Los acelerados avances de los medios relacionados con las comunicaciones y la información no sólo han transformado los modos de estudiar, trabajar o entretenerse de los adultos, sino que se han insertado en el mundo de la infancia, que se sirve de ellos como juguetes preferidos. Así ocurrió con la TV primero, con la computadora después y con el celular últimamente. Esos inventos, que fueron irrumpiendo en el hogar, no se pensaron originalmente para que jugaran los menores. Los fines de su creación y producción apuntaban al uso serio en manos adultas. Sin embargo, el poder que dispensaban con un manejo accesible hizo seductor su uso para la niñez y adolescencia con la anuencia de los padres, que promovieron su aprendizaje.
En ese proceso espontáneamente invasivo de los nuevos medios la fuerza de los hechos obró para que los menores, al emplearlos, ganaran en una experiencia que los hacía sentirse mayores y cada vez más audaces para ensayar todas las posibilidades que la computadora o el celular ofrecían, entre la comunicación y el entretenimiento.
El progreso de los chicos, dada su inagotable capacidad de aprendizaje, se empezó a tornar a menudo incontrolable. Padres, pediatras, psicólogos y pedagogos se inquietaron entonces y se empezaron a cuestionar si el empleo de los nuevos medios era beneficioso o perjudicial para el desarrollo intelectual, afectivo, social y aun físico de la criatura en crecimiento, que solía pasar varias horas frente a la PC. Pero también era cierto que en muchas familias pesaban hábitos heredados, como el uso de la TV como "niñera electrónica" para contener a los chicos, y eso empujaba a conductas semejantes con los otros medios, a veces como distracción oportuna o por su prohibición como modo de sancionarlos. En ese planteo la computación abrió un panorama distinto cuando se percibió que su desconocimiento originaba una nueva forma de analfabetismo, por lo que su aprendizaje se consideró indispensable. El celular llegó con otras propuestas, de mayor frecuencia y facilidad en la comunicación, que se reforzaron con otras razones, como la inseguridad de hoy y la necesidad de mantener contactos para protegerse. Eso no impidió que se sumaran preocupaciones por un uso lúdico que no medía las consecuencias.
Así las cosas, se justifica recordar algunos de los valores que se le han reconocido al juego infantil y adolescente, ya sea como medio que favorece el desarrollo de habilidades físicas o como actividad que contribuye a la interacción social y al aprendizaje de la conducta moral a través de los juegos reglados, en tanto que facilita la necesaria descarga de energía o bien es movilizador de procesos estéticos. Ahora bien, ¿provee el uso lúdico de los nuevos medios esos beneficios? Recordemos, una vez más, que las tecnologías no son ni buenas ni malas, son útiles o no, y es el uso que le da el hombre el que decide su conveniencia. Por lo tanto, la medida de su empleo por los menores reclama la compañía y el consejo de los mayores, tanto padres como docentes, que con prudencia e información adecuada podrán guiar a los chicos en el uso de instrumentos tan eficaces como necesarios.
lanacion.com
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