lunes, 11 de julio de 2011

"Sin 'burka' no quiero vivir"


Chadia tiene 15 años y unos preciosos ojos verdes que desde hace meses solo ven su madre y sus cuatro hermanos cuando conviven en la intimidad de su casa alquilada de 90 metros cuadrados en el barrio de Reina Regente en Melilla. La niña cubre su rostro con un burka negro y envuelve sus frágiles brazos en unos guantes azul oscuro que le llegan hasta el codo, unas prendas que antes no se habían visto en esta ciudad de 71.000 habitantes, de los que la mitad son musulmanes. Chadia ha abandonado sus clases en el instituto público de su barrio y perdido el curso de 3º de la ESO, pero asegura "ser feliz". "La mujer más feliz", afirma.
El secreto de Chadia, nombre supuesto para preservar su intimidad, duró varias semanas, las mismas que tardó el sistema escolar en alertar a la fiscalía de que una niña tranquila y aplicada llevaba días desaparecida de clase sin que sus padres dieran ninguna explicación. Nadie imaginó en el centro que una de sus alumnas vivía desde entonces encerrada en "la felicidad" de su burka, el mismo que visten la mayoría de las mujeres en Afganistán, a miles de kilómetros de distancia. Este es el primer caso de una niña española, nació en Melilla y es hija de padres españoles, que pretende asistir con burka al colegio, un centro con más de mil alumnos, en su gran mayoría musulmanes.
Mimón, de 42 años, la madre de la adolescente tapa su cabello con el hiyab (pañuelo islámico), viste una túnica color toffee y calza babuchas. Está separada de su marido y se ha hecho cargo de la educación y cuidado de sus cinco hijos. Ella fue la que explicó a la fiscal por qué su hija no asistía al colegio. Lo relata sentada en el salón de su casa, una estancia decorada con varios suras enmarcados del Corán: "Hace dos meses me llamaron y dieron cita con la fiscal y con Protección de Menores. Fuimos a verla y le dijo a la niña que tenía que ir al colegio y cumplir las normas. La niña le contestó que no quería ir al instituto, que no quería estudiar, que llevaba el burka y que no la iban a dejar entrar. Nos pidió que habláramos con el director y lo hicimos, pero este se negó a que acudiera con el burka. Le pidió que se lo quitara en la puerta del colegio. '¡Si sigue con esta actitud es mejor que no venga!', nos dijo".
Mohamed, cinco años, el pequeño de los hermanos, juega sentado en el suelo con un muñeco y observa a su madre en el mismo instante en que se abre una puerta interior y aparece Chadia cubierta con su burka. Anda muy despacio, empujando sus pies hacia delante como si fuera una novia que teme tropezar con su traje, se dirige hacia el periodista y le niega su mano. "Lo siento, pero no puedo tocarle". Se sienta tiesa y erguida junto a su madre y levanta el velo que tapa su cara y lo echa hacia atrás. Una diminuta rejilla del pañuelo negro que cubre su rostro descubre sus ojos.
-¿Por qué dejas que ahora se vean tus ojos?
-Es por respeto a usted que está en mi casa. En la calle nunca me lo permitiría.
Chadia interrumpe a su madre y asegura que quiere contar por qué viste el burka, por qué ha dejado el instituto en el que han estudiado sus hermanas mayores y ella misma desde pequeña, el centro público donde hasta hace unos meses saltaba a la cuerda en el patio con las que antes eran sus mejores amigas. La niña gira la cabeza, mira a los ojos de su interlocutor, los baja levemente e inicia su relato: "Fui con el burka hasta la puerta del colegio, me lo quité en la puerta y lo metí en la mochila. Se me veía la cara. Di mis clases y en el recreo hablé con las niñas. Todas me preguntaban: ¿por qué te pones el burka?, ¿te has echado un novio? Yo les di mis razones. Cuando me llamó el director me dijo: '¡No hables con ellas! Si vienes en ese plan mejor que no vuelvas!'. El director me cogió manía desde que le dejé las cosas claras. Le contesté a él y a la jefa de estudios que seguiría yendo. Volví varios días hasta que lo dejé. Iban a empezar las recuperaciones y no quería estudiar. No me importa perder el curso. Si no me dejan ir con burka no quiero estudiar, quiero hacer algo útil, no estudiar. Además, ahora ni con estudios encuentras trabajo". Mimón, la madre, observa a su hija y asiente con un leve gesto de cabeza.
Miguel Ángel López Díaz, director del instituto, ofrece una versión diferente. "Le comunicamos a la madre que la niña no podía acudir con burka. Le insistimos en que tenía que asistir a clase. Quiso negociar con nosotros: '¿Y si viene sin los guantes?'. Al final regresó al colegio sin el burka, pero con guantes. Le dijimos que se los quitara y lo hizo. En el recreo estuvo haciendo proselitismo con otras niñas y buscando apoyos. Cuando vino a hablar conmigo se lo quitaba y ponía. '¿Qué pasa si me lo pongo y me lo quito?', me decía. Le pedí que, por favor, no viniera tapada ni con guantes, que no enredara a otras niñas. Ya no ha vuelto a venir. Aquí, un 30% de las alumnas llevan el hiyab con toda naturalidad. Nunca hemos tenido problemas. Es una prenda más. Nunca habíamos tenido una niña con burka y no nos gustaría que esto se extienda. No es de aquí, es importado".
Una profesora del instituto, que pide que se omita su identidad, describe a Chadia como una niña normal que al principio del curso vestía vaqueros y no llevaba pañuelo. Y reconstruye el diálogo que mantuvo con varias compañeras de la niña cuando esta regresó después de varios meses de ausencia. "Me decían: 'Es tonta, se tapa y quiere que nos tapemos los demás. No le basta con castigarse ella sola. Lo que pasa es que se ha echado un novio barbudo. No nos deja decir barbudo porque dice que es pecado'. Ninguna de sus amigas se cree que se le ha ocurrido a ella sola vestirse con burka. Nosotros, los profesores, tampoco".
Chadia habla con cierta ironía cuando se le pregunta por los comentarios de sus amigas del colegio y siempre en pasado, aunque se separó de ellas hace pocas semanas. Y sonríe por primera vez ante la pregunta de si se ha echado un novio barbudo como aseguran algunas de sus compañeras de clase, uno de esos jóvenes salafistas que en los últimos años han aparecido como hongos por los barrios musulmanes de Melilla con sus pantalones por encima del tobillo para parecer más puros. "¡Que Dios me libre de los novios! Nadie me ha aleccionado. Alá es el único que me ha aleccionado, nadie más. Me he puesto a leer el Corán y lo he descubierto sola. Es una cuestión de fe. Alá quiere que lo interprete así. ¡Hasta yo me he quedado sorprendida de mi cambio! Por favor, escriba Alá con mayúsculas", ruega.
Mimón, su madre, asegura que la decisión de su hija fue una sorpresa para ella. "Mira lo que me he comprado', me dijo un día. Yo no tenía ni idea. No tiene novio. La gente cree que al ponerse el burka hay un hombre detrás. En este caso no es así. Se lo ha puesto por voluntad propia. Ha dicho que no se lo va a quitar, y no se lo va a quitar. Está feliz y decidida".
-¿Cómo te sientes totalmente tapada, cubierta bajo esa capa de velos tan oscuros? ¿Dónde dice el Corán que la mujer debe vestir así?
-Mire, me siento feliz y orgullosa de llevarlo. Me ha dado luz y ahora sé que estoy yendo por el camino recto. Si das un paso para creer en Alá, él te abre el corazón. Si crees en él y cultivas tu fe no tendrás dudas. En los suras [capítulos del Corán]de las mujeres, en la de la vaca, en la de la luz, en la de Mohamed se explica cómo debe ser la mujer. La única religión que existe es el islam, no hay otra".
Chadia no responde a la pregunta de si considera enemigos o infieles a los que no practican el islam. La niña afirma que no reza en ninguna mezquita, salvo alguna vez en la que frecuentan sus hermanos, en el barrio de La Cañada de Hidun, uno de los más deprimidos de la ciudad. Asegura que se compró el burka durante un viaje a Marruecos, donde también hizo "otras cosas", y sin que su madre conociera sus intenciones. No da detalles de si viajó sola o acompañada, ni de dónde sacó el dinero para adquirir su nueva vestimenta. "Rezo en mi cuarto cinco veces al día. Allí, entre mis libros, es donde me encuentro más cómoda, donde aprendo con mis lecturas y rezos, pero también salgo a la calle. No estoy encerrada ni aislada". Entre sus planes está hacer un curso de cocina, pero "donde haya solo mujeres". "Un hombre no me puede ver".
Chadia solo habla del Corán como su libro de cabecera, no ofrece detalles sobre otras lecturas, y describe así su futura relación con los hombres: "Aunque vista un burka y no deje que ningún hombre me vea, no renuncio a tener una familia e hijos. Mi marido tiene que ser musulmán, debe tener la misma fe que yo y aceptar sin ninguna duda lo que dice el Corán. Sin todo eso no podría aceptarlo como esposo". Su padre no parece ser su ejemplo. "Él y mi hermano Rashid me dicen que me quite el burka. No les gusta. A este pequeño, en cambio, le encanta y me pide que me lo ponga", añade señalando con la mirada a Mohamed que parece atento a la conversación y mira a su hermana con admiración. "Estoy decidida a seguir así toda la vida. Sin el burka no quiero vivir", apostilla.
Durante casi dos horas de conversación la figura paterna no está presente en el hogar de Chadia, un piso humilde sin ascensor, pero ordenado, limpio y luminoso, un bloque de pisos sociales construidos por la Empresa Municipal de la Vivienda, habitadas casi en su totalidad por familias musulmanas y un exlegionario retirado que pasa horas muertas en su terraza, en pantalón corto y pijama, fumando un cigarrillo tras otro y mirando al infinito. En el patio de la calle los niños juegan y charlan apoyados en la pared. El barrio en el que vive esta familia se sitúa cerca del centro de la ciudad y alejado de las zonas más deprimidas como La Cañada de Hidun, donde se han construido centenares de casas ilegales, pero no escapa a las tasas de paro y fracaso escolar, de las más altas de España. Muchos jóvenes de éste y otros barrios viven del trapicheo del hachís y su única salida es una plaza en el Ejército. Un caldo de cultivo para que florezca el salafismo propagado desde algunas mezquitas y escuelas coránicas.
"Estoy separada de mi marido desde hace 10 años. Nos abandonó con cinco hijos: tres niños y dos niñas. No esperamos nada de él. Nos arreglamos como podemos", apostilla la madre. Chadia calla y mira hacia el suelo. Rashid, el hermano mayor, irrumpe en la vivienda y observa al periodista con desconfianza. Viste pantalones vaqueros, camiseta de manga corta y deportivas. Certifica que no le gusta que su hermana pequeña se encierre en un burka. Es viernes al mediodía, la hora del rezo, y el joven que trabaja, conduce un pequeño turismo y ayuda a la familia, anuncia a su madre que va a subir a rezar a la mezquita de Los Pinares, en la parte alta de La Cañada, a unos quince minutos en coche desde su domicilio.
Chadia y su madre reconocen que es la única menor que usa el burka en Melilla, no conocen otro caso, pero aseguran que otras niñas quieren hacerlo. "La mayoría de mis amigas piensan como yo, pero no se atreven a dar el paso. Están discriminando a las mujeres musulmanas. Poco a poco esto irá cambiando, mientras haya vida hay esperanza. ¿Cómo van a hacerlo ahora si no te dejan ni estudiar, si te miran por la calle como si fueran un bicho raro, si pierdes todas las oportunidades de hacer algo? Pero ya verá como esto cambia. No tenemos prisa. Hay que ser paciente".
La estampa de Melilla está cambiando. Las palabras de Chadia no son una exageración. En los barrios periféricos más deprimidos y alejados del centro urbano el visitante se encuentra con algunas jóvenes que visten el niqab, la prenda que cubre todo el rostro de la mujer salvo una leve rejilla. Una vestimenta que antes no era visible, la antesala del burka, una prenda importada desde Arabia Saudí y ajena a las costumbres tradicionales de las mujeres musulmanas de esta ciudad que acostumbran a cubrir su cabello con el hiyab, aunque algunas no lo hacen.
"Soy Saida. ¡Por favor resérvame hora para mañana a las 11.00! Ya sabes". Abida [súbdita de Dios], de 24 años, la encargada de la peluquería Lamia, sabe que cuando recibe esta clase de llamadas telefónicas tiene que cerrar su pequeño y coqueto local para atender a una cliente especial. A una sola, a una de esas mujeres "perfectas" que leen la obra Tú puedes ser la mujer más feliz del mundo. A una de esas chicas a las que nadie, ni otra mujer, salvo esta peluquera menuda, puede ver ni adivinar su rostro o su cabello. "Cierro la puerta para ellas. No quieren que las vean otros clientes, aunque aquí atendemos a mujeres. Tengo que organizar las horas para que no aparezca nadie, para que no molesten. Me dicen: 'Mi marido no quiere que me vea nadie salvo tú'. Son muy coquetas y se arreglan mucho, pero solo para ellos. Ayer estuvo aquí una con burka. Se hizo un tratamiento completo, se alisó el pelo, se echó un tinte y se lo cortó. Todo en la más absoluta intimidad. Tiene unos 30 años y vive aquí en La Cañada. El niqab o el burka no les impide arreglarse. No significa que estén castigadas. Al menos, es lo que ellas me cuentan. Tenemos dos clientas solteras, una de 17 y otra de 20 años, el resto son siempre casadas y con niños. No estudian porque tienen las puertas cerradas en todos los lados. Les dicen que está prohibido usar el niqab".
La peluquería Lamia tiene dos cómodos sillones mecánicos para sus clientas, amplios cristales y un sofá con cojines de vivos colores en el que esperan su turno varias clientas. Unas cortinas correderas aíslan el despacho de Abida, la peluquera. Saida, melillense de 25 años, confiesa sin ningún pudor que dos de sus familiares usan el niqab. "Yo tengo a mi hermana Salwa, de 21 años, y a mi prima Fátima de 22. Mi hermana salía con un grupo de amigas, iban a clase de islam cada día porque querían saber más. Estaba obsesionada con saber. Conoció a un chico, se prometieron y se puso el niqab. Nosotros lo respetamos, pero mi madre no quería. Se llevó un disgusto. Al final hemos aceptado su decisión. Fue un golpe muy fuerte. Nos dijo que quería vestirse como la mujer del profeta".
Al igual que Abida, esta joven española asegura que su hermana y su prima son discriminadas por su vestimenta. "Salwa iba a hacer uno de los cursos de hostelería, albañilería y pintura en el centro de monjas de la caridad María Inmaculada y le dijeron que vestida de esa manera, no. Está prohibido. Mi hermana lleva a su niño al parque, se ha sacado el carné de conducir y tiene solo el bachillerato. No le importa lo que diga la gente. Al principio le molestaba mucho que la gente del barrio se preguntara: '¿Quién será? ¿Quién será?'. Ha aprendido árabe en muy poco tiempo y está todo el día pidiéndome que me ponga ropa larga".
Guarda [Rosa], una joven de 27 años que cubre su cabello con el hiyab, la interrumpe y se dirige al periodista. "Yo si me animo a lo mejor me pongo el niqab. Me siento más valorada si me cubro. Si vuelve por aquí en un par de meses a lo mejor me encuentra totalmente tapada. No conozco a nadie con burka, pero todas las chicas que se ponen el niqab son guapas, o morenas de ojos negros o rubias de ojos verdes y azules. Esto es igual que si viene tu hijo un día y te dice que es gay. Llevar el niqab no es obligatorio, el pañuelo sí".
-¿Has leído el libro Tú puedes ser la mujer más feliz del mundo?
-Sí, me parece maravilloso. Me ha ayudado y cambiado mucho. No hay sometimiento de la mujer al hombre. Solo amor.
La peluquera Abida asoma tras las cortinas y espeta: "Yo he estudiado árabe y no me gusta el burka. Es una exageración. No le veo justificación ni religiosa ni personal. Llevan una vida muy aburrida. Mi hermana no puede venir ni al campo ni a la playa con nosotras", reconoce Saida.
Las mujeres españolas que usan el niqab en Melilla no se bañan en sus playas. Cruzan la frontera, donde se tienen que identificar, y viajan en coche hasta un lugar secreto que muy pocos conocen, una pequeña playa en Marruecos que alquilan sus maridos para que nadie pueda verlas. "Van a una playa marroquí y se bañan solas durante la noche. La compran por horas sus esposos. No creo que la encuentre, es uno de sus secretos mejor guardados", dice Abida.
En la despedida, Mimón, la madre de Chadia, niega la mano al periodista y lanza una pregunta: "A las niñas cristianas las dejan ir con minifalda. ¿Por qué no se respeta a las musulmanas que van tapadas y recatadas? Cuando Chadia abre la puerta de su casa cubre su rostro con el burka y sus ojos desaparecen: "Vayan con Alá".

'Tú puedes ser la mujer más feliz del mundo'

En los tenderetes aledaños a la mezquita central de Melilla, la más grande y concurrida de la ciudad, a unos veinticinco minutos a pie desde la casa de Chadia, se puede comprar la obra Tú puedes ser la mujer más feliz del mundo, del doctor Aid al Qarni. Un libro de 197 páginas que cuesta 17 euros y que se ha convertido en una guía espiritual y de comportamiento para jóvenes melillenses como Chadia a las que se anima a obedecer a sus maridos, recluirse en sus hogares y a ser "perfectas". Sus páginas están trufadas de palabras como amor, felicidad, corazón, perdón y fe, pero el lector se encuentra con preguntas como esta: "¿Puede ser feliz la mujer que muestra su belleza a los perros salvajes y ostenta sus encantos a los lobos?". Y frases donde se inculca la obediencia y el sometimiento de la mujer: "La mujer ejemplar es amable con su esposo y no hace nada para atormentar la vida de ambos", "Ten cuidado de imitar a las mujeres inmorales. Un Hadiz dice: 'Allah maldice a los hombres que imitan a las mujeres y a las mujeres que imitan a los hombres'. Ten cuidado con imitar a los hombres, estar a solas con un hombre no familiar, viajar sin Mahram (familiar hombre), perder la modestia y el pudor, no vestirse correctamente... Permanece en tu hogar y no lo dejes excepto por razones serias y necesarias...". -

Fracaso escolar en Melilla: 42,4%

Ninguno de los institutos públicos de Melilla en los barrios de mayoría musulmana ha tenido casos de niñas que, como Chadia, deseen acudir a estudiar en burka. Pero sufren otros problemas, por ejemplo, una tasa de fracaso escolar del 42,4% en 2010, que triplicó la media europea (14%) y superó la española (30,8%). José Cárdenas, de 44 años, profesor del instituto Juan José Fernández, asegura que las niñas vienen vestidas como quieren. "El respeto al hiyab (pañuelo) es total. Si prohibiéramos el velo tendríamos que cerrar. Cuando escuchamos en televisión que hay un problema en algún colegio de la Península nos llama la atención. No tenemos símbolos, ni de unos ni de otros", dice orgulloso.
El asistente social Jaime López, de 44 años, puntualiza que hace un año una niña acudió al colegio con niqab, la prenda que tapa toda la cara menos los ojos. "Solo vino un día. Tenía 16 años y dejó de asistir a clase porque se casó. Pasó del pañuelo al niqab y al matrimonio. Los padres querían que siguiera estudiando, pero ella no. Faltaba mucho a clase y la familia era humilde".
José Antonio Ruiz, director del instituto Leopoldo Queipo, está atareado con las pruebas de selectividad. "Un 50% de nuestras alumnas llevan pañuelo, pero no hay ningún problema. No sé la religión de mis alumnas, ni me lo planteo. Es una opción personal. Nunca ha aparecido una niña con burka o niqab". Pedro Cortés, director del instituto Reina Victoria Eugenia, es más conciso: "Problemas cero. Ninguno". -
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