Hazme un pastel… pasteleerooo”. Bautista Umbert (tres años y medio) repite la frase que dice su perrito de peluche cada vez que lo aprieta. Le fascina mirar a “Dora la exploradora” en la tele y, con ella, ya aprendió que el “púrpura” –más conocido como violeta– es uno de sus colores preferidos. El hijo de Inés Frapiccini tiene 7 años y se llama Santiago. Cada tanto pide permiso a sus papás para comer “goma de mascar” (no chicle) o para invitar algún amiguito a jugar al “balón”.Casos como estos, en que los nenes hablan con términos “extraños” para los adultos, resultan cotidianos y –con mayor o menor frecuencia– se repiten en muchos hogares, jardines de infantes o primeros grados de la escuela.
Los especialistas hablan de “generación malvavisco”, en alusión a las clásicas golosinas del Norte. Para los padres suele ser llamativa esta aprehensión de expresiones propias del “español neutro” que los chicos escuchan y “copian” de personajes de la tele.
Aunque defensores del lenguaje, como la psicopedagoga Andrea Kejek, consideran que esta situación “aporta y suma a lo largo del aprendizaje de la primera infancia y de toda la vida”.
“El hecho de que los niños estén expuestos a distintas variedades del español es beneficioso porque, de este modo, amplían su competencia lingüística, enriquecen su vocabulario, aprenden las diferencias tónicas, fonéticas, morfosintácticas y todo esto les permite familiarizarse con la diversidad que caracteriza a su propia lengua”, opina Guiomar Elena Ciapuscio, profesora titular de Lingüística en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
Y agrega: “Lo que llamamos español ‘neutro’, fruto de los doblajes en los medios de comunicación, es del todo discutible” . La catedrática sostiene que esa neutralidad es imposible de lograr en un sentido estricto. “La lengua de los dibujitos animados exhibe gran variedad de rasgos. Gran parte de los que consumen nuestros chicos son doblajes de México”, agrega.
Así, expresiones como “atrapar un resfriado”, “tenía picazón por conocerte”. Decir “tienda” en vez de “carpa” o elegir el “tuteo” en lugar del “voceo”–según Ciapuscio– son elecciones no neutras. El español es una lengua pluricéntrica, lo que significa que hay distintas normas regionales, es decir, diferentes focos (por ejemplo, México, Buenos Aires, Madrid, Lima). Cada lugar determina ciertos usos estándares de la lengua que son percibidos por los hablantes como adecuados y correctos.
Esta situación, lejos de interferir en la formación de la identidad regional de los niños, la fortalece. “Así aprenden que una misma cosa puede ser nombrada de diferentes maneras. Lo importante es que tengan, como respaldo, una explicación de adultos y maestros”, apunta Kijek.
Ciapuscio está convencida de que “las diferencias lingüísticas deben aprovecharse para trabajar en la escuela, para fortalecer la identidad del niño con su propia variedad (en nuestro caso, la lengua rioplatense), mostrándoles los contrastes y haciéndolos conscientes de la riqueza del español y de las peculiaridades de su variedad frente a otras lenguas”. Que los niños “amplíen su competencia lingüística y adquieran el sentido de diversidad del español repercutirá en su sensibilidad y flexibilidad para aprender otras lenguas”, concluye la lingüista.
Son esponjas, sin ser Bob
La lengua hablada de los dibujos animados es cuestión disputada; y no es menor, dada su innegable influencia de penetración auditiva (el oído no tiene párpado) en los niños de inicial y primaria que pasan cada vez más tiempo frente al televisor. La audición de dibujitos doblados al castellano se enmarca en un problema mayor. Se habla de “cultura global”, que es una criatura inexistente. De lo que realmente se trata es de una “cultura globalizada” (la norteamericana). Se comprende en ella el idioma, la música, las comidas rápidas, las series televisivas, los géneros de cine, la ropa deportiva y un largo etcétera. Con los doblajes ocurre lo mismo. Quien ocupa el espacio de Norteamérica en los doblajes de dibujitos es México.
Si atendemos a nuestra propia producción de dibujos animados (Hijitus, Anteojito, Patoruzú, Clemente, Petete, y demás) advertimos que en su texto oral se acusan con firmeza rasgos de nuestra habla: la modalidad cajetilla de Isidoro Cañones y las formas rurales de Patoruzú; se vosea en ellos, el yeísmo es firme. Largirucho incluye voces y expresiones lunfardas, maneja con frecuencia el “sánguche” (“no lo vi venir, no lo vi”) y Antifaz se desliza hacia lo canyengue. Se distancian de ellos, Hijitus y el Dr. Neurus, que hablan una lengua más general, con presencia espaciada de argentinismos léxicos. La proyección diaria que de esta tira hace Canal 13 es más que oportuna. Hay una identificación total entre lo que el chico escucha de boca de los personajes y en la calle. El pibe se encuentra en su propio espacio natural. En cambio, cuando se enfrenta con doblajes hechos en México o en Puerto Rico, el niño se ve frente a la afirmación del español neutro, un avance hacia un “español global”, digamos, que hace que el chico termine usando “ándale”, “cacahuete”, “barbacoa”, “mamasita” o “mi vecindad” con naturalidad porque la insistencia es pedagógica. Quiero decir, el chico es una esponja, pero sin ser Bob.
clarin.com
1 comentario:
A mi me parece que la coherencia del idioma es justa y necesaria.
No nos engañemos, por mas que los niños oigan español corrrecto en la tele, hay demasiados regionalismos, lo cual es bueno, lo malo es el pseudo-expañol hablado en las calles.
Las calles, o el lenguaje vulgar tienen un efecto destructivo en la lengua que es el más terrible de todos, sirvase escuchar una adolescente mexicano y sus expresiones vulgares y sin sentido.
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