La fijación actual por el culo no es fenómeno reciente. Ni mucho menos. Hunde sus raíces en la historia de la humanidad, aunque quizá esa obsesión por la turgencia anatómica que une la espalda con las piernas estaba antes más tapada por el disimulo y el recato. Por si los guardianes de la moral de épocas pasadas, algo más rancias que la nuestra en cuestiones carnales, tomaban represalias contra los que la declarasen a los cuatro vientos.
Una buena guía para rastrear el devenir histórico de esta fijación es el ensayo Breve historia del culo(Principal de los libros), de Jean-Luc Hennig, profesor de la Universidad de El Cairo y colaborador del diario francés Liberation. En realidad lo que hace este autor es analizar las manifestaciones culturales que han tenido en el culo su máxima inspiración.
En pintura, por ejemplo, Hennig recuerda el cambio de perspectiva que experimentó el retrato de la figura femenina a finales del siglo XVII y el XVIII. La mujer empezó a parecer volteada en muchos lienzos, ofreciendo a la vista de los curiosos sus encantos de retaguardia. “La aparición del motivo de la mujer vista de espaldas en la pintura se debe probablemente al prestigio [adquirido en el periodo citado] del Hermafrodita, cuyo ejemplar más célebre, el de la Villa Borghese, había sido restaurado por Bernini”, advierte el ensayista galo.
Y es que, como dice Kenneth Clark en el libro, “si lo consideramos desde el único punto de vista de la forma y de la relación entre superficie plana y parte saliente, se podría pretender que el cuerpo femenino es más satisfactorio visto de espaldas que de frente”. Puede ser, aunque seguramente muchos piensen que la anatomía femenina tiene gracia y encanto se mire por donde se mire, por delante, por detrás, por abajo, por arriba, por el lado izquierdo, por el derecho...
La masculina, faltaría más, también lo tiene. Pero tuvo que transcurrir un tiempo para que el trasero de los hombres incursionara en el territorio artístico. “No representaba nada glorioso para la masculinidad o la virilidad. Lo que era glorioso era la espada por delante, el muslo en tensión y el brazo alzado. El mundo estaba repartido: los hombres tenían la espada, las mujeres la redondez”, comenta Hennig. Fue con Miguel Ángel cuando se dio “la verdadera apoteosis del culo masculino”. El culo del pintor italiano es, en su opinión, “vehemente, colosal, iracundo, estruendoso, desencadenado”. Y cita como ejemplos dos de sus obras: La batalla de Cascina y el Jucio final...
Por las páginas de este pertinente ensayo circulan reflexiones de autores como Bataille, Joyce, Proust, Sade y Rabelais, todas sobre esa parte del cuerpo “donde la espalda pierde su nombre con tanta gracia”, como decía, con su sarcasmo característico, George Brassens. Y es que el culo es mucho culo. Su capacidad de atracción y de sugerencia es prácticamente insuperable. A todos ellos les marcó mucho más de lo que se cree, aunque quizá el grado de obsesión más intenso lo padeció (o lo gozó, según se mire) Salvador Dalí, un artista que estableció una analogía entre el átomo y el culo de cuatro nalgas que ingenió. Él solía afirmar cosas tan significativas sobre las posaderas como: “Siempre digo que, a partir del culo, los mayores misterios del mundo se hacen comprensibles”. Y quizá no le falte razón.
elcultural.es
Una buena guía para rastrear el devenir histórico de esta fijación es el ensayo Breve historia del culo(Principal de los libros), de Jean-Luc Hennig, profesor de la Universidad de El Cairo y colaborador del diario francés Liberation. En realidad lo que hace este autor es analizar las manifestaciones culturales que han tenido en el culo su máxima inspiración.
En pintura, por ejemplo, Hennig recuerda el cambio de perspectiva que experimentó el retrato de la figura femenina a finales del siglo XVII y el XVIII. La mujer empezó a parecer volteada en muchos lienzos, ofreciendo a la vista de los curiosos sus encantos de retaguardia. “La aparición del motivo de la mujer vista de espaldas en la pintura se debe probablemente al prestigio [adquirido en el periodo citado] del Hermafrodita, cuyo ejemplar más célebre, el de la Villa Borghese, había sido restaurado por Bernini”, advierte el ensayista galo.
Y es que, como dice Kenneth Clark en el libro, “si lo consideramos desde el único punto de vista de la forma y de la relación entre superficie plana y parte saliente, se podría pretender que el cuerpo femenino es más satisfactorio visto de espaldas que de frente”. Puede ser, aunque seguramente muchos piensen que la anatomía femenina tiene gracia y encanto se mire por donde se mire, por delante, por detrás, por abajo, por arriba, por el lado izquierdo, por el derecho...
La masculina, faltaría más, también lo tiene. Pero tuvo que transcurrir un tiempo para que el trasero de los hombres incursionara en el territorio artístico. “No representaba nada glorioso para la masculinidad o la virilidad. Lo que era glorioso era la espada por delante, el muslo en tensión y el brazo alzado. El mundo estaba repartido: los hombres tenían la espada, las mujeres la redondez”, comenta Hennig. Fue con Miguel Ángel cuando se dio “la verdadera apoteosis del culo masculino”. El culo del pintor italiano es, en su opinión, “vehemente, colosal, iracundo, estruendoso, desencadenado”. Y cita como ejemplos dos de sus obras: La batalla de Cascina y el Jucio final...
Por las páginas de este pertinente ensayo circulan reflexiones de autores como Bataille, Joyce, Proust, Sade y Rabelais, todas sobre esa parte del cuerpo “donde la espalda pierde su nombre con tanta gracia”, como decía, con su sarcasmo característico, George Brassens. Y es que el culo es mucho culo. Su capacidad de atracción y de sugerencia es prácticamente insuperable. A todos ellos les marcó mucho más de lo que se cree, aunque quizá el grado de obsesión más intenso lo padeció (o lo gozó, según se mire) Salvador Dalí, un artista que estableció una analogía entre el átomo y el culo de cuatro nalgas que ingenió. Él solía afirmar cosas tan significativas sobre las posaderas como: “Siempre digo que, a partir del culo, los mayores misterios del mundo se hacen comprensibles”. Y quizá no le falte razón.
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