Adrián Turjanski (37) es uno de los pocos especialistas argentinos en bioinformática, y el repatriado número 600 del Programa Raíces ( www.raices.mincyt.gov.ar ), que busca traer de regreso a los científicos emigrados. Adrián estudió Química en la Universidad de Buenos Aires. Una vez recibido viajó a Estados Unidos para continuar su formación y trabajó tres años en el National Institute of Health, en Maryland. Allí se especializó en bioinformática, disciplina que se ocupa de estudiar y predecir (a través de algoritmos computacionales) las estructuras de las bio-macromoléculas, como son las proteínas y el ADN. En 2010 retornó a Buenos Aires gracias a una oferta laboral como docente en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA e investigador del Conicet.
Aquí dirige un equipo de investigadores que trabaja "en la comprensión de los mecanismos moleculares de varias enfermedades, y en el desarrollo de medicamentos para dengue, Chagas, cáncer y tuberculosis. Por otra parte -aclara- estudiamos la biodiversidad de bacterias que viven en condiciones ambientales extremas, como en la Antártida o las lagunas de altura del norte argentino".
Apenas aterrizado en Ezeiza, el científico puso manos a la obra en un proyecto gestado durante su estadía en el exterior: crear la Asociación Argentina de Bioinformática y Biología Computacional ( www.a2b2c.org.ar ), que ya cuenta con unos 100 miembros. Los campos de acción para la bioinformática son bien diversos: diseño de fármacos y medicamentos, análisis de los datos de los pacientes, desarrollo de productos biológicos. "Los egresados pueden trabajar en un laboratorio farmacéutico, en una compañía agroindustrial para el desarrollo de semillas, en un hospital o en una petrolera en proyectos relacionados con la descontaminación", enumera Adrián.
En la Universidad Nacional de Entre Ríos, una de las pioneras en instaurar esta carrera, se han recibido 10 o 15 bioinformáticos; en la Facultad de Exactas de la UBA hay unos 20 egresados con ese perfil, y en la Universidad Argentina de la Empresa (UADE), donde la carrera se inició recientemente, aún no hay recibidos.
Buscados
Bioinformática es sólo una de un listado de más de 150 carreras y tecnicaturas consideradas como prioritarias por los ministerios de Educación y de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva. Entre las disciplinas con mayor demanda a futuro se destacan las ingenierías, las especializaciones en medio ambiente, industria, agro, nanotecnología, acuicultura y ciencias básicas (ver recuadro Las más buscadas. También se puede consultar el listado completo en www.becasdelbicentenario.gov.ar ).
La paradoja es que, a pesar de que el desempleo alcanza al 8% (según el Indec) y llega casi al 20% entre los menores de 25 años, existe una demanda laboral insatisfecha por parte de empresas que no llegan a cubrir puestos vacantes porque no consiguen personal con los perfiles técnicos adecuados.
En tanto, según el anuario de Estadísticas Universitarias del Ministerio de Educación, el 43% de los nuevos ingresantes a la Universidad elige estudiar ciencias sociales (Sociología, Comunicación Social, Ciencias Políticas), frente al 24% que opta por las ciencias aplicadas (Ingeniería, Arquitectura, Bioquímica, Agronomía), o al escaso 3% que estudia ciencias básicas (Biología, Química, Física y Matemática).
Este desfase entre las necesidades del mercado laboral y las preferencias y elecciones de los estudiantes es aún mayor en las universidades de gestión privada, cuya oferta de carreras sociales y humanísticas explotó durante la década del 90. Así, el 56% de los alumnos de universidades privadas estudia carreras sociales, mientras que sólo el 17% opta por las ciencias aplicadas y menos del 1% por las ciencias básicas (ver gráficos).
El fenómeno invita al debate y dispara diferentes explicaciones. Desde la falta de información entre los jóvenes sobre las carreras ligadas a la ciencia, hasta el miedo a las matemáticas que se refleja en bochazos masivos en los ingresos a las universidades públicas que toman este tipo de exámenes para carreras como Ingeniería, Física y Medicina.
No obstante, para los que se animan a las ciencias duras, el futuro es promisorio y las proyecciones laborales también.
Energía renovable
Mientras estudiaba Ingeniería Informática, el sueño de Diego Musolino (28) era crear una software factory. Pero un día, mirando un documental de Discovery Channel sobre la producción de biodiésel a partir de aceite usado, pensó que quería dedicarse a eso. Empezó a investigar y armó un pequeño laboratorio en el garaje de su casa. Pronto, Fabián Diner (29) y Maximilian Bernaus (28), ambos ingenieros industriales y ex compañeros de la Facultad, se sumaron a la iniciativa, ya que estaban cursando una especialización en energías renovables. El grupo se completó con Pedro Biaiñ (31), también ingeniero industrial, y juntos crearon Algae Liquor. Este emprendimiento se dedica a la obtención de biodiésel a partir de microalgas, ya que tienen mayor eficiencia en la producción de lípidos para obtener el biodiésel, son fáciles de cultivar y no compiten con la producción de alimentos.
A comienzos de 2009, a través de Emprear, Centro de Emprendedores del Instituto Tecnológico de Buenos Aires (ITBA), se contactaron con la incubadora de empresas tecnológicas de la ciudad de Buenos Aires (Baitec), en cuya sede accedieron a una oficina y servicios de tutoría por un año. Para obtener el biodiésel a partir de microalgas tuvieron que diseñar y construir un bioreactor, y entonces decidieron virar hacia el negocio de la venta de bioreactores. Con este proyecto ganaron diferentes concursos, como el Premio BiD (Business in Development) a la empresa con mayor impacto ambiental positivo, y el premio Naves de la escuela de negocios de la Universidad Austral al mejor plan de negocios.
"Hay una demanda creciente en el país de fuentes de energía limpia y de profesionales aptos para trabajar en este tipo de proyectos", asegura Fabián. De hecho, el programa nacional Genren de generación de energías renovables prevé que para 2016 un 8% del consumo energético nacional deberá provenir de fuentes renovables (actualmente la proporción es menor al 5 por ciento).
"La formación de ingeniero, más allá de la especialidad, brinda la posibilidad de resolver problemas en forma creativa, armar y ejecutar proyectos -afirma el emprendedor-. Un ingeniero informático, mecánico o industrial puede adentrarse en temas de bioquímica sin necesidad de hacer otra carrera. Lo bueno es que la ingeniería te da herramientas para desarrollarte en rubros diferentes al que estudiaste."
El campo, siempre firme
Lucas Borrás (36) es porteño y estudió la carrera de Agronomía (ingeniería y doctorado) en la UBA. En 2003 se fue a trabajar a una empresa multinacional de semillas en California, luego trabajó tres años en la Universidad de Iowa y un año más en otra multinacional de semillas en la misma ciudad norteamericana.
Pero tenía ganas de volver a la Argentina. La oportunidad surgió a fines de 2008, cuando fue convocado por el Programa Raíces para cubrir un puesto vacante de investigador y docente en la Universidad Nacional de Rosario. Allí se instaló junto con otros dos investigadores y un equipo de becarios para estudiar el manejo y mejoramiento de cultivos de maíz y soja. "Lo bueno de estar en Rosario es que está todo por hacer, y lo malo es que hay poca infraestructura porque durante años no hubo grupos investigando en la Universidad. Cuando llegué no había ni oficina, pero ya estamos bastante acomodados", dice Lucas.
Siendo la Argentina un tradicional productor de alimentos, las carreras vinculadas con el campo y la producción agropecuaria han tenido siempre una buena salida laboral, y todo indica que la tendencia continuará afianzándose.
La era del diseño
Entre las disciplinas que más crecieron en la última década están las relacionadas con el diseño. La explosión de Internet y la reactivación de la industria nacional a partir de 2002 dieron lugar a una demanda cada vez mayor de diseñadores: gráficos, industriales, textiles, de indumentaria, Web y multimedia, entre otros.
María Laura Avalle (29) descubrió su pasión por diseñar en la computadora cuando estaba en el secundario. "Todavía no existía la carrera de diseñador Web y lo más parecido era diseño multimedial -cuenta-. Me anoté en la Nueva Escuela de Diseño y Comunicación, un terciario, muy a pesar de mi familia que quería que siguiera una carrera con título universitario."
Desde un primer momento, María Laura pudo trabajar de lo que estaba estudiando, y con eso pagar sus estudios. "Empecé a diseñar sitios Web para algunos comercios y profesionales. Mi primer cliente fue un laboratorio de cosméticos y armé su página a partir de un trabajo práctico", cuenta.
Las carreras de diseño están de moda, es cierto, pero su proyección es creciente.
Robots y videojuegos
De chico, a Federico Salas (27) le encantaban los robots, aunque los kits que hoy se ven en las jugueterías estaban lejos de su alcance. Siguió el secundario industrial y como era bueno en matemática se anotó en la carrera de Ingeniería Mecánica. Para su tesis de grado creó un prototipo de robot manipulador, y uno de los profesores lo contactó con una empresa de origen sueco especializada en robótica, donde comenzó a trabajar.
"La robótica vive un boom importante. La misma tecnología que se usa hoy en el país se está usando en plantas industriales de todo el mundo: las oportunidades de empleo son globales", asegura el ingeniero.
"Actualmente la robótica tiene muchísimas aplicaciones y hay desarrollos argentinos en agricultura de precisión, seguridad, medicina e industria", detalla Juan Santos, profesor de robótica e inteligencia computacional del ITBA. Si bien no hay en el país una carrera específica, existen orientaciones en robótica en las universidades nacionales de San Juan, Córdoba y Buenos Aires.
Otra carrera con promisorio futuro es la de desarrollador de videojuegos, actividad que hoy ocupa a unas mil personas en forma directa, en su mayoría jóvenes, en 60 empresas que facturan más de $60 millones al año, mayormente por ventas al exterior.
"Hacer un videojuego es lo más parecido a hacer una película, con presupuestos similares a los de las productoras de cine y un equipo multidisciplinario que incluye a artistas, programadores, músicos y diseñadores", destaca Sebastián Uribe, director del departamento de videojuegos del ITBA. "Es algo creativo y divertido, pero requiere muchas horas de trabajo y programación", advierte Alejandro Espínola, desarrollador de Three Melons, compañía argentina de videojuegos que trabaja con MTV, Lego y Disney.
Por María Gabriela Ensinck
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1 comentario:
Excelente artículo Daniel, felicitaciones! Te mando un abrazo.
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