La historia de Camilo Blajaquis, quien pasó varios años tras las rejas y que hoy se dedica a escribir poesía para alertar sobre el mundo del delito y las drogas, lleva a reflexionar sobre los vaivenes que atraviesa un segmento de los jóvenes, muchas veces por necesidad y otras por desconocimiento.
En el imaginario social la idea de un rebelde sin causa que vive en una zona marginal y que transgrede los límites pisa fuerte. Y, aparenta, explicarlo todo.
Pero cuando la pregunta se traslada a especialistas en violencia y criminología el escenario se amplía y se barajan alternativas que intentan poner de alguna manera frenos a los prejuicios que se replican cada vez que se discute sobre el tema.
"Bajar la edad de imputabilidad o aumentar las cárceles no son medidas disuasivas para frenar el delito"
De esta reflexión participaron el psicoanalista Juan Pablo Mollo, autor del libro Psicoanálisis y criminología. Estudios sobre la delincuencia; el antropólogo e investigador independiente del Conicet, Alejandro Isla; y la psicoanalista especializada en niños y adolescentes y miembro de la APA, Ana Rozenbaum de Schvartzman.
En diálogo con LA NACION plantearon que para impulsar cambios eficaces es fundamental revertir el foco de la mirada. Esto implica abandonar los estigmas que suelen recaer sobre los jóvenes para después poder abordar la situación lejos de los reduccionismos.
Mollo, Isla y Rozenbaum coincidieron en señalar que la apuesta principal está en poder salir de la monocausalidad atribuida a la familia y entender que existen múltiples factores que pueden influir.
Desde sus enfoques, trazaron posibles soluciones para combatir a fondo el problema de la delincuencia y rechazaron de antemano medidas como bajar la edad de imputabilidad o aumentar las cárceles porque en lugar de disuadir terminan siendo "funcionales" al mundo del delito.
¿Es correcto hablar de la delincuencia en términos de enfermedad?
JPM: No existe la delincuencia como entidad. No es una enfermedad ni un déficit normativo. Se trata de una imaginario. Se entiende socialmente que un delincuente es únicamente un joven pobre, ladrón, violento y asesino. Sin embargo, ese retrato no debe asociarse a la criminalidad, ya que se da en todos los sectores sociales.
"Las razones que llevan a delinquir son múltiples y no son sólo los delincuentes los que delinquen"
AR: No se trata de un diagnóstico psicológico. Puede existir en un individuo normal, en un neurótico o en un psicótico. La falta de esperanza suele ser el rasgo típico de quien delinque, como también la alternancia en sus estados anímicos, que pueden oscilar entre la depresión y la euforia.
¿Cómo entender los casos de inseguridad protagonizados por los adolescentes y los jóvenes?
AR: Representa una conmoción que va creando un nuevo imaginario, un prejuicio que lleva a considerarlos "monstruos". Estos "niños", en vez de manipular juguetes o libros, empuñan armas verdaderas.
JPM: Las razones que llevan a una persona a delinquir son múltiples y no sólo los delincuentes son los que delinquen. Lo que sucede es que únicamente el joven marginal es visto como el delincuente y como sinónimo de inseguridad. Claro, el joven que roba la camioneta es el delincuente y el dueño del desarmadero clandestino es un señor.
¿Qué elementos pesan a la hora de transgredir el orden social?
AR: Vivimos en una sociedad y en una época en la que estructura de la familia ha sido profundamente conmovida y alterada, los lazos sociales se han desgarrado y parecen haber desaparecido los garantes morales y los límites entre realidad y fantasía. Pasar a la acción termina convirtiéndose en regla y modelo y los amigos, en cómplices, que admiran al más atrevido.
"Es necesario salir de la monocausalidad atribuida a la familia"
AI: Influye la falta de modelos. Se fue erosionando todo lo que rodea a la autoridad, asociada hoy a lo malo y antidemocrático. La familia perdió su lugar, pese a que su rol es fundamental. Los modelos ahora están encarnados por líderes informales, entre los que figuran el religioso, el puntero o el broker.
Y el entorno familiar, ¿en qué medida es determinante?
AR: No se pueden reducir la explicación sólo a factores intrapsíquicos o familiares ni tampoco realizar una reducción inversa atribuyendo la problemática a factores sociales. Mantener la necesaria diferenciación y articulación entre estos espacios puede permitir salir de la monocausalidad, así como no incrementar innecesariamente la culpa de los padres.
JPM: El delincuente entra en un proceso de socialización que no se produce por haber tenido un padre ausente o malas compañías, sino a través de una elección que muchas veces es motivada por la angustia que genera el desamparo afectivo (fueron abandonados, relegados, olvidados o perdidos de menores) más que el desabrigo económico y social.
Posibles medidas
¿Tiene solución el problema de la inseguridad? ¿Cuál sería el antibiótico principal?
AI: Sí, tiene solución en el sentido de que se puede atenuar el problema, no porque vaya a desaparecer. Los antibióticos pueden ser dos: consensuar y elaborar políticas de estado a largo plazo y fortalecer las instituciones en términos de una mejor imagen pública.
AR: Se hace necesario en estos casos abordar la problemática a través de un trabajo interdisciplinario y que comprometa a toda la sociedad. Ya que no se trata sólo de curar, sino especialmente de prevenir.
¿Bajar la edad de imputabilidad ayudaría a resolver esta situación?
AI: Como antropólogo, me parece que hay problemas de responsabilidad individual que habría que ver en cada caso. Bajar directamente la edad no va a lograr nada. Es un disparate. No hay que generalizar porque así se permite que determinados sectores utilicen a menores como armas. Es funcional al mundo del delito.
JPM: La criminalización de los pobres va más allá de la edad de imputabilidad. Sean menores o mayores la persona que vive en un barrio precario es considerado peligroso y por esto su destino es el sistema penal. En general, no se sabe que a los jóvenes que viven en la villa se los encierra porque son peligrosos y no por lo el delito. En efecto, no es una cuestión de leyes y jueces, sino un problema de política de criminalización y de cómo funcionan las distintas agencias del poder punitivo.
¿Qué papel juegan los institutos de menores o las cárceles en este contexto?
AI: No representan un remedio en la actualidad. Su estado es deplorable. En algún momento esa persona va a salir sin haber solucionado o cambiado su actitud original. Su condición se verá agravada con el tiempo.
JPM: La sociedad no sabe lo que hace cuando reclama justicia. Pedir castigos penales, incluida la pena de muerte, para intimidar y contener a los delincuentes potenciales carga el problema en las espaldas del aparato judicial. Creo que hay que plantear el fenómeno delictivo en relación al poder criminalizar.
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