Por Alejandra FolgaraitCuando Malena —estudiante de letras y atea confesa— se ubicó frente a la televisión hogareña y se calzó por cábala un estrafalario gorro albiceleste para alentar a la Selección de fútbol, su madre no podía creer lo que veía. “Nadie está libre de supersticiones”, reflexiona ahora esta psicóloga porteña, revisando los escritos centenarios de Sigmund Freud sobre el origen neurótico de la religiosidad. A veces, la fe se demuestra andando a Luján. Otras, la credulidad se manifiesta en la borra del café. Lo cierto es que, bajo la forma tradicional de la religión o bajo las mil nuevas caras de la espiritualidad, las creencias forman parte de la vida cotidiana de la especie más racional del Universo.
En pleno siglo XXI, la credulidad no ceja. Envuelto en ropajes científicos —con palabras y frases como “energía”, “leyes de atracción”, “vibraciones cuánticas” y “partículas de luz”—, el pensamiento mágico florece en todas partes, y no discrimina entre ricos y pobres.
Desde las disciplinas orientales (reiki, tarot, feng shui, meditación) hasta las terapias new age (eneagramas, aromaterapia, regresiones a vidas pasadas), pasando por la numerología y horóscopos varios, los caminos de las creencias light se multiplican cada vez más en la Argentina.
El humorista Diego Capusotto captó algo del fenómeno con su personaje “Jesús de Laferrere”. Esta deidad del Conurbano bonaerense es adorada por su capacidad para multiplicar los panchos, por haberle hecho crecer el flequillo a un rolinga y por predicar la paz entre los hombres con el solo fin de conseguir un peso para la birra. Es lo que hay, diría un cínico. Es lo que hubo siempre, acotaría un historiador de las religiones. El mejor ejemplo del boom de la nueva espiritualidad es el libro “El secreto”. Con 16 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo, la obra, escrita por la productora televisiva australiana Rhonda Byrne, se basa en el descubrimiento de una presunta “ley universal de atracción” entre los semejantes, que gobernaría la vida y el Universo.
La ley fundamental de Byrne —el secreto mejor guardado durante milenios, según insiste la periodista— es que hay que pensar en lo bueno para atraer lo bueno, ya que todo lo que le sucede a alguien es porque lo ha atraído con su mente.
En pocas palabras, la ley de la atracción impone al Universo el imperio del deseo. Y vale tanto para obtener casas y autos como para el dinero y el amor. Hasta el inefable millonario Ricardo Fort aplica estas máximas en la vida. “Soy totalmente ateo”, confesó la celebridad. “Pero creo en la ley de la atracción. Lo que quieras que te pase en la vida tenés que visualizarlo como si ya lo tuvieras. Ese pensamiento tuyo conspira con el Universo para que eso pase. Es mágico y verdadero”, sentenció Fort antes de subirse al Rolls-Royce que adquirió, probablemente, deseándolo muy positivamente.
Aunque parezca complicado imaginar al Universo alineado con el deseo de cada uno de los millones de seres que lo habitan, el “secreto” se divulga sin parar de boca en boca. Famosos locales, como Graciela Borges y Teté Coustarot, y celebridades mundiales, como Oprah Winfrey y Nicole Kidman, se regodean con lo oculto y no dudan en “activar” su pensamiento positivo e impedir que los pensamientos y sentimientos negativos entren a la esfera de su conciencia.
Aunque Byrne dice que ella descubrió que el secreto es pedir y tener fe para recibir, hay que reconocer que esta receta tiene miles de años en el haber judeocristiano. Es cierto que en las religiones tradicionales no está bien visto pedirle a Dios cuestiones tan livianas como bajar de peso, conseguir un ascenso en el trabajo o no llegar tarde al cine. Pero los nuevos creyentes no le hacen asco al materialismo. “La religión no es una cosa del pasado. Los procesos de la modernidad capitalista también producen religiosos”, explica Fortunato Mallimaci, investigador del CONICET y profesor de Sociedad y Religión en la UBA. “Antes se pensaba que los crédulos eran los más pobres. Hoy se ve sectores de clase alta, de universitarios, incluso mayoritariamente cristianos, que creen en cuestiones esotéricas y místicas como la buena onda y el espíritu. Esto tiene que ver con la incertidumbre de la vida moderna, el miedo a perder el trabajo, la falta de garantías”, apunta Mallimaci.
Una encuesta nacional sobre creencias religiosas realizada en el año 2008 por Mallimaci y otros investigadores del CONICET reveló que el 91 por ciento de los argentinos cree en Dios. A la hora de refinar este concepto, un 37 por ciento se refirió a un “ser superior”, un 27,8 al “creador del mundo”, un 21 por ciento a un “padre” y un 6,4 a “alguna clase de energía universal”. Si bien la impronta cristiana es indiscutible en la Argentina, el adherir a una religión tradicional como el catolicismo no impide a muchos argentinos incursionar en otras creencias. Por ejemplo, el 64,5 por ciento cree en la “energía”, un concepto de larga tradición oriental pero poca prosapia religiosa en Occidente.
Según el sociólogo Luis Donatello, profesor de la UBA e investigador del CONICET en el instituto CEIL-PIETTE, actualmente hay tres tendencias en el campo de la religiosidad. En primer lugar, una inclinación a la individualización que podría resumirse en el “yo creo a mi manera”. En segundo término, se destaca el nomadismo: la gente va mutando de creencias. Por último, se observan múltiples pertenencias a distintos credos. “Alguien bautizado en la fe católica puede escuchar también al pastor evangélico Luis Palau e ir a una ceremonia umbanda”, explica Donatello.
Si las creencias van cambiando, no ocurre lo mismo con la necesidad de creer, que parece inalterable en el ser humano. ¿Por qué la religiosidad sobrevive a las caídas de los imperios, al paso de los siglos y a las embestidas de la razón científica? Para el antropólogo y psicólogo Pascal Boyer, de la Universidad de Washington, la religión es producto de la evolución del cerebro. “Los pensamientos y comportamientos religiosos son parte de las capacidades humanas naturales, al igual que la música, los sistemas políticos y las relaciones familiares”, escribió Boyer en la revista científica Nature. “Algún día hallaremos las pruebas para demostrar que nuestra propensión innata al pensamiento religioso deriva del hecho de que nuestros antepasados sacaban de eso una ventaja selectiva”. Más allá de los beneficios evolutivos que obtiene la especie por creer en algo sobrenatural, hay que reconocer que las creencias en un tótem, en una pluralidad de entes o en un Dios monoteísta siempre han funcionado como lugares donde encontrar un sentido a la existencia humana.
Pero los refugios religiosos ante el desamparo ya no son lo que eran antes. “Cuando se deja de creer en Dios, enseguida se cree en cualquier cosa”, sentenció el inglés G. K. Chesterton. Caídas las certezas junto con el Muro de Berlín, hoy los seres humanos se entregan a los credos más estrafalarios mientras ejercen una actitud escéptica frente a la política. “Así como no hay masas cautivas de los partidos, tampoco las hay de las religiones”, resume el sociólogo Mallimaci.
“Existe un gran vacío existencial, y por eso la gente va buscando respuestas en lo espiritual y en lo ancestral”, reflexiona la psiquiatra argentina Geraldine Peronace. “La gente está muy receptiva a lo espiritual, a las señales que da la vida y el Universo”, agrega. “En las psicoterapias se incorpora cada vez más los aromas y los colores, mientras se conecta la atención en el cuerpo y los otros”, insiste Peronace.
Con la falta de respuestas de la medicina tradicional, ganan espacio las terapias alternativas —reflexología, yoga, reiki, acupuntura—, que combinan promesas de salud con creencias espirituales. “Con la globalización, en la década del ‘90 aumentó la oferta oriental, que tiene una interesante veta terapéutica”, apunta el sociólogo Joaquín Algranti, investigador del CONICET. Diversos estudios científicos realizados con monjes probaron que la meditación baja la presión arterial, permite enfocar la atención y manejar el estrés de la vida cotidiana. Los creyentes hasta viven más tiempo que el resto de los mortales. “Quienes tienen creencias religiosas más intensas sufren menos el dolor”, agrega el neurólogo Facundo Manes. Pero no es por sus efectos saludables que la gente cree, ¿o sí?
Como sea, la creciente inclinación al pensamiento mágico generó un boom editorial en el que se mezclan textos de autoayuda con recetas de éxito personal y conspiraciones medievales. La nueva moda parece ser los libros de pastores evangélicos publicados por grandes editoriales. Es el caso del psicólogo y evangelista Bernardo Stamateas, quien no se cansa de publicar bestsellers en los que une religión y autoayuda. La efervescencia de la espiritualidad incluso dio luz a una nueva disciplina, la psicología positiva, que busca restablecer la salud mental a través del amor, la compasión, el perdón, la esperanza y la confianza. Apuntar a las emociones positivas, sin embargo, no implica entregarse a los brazos de la irracionalidad absoluta. Las religiones tradicionales, después de todo, abominan de las supersticiones y los falsos ídolos. En la pasada misa por San Cayetano, el obispo Jorge Bergoglio lo dejó muy claro: “Vivimos en una cultura cada vez más pagana”, protestó el líder católico.
“El hecho de que alguien crea no lo vuelve menos racional”, subraya el sociólogo Luis Donatello. “Lo que existen son diferentes racionalidades en competencia”, asegura, al tiempo que explica que no es más racional alguien que cree en papeles de colores (dinero) que quien sigue los preceptos de las encíclicas papales.
Si bien el 76 por ciento de los argentinos se declara católico, un 31 fue alguna vez a un curandero y casi un 20 consultó un horóscopo. Por otra parte, según la encuesta sobre 2.403 casos del CONICET, un 26 por ciento cree en adivinos o videntes, un porcentaje similar al que cree en la astrología.
“Siempre ha habido elementos dinámicos en las creencias, pero con el retorno de la democracia se produjo una transformación en la matriz espiritual en la Argentina. Y, a partir de la década del ‘90, lo nuevo es el aumento de la circulación de creencias de todo tipo”, dice el sociólogo Algranti. “Hoy la gente complementa lo que le falta a una creencia con otra”, enfatiza el autor del flamante libro “Política y religión en los márgenes” (Editorial Ciccus).
Hay creencias para todos los gustos y presupuestos. Marcelo Tinelli y Ari Paluch son fans del gurú indio Ravi Shankar —el creador de “El Arte de Vivir”— y practican con constancia su método de respiración para combatir el estrés. Por su parte, la creadora de exitosos productos para adolescentes Cris Morena asegura estar trabajando con la mente puesta en el servicio a los demás. “Mi lucha personal es estar en armonía con el Universo. Porque el Universo no atenta contra el ser humano, pero el ser humano sí atenta contra el Universo”, declaró en una reciente entrevista.
Después de miles de años de estudio erudito y bajísimo perfil, la Cábala volvió a la palestra de la mano de Madonna. La chica material se sumergió de cabeza en las letras del Viejo Testamento a la espera de una genuina iluminación. Por estas pampas, Reina Reech también continúa fatigando la Cábala con la certeza de encontrar una herramienta para poner las leyes del Universo a su favor. “No es una religión, sino una sabiduría milenaria que devela los misterios universales que tienen que ver con la conexión con la luz y la autocorrección a través de la conciencia. Se trata de hacer un cambio para mejor”, explicó la bailarina. Lejos de la permanencia milenaria, las creencias en torno de lo sagrado continúan mutando. Según Algranti, en la Argentina es notable el avance de los evangélicos, que rondan el 10% de la población y practican una espiritualidad más emocional. Además, el sociólogo destaca el surgimiento de movimientos carismáticos y el protagonismo de curas sanadores, como el padre Mario, de Rosario. “Hoy las tendencias new age se encuentran difusas dentro de las religiones tradicionales. Por ejemplo, en el catolicismo, el movimiento de renovación carismática expresa el pensamiento mágico y la primacía de lo individual frente a lo institucional”, apunta el investigador Luis Donatello.
A la luz de los acontecimientos en Sudáfrica, muchos argentinos seguramente abandonarán las cábalas implementadas con la ilusión de que ganara la Selección de fútbol. Pero en el mundo de las creencias nada se pierde, todo se transforma. El pulpo Paul puede dar fe de ello.
elargentino.com
En pleno siglo XXI, la credulidad no ceja. Envuelto en ropajes científicos —con palabras y frases como “energía”, “leyes de atracción”, “vibraciones cuánticas” y “partículas de luz”—, el pensamiento mágico florece en todas partes, y no discrimina entre ricos y pobres.
Desde las disciplinas orientales (reiki, tarot, feng shui, meditación) hasta las terapias new age (eneagramas, aromaterapia, regresiones a vidas pasadas), pasando por la numerología y horóscopos varios, los caminos de las creencias light se multiplican cada vez más en la Argentina.
El humorista Diego Capusotto captó algo del fenómeno con su personaje “Jesús de Laferrere”. Esta deidad del Conurbano bonaerense es adorada por su capacidad para multiplicar los panchos, por haberle hecho crecer el flequillo a un rolinga y por predicar la paz entre los hombres con el solo fin de conseguir un peso para la birra. Es lo que hay, diría un cínico. Es lo que hubo siempre, acotaría un historiador de las religiones. El mejor ejemplo del boom de la nueva espiritualidad es el libro “El secreto”. Con 16 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo, la obra, escrita por la productora televisiva australiana Rhonda Byrne, se basa en el descubrimiento de una presunta “ley universal de atracción” entre los semejantes, que gobernaría la vida y el Universo.
La ley fundamental de Byrne —el secreto mejor guardado durante milenios, según insiste la periodista— es que hay que pensar en lo bueno para atraer lo bueno, ya que todo lo que le sucede a alguien es porque lo ha atraído con su mente.
En pocas palabras, la ley de la atracción impone al Universo el imperio del deseo. Y vale tanto para obtener casas y autos como para el dinero y el amor. Hasta el inefable millonario Ricardo Fort aplica estas máximas en la vida. “Soy totalmente ateo”, confesó la celebridad. “Pero creo en la ley de la atracción. Lo que quieras que te pase en la vida tenés que visualizarlo como si ya lo tuvieras. Ese pensamiento tuyo conspira con el Universo para que eso pase. Es mágico y verdadero”, sentenció Fort antes de subirse al Rolls-Royce que adquirió, probablemente, deseándolo muy positivamente.
Aunque parezca complicado imaginar al Universo alineado con el deseo de cada uno de los millones de seres que lo habitan, el “secreto” se divulga sin parar de boca en boca. Famosos locales, como Graciela Borges y Teté Coustarot, y celebridades mundiales, como Oprah Winfrey y Nicole Kidman, se regodean con lo oculto y no dudan en “activar” su pensamiento positivo e impedir que los pensamientos y sentimientos negativos entren a la esfera de su conciencia.
Aunque Byrne dice que ella descubrió que el secreto es pedir y tener fe para recibir, hay que reconocer que esta receta tiene miles de años en el haber judeocristiano. Es cierto que en las religiones tradicionales no está bien visto pedirle a Dios cuestiones tan livianas como bajar de peso, conseguir un ascenso en el trabajo o no llegar tarde al cine. Pero los nuevos creyentes no le hacen asco al materialismo. “La religión no es una cosa del pasado. Los procesos de la modernidad capitalista también producen religiosos”, explica Fortunato Mallimaci, investigador del CONICET y profesor de Sociedad y Religión en la UBA. “Antes se pensaba que los crédulos eran los más pobres. Hoy se ve sectores de clase alta, de universitarios, incluso mayoritariamente cristianos, que creen en cuestiones esotéricas y místicas como la buena onda y el espíritu. Esto tiene que ver con la incertidumbre de la vida moderna, el miedo a perder el trabajo, la falta de garantías”, apunta Mallimaci.
Una encuesta nacional sobre creencias religiosas realizada en el año 2008 por Mallimaci y otros investigadores del CONICET reveló que el 91 por ciento de los argentinos cree en Dios. A la hora de refinar este concepto, un 37 por ciento se refirió a un “ser superior”, un 27,8 al “creador del mundo”, un 21 por ciento a un “padre” y un 6,4 a “alguna clase de energía universal”. Si bien la impronta cristiana es indiscutible en la Argentina, el adherir a una religión tradicional como el catolicismo no impide a muchos argentinos incursionar en otras creencias. Por ejemplo, el 64,5 por ciento cree en la “energía”, un concepto de larga tradición oriental pero poca prosapia religiosa en Occidente.
Según el sociólogo Luis Donatello, profesor de la UBA e investigador del CONICET en el instituto CEIL-PIETTE, actualmente hay tres tendencias en el campo de la religiosidad. En primer lugar, una inclinación a la individualización que podría resumirse en el “yo creo a mi manera”. En segundo término, se destaca el nomadismo: la gente va mutando de creencias. Por último, se observan múltiples pertenencias a distintos credos. “Alguien bautizado en la fe católica puede escuchar también al pastor evangélico Luis Palau e ir a una ceremonia umbanda”, explica Donatello.
Si las creencias van cambiando, no ocurre lo mismo con la necesidad de creer, que parece inalterable en el ser humano. ¿Por qué la religiosidad sobrevive a las caídas de los imperios, al paso de los siglos y a las embestidas de la razón científica? Para el antropólogo y psicólogo Pascal Boyer, de la Universidad de Washington, la religión es producto de la evolución del cerebro. “Los pensamientos y comportamientos religiosos son parte de las capacidades humanas naturales, al igual que la música, los sistemas políticos y las relaciones familiares”, escribió Boyer en la revista científica Nature. “Algún día hallaremos las pruebas para demostrar que nuestra propensión innata al pensamiento religioso deriva del hecho de que nuestros antepasados sacaban de eso una ventaja selectiva”. Más allá de los beneficios evolutivos que obtiene la especie por creer en algo sobrenatural, hay que reconocer que las creencias en un tótem, en una pluralidad de entes o en un Dios monoteísta siempre han funcionado como lugares donde encontrar un sentido a la existencia humana.
Pero los refugios religiosos ante el desamparo ya no son lo que eran antes. “Cuando se deja de creer en Dios, enseguida se cree en cualquier cosa”, sentenció el inglés G. K. Chesterton. Caídas las certezas junto con el Muro de Berlín, hoy los seres humanos se entregan a los credos más estrafalarios mientras ejercen una actitud escéptica frente a la política. “Así como no hay masas cautivas de los partidos, tampoco las hay de las religiones”, resume el sociólogo Mallimaci.
“Existe un gran vacío existencial, y por eso la gente va buscando respuestas en lo espiritual y en lo ancestral”, reflexiona la psiquiatra argentina Geraldine Peronace. “La gente está muy receptiva a lo espiritual, a las señales que da la vida y el Universo”, agrega. “En las psicoterapias se incorpora cada vez más los aromas y los colores, mientras se conecta la atención en el cuerpo y los otros”, insiste Peronace.
Con la falta de respuestas de la medicina tradicional, ganan espacio las terapias alternativas —reflexología, yoga, reiki, acupuntura—, que combinan promesas de salud con creencias espirituales. “Con la globalización, en la década del ‘90 aumentó la oferta oriental, que tiene una interesante veta terapéutica”, apunta el sociólogo Joaquín Algranti, investigador del CONICET. Diversos estudios científicos realizados con monjes probaron que la meditación baja la presión arterial, permite enfocar la atención y manejar el estrés de la vida cotidiana. Los creyentes hasta viven más tiempo que el resto de los mortales. “Quienes tienen creencias religiosas más intensas sufren menos el dolor”, agrega el neurólogo Facundo Manes. Pero no es por sus efectos saludables que la gente cree, ¿o sí?
Como sea, la creciente inclinación al pensamiento mágico generó un boom editorial en el que se mezclan textos de autoayuda con recetas de éxito personal y conspiraciones medievales. La nueva moda parece ser los libros de pastores evangélicos publicados por grandes editoriales. Es el caso del psicólogo y evangelista Bernardo Stamateas, quien no se cansa de publicar bestsellers en los que une religión y autoayuda. La efervescencia de la espiritualidad incluso dio luz a una nueva disciplina, la psicología positiva, que busca restablecer la salud mental a través del amor, la compasión, el perdón, la esperanza y la confianza. Apuntar a las emociones positivas, sin embargo, no implica entregarse a los brazos de la irracionalidad absoluta. Las religiones tradicionales, después de todo, abominan de las supersticiones y los falsos ídolos. En la pasada misa por San Cayetano, el obispo Jorge Bergoglio lo dejó muy claro: “Vivimos en una cultura cada vez más pagana”, protestó el líder católico.
“El hecho de que alguien crea no lo vuelve menos racional”, subraya el sociólogo Luis Donatello. “Lo que existen son diferentes racionalidades en competencia”, asegura, al tiempo que explica que no es más racional alguien que cree en papeles de colores (dinero) que quien sigue los preceptos de las encíclicas papales.
Si bien el 76 por ciento de los argentinos se declara católico, un 31 fue alguna vez a un curandero y casi un 20 consultó un horóscopo. Por otra parte, según la encuesta sobre 2.403 casos del CONICET, un 26 por ciento cree en adivinos o videntes, un porcentaje similar al que cree en la astrología.
“Siempre ha habido elementos dinámicos en las creencias, pero con el retorno de la democracia se produjo una transformación en la matriz espiritual en la Argentina. Y, a partir de la década del ‘90, lo nuevo es el aumento de la circulación de creencias de todo tipo”, dice el sociólogo Algranti. “Hoy la gente complementa lo que le falta a una creencia con otra”, enfatiza el autor del flamante libro “Política y religión en los márgenes” (Editorial Ciccus).
Hay creencias para todos los gustos y presupuestos. Marcelo Tinelli y Ari Paluch son fans del gurú indio Ravi Shankar —el creador de “El Arte de Vivir”— y practican con constancia su método de respiración para combatir el estrés. Por su parte, la creadora de exitosos productos para adolescentes Cris Morena asegura estar trabajando con la mente puesta en el servicio a los demás. “Mi lucha personal es estar en armonía con el Universo. Porque el Universo no atenta contra el ser humano, pero el ser humano sí atenta contra el Universo”, declaró en una reciente entrevista.
Después de miles de años de estudio erudito y bajísimo perfil, la Cábala volvió a la palestra de la mano de Madonna. La chica material se sumergió de cabeza en las letras del Viejo Testamento a la espera de una genuina iluminación. Por estas pampas, Reina Reech también continúa fatigando la Cábala con la certeza de encontrar una herramienta para poner las leyes del Universo a su favor. “No es una religión, sino una sabiduría milenaria que devela los misterios universales que tienen que ver con la conexión con la luz y la autocorrección a través de la conciencia. Se trata de hacer un cambio para mejor”, explicó la bailarina. Lejos de la permanencia milenaria, las creencias en torno de lo sagrado continúan mutando. Según Algranti, en la Argentina es notable el avance de los evangélicos, que rondan el 10% de la población y practican una espiritualidad más emocional. Además, el sociólogo destaca el surgimiento de movimientos carismáticos y el protagonismo de curas sanadores, como el padre Mario, de Rosario. “Hoy las tendencias new age se encuentran difusas dentro de las religiones tradicionales. Por ejemplo, en el catolicismo, el movimiento de renovación carismática expresa el pensamiento mágico y la primacía de lo individual frente a lo institucional”, apunta el investigador Luis Donatello.
A la luz de los acontecimientos en Sudáfrica, muchos argentinos seguramente abandonarán las cábalas implementadas con la ilusión de que ganara la Selección de fútbol. Pero en el mundo de las creencias nada se pierde, todo se transforma. El pulpo Paul puede dar fe de ello.
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