Por Eduardo Chaktoura
¿Qué nos despiertan las emociones de los otros? ¿Cuánto estamos dispuestos a hacer para acompañarlos en el alivio de esa tensión o sufrimiento que los aqueja?
Tener compasión es lo más próximo a ser lo más humano y solidario posible con quien pueda merecerlo o necesitarlo. Es saber (o, al menos, intentar) ponerse en el lugar del otro para latir y sintonizar a un mismo ritmo.
En la auténtica compasión no hay, precisamente, alguien que da y alguien que recibe, no hay juicios de valoración, prejuicio ni corresponde guardar en la manga algún tipo de reclamo.
Tener compasión es comprometerse con respeto y entrega piadosa, pero eso no implica, necesariamente, un duelo de poderes o capacidades. Cuando decimos o escuchamos ten piedad de mí o de nosotros, no es que nos estemos condenando a vivir en un rol de entrega o sumisión. No es del todo inteligente asociar la compasión con la pena o la carencia. Tampoco lo es creer que con ella alimentamos el ego y la ambición de quienes han creído tener o sentirse dueños de lo que los otros necesitan.
Si la pensásemos desde la perspectiva de generar empatía y ponernos en acción con y para un otro, podríamos empezar a darle a la compasión una connotación mucho más saludable que la aprendida o acostumbrada.
No sólo hay que saber o animarse a compartir y sostener los pesares, también hay que aprender a acompañar en la felicidad extrema. Tampoco es fácil ponerse en el lugar del otro cuando lo embargan las lágrimas por cualquiera de las tantas emociones de esta vida que nos definen como humanos.
Pensando en la música (que tanto enseña desde la armonía y los silencios) podemos considerar que tener compasión es saber ponerse en el rol del pianista o el coro que acompaña al cantante al que hoy le puede tocar interpretar un tango, un bolero, un rock o una cumbia.
Hay ejercicios simples para ponerse a tono. Empecemos a vocalizar con algún buenos días, permiso, perdón, gracias.
El autor es psicólogo y periodista
lanacion.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario