Por Matías Loewy
Diego mellino dice que usar la quiropraxia para tratar solamente el dolor es como tener una Ferrari y andar con la velocidad de un Fitito: un desperdicio de las potencialidades. Y elige otra analogía para explicarlo. “Si el cerebro es el CPU del cuerpo, cada vértebra es la llavecita que permite el pasaje de información a los órganos”, señala el director de La Clínica de la Columna, con sede en Madrid y filial porteña en Belgrano. La quiropraxia, una profesión o “medicina” complementaria que promete liberar las interferencias mediante manipulaciones o “ajustes” de vértebras desalineadas, sería el “dimer” que deja fluir los impulsos y “permite que el organismo funcione con su máximo potencial”, completa el quiropráctico del mismo centro Marcelo Barroso Griffiths. Una premisa que para los defensores de la terapia explicaría sus beneficios tanto en lumbalgias o migrañas como en trastornos visuales, problemas de tiroides, hipertensión o asma.
Aunque las bases científicas del enfoque son discutidas, la quiropraxia se expande en el mundo. En Estados Unidos, la consultora Research and Markets acaba de revelar que hay 50.000 terapeutas en 28.000 establecimientos o clínicas a lo largo del país. Y que la industria factura en conjunto US$ 9.000 millones. Mellino, que se graduó como doctor en la Life University de Atlanta (“la más reconocida en quiropraxia en el mundo”, se jacta), dice que hay especialistas que ofrecen servicios en más de 170 naciones y que existe una tendencia a regularizar la formación y competencias profesionales. En el país, según la Asociación Quiropráctica Argentina (AQA) y la Fundación Quiropráctica Argentina (FGA), hay unos 200 quiroprácticos que atienden a cerca de 3.000 pacientes por día. El 97 por ciento de los profesionales son kinesiólogos o médicos que hicieron un posgrado en Córdoba, aunque Mellino impulsa un instituto asociado a la Universidad Quiropráctica de Barcelona y la Life University que podría ofrecer títulos válidos tanto en EE. UU. como en Europa.
Mellino parece ser tan ambicioso y entusiasta como era el creador de la quiropraxia, Daniel David Palmer (1845-1913). Curandero autodidacta y “doctor” para sus seguidores, que lo idolatran como los psicoanalistas a Sigmund Freud, la leyenda señala que D. D. Palmer curó una sordera de 17 años manipulando la espalda del portero del edificio donde tenía su consultorio, en 1895. Fue como un big bang. Luego usó el mismo procedimiento para (supuestamente) curar los problemas cardíacos de otro paciente. Y llegó a la conclusión de que había descubierto la clave para tratar todas las dolencias. En sus propias palabras: “El 95 por ciento de todas las enfermedades están causadas por vértebras desplazadas”. Palmer escribió un manual, fundó una escuela y cimentó así un abordaje terapéutico que en EE. UU. está cubierto por el 87 por ciento de los planes de salud. Según se ufana la página web de la AQA, los requisitos para beneficiarse con la quiropraxia son dos: estar vivo y tener una columna vertebral.
El problema es que los desajustes vertebrales, o “subluxaciones”, como los bautizó Palmer, son asintomáticos y su propia existencia está puesta en tela de juicio por la ciencia. “Las subluxaciones vertebrales son un concepto histórico pero siguen siendo un modelo teórico”, admitió en mayo pasado un documento del General Chiropractic Council, que regula la actividad en el Reino Unido. Los rayos X y otras técnicas de imagen no sirven para detectarlas y los quiroprácticos basan su diagnóstico en palpaciones de dudosa reproducibilidad. Luego, los terapeutas “corrigen” las vértebras supuestamente subluxadas mediante la aplicación manual de fuerzas pequeñas sobre las zonas que estarían afectadas.
En cualquier caso, la principal fortaleza de la terapia quizás no sea su sustrato científico, sino la percepción de que funciona. Según los escépticos, el efecto podría atribuirse en parte a la evolución natural de las dolencias, que tienen períodos de intermitentes de alivio, y a la potencia del vínculo personal entre terapeuta y paciente, en tiempos de una medicina deshumanizada. Mellino, por ejemplo, dice que sus pacientes lo llaman “Diegui”. “El 99,9 por ciento viene por dolores”, cuenta, y añade que los beneficios (según el caso) pueden empezar a notarse al cabo de dos o tres sesiones de 5 a 10 minutos. Pero el doctor sueña con pacientes de todas las edades haciendo ajustes preventivos mensuales, alineando subluxaciones y “armonizándose” antes de presentar síntomas. Sueña y está convencido: “El potencial de crecimiento de la quiropraxia en la Argentina es enorme”, dice.
Diego mellino dice que usar la quiropraxia para tratar solamente el dolor es como tener una Ferrari y andar con la velocidad de un Fitito: un desperdicio de las potencialidades. Y elige otra analogía para explicarlo. “Si el cerebro es el CPU del cuerpo, cada vértebra es la llavecita que permite el pasaje de información a los órganos”, señala el director de La Clínica de la Columna, con sede en Madrid y filial porteña en Belgrano. La quiropraxia, una profesión o “medicina” complementaria que promete liberar las interferencias mediante manipulaciones o “ajustes” de vértebras desalineadas, sería el “dimer” que deja fluir los impulsos y “permite que el organismo funcione con su máximo potencial”, completa el quiropráctico del mismo centro Marcelo Barroso Griffiths. Una premisa que para los defensores de la terapia explicaría sus beneficios tanto en lumbalgias o migrañas como en trastornos visuales, problemas de tiroides, hipertensión o asma.
Aunque las bases científicas del enfoque son discutidas, la quiropraxia se expande en el mundo. En Estados Unidos, la consultora Research and Markets acaba de revelar que hay 50.000 terapeutas en 28.000 establecimientos o clínicas a lo largo del país. Y que la industria factura en conjunto US$ 9.000 millones. Mellino, que se graduó como doctor en la Life University de Atlanta (“la más reconocida en quiropraxia en el mundo”, se jacta), dice que hay especialistas que ofrecen servicios en más de 170 naciones y que existe una tendencia a regularizar la formación y competencias profesionales. En el país, según la Asociación Quiropráctica Argentina (AQA) y la Fundación Quiropráctica Argentina (FGA), hay unos 200 quiroprácticos que atienden a cerca de 3.000 pacientes por día. El 97 por ciento de los profesionales son kinesiólogos o médicos que hicieron un posgrado en Córdoba, aunque Mellino impulsa un instituto asociado a la Universidad Quiropráctica de Barcelona y la Life University que podría ofrecer títulos válidos tanto en EE. UU. como en Europa.
Mellino parece ser tan ambicioso y entusiasta como era el creador de la quiropraxia, Daniel David Palmer (1845-1913). Curandero autodidacta y “doctor” para sus seguidores, que lo idolatran como los psicoanalistas a Sigmund Freud, la leyenda señala que D. D. Palmer curó una sordera de 17 años manipulando la espalda del portero del edificio donde tenía su consultorio, en 1895. Fue como un big bang. Luego usó el mismo procedimiento para (supuestamente) curar los problemas cardíacos de otro paciente. Y llegó a la conclusión de que había descubierto la clave para tratar todas las dolencias. En sus propias palabras: “El 95 por ciento de todas las enfermedades están causadas por vértebras desplazadas”. Palmer escribió un manual, fundó una escuela y cimentó así un abordaje terapéutico que en EE. UU. está cubierto por el 87 por ciento de los planes de salud. Según se ufana la página web de la AQA, los requisitos para beneficiarse con la quiropraxia son dos: estar vivo y tener una columna vertebral.
El problema es que los desajustes vertebrales, o “subluxaciones”, como los bautizó Palmer, son asintomáticos y su propia existencia está puesta en tela de juicio por la ciencia. “Las subluxaciones vertebrales son un concepto histórico pero siguen siendo un modelo teórico”, admitió en mayo pasado un documento del General Chiropractic Council, que regula la actividad en el Reino Unido. Los rayos X y otras técnicas de imagen no sirven para detectarlas y los quiroprácticos basan su diagnóstico en palpaciones de dudosa reproducibilidad. Luego, los terapeutas “corrigen” las vértebras supuestamente subluxadas mediante la aplicación manual de fuerzas pequeñas sobre las zonas que estarían afectadas.
En cualquier caso, la principal fortaleza de la terapia quizás no sea su sustrato científico, sino la percepción de que funciona. Según los escépticos, el efecto podría atribuirse en parte a la evolución natural de las dolencias, que tienen períodos de intermitentes de alivio, y a la potencia del vínculo personal entre terapeuta y paciente, en tiempos de una medicina deshumanizada. Mellino, por ejemplo, dice que sus pacientes lo llaman “Diegui”. “El 99,9 por ciento viene por dolores”, cuenta, y añade que los beneficios (según el caso) pueden empezar a notarse al cabo de dos o tres sesiones de 5 a 10 minutos. Pero el doctor sueña con pacientes de todas las edades haciendo ajustes preventivos mensuales, alineando subluxaciones y “armonizándose” antes de presentar síntomas. Sueña y está convencido: “El potencial de crecimiento de la quiropraxia en la Argentina es enorme”, dice.
elargentino.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario