Las fotos de la época son elocuentes. Muestran a miles de personas que llegan, caminan o sólo descansan en los alrededores o en el interior de los cementerios porteños. Son imágenes de la primera mitad del siglo XX, cuando el Día de Todos los Muertos, el 2 de noviembre, movilizaba multitudes para honrar a sus familiares difuntos. El contraste es más grande por la diferencia de aquellas vistas con la situación actual, que ofrece pasillos desiertos de gente viva en Chacarita, y con visitantes con más curiosidad turística que intenciones conmemorativas en Recoleta.
“Los cementerios, sobre todo Chacarita, eran invadidos por interminables caravanas de personas que hacían colapsar los servicios de transporte”, dice Hernán Vizzari, investigador que se dedica al rescate del patrimonio funerario del cementerio de la Chacarita, y que ya tiene escrito un libro y el museo funerario virtual (www.museofunerario.com.ar). “Se armaban carpas en las que se vendía comida y hasta se dividían las columnas de la puerta principal para ordenar a quienes entraban y salían”, agrega Vizzari.
“En la actualidad bajó mucho la afluencia, especialmente en Chacarita, ya que en Recoleta nunca fue muy multitudinario. En Flores, donde hay una importante presencia de la comunidad boliviana, volvió a ir mucha gente”, cuenta Néstor Pan, a cargo de la Dirección General de Cementerios, y recuerda: “En Chacarita, hasta hace 30 años se superaban las 200 mil personas, se prohibía el ingreso de coches, pero eso ya no pasa ahora. Viene más gente que en cualquier otro día, pero nada que ver”.
Primero los tranvías, luego los colectivos y más tarde el subterráneo llegaban hasta Chacarita repletos de familias compuestas por todas las generaciones. Nadie, según consta en los registros de la época, osaba pasar la puerta de los cementerios sin por lo menos llevar una flor en su mano. Así, el 2 de noviembre también era el Día de las Flores .
La Policía Federal no sólo se ocupaba de ordenar semejante caudal de gente; también se enviaba a miembros de las divisiones de investigaciones, ya que el Día de los Muertos se había convertido en una buena oportunidad para atrapar a delincuentes prófugos que no podían evitar el rito de acercarse hasta el cementerio para tributar a sus parientes muertos.
“Era imposible no ir. Mi mamá nos vestía, a mis dos hermanas y a mí, con la mejor ropa y nos tomábamos el colectivo desde Ramos Mejía hasta Chacarita para pasar el día junto a la tumba de mi papá”, recuerda Ema Soria, de 68 años. “Ya no vamos el 2 de noviembre, pero sí en las fechas que son significativas, en algún cumpleaños o aniversario”, cuenta Ana María González, de 65.
La mitad de las bóvedas de Chacarita, que en otros tiempos lucieron en todo su esplendor, ahora están abandonadas. El cambio en las costumbres se refleja también en el aumento de las cremaciones. Además, y lejos de los tiempos de esplendor de los ritos funerarios, en Capital sólo quedan unas 40 cocherías.
En el siglo XX había fotógrafos que retrataban los servicios. ¿A alguien se le puede ocurrir contratar uno ahora? Es impensable en estos tiempos. Pero era usual hasta 1970, cuando por Buenos Aires circularon los últimos carros fúnebres tirados por caballos. El auge fue entre los 30 y los 40. Cada funeraria tenía un fotógrafo que tomaba diferentes momentos de la ceremonia del adiós y después les ofrecían las imágenes a los familiares. Se retrataba el féretro cerrado, el cortejo y a los distintos asistentes al velatorio sosteniendo el cajón. Y hasta se les enviaban las fotos a los parientes de Europa, como para acercarles un testimonio concreto de la muerte. Postales, como las de los cementerios llenos el 2 de noviembre, de una época pasada.
clarin.com
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