jueves, 20 de mayo de 2010

La ideología mostraría la misma estructura que la esquizofrenia

En el siglo XX dos ideologías prendieron en la mente de millones de personas, causando asimismo millones de muertos: me refiero al nacionalsocialismo y al comunismo. Mi prolongada estancia en Alemania me ha llevado a intentar comprender cómo fue posible que intelectuales de gran categoría, como el filósofo Martin Heidegger y tantos otros, fuesen también víctimas de estas ideologías. Este es el motivo que me lleva a hablar hoy de este tema que, en mi opinión, todavía está sin una explicación satisfactoria.
Quisiera, antes de entrar en materia, delimitar un poco qué entiendo por ideología, recurriendo a las muchas definiciones que se han hecho por sociólogos, historiadores, psicólogos, e incluso psiquiatras.
El término “ideología” fue utilizado por vez primera en Francia por Pierre Cabanis y Antoine Louis Destutt de Tracy en el siglo XIX. Karl Marx y Friedrich Engels vuelven a utilizar este término cincuenta años más tarde en su obra La ideología alemana, publicada a mitad del siglo XIX. Ya en el siglo XX, el filósofo francés Louis Althusser se dedica a estudiar este tema publicando su obra más conocida en este campo y titulada: Ideología y aparatos ideológicos de Estado.
Mientras que para Marx la ideología es una “falsa consciencia de la realidad”, Althusser considera que las ideologías cumplen la función de ser “concepciones del mundo” (lo que en alemán se llama ‘Weltanschauung’ y en español ‘cosmovisión’).
En Italia es el político y filósofo Antonio Gramsci quien trata la ideología también de forma diferente a la de Marx. Para Gramsci la ideología es “el terreno de lucha incesante entre dos principios hegemónicos”. Y otro filósofo italiano, Ferrucio Rossi-Landi, escribe que hay dos usos del término ideología: un uso peyorativo de la ideología como “pensamiento falso” (deforme, engañoso) y un uso descriptivo de la ideología como “visión del mundo” y como “justificación o promoción de un sistema político”.
El filósofo alemán Christian Duncker sostiene que la ideología es un sistema que explícita o implícitamente reclama ser la verdad absoluta. Por eso existen muchos tipos de ideologías: políticas, religiosas, sociales, epistemológicas, éticas, etc.
Quisiera aclarar que por mi parte no estoy interesado en ningún discurso político o social, sino que mi interés se centra en el mecanismo mental que puede ser origen del pensamiento ideológico. Por eso no entro a considerar la ideología como sistema que puede consolidar un poder político determinado.
Entiendo, más bien, que si lográsemos aclarar esos mecanismos mentales, habremos dado un paso importante para explicar el origen de las ideologías y, con ello, avanzar en los intentos de evitar que vuelvan a reproducirse con sus nefastos efectos.
Si consideramos los nacionalismos como ideologías, y tenemos en cuenta que muchos movimientos terroristas poseen también una ideología, entonces el interés por comprender cómo esta forma de pensar prende en las mentes de los individuos se convierte casi en una necesidad.
Puntos imprescindibles
Recojamos, pues, para continuar con este análisis, algunos de los elementos en las definiciones que hemos visto se han hecho de las ideologías. Quisiera resaltar algunos puntos que considero imprescindibles.
El primero, de la definición de Antonio Gramsci de que la ideología es “el terreno de lucha incesante entre dos principios hegemónicos”. Desde luego, esto es aplicable al nacionalsocialismo, con su división tajante entre arios y judíos y otras razas ‘inferiores’; así como lo es para el comunismo con su antagonismo entre burgueses y proletarios.
En ambos casos, la característica común es un dualismo exacerbado, un planteamiento en antítesis o antinomias que llama la atención y que, desde luego, simplifica y falsifica la realidad. En ese sentido también puede hablarse de “falsa consciencia de la realidad”.
El segundo punto que quiero resaltar es la coincidencia en los criterios de Louis Althusser y Ferruccio Rossi-Landi de que las ideologías son ‘Weltanschauungen’, o sea, cosmovisiones, que se caracterizan fundamentalmente por tener un componente fuertemente dualista y, sobre todo, por ser visiones cerradas del mundo, es decir, sistemas de pensamiento que tienen explicación para todo. Precisamente por ser visiones cerradas del mundo son necesariamente falsas.
También hay autores que consideran a la ciencia como una ideología, denominándola ‘cientismo’. Ahora bien, según los puntos que hemos tratado, la ciencia está alejada de sostener una visión cerrada del mundo, antes bien sostiene lo contrario. Y, desde luego, nunca ha reclamado poseer ninguna verdad absoluta.
Cierto es que en el ámbito científico ha habido postulados que pueden ser considerados como ideologías, como por ejemplo el darwinismo social, aunque este no puede ser considerado parte de la ciencia.
Y también es cierto que la ciencia no se libra del pensamiento dualista que puede observarse en numerosas ocasiones a lo largo de su historia. Pensemos, por ejemplo, en las antinomias energía y materia, tiempo y espacio, partícula y onda, big bang y big crunch, etc., en física. O en biología las antítesis genética o medio ambiente, o evolución continua o discreta. O en política la división entre derechas e izquierdas, progresistas y conservadores.
Podríamos prolongar esta lista en todas las demás disciplinas, sean mitología, religión o filosofía, para concluir que el pensamiento dualista es ubicuo y que nos hace sospechar, como ya he expresado en otra ocasión, que podría ser una categoría más de nuestra mente, una especie de anteojos con los que observamos el mundo que nos rodea.
Términos antitéticos
Que nuestro lenguaje está lleno de términos antitéticos es un hecho. El filólogo alemán Karl Abel publicó en 1885 en Leipzig un libro titulado “Sprachwissenschaftliche Abhandlungen” (Tratados de lingüística), obra que fue citada por Sigmund Freud en su ensayo “El doble sentido antitético de las palabras primitivas”.
El capítulo octavo de esa obra de Karl Abel lo tituló: Sobre el sentido opuesto de las palabras originarias. En él habla del periodo en el que el ser humano empezó a formar sus conceptos, de los tiempos primitivos en los que se formó el lenguaje. Y las pruebas más antiguas del habla humana las encuentra en los jeroglíficos egipcios que se remontan hasta los 4.000 años a.C.
En este lenguaje egipcio encuentra un sinnúmero de palabras con dos significados antitéticos, como ‘oír’ y ‘estar sordo’, ‘separar’ y ‘unir’, ‘fuerte’ y ‘débil’, ‘mandar’ y ‘obedecer’, etc. siendo expresados estos conceptos contradictorios por un mismo sonido.
Para Abel, este hecho explica el devenir del concepto y el lenguaje en los tiempos primitivos. En el lenguaje posterior se emplearon dos sonidos distintos para los conceptos opuestos. Mientras más progresa un idioma, más desaparece también el sentido antitético de los sonidos. Y respecto a este hecho, nos dice que el nombre ‘luz’, por ejemplo, no tiene sentido sin su opuesto ‘oscuridad’ y viceversa.
Al final de su libro, Abel enumera toda una serie de palabras antitéticas, no sólo en el idioma egipcio antiguo, sino en el idioma indogermánico, origen de la mayoría de los lenguajes que utilizamos hoy en Europa y también en el idioma árabe.
Así, por ejemplo, en latín ‘altus’ tiene el significado de alto y bajo; en sánscrito ‘arat’ significa lejos y cerca; en alemán ‘Boden’ significa la parte más baja y la más alta de la casa; en latín ‘sacer’ significa sagrado y maldito; en griego ‘daimon’ se utiliza para ángeles y demonios; en inglés la palabra ‘without’ se podría traducir literalmente como ‘con-sin’, etc.
Ahora bien, ¿no es posible que este hecho nos esté indicando el nacimiento del pensamiento dualista cuando dividimos esas expresiones en dos con significado contrario? Según el criterio de Abel, la antítesis supone una de las primeras operaciones mentales del ser humano.
El origen del lenguaje y el pensamiento dualista
Sobre el origen del lenguaje existen muchas teorías. Pero una de las más plausibles nos dice que procede de la comunicación por gestos. Se ha comprobado asimismo que el lenguaje americano por signos utiliza las mismas regiones cerebrales que el lenguaje hablado, lo que habla a favor de esa hipótesis.
La expresión por signos estaba ligada presumiblemente al sistema emocional del cerebro, al sistema límbico. Y sabemos que en el funcionamiento del sistema límbico no existen las antinomias, es más, en los ensueños, por ejemplo, en los que el inconsciente está activo, los términos antitéticos no crean ningún problema y pueden darse conjuntamente.
Es, pues, de suponer que el pensamiento dualista, lógico-analítico, humano está ligado al funcionamiento de determinadas regiones de la corteza cerebral y que su surgimiento es relativamente tardío en el desarrollo de la mente de los homínidos.
¿Cuál sería la ventaja evolutiva de un pensamiento de estas características?
En primer lugar, sabemos que el cerebro no está interesado en términos absolutos, sino relativos. En la visión, la cantidad de luz no es interesante, sino los contrastes. Y en todo el sistema nervioso lo que se registra son comparaciones, basadas en un mecanismo que llamamos inhibición lateral, que es el que crea esos contrastes, mecanismo presente no sólo en todos los órganos de los sentidos, incluida la piel, sino también en todo el Sistema Nervioso Central.
No sería, pues, extraño que el pensamiento estuviese basado también en el mismo principio de contraste que se refleja en el pensamiento dualista. ¿Qué mayor contraste para un concepto que su antítesis?
En segundo lugar, la lógica está basada también en términos contrapuestos. Por tanto, es de suponer que las estructuras que sostienen nuestra capacidad lógico-analítica, con la que analizamos el mundo, son las mismas que albergan ese ‘operador binario’ que el ya fallecido psiquiatra de Pensilvania Eugene D’Aquili sostuvo es un operador importante para las experiencias religiosas, estéticas y, especialmente, para la formación de mitos.
Asociación de Ideas
Este área cerebral no sería otra que la que el padre de la neurología conductual en Estados Unidos, Norman Geschwind, denominó la región inferior del lóbulo parietal del hemisferio dominante. Una región que está situada en el giro supramarginal y que está considerada, junto con el giro angular, como el área de asociación de las áreas asociativas. Su lesión impide la formación de antónimos, así como el uso de grados comparativos de adjetivos, como ‘más alto’ y ‘más bajo’, ‘mejor que’ y ‘peor que’, etc.
Tendríamos, pues, una región cerebral responsable de la visión dualista del mundo y que nos serviría para analizar ese mundo por contraste, formando antónimos. Así pues, las ideologías tendrían un componente dualista muy fuerte, que resultaría de una exageración de esa forma de pensamiento.
Hace muchos siglos que la filosofía hindú, especialmente el Vedanta Advaita, hizo hincapié en la no-dualidad (que es lo que significa en sánscrito advaita), entendiendo que la visión del mundo que nos ofrece el sentido común es una ficción creada por los conceptos que la mente superpone a las percepciones.
Pero también en Occidente, el profesor de filosofía de la Universidad de California, John Searle, dice que aquello que se nos aparece como realidad es el resultado de las categorías, fundamentalmente lingüísticas que imponemos sobre el mundo.
Es un error, dice, creer que el lenguaje sólo se limita a asignar etiquetas que nos permiten identificar los objetos: somos nosotros los que dividimos el mundo y el lenguaje es nuestra principal herramienta para ello. Precisamente, el giro supramarginal que antes mencioné está implicado en funciones lingüísticas.
En otro lugar he referido que en las experiencias que llamamos místicas esa función cognoscitiva no está presente y las antinomias, como división entre el yo y el mundo, desaparecen, fusionándose el individuo con Dios, el Vacío, la Nada o la Naturaleza. Con otras palabras: la visión dualista no es la única de la que el cerebro es capaz. También lo es la visión no-dualista que ya era conocida hace muchos siglos por la filosofía hindú.
La falsa conciencia
El sociólogo y filósofo húngaro, afincado en Francia, Joseph Gabel, escribió en 1962 un libro titulado: La fausse consciente (La falsa consciencia), en el que relaciona la ideología con la falsa consciencia. En la falsa consciencia y en la ideología la situación histórica de las relaciones humanas se vive de forma a-histórica, natural, espacialmente dada: se trataría de una disociación esquizofrénica de la vivencia espacio-tiempo, de la cosificación del proceso temporal.
Esta disociación siempre es desvalorizante, porque la ambivalencia del devenir histórico se divide de forma maniquea y “el mal” se convierte en “otra cosa distinta”, se proyecta hacia fuera.
El psiquiatra suizo Eugen Bleuler definió la ambivalencia esquizofrénica como la incapacidad de integrar existencialmente la ambivalencia que existe realmente en cada contenido de valor concreto.
Para Gabel, la ideología sería una buena ilustración de desvalorización por cosificación o reificación y, por tanto, una verdadera esquizofrenia en el sentido del psiquiatra francés Eugène Minkowski, o sea, un racionalismo patológico, una congelación del mundo conceptual. La ideología mostraría la misma estructura que la esquizofrenia, es decir, la cosificación como denominador común.
En la ideología, como en la esquizofrenia, la historia no se vive sino que se sueña. No se desarrolla temporalmente, sino que se da de manera mágica y espacial. Es una forma de pensar encapsulada en sí misma, dogmática, extraña a la realidad, inaccesible a cualquier experiencia.
El aparato conceptual de las ideologías se formaría de forma egocéntrica, y el egocentrismo espacializa el tiempo, se convierte en un sistema supratemporal, algo que ocurre también en el egocentrismo del niño.
Egocentrismo colectivo
Por ello, la ideología podría ser un egocentrismo colectivo, un sociocentrismo o un etnocentrismo. Gabel dice que cualquier colectivo es egocéntrico y tiene la tendencia a espacializar la duración del tiempo, a cosificarlo. El tiempo histórico se paraliza, se detiene.
El pensamiento blanco-negro es característico de las formas colectivas e individuales del egocentrismo. La tendencia a la división entre buenos y malos se ha mostrado innumerables veces en las ideologías y en la esquizofrenia. Es lo que la psicoanalista austriaca Melanie Klein llamó la “posición paranoide temprana”.
En un sistema teocrático, por ejemplo, la humanidad se divide entre “ortodoxos” y “heterodoxos”, “justos” y “pecadores”, “creyentes” e “infieles”. El psiquiatra italiano Silvano Arieti describió el pensamiento superconcreto del esquizofrénico como un pensamiento que utiliza una lógica arcaica, una “paleológica”. Esta sería también la lógica de la ideología.
Si esto es cierto, entonces la ideología supondría una vuelta a un pensamiento más primitivo, más simple, con un componente fuertemente emocional, tal y como lo es en la esquizofrenia. La unión del pensamiento fuertemente maniqueo con ese componente emocional conduciría a la demonización del contrario, a explicar toda la historia simplificándola; en el caso, por ejemplo, de la ideología nazi, como una lucha entre razas, y en el caso del comunismo como una lucha entre clases. De la demonización del adversario a la tendencia violenta a su liquidación no hay más que un solo paso.
Así que un instrumento cognoscitivo que nos permite analizar el mundo, como es el pensamiento dualista, sin duda desarrollado en la evolución por alguna ventaja adaptativa, tiene también su parte negativa expresada paradigmáticamente en las ideologías con consecuencias desastrosas para la humanidad. El conocimiento de sus ventajas e inconvenientes deberá ponernos en guardia para evitar en el futuro esas consecuencias negativas.
Un ejemplo del pensamiento dualista de la ideología nazi es la siguiente frase del libro Mein Kampf(Mi lucha) de Adolf Hitler: La gran mayoría del pueblo es, por naturaleza y criterio, de índole tan femenina, que su modo de pensar y obrar se subordina más a la sensibilidad anímica que a la reflexión. Esa sensibilidad no es complicada, por el contrario es muy simple y rotunda. Para ella no existen muchas diferenciaciones, sino un extremo positivo y otro negativo: amor u odio, justicia o injusticia, verdad o mentira, pero jamás estados intermedios. En esta cita vemos que el propio Hitler piensa que la realidad es dual, proyectando su propio pensamiento dualista a la sociedad.
Una expresión típica de las ideologías es la comparación del adversario con una ‘manzana podrida’ que contamina a las sanas, o con un ‘cáncer’ que, como dice Hitler, ‘corroe las entrañas de la sana raza aria’.
La aversión de Hitler por la enfermedad llega a tal punto que tanto enfermos crónicos como personas genéticamente defectuosas debían ser erradicados del resto de la sociedad. Se muestra así el dualismo exacerbado del que antes hablábamos que divide a la sociedad en sanos, que son ellos, en la mente de los ideólogos, los puros, los ortodoxos, y por otra parte los enfermos, lisiados, minusválidos, impuros, heterodoxos, herejes, etc., de los que conviene librarse, enviarlos a campos de exterminio, quemarlos, gasearlos, como así fue en el periodo de la dictadura nacionalsocialista.
Tres elementos totalitarios
La politóloga alemana Hannah Arendt en su libro Los orígenes del totalitarismo dice que hay tres elementos específicamente totalitarios que son peculiares a todo pensamiento ideológico. El primero es la promesa de explicar todo el acontecer histórico, la explicación total del pasado, el conocimiento total del presente y la fiable predicción del futuro. Es lo que yo llamaba antes una cosmovisión acabada de la realidad.
En segundo lugar, un pensamiento que se emancipa de la realidad que percibimos y que insiste en una realidad “más verdadera”. En tercer lugar, el pensamiento ideológico comienza en una premisa axiomáticamente aceptada, deduciendo todo a partir de ahí.
Como he dicho al principio, una de las ideologías más nefastas del siglo XX ha sido la del comunismo, especialmente en su vertiente estalinista. El comunista yugoslavo Milovan Djilas, describió a Stalin como ‘el mayor criminal de la historia’, en el que se combinaba ‘la criminalidad sin sentido de un Calígula con el refinamiento de un Borgia y la brutalidad del zar Iván el Terrible’.
Sigue siendo un misterio, como dice el escritor británico Alan Wood, cómo fue posible que Stalin estuviese tanto tiempo en el poder, desde 1928 hasta 1953, aterrorizando a la población, recurriendo al asesinato en masa y al terror, y esclavizando a las naciones de la Europa del Este, siendo al mismo tiempo admirado, reverenciado e incluso amado por muchos y encontrándonos hoy aún con los que mantienen su afecto a su figura y nostalgia por esa época.
La aniquilación de la clase de los kulaks, agricultores y campesinos con tierras que contrataban a trabajadores del campo, su envío por millones en vagones de ferrocarril que se utilizaban para el ganado a las inmensidades heladas de Siberia a trabajar en campos de concentración, se anticipó al transporte nazi de judíos en el nacionalsocialismo.
La manifestación pública del así llamado ‘holocausto soviético’ fueron las purgas entre los años 1936 a 1938 contra miembros del Politburó del propio partido, quienes bajo tortura y amenazas a sus familias confesaron crímenes políticos jamás cometidos.
La red de campos de concentración inmortalizada por Alexander Solzhenitsyn en su obra El Archipiélago GULAG, es un equivalente de la red de cientos de campos de concentración nazi.
Llamar a Stalin o a Hitler paranoicos, psicópatas, con complejos de inferioridad y tendencias homicidas, no explica prácticamente nada de por qué gran parte de la población siguió durante mucho tiempo a estos personajes participando de la ideología que propagaban.
Tanto el nacionalsocialismo como el estalinismo se caracterizaron por un nacionalismo exacerbado, que, a fin de cuentas, es una forma de pensamiento dualista que distingue tajantemente entre nosotros y los demás.
Errores del pasado
Ahora que el nacionalismo de vía estrecha hace furor en algunas partes de Europa, deberíamos tener en cuenta estas consideraciones si no queremos volver a repetir los errores del pasado.
Si realmente las ideologías están basadas en una visión dualista del mundo y existe el peligro de que esta visión, por ser más simple, puede ser fácilmente adoptada por la inmensa mayoría de la población; y se le añadimos que una vez asentada esta visión está fuertemente cargada emocionalmente, corremos el peligro de volver a vivir cualquier otra ideología con sus nefastas consecuencias.
Por esta razón, cuando en los años 50 y 60 se proclamó el fin de las ideologías puede que los que lo hicieron no estuviesen muy acertados. El crítico literario británico Terry Eagleton, en la introducción de su libro Ideology, escrito en 1995, ya dice que en la última década hemos conocido un notable resurgimiento de movimientos ideológicos en todo el mundo, refiriéndose sobre todo al fundamentalismo islámico, sin olvidar el fanatismo estalinista de un Pol Pot en Camboya, el sistema teocrático en Irán o la limpieza étnica en la antigua Yugoslavia.
Por esta razón, aquellos que fomentan un pensamiento dualista extremo en las ideologías son, a mi juicio, unos irresponsables siendo extremadamente indulgentes.
No deberíamos olvidar la frase del filósofo español Jorge de Santayana: Quien olvida su historia está condenado a repetirla.
tendencias21.net

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