viernes, 7 de enero de 2011

"Cero vino y muchas mujeres", la receta de Gregorio para llegar a los 108 años

Fanático del chamamé, al punto que lo baila solo cuando un acordeón y el rasguido de una guitarra empiezan a sonar en la radio. Devoto del bife, el mate y los tallarines. Asistente puntual al rito de dormir la siesta. Con todo eso Gregorio Mosqueda llegó a los 108 años, pero cuando habla de su longevidad lo que destaca es otra cosa: su pasión por las mujeres y su rechazo a las bebidas alcohólicas. “Cero vino y muchas compañeras”, la síntesis de su receta.
“Siempre me gustaron mucho las guaynas (mujeres)”, dice este correntino que tuvo su cumpleaños récord en Resistencia, capital del Chaco. Con orgullo, demuestra haber llevado un escrupuloso inventario de amores. “Tuve 57 novias”, dice, con la precisión de un contador que cierra un balance.
Gregorio tuvo cuatro matrimonios (todos culminados por viudez) y 22 hijos que están repartidos por todo el país. Además, sus descendientes calculan que ya tiene unos 60 nietos. La cifra no es precisa porque muchos de sus hijos siguieron su vida lejos de la familia y no son de acercar noticias. Gregorio también está rodeado de bisnietos.
Lo que asombra a su edad es la lucidez y el humor. Quienes lo acompañan en su casa de Villa Gonzalito, un barrio del sur de Resistencia, rescatan sobre todo su actitud. “Nunca tiene un día malo, siempre está de buen ánimo”, dicen.
Nació el 4 de enero de 1903 en Saladas, localidad del interior correntino. Sus padres también habían tenido una familia numerosa que llegó al Chaco cuando él tenía 11 años. Trabajó desde pequeño y casi sin cesar (fue trabajador rural y peón en la construcción) hasta que fueron sus propios hijos los que le dijeron basta, que había llegado el tiempo de descansar.
Para entonces ya rondaba los 80.
Hoy su salida preferida es ir al Patio Chamamecero, club local en el que la música del litoral es casi una religión. Le encanta bailar. “Si en la radio ponen algún chamamé, él no se aguanta y se pone a bailar solo”, cuenta una de sus hijas.
“Me gusta también la diversión, bailar, comer bien”, admite él. Los años lo fueron acomodando en una rutina de hierro que disfruta plácidamente. Se levanta a las 5.30 y empieza a rastrear los primeros chamamés en el dial. Después se prende al mate amargo y acepta sin entusiasmo un yogur.
Su almuerzo y cena favoritos son el bife de chorizo, el asado, las pastas y los huevos fritos. Su salud de hierro no le pone mayores restricciones, y él lo aprovecha. Como corresponde a un litoraleño de ley, la siesta es irrenunciable.
Sin que nadie le pregunte, Gregorio comienza a hablar de lo que importa: el amor y esas cosas . “En mi vida tuve 57 mujeres. La verdad que siempre fui medio picaflor, y por eso me casé grande. Eso sí, nunca me interesó tomar. A mí de bebidas no me hablen. Creo que son las cosas que me ayudaron a llegar a esta edad”, dice.
Sus hijas se ríen al escucharlo. Incluso, dudan de su presente sentimental. “Nos parece que tiene una novia por ahí”, comentan. Gregorio menea la cabeza como desmintiendo. “Estoy bastante retirado del asunto”, responde él, con un modo de decirlo que deja más dudas que certezas.
Igual, él aclara que si en materia de amores colgó los botines no es por falta de ganas, sino por lo complicado que se puso el mercado de las almas. Se queja: “Las mujeres de hoy día generalmente buscan al hombre por la plata, y así no es lo mismo”.
clarin.com

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