Cambiar la forma de pensar de un individuo acerca de otras personas es la manera más efectiva de reducir la soledad. Esto es lo que han descubierto expertos del Centro Médico de la Universidad de Chicago al analizar un elenco de estudios realizados sobre el tema de la soledad y su tratamiento, entre los años 1970 y 2009.
Según publica dicha Universidad en un comunicado, de esta forma podría no sólo aliviarse un estado anímico sino, también, asegurar que no se desarrollen ciertos problemas de salud vinculados a la soledad, como el insomnio o la demencia.
En los últimos años, diversas investigaciones han detectado el efecto nocivo de la soledad en la salud humana. Así, por ejemplo, el pasado mes de junio, salía a la luz un estudio que demostraba que la soledad fomenta malos hábitos, como un consumo mayor de medicamentos o un nivel más alto de estrés.
Factor de riesgo para la salud
Otras evidencias recopiladas hasta ahora señalan que la soledad puede ser considerada un factor de riesgo tan serio para la salud como otros factores, como la obesidad o el tabaquismo.
Los investigadores John Cacioppo y Christopher Masi, del departamento de psicología de la Universidad de Chicago, buscaron por esta razón la mejor estrategia para paliar la soledad y, con ello, la propensión a una salud deficiente.
Lo hicieron analizando estudios basados en intervenciones diseñadas para tratar de manera directa la soledad. Los psicólogos midieron los resultados de estos estudios, con el fin de elaborar una comparación acerca de la efectividad de cada uno de ellos con respecto al resto.
Según los investigadores, lo que ellos hicieron fue un meta-análisis comparativo para contar con información fiable sobre el tema.
Buscando las claves
Una de las conclusiones a las que llegaron los científicos es que la soledad se puede tratar, es decir, puede reducirse aplicando ciertas intervenciones.
Por eso, los científicos decidieron descomponer cada estudio en función de la estrategia de intervención seguida, para buscar claves sobre cómo elaborar una intervención realmente valiosa para la soledad.
En esta descomposición descubrieron que las estrategias dirigidas hacia lo que los autores llaman la “cognición social inadaptativa” daban resultados muy positivos en lo que al tratamiento de la soledad se refiere.
Según Masi, diversos estudios han demostrado que las personas solitarias mantienen suposiciones incorrectas sobre sí mismas y sobre la percepción que otras personas tienen de ellas.
Centrarse en estas suposiciones incorrectas para transformarlas sería la mejor manera de reducir la soledad.
Cambiar la manera de pensar
¿Pero cómo se cambian dichas suposiciones? Los investigadores afirman que se pueden modificar con ciertas herramientas, como la terapia cognitivo-conductual (centrada en los patrones de pensamientos que fomentan la inadaptación y en las creencias que subyacen a dichos patrones) o como los ejercicios diseñados para quebrantar modelos de pensamiento insanos.
Estas herramientas podrían ayudar a las personas solitarias a afrontar las situaciones sociales con una actitud más positiva, explican los psicólogos.
Ahora, Cacioppo y Masi esperan aplicar lo que han aprendido al diseño de nuevos métodos de evaluación y tratamiento de la soledad que podrían resultar útiles tanto para los psicólogos como para los médicos de atención primaria.
Asimismo, los científicos creen que podrían diseñarse diversas intervenciones según el nivel de soledad de cada individuo (de leve a severo). Cualquiera de ellas deberá enfocarse en la cognición social para ser efectiva, y para reducir consecuentemente el riesgo que para la salud entraña la soledad.
Según Cacioppo, estas intervenciones, para ser eficientes, no deberán facilitar la interacción entre individuos, con el fin de generar apoyo social, ni tampoco enseñar habilidades sociales sino, más bien, cambiar la manera que tienen las personas solitarias de percibir a otras personas, pensar sobre ellas e interactuar con ellas.
Los resultados de la presente investigación han sido publicados por la revista especializada Personality and Social Psychology Review.
Un mal contagioso
Cacioppo y sus colaboradores llevan años estudiando el tema de la soledad. En 2007, los investigadores publicaron en la revista GenomeBiology los resultados de un estudio en el que se reveló que la soledad puede afectar a la expresión de los genes en los glóbulos blancos de la sangre, responsables de la activación del sistema inmunológico.
Por otro lado, en 2009, Cacioppo dirigió otra investigación que constató que la soledad es como una enfermedad: produce malestar físico y, además, se contagia.
En este caso, los científicos recopilaron datos de más de 5.000 personas, recogidos durante un periodo de 60 años. A partir de estos datos, se elaboró un gráfico que reflejaba que los solitarios que se marginan acaban propiciando la marginación de sus allegados.
Por tanto, la soledad no sólo daña la salud de los individuos, sino que además puede dañar a la sociedad, afectando al tejido social de ésta.
Según publica dicha Universidad en un comunicado, de esta forma podría no sólo aliviarse un estado anímico sino, también, asegurar que no se desarrollen ciertos problemas de salud vinculados a la soledad, como el insomnio o la demencia.
En los últimos años, diversas investigaciones han detectado el efecto nocivo de la soledad en la salud humana. Así, por ejemplo, el pasado mes de junio, salía a la luz un estudio que demostraba que la soledad fomenta malos hábitos, como un consumo mayor de medicamentos o un nivel más alto de estrés.
Factor de riesgo para la salud
Otras evidencias recopiladas hasta ahora señalan que la soledad puede ser considerada un factor de riesgo tan serio para la salud como otros factores, como la obesidad o el tabaquismo.
Los investigadores John Cacioppo y Christopher Masi, del departamento de psicología de la Universidad de Chicago, buscaron por esta razón la mejor estrategia para paliar la soledad y, con ello, la propensión a una salud deficiente.
Lo hicieron analizando estudios basados en intervenciones diseñadas para tratar de manera directa la soledad. Los psicólogos midieron los resultados de estos estudios, con el fin de elaborar una comparación acerca de la efectividad de cada uno de ellos con respecto al resto.
Según los investigadores, lo que ellos hicieron fue un meta-análisis comparativo para contar con información fiable sobre el tema.
Buscando las claves
Una de las conclusiones a las que llegaron los científicos es que la soledad se puede tratar, es decir, puede reducirse aplicando ciertas intervenciones.
Por eso, los científicos decidieron descomponer cada estudio en función de la estrategia de intervención seguida, para buscar claves sobre cómo elaborar una intervención realmente valiosa para la soledad.
En esta descomposición descubrieron que las estrategias dirigidas hacia lo que los autores llaman la “cognición social inadaptativa” daban resultados muy positivos en lo que al tratamiento de la soledad se refiere.
Según Masi, diversos estudios han demostrado que las personas solitarias mantienen suposiciones incorrectas sobre sí mismas y sobre la percepción que otras personas tienen de ellas.
Centrarse en estas suposiciones incorrectas para transformarlas sería la mejor manera de reducir la soledad.
Cambiar la manera de pensar
¿Pero cómo se cambian dichas suposiciones? Los investigadores afirman que se pueden modificar con ciertas herramientas, como la terapia cognitivo-conductual (centrada en los patrones de pensamientos que fomentan la inadaptación y en las creencias que subyacen a dichos patrones) o como los ejercicios diseñados para quebrantar modelos de pensamiento insanos.
Estas herramientas podrían ayudar a las personas solitarias a afrontar las situaciones sociales con una actitud más positiva, explican los psicólogos.
Ahora, Cacioppo y Masi esperan aplicar lo que han aprendido al diseño de nuevos métodos de evaluación y tratamiento de la soledad que podrían resultar útiles tanto para los psicólogos como para los médicos de atención primaria.
Asimismo, los científicos creen que podrían diseñarse diversas intervenciones según el nivel de soledad de cada individuo (de leve a severo). Cualquiera de ellas deberá enfocarse en la cognición social para ser efectiva, y para reducir consecuentemente el riesgo que para la salud entraña la soledad.
Según Cacioppo, estas intervenciones, para ser eficientes, no deberán facilitar la interacción entre individuos, con el fin de generar apoyo social, ni tampoco enseñar habilidades sociales sino, más bien, cambiar la manera que tienen las personas solitarias de percibir a otras personas, pensar sobre ellas e interactuar con ellas.
Los resultados de la presente investigación han sido publicados por la revista especializada Personality and Social Psychology Review.
Un mal contagioso
Cacioppo y sus colaboradores llevan años estudiando el tema de la soledad. En 2007, los investigadores publicaron en la revista GenomeBiology los resultados de un estudio en el que se reveló que la soledad puede afectar a la expresión de los genes en los glóbulos blancos de la sangre, responsables de la activación del sistema inmunológico.
Por otro lado, en 2009, Cacioppo dirigió otra investigación que constató que la soledad es como una enfermedad: produce malestar físico y, además, se contagia.
En este caso, los científicos recopilaron datos de más de 5.000 personas, recogidos durante un periodo de 60 años. A partir de estos datos, se elaboró un gráfico que reflejaba que los solitarios que se marginan acaban propiciando la marginación de sus allegados.
Por tanto, la soledad no sólo daña la salud de los individuos, sino que además puede dañar a la sociedad, afectando al tejido social de ésta.
La soledad daña la salud humana
Un equipo de psicólogos de la Universidad de Arizona (UA) ha estudiado recientemente el fenómeno de la soledad y los efectos de ésta en la salud individual, con interesantes resultados.
En un comunicado emitido por la UA, los científicos señalan, por un lado, que la soledad es dañina para la salud porque potencia los hábitos nocivos de salud y el estrés.
Por otro lado, los científicos afirman que las redes sociales en Internet (como Facebook o Twitter) no sirven para paliar la soledad sino que, de hecho, pueden aumentar los sentimientos de asilamiento o separación, al propiciar las relaciones superficiales.
Según Stacey Passalacqua, una de las autoras de la investigación, se sabía que las redes sociales de Internet estaban relacionadas con una menor calidad de la salud de los individuos, pero hasta ahora no se había comprendido el mecanismo subyacente a dicha asociación. Este mecanismo podría estar relacionado con la soledad que estas redes provocan.
Passalacqua y Chris Segrin, que es el director de estas investigaciones y también del departamento de comunicación de la UA, analizaron las percepciones subjetivas sobre nivel de estrés y apoyo social de diversos individuos, lo que permitió comprender de qué manera la soledad y la salud se relacionan, y también vincular ambos factores a redes sociales como Facebook.
Para su análisis, los investigadores realizaron una encuesta a un total de 265 adultos de entre 19 y 85 años sobre el apoyo social con que contaban, su soledad, su nivel de estrés, sus hábitos de salud y su salud general.
Según publican los investigadores en un artículo aparecido en la revista Health Communication, los resultados obtenidos de este cuestionario demostraron que la soledad estaba mucho más relacionada con el número de relaciones estrechas con otras personas que con el número de contactos mantenidos en las redes sociales.
Malos hábitos
Frecuentar estas redes puede no resultar negativo para la salud, explican los científicos, siempre que el usuario mantenga relaciones más cercanas con otras personas sin que medie entre ellos la distancia.
Asimismo, el estudio demostró que los individuos más solitarios se cuidan menos, duermen peor y tienden más a consumir medicamentos. Además, son menos capaces de lidiar con los elementos estresantes de la vida cotidiana (es decir, se estresan más).
Todos estos hábitos establecen una relación entre la soledad y una salud pobre. Por ejemplo, explican los científicos, el estrés crónico es muy dañino para el organismo y tiene un efecto fisiológico constatado.
Por el contrario, las respuestas de los participantes demostraron que aquellas personas con un apoyo social mayor presentaban un estado de salud mejor.
La soledad es en parte subjetiva
Otro dato curioso arrojado por la encuesta fue el siguiente: la soledad sería, al menos en parte, una cuestión “subjetiva”, que depende de la percepción de cada individuo.
Según explica Segrin en el comunicado de la UA, se podría definir la soledad como la diferencia entre el nivel de contacto social que deseamos y el que realmente alcanzamos.
Por eso, resulta difícil establecer lo que es una persona “solitaria”, porque de hecho este perfil depende en gran parte de lo que cada individuo considera como “estar solo”. Así, no es de extrañar que personas que disfrutan de muchas relaciones sociales se sientan solas.
Sin embargo, sí existe un factor decisivo que determina la soledad real: la calidad de las relaciones personales, y no su cantidad.
La ausencia de familiares y amigos cercanos es, por eso, un hecho grave que puede afectar a la salud y que no puede ser contrarrestado por las relaciones que se establezcan a través de la Red ni por cualquier otro tipo de relaciones superficiales, advierten los investigadores.
Otros problemas de salud
Los resultados obtenidos en los trabajos de Segrin y Passalacqua explicarían porqué los individuos solitarios suelen presentar niveles de salud más bajos que las personas acompañadas.
Otras razones para este hecho han sido establecidas por investigaciones previas. Así, por ejemplo, un estudio realizado en 2007 por científicos norteamericanos reveló que la soledad crónica puede afectar a la expresión de los genes en los glóbulos de la sangre y, por tanto, condicionar la respuesta correcta del sistema inmunológico.
En otro estudio anterior, también realizado por investigadores estadounidenses, se había demostrado además que vivir en soledad aumenta el riesgo de padecer enfermedades coronarias tanto entre personas mayores como entre jóvenes, al igual que hace crecer el nivel de estrés y la tensión arterial.
Las mujeres solteras aún sufren el estigma social
A pesar de todos los cambios sufridos por las sociedades occidentales en las últimas décadas, en lo que a formas de organización social y familiar se refiere, las mujeres solteras siguen estando socialmente estigmatizadas, señalan los resultados de un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Missouri, en Estados Unidos.
Según el U.S. Census Bureau, en 2009, el 40% de los adultos estadounidenses eran solteros, pero al parecer este hecho que no ha reducido los prejuicios asociados a la situación civil de las mujeres solas, constata la presente investigación.
Dirigida por Larry Ganong, co-director de Human Development and Family Studies del College of Human Environmental Sciences de dicha universidad, la investigación señala, por ejemplo, que en los entornos sociales de las mujeres solteras se suele presionar a éstas tratando de encaminarlas hacia formas de vida más convencionales.
Demasiado visibles o sencillamente invisibles
En un comunicado emitido por la Universidad de Missouri, Ganong afirma que esta presión social es vivenciada por las mujeres de dos maneras: o bien las puede hacer sentir demasiado visibles o bien las puede hacer sentir invisibles.
En el primer caso, las mujeres se sienten demasiado expuestas y, en el segundo caso, sienten que otros asumen ciertas cuestiones acerca de ellas a priori, sin tenerlas en consideración.
Para el estudio, Ganong y su colaboradora, Elizabeth Sharp, de la Texas Tech University realizaron 32 entrevistas a mujeres de clase media, solteras, que pensaban que sobre ellas recaía la atención por su edad y su estado civil.
Estas mujeres se sentían muy visibles en ciertas situaciones, como cuando las mujeres recién casadas tiran sus ramos de espaldas después de la boda para ver quien lo coge (se cree que aquella mujer que coja el ramo se casará pronto).
Las participantes en el estudio señalaron que situaciones como ésta les solían acarrear intrusiones en su vida privada en forma de preguntas indiscretas.
Por el contrario, las solteras encuestadas afirmaron sentirse invisibles cuando otras personas asumían ciertas cosas sobre ellas, como que estaban ya casadas o tenían hijos.
Recordatorios sociales
Por último, las participantes en el estudio afirmaron sentirse incómodas cuando se veían obligadas a justificar su soltería ante los demás. Todas estas interacciones les hacían sentir que su vida real no era importante o resultaba desconocida, afirmaron las encuestadas.
Los resultados de las encuestas demostraron, por otra parte, que las mujeres solteras de hoy día deben afrontar diversas presiones.
Por un lado, en sus entornos se les hace tomar conciencia de que a medida que son mayores su realidad cambia: ya no tienen tantas posibilidades de escoger a un hombre, corren mayores riesgos de salud si pretenden quedarse embarazadas, etc.
Por otro lado, abundan los recordatorios acerca de su estilo de vida, diferente al de la mayoría de las mujeres, en especial en eventos sociales, como bodas o reuniones.
Asimismo, las mujeres solteras pueden desarrollar sentimientos de inseguridad e incluso sentirse desplazadas dentro de sus propias familias de origen, cuando padres y hermanos remarcan su soltería y hacen bromas o comentarios desagradables sobre su situación.
Todos estos sentimientos de invisibilidad y de visibilidad, sin embargo, varían en función de la edad, afirma Ganong. La preocupación por la soltería propia es mayor entre los 25 y los 35 años. Después, dicha preocupación va desapareciendo, y las mujeres de más de 35 años tienden a sentirse complacidas con su estado civil, y no expresan tanta insatisfacción como las mujeres más jóvenes.
Los investigadores afirman que entre los 25 y los 35 años las mujeres solteras sienten más el estigma, hecho que se debe a que estar soltera es más aceptable antes de los 25. Una vez pasada esa edad, las mujeres comienzan a sentirse analizadas por amigos, familiares y otras personas.
Ganong advierte, asimismo, que en esta estigmatización social juegan un papel importante los medios de comunicación. Señala como ejemplo la popular serie “Sexo en Nueva York”, cuyas protagonistas se pasan la vida buscando pareja, para terminar todas felizmente casadas.
Soltería femenina en España
Aunque el estudio está realizado en Estados Unidos, podría ser extrapolable a nuestro país, en el que los cambios sociales han sido similares en los últimos tiempos.
En España, según el Instituto de la Mujer, del Ministerio de Igualdad, el número de hogares unipersonales aumentó significativamente entre 2000 y 2007, tanto en varones como en mujeres.
Para las edades comprendidas entre los 25 y los 65 años, este tipo de hogares se incrementó, como media, un 80% en el caso de las mujeres, siendo superior el porcentaje de los hogares unipersonales en que la persona principal es una mujer (un 57,9%) que el porcentaje de hogares unipersonales formados por hombres.
La aparición de este nuevo patrón de forma de vida en España ha tenido ciertas consecuencias como, por ejemplo, que en la actualidad uno de cada diez niños sea adoptado por una mujer soltera, universitaria, de entre 35 y 45 años y con altos ingresos, señala dicho Instituto. Los cambios en las mentalidades costarán sin duda aún más tiempo.
La soledad produce frío
Cuando definimos a una persona como “fría” o decimos que nos hemos “quedado helados” ante una mala noticia, estamos utilizando metáforas que explicarían una forma de ser o una forma de sentirnos.
Ahora, dos psicólogos de la Rotman School of Management de la Universidad de Toronto, en Canadá, han demostrado que estas metáforas son más que herramientas del lenguaje, porque, realmente, existe una conexión entre la soledad, la desesperanza, la tristeza… y las sensaciones de frío. Según explica la Association for Psychological Science en un comunicado, el estudio realizado en la Universidad de Toronto relacionaría el frío con los sentimientos de aislamiento social.
Frío anímico y ambiental
Los psicólogos Chen-Bo Zhong, y Geoffrey Leonardelli, de dicha universidad, quisieron probar la idea de que la soledad puede generar un sentimiento físico de frialdad.
Para ello, dividieron a un grupo de voluntarios en dos subgrupos. A los componentes de uno de éstos se les pidió que recordaran una experiencia personal en la que se hubiesen sentido socialmente excluidos como, por ejemplo, la expulsión de un lugar público.
De esta forma, los científicos intentaron producir en ellos sentimientos de aislamiento y soledad. A los participantes del segundo grupo se les pidió que recordaran experiencias en las que se hubieran sentido aceptados.
Posteriormente los investigadores, poniendo como excusa que el equipo de mantenimiento del edificio quería saberlo, pidieron a todos los voluntarios que hicieran una estimación de la temperatura que, según ellos hacía en la sala en que se encontraban. Las valoraciones variaron mucho, entre los 12 y los 40ºC.
Pero lo más sorprendente, señalan Zhong y Leonardelli fue que aquellas personas que estuvieron pensando en experiencias de aislamiento social fueron las mismas que señalaron sentir más frío en la sala. Es decir, que los recuerdos de exclusión realmente les hizo sentir que la temperatura ambiente era más fría que al resto de los participantes en la prueba.
Tomarse algo caliente
Para Zhong, “esto podría explicar porqué la gente usa metáforas relacionadas con la temperatura para describir la inclusión o la exclusión sociales”.
En un segundo experimento realizado por estos mismos investigadores, los sentimientos de exclusión fueron provocados a los participantes en una segunda prueba a través de un juego de ordenador.
Este juego estaba diseñado para que a algunos de los jugadores se les tirase muchas veces una pelota en pantalla, mientras que otros quedaban fuera del juego, es decir, no se les tiraba la pelota.
Después de jugar, a los participantes se les pidió que expresaran lo que beberían o comerían en aquellos momentos. Los resultados fueron de nuevo sorprendentes. Los jugadores “no populares” -aquéllos que habían sido marginados dentro del juego de ordenador- tendieron mucho más que el resto de los jugadores a preferir una sopa o un café calientes.
Su preferencia por comidas y bebidas calientes podría deberse al sentimiento psicológico de frío provocado por el haber sido excluidos en el juego.
Desorden afectivo estacional
Estos resultados, señalan los científicos, abren una nueva vía de exploración de la interacción entre ambiente y psicología. De hecho, no sólo el sentirse aislado da frío, sino que también existen desórdenes mentales específicos que podrían vincularse al clima, como el desorden afectivo estacional (SAD.
Se cree que este trastorno – que suele aparecer al comienzo del otoño o del invierno y cuyos síntomas incluyen depresión, falta de energía, disminución del interés o aumento del apetito y, como consecuencia, también del peso- se produce por la escasez de luz solar de los meses fríos.
El presente estudio indicaría que, además, las bajas temperaturas también contribuirían a la aparición de sentimientos de tristeza y de aislamiento. Por último, la investigación sugiere que subir ligeramente el termostato en los lugares comunes sería un método sencillo para promover la interacción y la cooperación humanas.
Un estudio genético explica la deficiencia en la salud de las personas solitarias
Las personas solitarias tienen una mayor tendencia genética a desarrollar cierto tipo de enfermedades, según acaba de revelar un estudio realizado en Estados Unidos por la universidad de California en los Ángeles (UCLA y la universidad de Chicago.
Los resultados de dicho estudio han aparecido publicados en la revista especializada en genética Genome Biology, en la que los científicos explican hasta qué punto el funcionamiento de nuestros genes se ve condicionado por nuestra vida social.
A este respecto ya se habían realizado diversos estudios que relacionaban la salud humana con la epidemiología. Como ya explicamos en otro artículo de Tendencias21, por ejemplo, hace unos años científicos estadounidenses demostraron que vivir en soledad aumenta el riesgo de padecer enfermedades coronarias tanto entre personas mayores como entre jóvenes, al igual que hace crecer el nivel de estrés y la tensión arterial, publicó en 2002 la revista Psychosomatic Medicine Journal.
A pesar de estas evidencias, sin embargo, hasta ahora no se habían podido dilucidar los mecanismos funcionales del genoma que influían en esta tendencia a una salud deficiente derivada de la soledad crónica. El presente estudio, en cambio, ha analizado el transcriptoma de los glóbulos blancos o leucocitos de la sangre de un grupo de voluntarios que carecían de relaciones personales a todos los niveles (pareja, familia o amigos) en comparación con otros individuos más socializados. El transcriptoma hace referencia al material genético que es transcrito y traducido finalmente a proteínas, dando lugar a diferentes reacciones orgánicas.
Tristeza y salud
Con este análisis, los científicos intentaron determinar si existían alteraciones en la actividad de la transcripción genética que pudieran contribuir al aumento de problemas de salud en los individuos analizados.
Se realizó así un estudio genético con un dispositivo microscópico que identificó 209 genes que se expresaban de manera distinta en los leucocitos de 14 individuos con un nivel muy alto de aislamiento social, con respecto a otros voluntarios con una vida social más normalizada. Los primeros mostraron patrones de expresión genética que diferían marcadamente de los de aquéllos que no se sentían tan solos.
Los leucocitos fueron estudiados por ser el conjunto de células sanguíneas responsables de la respuesta inmune, encargados de intervenir en la defensa del organismo contra sustancias extrañas o agentes infecciosos.
Los resultados sugirieron que el sentimiento de aislamiento social está vinculado a alteraciones en la actividad del sistema inmunitario que provocan el aumento de señales inflamatorias en el cuerpo humano.
Por otro lado, han proporcionado un marco molecular para la comprensión de por qué el factor social está relacionado con el aumento del riesgo de enfermedades vinculadas a dichas señales inflamatorias, como las enfermedades cardiacas, las infecciones e incluso el cáncer.
Alta tasa de mortalidad
La tasa de mortalidad más alta de lo normal que sufren las personas que no tienen relaciones sociales quedaría así explicada por el impacto del aislamiento sobre la biología. Según declara el director del estudio, Steven Cole, de la Escuela de Medicina de la UCLA, en un comunicado de dicha universidad, lo que demuestra el análisis es que la situación de soledad extrema afecta a los procesos internos más básicos del ser humano: la actividad genética.
De los 14 individuos analizados, seis de ellos puntuaban un 15% en la llamada UCLA Loneliness Scale (escala de soledad de UCLA), una medida muy empleada para calcular el estado de aislamiento social de los individuos que fue desarrollada en la década de los 70. El resto de los individuos tenían una puntuación más baja en la misma escala.
De las 209 transcripciones genéticas halladas, las expresiones eran distintas en ambos grupos, con 78 sobrexpresiones y 131 expresiones más bajas de lo normal. Según Cole, el transcriptoma de los leucocitos aparecía por tanto modificado en los solitarios crónicos.
Posibles consecuencias
La sobreexpresión en los individuos solitarios supone efectos en la activación del sistema inmunológico y en la aparición de inflamaciones. La expresión más baja de lo normal, por el contrario, condiciona las respuestas antivirales y la producción de anticuerpos en el organismo.
Los análisis bioinformáticas realizados identificaron algunas de las señales biológicas que conforman estas diferencias en las expresiones genéticas entre un grupo y otro de individuos, como la actividad reducida de los glucocorticoides que producen respuestas anti-inflamatorias, lo que podría ayudar a contrarrestar médicamente los efectos adversos de la soledad para la salud.
Los datos obtenidos han supuesto el primer indicativo de que la actividad del genoma se altera en una situación de soledad. Según Cole, sin embargo, ésta no depende del número de personas que se conoce, sino de la calidad de las relaciones interpersonales, es decir, de la sensación de aislamiento que sufra el individuo.
La nostalgia ayuda a superar la soledad
Psicólogos de la Universidad de Southampton y de la Universidad china de Sun Yat-Sen han descubierto que la nostalgia puede ayudar a combatir los efectos de la soledad en personas con diferentes formas de vida, desde escolares hasta trabajadores o estudiantes de universidad.
En cuatro estudios realizados, los psicólogos comprobaron que la gente solitaria puede usar los recuerdos nostálgicos de tiempos más felices de su vida para gestionar sus propios sentimientos. El resultado de evocar dichos recuerdos nostálgicos es que con ellos se aumentan las percepciones de apoyo social y se recuperan los sentimientos de conexión con el entorno.
La soledad está relacionada con la percepción de la ausencia de redes de apoyo social, como amigos cercanos o familiares. Esta emoción se soluciona fácilmente buscando compañía en esas redes, pero para las personas solitarias no es tan sencillo, porque no saben formar nuevas redes o expandir las existentes por la pérdida de habilidades sociales o por miedo a dar el paso.
Según los investigadores, el estudio ha demostrado que la nostalgia es un recurso psicológico que protege y fomenta la salud mental. Fortalece los sentimientos de conexión social y pertenencia, y repara parcialmente las repercusiones dañinas de la soledad. Los científicos sugieren que la nostalgia sería por tanto un potente mecanismo de superación en situaciones de aislamiento social y personal.
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