Por Raquel Roberti
La cama, ese mueble al que vamos a descansar, en el que nos tiramos a leer, a mirar el techo y, a veces, a hacer el amor, es el lugar de la verdad: allí no sirven maquillajes ni poses y, como sostiene Serrat, “cada quien es cada cual”. Y cada quien tiene sus particularidades que, más allá de posibles fingimientos, se condicen con la personalidad: saludable, astuta, histriónica, paranoide, extravagante o temerosa. Cada una tiene una forma de vivir el sexo. El médico psiquiatra y sexólogo Walter Ghedin dice que no se puede hacer un retrato perfecto, pero que al observar cómo alguien actúa en público, se obtienen indicios importantes y necesarios para saber a quién llevamos a la cama.
“En general, los textos médicos tratan personalidad y sexualidad por separado, como si no tuvieran nada que ver una con otra. La clasificación norteamericana de los trastornos mentales y de personalidad explica cómo se comportan en el trabajo, con la pareja o en el hogar, pero nada de la cama. Por eso investigué qué pasa con determinadas personalidades en el cortejo amoroso y el sexo”, explica Ghedin, quien elaboró una clasificación en tres sistemas: abierto, semicerrado y cerrado.
El abierto comprende a las personalidades donde conviven rasgos opuestos (temor y audacia, por ejemplo) que le dan diversidad y la tornan saludable. En el semicerrado los rasgos se unen para formar un estilo, por ejemplo, temeroso, obstinado o expansivo. El cerrado comprende a las caracteropatías o trastornos de personalidad: patrón rígido de comportamiento que obedece a una forma de percibir, sentir, pensar y, sobre todo, de actuar en el mundo.
Empecemos por lo grave. El mejor ejemplo de una personalidad de sistema cerrado es la de tipo paranoide, explica Ghedin, cuya percepción del mundo de basa en la desconfianza y la suspicacia. Hay una frase, repetida hasta el cansancio por algunas figuras, que lo pone blanco sobre negro: “Es una campaña en mi contra”. Para no herir susceptibilidades, digamos que el personaje emblemático, en su peor cara, es Hitler. “También son desconfiados en la cama, muy conservadores en sus formas sexuales, convencidos de que si el estatuto, las reglas o la religión lo dicen, deben actuar de esa manera –reseña el psiquiatra–. No van a innovar, y si la pareja pretende hacerlo, la tratan mal o sospechan de que ‘alguien le está metiendo ideas de liberación en la cabeza’. Ven cualquier flexibilización de las reglas sociales, y sobre todo en la sexualidad, como una amenaza. No salen de la pose del misionero porque, además, están muy aliados con las pautas de género que indican los roles del hombre y la mujer.”
Y si Hitler resulta muy lejano y extremo, ahí está el coronel Frank Fitts, personaje de ficción protagonizado por Chris Cooper en Belleza americana, que refleja otra característica de essas personalidades , la homofobia, que suele surgir de deseos homosexuales reprimidos (en psicología, transformación reactiva: ante una pulsión sexual que el yo no puede admitir, la conciencia adopta la idea contraria). Y para no cargar las tintas en los hombres, el ejemplo femenino de una personalidad del sistema cerrado, en este caso de trastorno esquizoide, es la escritora Virginia Woolf. “Extremadamente aisladas, no vibran con el mundo, están desvinculadas de lo que el afuera les propone. En el caso de Woolf, pudo armarse un mundo creativo en reemplazo del real”, resume Ghedin.
En la franja intermedia, ni tan malo como lo anterior ni tan bueno como lo por venir, se ubican las personalidades de los sistemas semicerrados. Y qué mejor ejemplo que el gran Woody Allen, una mezcla de neurótico, sufrido y temeroso ante las mujeres. “No es una personalidad patológica –aclara el médico– sino un estilo; temeroso pero hipocondríaco, subestimando su capacidad amatoria ante las mujeres. En la cama se traduce en la necesidad de reafirmación, porque creen que no tienen atributos suficientes para conquistar. Están siempre comparándose con los demás, pero con personalidades exuberantes, extremas, por lo cual salen mal parados, el traje les sobra por todos lados. Suelen preguntar ‘cómo estuve’, ‘qué hice mal’ o bien, ‘qué te gusta’. Se preocupan por el otro porque de esa manera también se preocupan por su rendimiento, tratan de certificar que estuvieron bien. Una vez que adquieren confianza se desinhiben y pueden ser muy buenas en la cama, porque tienen mucho para dar. Y como se recluyen en la fantasía, donde son los héroes de cuerpos espectaculares, suelen ser más abiertos en las formas de hacer el amor. Pueden ser muy buenos amantes. Cuando logran desinhibirse son una de las mejores personalidades.”
La versión femenina de Woody bien podría ser Elfriede Jelinek, escritora alemana autora de Las amantes y La pianista –que Michael Haneke llevó al cine–, quien se excusó de ir a recibir el Premio Nobel de Literatura, en 2004, por su fobia social y el temor a exponerse al público.
Quizás el opuesto pueda encontrarse en los excéntricos del estilo de Federico Klemm y Marta Minujín, quienes suelen mostrarse desinhibidos, menos respetuosos de pautas o reglas sociales, al menos en algunas áreas. “Suelen ser más abiertos en su sexualidad pero como tienden a exhibirse y seducir, a veces se retraen en la cama porque tienen que salir de esa vidriera en la que estaban expuestos –señala Ghedin–. Algunos hacen todo un despliegue de seducción y se muestran muy abiertos, pero la actitud en la cama no se condice con el comportamiento excéntrico.”
Muy cerca en características están las personalidades expansivas o histriónicas. Las que todos señalamos como “histéricas” porque viven en actitud seductora y necesitan ser el centro de atención. También están en la vidriera, pero Ghedin sostiene que se diferencian de las excéntricas en que “muestran muy poco en la cama porque son dependientes, necesitan de la mirada del otro, están muy abiertos a complacerlo para recibir el halago, cuando para alcanzar placer debe tener registro de sí mismo, de su cuerpo y sus sensaciones. Para llamar la atención del otro seducen, usan recursos corporales sin necesidad de ondular las curvas. Apelan a un discurso lleno de imágenes, pero todo es inconsciente. El francés Récamier decía: ‘Las personalidades histriónicas no hacen un personaje, son el teatro mismo’. Un ejemplo podría ser Susana Giménez, atrapa el afecto del otro con la puerilidad, la ingenuidad, cierta torpeza que provoca risa y enternece”.
Y para completar el rubro, hay que mencionar a las personalidades narcisistas que, en el sistema semicerrado, se denominan vanidosas. Cada intervención de Ricardo Fort en la televisión o cuando Moria dice, gesticulando con la mano un “adiós”: “Me meto en mi auto importado, levanto el vidrio polarizado y la realidad...”, encuadran a la perfección. “Los vanidosos son centrados en sí mismos, exaltan las capacidades propias pero tienen empatía con el otro, lo consideran. Los narcisistas, en cambio, no tienen empatía. Son buenos amantes para encuentros efímeros, muestran todo lo que tienen, lo que pueden hacer y lo buenos que son, pero cuando deben tener en cuenta al otro y la relación debe basarse en reciprocidad, fallan si son narcisistas. El vanidoso, en cambio, puede escuchar aunque siempre con un tinte de supremacía”, detalla el psiquiatra.
Luego están los que se muestran seductores y agradables, pero porque tienen un objetivo. “Son personalidades astutas. Por ejemplo, Tinelli promueve peleas y se queda a un costado con cara de inocente. En la cama –se explaya Ghedin–, estas personalidades son más serpenteantes, manipuladoras, usan técnicas que mezclan seducción e inteligencia para atrapar al otro. Cobos es otro claro ejemplo de personalidad astuta. Logró que la gente valore la traición, que la considere una virtud.”
Y lo mejor para el final: las personalidades del sistema abierto que son, en palabras del médico, “las más saludables, llenas de ideas e inquietudes, no se apegan a reglas ni pautas rígidas, usan su libertad con placer, son solidarios. Personas que crecen, porque tienen la dinámica para incorporar o dejar de lado algunas cosas, no son posesivos ni dependientes”. Esos rasgos se traducen en la cama en que no se atienen a los preceptos de género, aprecian el juego previo, viven la relación como un encuentro con el otro y consigo mismo. No son de los que se cuestionan el sexo sin amor porque valoran el deseo sexual. ¿Ejemplos? Ghedin piensa un largo rato, se ve que no abundan las personalidades saludables. Finalmente señala a Diane Keaton y comenta que Gandhi es la mención clásica. Pero hay que reconocerlo: es difícil imaginarse a Gandhi en la cama.
La cama, ese mueble al que vamos a descansar, en el que nos tiramos a leer, a mirar el techo y, a veces, a hacer el amor, es el lugar de la verdad: allí no sirven maquillajes ni poses y, como sostiene Serrat, “cada quien es cada cual”. Y cada quien tiene sus particularidades que, más allá de posibles fingimientos, se condicen con la personalidad: saludable, astuta, histriónica, paranoide, extravagante o temerosa. Cada una tiene una forma de vivir el sexo. El médico psiquiatra y sexólogo Walter Ghedin dice que no se puede hacer un retrato perfecto, pero que al observar cómo alguien actúa en público, se obtienen indicios importantes y necesarios para saber a quién llevamos a la cama.
“En general, los textos médicos tratan personalidad y sexualidad por separado, como si no tuvieran nada que ver una con otra. La clasificación norteamericana de los trastornos mentales y de personalidad explica cómo se comportan en el trabajo, con la pareja o en el hogar, pero nada de la cama. Por eso investigué qué pasa con determinadas personalidades en el cortejo amoroso y el sexo”, explica Ghedin, quien elaboró una clasificación en tres sistemas: abierto, semicerrado y cerrado.
El abierto comprende a las personalidades donde conviven rasgos opuestos (temor y audacia, por ejemplo) que le dan diversidad y la tornan saludable. En el semicerrado los rasgos se unen para formar un estilo, por ejemplo, temeroso, obstinado o expansivo. El cerrado comprende a las caracteropatías o trastornos de personalidad: patrón rígido de comportamiento que obedece a una forma de percibir, sentir, pensar y, sobre todo, de actuar en el mundo.
Empecemos por lo grave. El mejor ejemplo de una personalidad de sistema cerrado es la de tipo paranoide, explica Ghedin, cuya percepción del mundo de basa en la desconfianza y la suspicacia. Hay una frase, repetida hasta el cansancio por algunas figuras, que lo pone blanco sobre negro: “Es una campaña en mi contra”. Para no herir susceptibilidades, digamos que el personaje emblemático, en su peor cara, es Hitler. “También son desconfiados en la cama, muy conservadores en sus formas sexuales, convencidos de que si el estatuto, las reglas o la religión lo dicen, deben actuar de esa manera –reseña el psiquiatra–. No van a innovar, y si la pareja pretende hacerlo, la tratan mal o sospechan de que ‘alguien le está metiendo ideas de liberación en la cabeza’. Ven cualquier flexibilización de las reglas sociales, y sobre todo en la sexualidad, como una amenaza. No salen de la pose del misionero porque, además, están muy aliados con las pautas de género que indican los roles del hombre y la mujer.”
Y si Hitler resulta muy lejano y extremo, ahí está el coronel Frank Fitts, personaje de ficción protagonizado por Chris Cooper en Belleza americana, que refleja otra característica de essas personalidades , la homofobia, que suele surgir de deseos homosexuales reprimidos (en psicología, transformación reactiva: ante una pulsión sexual que el yo no puede admitir, la conciencia adopta la idea contraria). Y para no cargar las tintas en los hombres, el ejemplo femenino de una personalidad del sistema cerrado, en este caso de trastorno esquizoide, es la escritora Virginia Woolf. “Extremadamente aisladas, no vibran con el mundo, están desvinculadas de lo que el afuera les propone. En el caso de Woolf, pudo armarse un mundo creativo en reemplazo del real”, resume Ghedin.
En la franja intermedia, ni tan malo como lo anterior ni tan bueno como lo por venir, se ubican las personalidades de los sistemas semicerrados. Y qué mejor ejemplo que el gran Woody Allen, una mezcla de neurótico, sufrido y temeroso ante las mujeres. “No es una personalidad patológica –aclara el médico– sino un estilo; temeroso pero hipocondríaco, subestimando su capacidad amatoria ante las mujeres. En la cama se traduce en la necesidad de reafirmación, porque creen que no tienen atributos suficientes para conquistar. Están siempre comparándose con los demás, pero con personalidades exuberantes, extremas, por lo cual salen mal parados, el traje les sobra por todos lados. Suelen preguntar ‘cómo estuve’, ‘qué hice mal’ o bien, ‘qué te gusta’. Se preocupan por el otro porque de esa manera también se preocupan por su rendimiento, tratan de certificar que estuvieron bien. Una vez que adquieren confianza se desinhiben y pueden ser muy buenas en la cama, porque tienen mucho para dar. Y como se recluyen en la fantasía, donde son los héroes de cuerpos espectaculares, suelen ser más abiertos en las formas de hacer el amor. Pueden ser muy buenos amantes. Cuando logran desinhibirse son una de las mejores personalidades.”
La versión femenina de Woody bien podría ser Elfriede Jelinek, escritora alemana autora de Las amantes y La pianista –que Michael Haneke llevó al cine–, quien se excusó de ir a recibir el Premio Nobel de Literatura, en 2004, por su fobia social y el temor a exponerse al público.
Quizás el opuesto pueda encontrarse en los excéntricos del estilo de Federico Klemm y Marta Minujín, quienes suelen mostrarse desinhibidos, menos respetuosos de pautas o reglas sociales, al menos en algunas áreas. “Suelen ser más abiertos en su sexualidad pero como tienden a exhibirse y seducir, a veces se retraen en la cama porque tienen que salir de esa vidriera en la que estaban expuestos –señala Ghedin–. Algunos hacen todo un despliegue de seducción y se muestran muy abiertos, pero la actitud en la cama no se condice con el comportamiento excéntrico.”
Muy cerca en características están las personalidades expansivas o histriónicas. Las que todos señalamos como “histéricas” porque viven en actitud seductora y necesitan ser el centro de atención. También están en la vidriera, pero Ghedin sostiene que se diferencian de las excéntricas en que “muestran muy poco en la cama porque son dependientes, necesitan de la mirada del otro, están muy abiertos a complacerlo para recibir el halago, cuando para alcanzar placer debe tener registro de sí mismo, de su cuerpo y sus sensaciones. Para llamar la atención del otro seducen, usan recursos corporales sin necesidad de ondular las curvas. Apelan a un discurso lleno de imágenes, pero todo es inconsciente. El francés Récamier decía: ‘Las personalidades histriónicas no hacen un personaje, son el teatro mismo’. Un ejemplo podría ser Susana Giménez, atrapa el afecto del otro con la puerilidad, la ingenuidad, cierta torpeza que provoca risa y enternece”.
Y para completar el rubro, hay que mencionar a las personalidades narcisistas que, en el sistema semicerrado, se denominan vanidosas. Cada intervención de Ricardo Fort en la televisión o cuando Moria dice, gesticulando con la mano un “adiós”: “Me meto en mi auto importado, levanto el vidrio polarizado y la realidad...”, encuadran a la perfección. “Los vanidosos son centrados en sí mismos, exaltan las capacidades propias pero tienen empatía con el otro, lo consideran. Los narcisistas, en cambio, no tienen empatía. Son buenos amantes para encuentros efímeros, muestran todo lo que tienen, lo que pueden hacer y lo buenos que son, pero cuando deben tener en cuenta al otro y la relación debe basarse en reciprocidad, fallan si son narcisistas. El vanidoso, en cambio, puede escuchar aunque siempre con un tinte de supremacía”, detalla el psiquiatra.
Luego están los que se muestran seductores y agradables, pero porque tienen un objetivo. “Son personalidades astutas. Por ejemplo, Tinelli promueve peleas y se queda a un costado con cara de inocente. En la cama –se explaya Ghedin–, estas personalidades son más serpenteantes, manipuladoras, usan técnicas que mezclan seducción e inteligencia para atrapar al otro. Cobos es otro claro ejemplo de personalidad astuta. Logró que la gente valore la traición, que la considere una virtud.”
Y lo mejor para el final: las personalidades del sistema abierto que son, en palabras del médico, “las más saludables, llenas de ideas e inquietudes, no se apegan a reglas ni pautas rígidas, usan su libertad con placer, son solidarios. Personas que crecen, porque tienen la dinámica para incorporar o dejar de lado algunas cosas, no son posesivos ni dependientes”. Esos rasgos se traducen en la cama en que no se atienen a los preceptos de género, aprecian el juego previo, viven la relación como un encuentro con el otro y consigo mismo. No son de los que se cuestionan el sexo sin amor porque valoran el deseo sexual. ¿Ejemplos? Ghedin piensa un largo rato, se ve que no abundan las personalidades saludables. Finalmente señala a Diane Keaton y comenta que Gandhi es la mención clásica. Pero hay que reconocerlo: es difícil imaginarse a Gandhi en la cama.
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