jueves, 4 de noviembre de 2010

Muestran cuáles son las bases neurales del prejuicio racial

Nora Bär Palestinos e israelíes, blancos y negros, indígenas y europeos, judíos y musulmanes, heterosexuales y homosexuales... La historia es absurdamente pródiga en conflictos surgidos por diferencias étnicas, religiosas, nacionales y hasta de orientación sexual. Y aunque a primera vista este rasgo humano parece inexplicable, científicos argentinos acaban de demostrar por primera vez que los sentimientos de pertenencia grupal son tan profundos que pueden afectar nuestra percepción subjetiva del otro de forma implícita e inconsciente.
En un trabajo que se publica en Frontiers in Human Neuroscience, Agustín Ibáñez, Ezequiel Gleichgerrcht y Facundo Manes, del Laboratorio de Psicología Experimental y Neurociencias de Ineco y la Universidad Favaloro, junto con colegas de las universidades Diego Portales y Católica de Chile, pudieron probar que al mismo tiempo que percibe una cara el cerebro registra además a qué etnia pertenece y le atribuye un contenido emocional positivo o negativo. ¡Y todo esto en menos de 170 milisegundos!
"Con esta investigación mostramos que el cerebro detecta automáticamente si un rostro integra o no el propio grupo de pertenencia y le asigna una valoración positiva o negativa mucho antes de que el sujeto responda", afirma Ibáñez, también investigador del Conicet. Según los científicos, éste es el primer trabajo que pone en evidencia las bases cerebrales de la pertenencia grupal y del prejuicio racial.
Para llegar a estas conclusiones los investigadores sometieron a 36 personas de entre 18 y 40 años a un experimento conocido como "test de asociación implícita" (IAT, según sus siglas en inglés).
"En Sudamérica, especialmente en Chile (y en menor grado en la Argentina), los mapuches son una minoría grupal que ha estado históricamente en conflicto con otros grupos mayoritarios desde la colonización española -dice Ibáñez-. Elegimos ambos grupos porque presentan patrones de pertenencia grupal y sesgos raciales con respecto a los otros, lo que nos ofrecía un modelo experimental para estudiar conductas de prejuicio."
Míos, tuyos y nuestros
Según explican, cuando vemos la cara de una persona que pertenece a nuestra etnia (endogrupo), rápidamente lo diferenciamos de alguien ajeno (exogrupo) gracias a que nuestro cerebro es experto en procesar rostros: las regiones llamadas giro fusiforme y surco temporal superior pueden detectar sus características específicas en menos de 170 milisegundos.
En el IAT los participantes tienen que apretar el botón izquierdo o derecho de un monitor para clasificar rostros y palabras.
"Lo usual es que los participantes tiendan a responder de forma más rápida y precisa a los bloques «compatibles» (por ejemplo, cuando responden a rostros de su propio grupo y palabras positivas apretando el botón de la derecha y a los de un grupo ajeno y palabras negativas, de la izquierda) -explica Ibáñez-. Por el contrario, responden más lentamente y con menos precisión en los bloques «incompatibles» (cuando tienen que responder a rostros exogrupales y palabras positivas de un lado, y a rostros endogrupales y palabras negativas del otro). Esto es lo que se conoce como prejuicio implícito."
La mitad de los participantes de este estudio era de origen indígena (mapuches) y los demás, no indígenas. De modo que los investigadores les mostraron diferentes caras y palabras y fueron tomando registros electrofisiológicos de la actividad eléctrica de sus cerebros.
"Hallamos que los bloques compatibles con el propio grupo (rostros endogrupales asociados con palabras positivas por un lado, y rostros exogrupales asociados con palabras negativas) produjeron menores tiempos de reacción -agrega-. Los opuestos o incompatibles requirieron mayores tiempos de reacción, lo que sugiere un sesgo de preferencia facilitado por el sentido de pertenencia grupal." Evolutivamente, estas respuestas automáticas pueden haber sido muy relevantes en la interacción social, especialmente en aquellas situaciones que implican peligro o amenaza, opina Ibáñez.
Para Gleichgerrcht, el trabajo también revela hasta qué punto existe una interfaz entre la cultura y la neurobiología.
"Uno podría suponer que, si crecemos y nos entrenamos en el reconocimiento de distintas etnias, como ocurre por ejemplo en sociedades muy cosmopolitas, ese efecto debería estar atenuado", sugiere.
Por otro lado, estos resultados muestran que el prejuicio emerge de procesos automáticos, y explica por qué estos fenómenos son tan resistentes al cambio y por qué a menudo ocurren de forma no controlada e irracional.
"Esto -concluye Manes- nos permite comprender un poco más acerca de las bases cerebrales de conductas sociales complejas y abre un nuevo diálogo entre disciplinas sociales como la sociología y la psicología social de las actitudes, por un lado, y las neurociencias cognitivas por otro. Al parecer, la cultura y la dinámica cerebral están menos distanciadas que nuestros departamentos universitarios de humanistas y científicos."
lanacion.com

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