Debajo de las coronas, los sombreros y entre las reglas de protocolo centenarias a veces se esconden hechos más mundanos como la corrupción y los escándalos financieros que tiñen de oscura la supuesta sangre azul de las cuarenta monarquías que existen en el mundo. Como en toda familia, en ellas también hay parientes impresentables, de esos que conviene esconder. Entre los casos más conocidos aparecen los de la monarquía británica. Isabel II debió enfrentar no sólo la separación de tres de sus cuatro hijos, sino que también tuvo que soportar escándalos de dinero. Su hijo el príncipe Andrés debió dejar este año su puesto de representante de los intereses comerciales del Reino tras conocerse su relación con el millonario estadounidense Jeffrey Epstein, preso por abusar sexualmente de menores. Su amistad era tan estrecha que Epstein pagó una deuda de 20.000 dólares de la duquesa de York, Sarah Ferguson, a pedido del duque. Ella, a su vez, fue grabada pidiendo dinero para “facilitar” un contacto con su ex marido real.
Pero ellos no fueron los únicos miembro de la realeza en problemas. En diciembre de 2000, un informe acusó a la familia real de Mónaco de no hacer nada o directamente favorecer el lavado de dinero. Mónaco aún figura como un paraíso fiscal a pesar de los anuncios de actual príncipe –Alberto– de luchar contra la corrupción. De la lista no se escapan la argentina Máxima y su marido, el príncipe de Holanda, Guillermo. El dinero con el que compraron una mansión en Africa fue girado por un paraíso fiscal. Ellos explicaron que cumplieron con la ley.
clarin.com
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