La letra de los médicos es todo un tema, sobre todo cuando volvemos a casa y tenemos que seguir sus instrucciones. ¿Cuántas gotas? ¿Cada seis u ocho horas? ¿Salbu... qué? ¿Qué dice acá... es una "s" o una "jota"? ¿Cinco ó nueve centímetros cúbicos?
El médico Carlos Presman, autor (entre otras cosas) del libro Letra de médico , apela al realismo mágico para justificarse y justificar a sus colegas por semejante descalabro de la caligrafía: "Existe una cátedra oculta en la Facultad de Ciencias Médicas -habla en voz baja-, que sólo conocen algunos iniciados, cuya misión es empeorar aun más la caligrafía de los futuros médicos. El objetivo es claro: escribir para que nunca se entienda y la gente tenga que volver a la consulta".
Incluso, Presman se arriesga un poco más y dice: "La letra escrita le da identidad al médico. Algunos podremos decir: Guardé la receta del doctor 'tal', y gracias a los méritos de este galeno luego se transformó en un incunable. Aunque admito que me da un poco de nervios que los cirujanos tengan mala letra, si ése es el pulso que tienen para sacarte un apéndice".
La otra pata de esta trama la encarnan los farmacéuticos, únicos capaces de entender los garabatos de los médicos, como si tuvieran un decodificador instantáneo en las farmacias. En Cataluña (España), por caso, desde hace dos años se utiliza la receta electrónica, para evitar problemas.
Desprecio. Cacho Yerom, agregado cultural de esta columna e hipocondríaco crónico, dice que le molesta muchísimo que los médicos escriban con letra desastrosa: "Es una forma de desprecio al paciente y una actitud de soberbia".
Pero el problema también lo tienen los destinatarios de los certificados médicos, como las maestras de escuela o los empleadores, que deben descifrar el motivo de la ausencia del alumno/trabajador.
Al fin y al cabo, hay una hipótesis de por qué los médicos tienen, en general, mala letra. En primer lugar, estudiaron una carrera larga, en la que debieron tomar apuntes de clases a gran velocidad para no perder las explicaciones de los profesores. En ese sentido, luego continuaron escribiendo rápido, no ya sobre una mesa sino sobre las rodillas o la cama de los pacientes en los hospitales. A todo esto se suma la gran cantidad de enfermos que auscultan en un día y al gran número de recetas que deben escribir.
Aun así, no se entiende.
El médico Carlos Presman, autor (entre otras cosas) del libro Letra de médico , apela al realismo mágico para justificarse y justificar a sus colegas por semejante descalabro de la caligrafía: "Existe una cátedra oculta en la Facultad de Ciencias Médicas -habla en voz baja-, que sólo conocen algunos iniciados, cuya misión es empeorar aun más la caligrafía de los futuros médicos. El objetivo es claro: escribir para que nunca se entienda y la gente tenga que volver a la consulta".
Incluso, Presman se arriesga un poco más y dice: "La letra escrita le da identidad al médico. Algunos podremos decir: Guardé la receta del doctor 'tal', y gracias a los méritos de este galeno luego se transformó en un incunable. Aunque admito que me da un poco de nervios que los cirujanos tengan mala letra, si ése es el pulso que tienen para sacarte un apéndice".
La otra pata de esta trama la encarnan los farmacéuticos, únicos capaces de entender los garabatos de los médicos, como si tuvieran un decodificador instantáneo en las farmacias. En Cataluña (España), por caso, desde hace dos años se utiliza la receta electrónica, para evitar problemas.
Desprecio. Cacho Yerom, agregado cultural de esta columna e hipocondríaco crónico, dice que le molesta muchísimo que los médicos escriban con letra desastrosa: "Es una forma de desprecio al paciente y una actitud de soberbia".
Pero el problema también lo tienen los destinatarios de los certificados médicos, como las maestras de escuela o los empleadores, que deben descifrar el motivo de la ausencia del alumno/trabajador.
Al fin y al cabo, hay una hipótesis de por qué los médicos tienen, en general, mala letra. En primer lugar, estudiaron una carrera larga, en la que debieron tomar apuntes de clases a gran velocidad para no perder las explicaciones de los profesores. En ese sentido, luego continuaron escribiendo rápido, no ya sobre una mesa sino sobre las rodillas o la cama de los pacientes en los hospitales. A todo esto se suma la gran cantidad de enfermos que auscultan en un día y al gran número de recetas que deben escribir.
Aun así, no se entiende.
lavoz.com.ar
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