas cien ciudades dinámicas, activas en oferta cultural, con diversidad en su base económica, conectadas entre sí. Sin embargo, es un convencido, también, de que esto no se logrará mágicamente, sin políticas públicas.
"Si uno deja al país funcionando en términos mercadistas, lo que va a ocurrir es que siempre será mayor la migración de poblaciones más pobres hacia áreas metropolitanas", señala. Y se explaya en las razones: "Concentramos los subsidios al transporte público en las grandes ciudades, por dar un ejemplo, entonces es más barato manejarse en colectivo acá que en cualquier otra ciudad del país; lo mismo con la oferta universitaria: con un criterio arbitrario tenemos 10 en Buenos Aires y en una enorme cantidad de kilómetros ninguna universidad pública. Contrariamente a esto habría que generar estímulos que potencien las ciudades más pequeñas y así incentiven a su gente a quedarse allí".
"Si uno deja al país funcionando en términos mercadistas, lo que va a ocurrir es que siempre será mayor la migración de poblaciones más pobres hacia áreas metropolitanas", señala. Y se explaya en las razones: "Concentramos los subsidios al transporte público en las grandes ciudades, por dar un ejemplo, entonces es más barato manejarse en colectivo acá que en cualquier otra ciudad del país; lo mismo con la oferta universitaria: con un criterio arbitrario tenemos 10 en Buenos Aires y en una enorme cantidad de kilómetros ninguna universidad pública. Contrariamente a esto habría que generar estímulos que potencien las ciudades más pequeñas y así incentiven a su gente a quedarse allí".
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