domingo, 26 de abril de 2009

La vida de película del mayor dealer de la elite carioca


A los 14 probó su primer porro. Fue sobre las piedras de Arpoador, ahí donde Copacabana se hace Ipanema, bajo la mirada ausente del Cristo Redentor de Río de Janeiro, frente a un mar que aprendió a domar en olas gigantescas. Diez años después, cruzaba ese mar para llevar cocaína de la mejor calidad a Europa, luego de convertirse en el mayor proveedor de droga de la elite carioca. Sus fiestas, de más de cuatro días seguidos, con cocaína y barra libre, aún hoy son recordadas.
Gastaba un cuarto de millón de dólares paseando en limusinas por Barcelona, en góndolas por Venecia. Dos años más tarde, compartía una celda de tres por tres con treinta malandras peligrosos. Cuatro meses después, debía pelear por su vida en un manicomio, el lugar más parecido al infierno que pueda haber sobre la tierra. Le decían Johnny pero se llamaba João Estrella.
Salió del infierno por una jueza que creyó que la recuperación era posible. Con la ayuda de su primo, el periodista Guilherme Fiúza escribió un libro con su historia, Meu nome não é Johnny (Mi nombre no es Johnny). El galán más glamoroso del Brasil, Selton Melo, protagonizó la versión cinematográfica del libro llevando más de 2.200.0000 personas al cine. Y lanzó su propio disco Meu Nome é João Estrella por la multinacional EMI.
De fugaz paso por la Argentina para la presentación en el II Cine Fest Brasil Buenos Aires de la película basada en sus aventuras, João Estrella habló con Crítica de la Argentina.
–Mis padres no eran ni rígidos ni liberales. Papá trabajaba en el Banco Nacional, comenzó desde bien abajo y llegó a gerente. Pero en casa, a pesar de que se hablaba mucho, no se hablaba de marihuana. Antes del primer porro, tenía miedo de quedar loco, miedo a la policía, miedo a que mi familia se enterase. De tanto miedo que tenía, casi no sentí nada.
–¿Fue como se ve en la película, frente al mar?
–Sí, con los amigos con los que empezaba a surfear. Surfeé casi diez años, olas enormes. Ahora miro al mar y digo: “No era yo”. Lo mismo que pienso cuando miro la película, doce años después, y veo que agarro un auto en Barra de Tijuca, con quince kilos de cocaína en el baúl, con cuatro chicas, a 150 kilómetros por hora. Es también una ola gigante y digo: “¡No es posible que haya hecho eso!”.
Pero lo hizo. Y un día sus amigos habían prometido juntar dinero entre tres para comprar dos gramos de cocaína. Pero se borraron. Él, un caballero, fue solito a dar la cara y convenció al dealer de que le diera la droga. Que él le iba a pagar en dos días. Lo hizo. El dealer le ofreció entonces un poco más, para vender. Y él dijo que sí.
–En dos años, estaba proveyendo a todos los dealers de Río que yo conocía y que nunca llegaron a tener la cocaína que terminó en mis manos, que era purísima.
–¿Cómo conseguías tanta cocaína y tan pura?
–¡Llegaba y me golpeaba la puerta! –se ríe João, se ríe mucho este hombre grandote de 48 años con risa de nene–. ¡Caía sobre mí! Nunca fui “matutu”, como les decimos a las personas que van a Bolivia o a Perú a conseguir droga. Había un esquema enorme que yo no quería ni saber. Simplemente, cuando un cargamento de 200 kilos de droga llegaba a Río, me llamaban antes de distribuir y me preguntaban si quería. ¡Y yo siempre quería! ¡Obvio! Primero fueron dos, cinco, diez kilos, y ahí empecé a llevar a Europa. Me quisieron presentar a los que la conseguían, pero nunca quise. Antes de eso, João consiguió un contacto en el Forum, el edificio más importante de Justicia en Río de Janeiro. De allí salía con enormes bolsas de cocaína. Fue allí más de una vez. Pese a haberlo hecho público en el libro y en la película, hasta hoy no hay una investigación al respecto.
–¿No es in-cre-í-ble?
–ríe ahora, el grandote.
Como increíble suenan las fiestas de 300 personas en una enorme mansión alquilada en Barra de Tijuca, con un escenario y luces de las principales casas de shows de la ciudad, donde, para que no lo interrumpan con pedidos molestos, repartió más de 200 saquitos de cocaína entre los invitados a la entrada. Duró cuatro días y se desparramó por decenas de fiestas privadas en toda la ciudad. La elite carioca, que poco antes despreciaba a pobres y “maconheros”, no tenía problemas en mixturarse. La cocaína los democratizó. Y João, el chico de clase media hijo de un bancario que creía en el progreso, pasó a ser el niño mimado de la clase alta de la zona sur de Río de Janeiro. Él tenía que estar en la fiesta para que pudiera llamarse fiesta.
“Personas que antes ni me saludaban me golpeaban la puerta para entrar. Y todos entraron en la fiesta”, dice, sin rencor, sin nostalgia.
Hubo cuatro viajes a Europa. Él no llevaba la droga directamente. Había una “mula” que disimulaba los paquetitos en su ropa. El viajaba un día antes a Ámsterdam. La mula iba a Bruselas. Se encontraban en un hotel en Bélgica, a la noche él le pagaba a la mula y se volvía rápido a Ámsterdam. Ahí tenía el contacto que le daba algo así como 250 mil dólares. Y él quemaba esa plata en las grandes capitales de Europa, champán en todo el Mediterráneo. No compró mansiones, ni Ferraris, ni tierras. Se la fumó. Se la metió por la nariz. La gastó en alcohol y más drogas.
Ésa, paradójicamente, fue su salvación. Su abogado pudo demostrar que no había un esquema comercial, ni la intención de lucrar con la desgracia ajena. Simplemente, había un vicioso que no podía parar y que de consumir pasó a vender para seguir consumiendo. Porque el glamour se terminó el día en que aparecieron catorce policías federales, tumbaron la puerta y le pusieron un revólver en la cabeza. Ahí supo que no era como las otras veces, como aquella vez en que dos policías le exigieron 50 mil dólares para dejarlo trabajar tranquilo, él negoció 25 mil y finalmente terminó entregando 14 mil. Ahí supo que precisaría un millón de dólares para sobornar. Y enseguida empezó a pensar cómo salir de esa situación.
Entró al infierno y ni siquiera sabe si tuvo síndrome de abstinencia. “Si nunca usaste cocaína y vas a parar a un lugar así, también vas a tener alguna crisis. Es un lugar muy lleno, muy ‘baruyento’, escuchan radio muy alto, tenés un estrés altísimo. Sí, te falta la droga, pero todo te duele igual, estás tenso, no sabés ni por qué, podés morir, podés matar, podés estar obligado a huir. Es muy complicado”.
–¿Tenés idea de cuánta cocaína te metiste en el cuerpo?
–No sé, una cantidad gigantesca. Hubo veces de cuatro días y cuatro noches seguidas, cien gramos aspirando sin parar, más alcohol y tabaco, deben haber sido toneladas.
–¿Y hoy?
–Una cerveza por mes con los amigos, muy poco tabaco.
Sacó un disco (se puede escuchar en Joaoestrella.com) y se presenta en universidades, conoció a una abogada que no sabía de su historia, se enamoraron, se casaron y está a punto de festejar los primeros ocho meses de su hijo en Buenos Aires, lugar en el que le gustaría que se presentaran su libro y su música.
–¿Hay gente que te convida hoy con cocaína?
–¿Para aspirar? Sí, claro, y también para comerciar. Soy un ave rara, siempre pagué, nunca traicioné a nadie ni delaté a nadie. Les resulta interesante. Pero, en realidad, ya no me ofrecen, saben que no quiero, pero tuve muchas oportunidades para volver.
–¿Y podés asegurar que no vas a volver nunca más?
–Sí, no sólo porque lo digo, sino que no tengo ganas. Soy compulsivo, no un adicto.
–Y ahora, ¿con qué sos compulsivo?
–Con trabajar, comer bien, estar con mi esposa, mi familia.
–En las charlas que das en Brasil, te preguntan mucho por la despenalización. ¿Qué pensás?
–Creo que es una forma de desviarse de los problemas principales, la educación, el distanciamiento de las clases sociales. ¡El problema es la droga! Y entonces se habla de la despenalización, que no es una cosa que se pretenda votar, solamente hablan, no va a llegar al Congreso ni en 30, 40 años. Si hacés un referéndum sobre legalizar o no, perdés, porque Brasil es grande y la gran mayoría del país no es consumidora de droga; es consumidora de alcohol, que en realidad es el gran villano. Si no hubiese corrupción, si las leyes funcionaran, estoy a favor de que cada cual utilice el cuerpo como quiera. Ahora, si tomaste toneladas de whisky y mataste a cinco personas con el auto ¡tenés que ir 25 años preso!
En Brasil eso no pasa. No pasa nada. Hay un montón de consecuencias que tienen que ser previstas. Sería positivo legalizar si hubiera todo un conjunto de reglas funcionando, pero hay un montón de reglas anteriores que no funcionan. Por ejemplo casa, comida y trabajo para todos.
–¿Qué hizo la droga con vos?
–En un momento de mi vida, con LSD tuve hasta una chance de observar un abanico más abierto, vamos a decir así para no hacer una apología, pero la cocaína es muy diferente. Me hizo perder un tiempo grande, podría haber construido esta carrera musical antes, no haber ido preso ni haber hecho sufrir a mi familia. Pero ésta es mi historia, no me arrepiento. No lo escogería de nuevo, pero no me arrepiento.
Algunas razones detrás del descomunal éxito de taquilla que tuvo en Brasil
Fue la película brasileña más vista del año pasado en su país y compartió la lista de las diez más vistas junto a los grandes tanques de Hollywood. Le sirvió para eso el protagónico de Selton Mello, seguramente el actor más carismático de América Latina. Para encontrar un símil argentino, por ejemplo, habría que sumar el look de Mariano Martínez, el carisma de Olmedo y la solidez actoral de Julio Chávez. Suena mucho y es mucho.
Hay que ver a Selton haciendo de João Estrella en el momento en que debe declarar frente al juzgado y se quiebra. Según contó el director, la escena se grabó en una sola toma, improvisando, después de una charla a solas entre el actor y su personaje real. Impresiona encontrar tanta verdad en el cine actual.
También es cierto que a favor del poder de convocatoria de la película jugó el grupo de actores famosos por sus intervenciones en las novelas de la Red O Globo y la potencia de una historia real que ya había cautivado al público desde los noticieros de televisión. Sin decaer ni uno de los 115 minutos, el director Mauro Lima consigue un diagnóstico claro de la fiesta de los años noventa en Latinoamérica, musicalizado con temas del grupo de rock Titás y hasta del propio Estrella, de quien se oye “Pra onde vocè vai”.
Mi nombre no es Johnny se exhibió dos veces en el II Cine Fest Brasil-Buenos Aires y tiene una última pasada el próximo miércoles 29 a las 22, en el Village Recoleta. Aún ningún distribuidor argentino la compró para proyectarla aquí, pero es probable que antes de fin de año pueda ser vista en algún canal de cable.
Importantísima integración cultural
Once de las películas más populares en Brasil de los últimos meses son parte del festival que pasa por Buenos Aires y llega a Miami, Vancouver, Nueva York, Estambul, Roma, Londres, Madrid y Barcelona, con auspicio de Embratur, el Ministerio de Turismo y el gobierno de Brasil.
El jefe del sector cultural de la embajada de Brasil asegura: “Consideramos la difusión audiovisual como un hecho importantísimo para la integración cultural de nuestros países”. Y no se queda en declaraciones.
¿Qué se puede ver en el Village Recoleta hasta el 29? Romance, Los Desafinados (recreación de los momentos fundacionales de la bossa nova), Nombre propio, Favela on Blast (documental sobre la noche funk en la favela), Última parada 174 (ficción sobre un atroz caso real), Bella noche para volver (delicada historia de amor entre el presidente Kubitschek y su amante), Fumando espero, La fiesta de la niña muerta (debut del actor Matheus Nachtergaele como director), Verónica y diciembre (opera prima de Selton Mello), además de Mi nombre no es Johnny.
criticadigital.com

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