Lorena tiene muy pocos recuerdos alegres de su infancia. No puede evocar una noche tranquila ni un día de paz. En su casa, los gritos y los golpes eran constantes. También el silencio angustioso que precedía a los insultos y las palizas que su padre infligía a su madre. Y su impotencia por no poder hacer nada. Hace tres años que madre e hija huyeron de la pesadilla de violencia machista en la que Lorena prácticamente había nacido. Acababa de cumplir 21 años. "Fuimos a dar un paseo y no volvimos más. Salimos con lo puesto", explica. Mientras habla no deja de retorcer tensa su collar. No tuvo infancia ni adolescencia. Creció como una niña asustadiza, una cría que ni estornudaba "por no molestar".
Vanessa, periodista de 29 años, y Miriam, profesora de 24, vivieron junto a sus otras dos hermanas sometidas a su padre durante años. Siempre con el temor de cometer un error -o lo que al maltratador se le antojaba como tal- y el pánico ante la segura represalia. "A mi padre siempre le he tenido miedo", cuenta por teléfono Beatriz, de 23 años, que con su madre acaba de terminar un largo tratamiento en un centro para mujeres víctimas de la violencia machista por el que también pasaron años atrás las otras tres veinteañeras, al que regresan una mañana para contar su experiencia. Son hijas de mujeres maltratadas. Víctimas de sus respectivos padres. Malvivieron en un ambiente violento hasta que lograron huir de su verdugo. "Un hombre que me vino impuesto. Al que yo no elegí", precisa una.
Su caso no es único. Unos 800.000 niños conviven con situaciones de violencia de género en España, según una estimación del Ministerio de Igualdad -una cifra derivada de la macroencuesta anónima sobre violencia de género de 2008-. De ellos, alrededor de 200.000 son hijos de mujeres con órdenes de protección. Son víctimas y testigos que también sufren la invisibilización que conlleva esta lacra y que pueden llegar a padecer secuelas muy palpables. "Depresión, trastornos de la alimentación, ansiedad... También el aprendizaje y la repetición de lo que ven en casa: agresividad en el caso de los niños y sumisión en el de las niñas", explica la psicóloga Beatriz Sevilla, especializada en este tipo de violencia.
En lo que va de año, 42 mujeres han muerto a manos de sus parejas o ex parejas, 12 más que el año anterior por estas fechas. El balance es alarmante. Más aún si se tiene en cuenta que tres niños fueron asesinados junto a sus madres, y 24 se quedaron sin ellas para siempre. Demasiadas veces estos niños se convierten también en víctimas directas de las agresiones. "El maltrato a los hijos es una de las fórmulas que encuentra el agresor para hacer daño a su pareja. Atacan siempre donde más duele", explica Miguel Lorente, delegado del Gobierno para la Violencia de Género.
Vanessa se ha convertido en una mujer fuerte. Ya no tiene miedo y no soporta oír argumentos como "no le dejo por mis hijos" en boca de una mujer maltratada. "Me da mucha rabia", dice abriendo mucho los ojos. Este es su mensaje para esas mujeres: "No te quedes en casa por tus hijos. ¡Vete! Tus hijos no necesitan un padre así". Lo dice alguien que no tuvo ni niñez ni adolescencia. Alguien que ahora es madre. "Si una mujer se siente indefensa, que se ponga en la piel del niño", suplica su hermana Miriam.
Ambas saben que, desgraciadamente, ese argumento no es inusual. El 16,6% de los españoles cree que si una mujer permanece con su agresor o le perdona es por sus hijos, según la encuesta sobre percepción de la violencia de género realizada por Igualdad. "Hay que concienciar a la población de que eso no es así. De que permanecer en esa situación es peor para los niños", explica el delegado Lorente. Conscientes de este ángulo del problema, una de las primeras campañas contra la violencia machista del ministerio de Bibiana Aído tenía como lema la frase Mamá hazlo por nosotros, actúa.
"El niño sufre su maltrato y el de su madre, que a veces duele más", cuentan las hermanas Vanessa y Miriam. Ellas, además, fueron también víctimas directas. Sufrieron los abusos sexuales y violaciones de su padre durante años. Nunca pudieron contarlo. Él, muy aficionado a la caza, guardaba en casa varias escopetas "siempre cargadas" y dormía con una pistola debajo de la almohada. Durante aquellos años, ni siquiera podían consolarse las unas con las otras. "Él malmetía, mentía, hacía todo lo posible para que nos lleváramos mal", aseguran. Las agresiones a su esposa y los abusos y violaciones a sus hijas le han supuesto al maltratador una condena de 19 años de cárcel.
Desde la ONG Save the Children, que en 2006 elaboró el informe Atención a los niños y niñas víctimas de la violencia de género, insisten en que debe quedar claro que los hijos que viven violencia de género en el hogar son también víctimas de esta lacra. "Aunque no la sufran directamente o no la vean, su vida está marcada para siempre y necesitan atención especializada y recuperarse", dice Yolanda Román, directora de campañas de la ONG. Algo que no siempre se da.
Esa ONG y la Fundación IRes calculan que solo el 4% de los menores que ha vivido situaciones de violencia de género recibe esa ayuda. "Normalmente, es a la mujer a quien se atiende, y a través de ella los menores", explica Fe Paz, directora de uno de los centros de atención a mujeres de la Federación de Mujeres Separadas y Divorciadas, que asegura que esa carencia se debe a que en muchos casos para atender al niño hace falta el permiso de ambos progenitores. Un punto del que Igualdad discrepa. "Se puede recurrir al juez o a servicios sociales si se considera que el niño necesita atención", argumenta Lorente.
Román reconoce que se ha avanzado mucho, pero que los hijos aún son "un añadido, una variable con la que muchas veces no se sabe qué hacer". A Save the Children le preocupa que algunas comunidades no admitan en los centros de atención a mujeres a niños a partir de cierta edad (12-13 años). "Los separan, los llevan a centros de menores. Es terrible", dice Román. Esta experta recalca que lo más alarmante es que la atención que reciben los hijos de las víctimas de la violencia machista depende de la comunidad autónoma donde vivan. Por eso reclama que se garantice una respuesta mínima homogénea en todo el país.
Opinión que comparte Consuelo Abril, portavoz de la Comisión para la Investigación de los Malos Tratos ante el Congreso, una organización de expertas y juristas. Esta abogada sostiene, además, que aún hay grandes carencias en la atención a estos niños. Aunque aparezcan en la Ley Integral de Violencia de Género de 2005, los menores no están suficientemente reflejados en ella, sostiene.
Para Abril, la clave es la "recuperación". "Es una cuestión prioritaria trabajar con estos menores para que, además de curarse, no vuelvan a repetir los roles que han vivido", explica. Lorena cuenta que los episodios de violencia que sufrió en casa la convirtieron en una persona dócil y desconfiada hacia los hombres. "Si desde pequeña te educas en eso [en un ambiente violento], asumes que es lo normal", dice.
Poco a poco, día a día, la crueldad de los maltratadores hace una gran mella en los niños. Un ejemplo de ello se recoge en el informe de Save the Children de 2006: "Un niño de dos años llamaba a su madre 'puta' porque creía que se llamaba así, su padre lo hacía". Beatriz recuerda algo muy similar: "Mi padre llamaba gilipollas a mi madre y decía 'no es un insulto". Cuando era pequeña esta joven creía que los mayores no se besaban. "La primera vez que vi a los padres de una amiga darse un beso, pensé, 'estos papás son distintos de los míos", cuenta.
Lorena y Beatriz -hijas únicas- no conocen a Vanessa y a Miriam. Nunca han hablado entre sí. Sus historias, sin embargo, y algunos de sus gestos tienen mucho en común. Sus padres presionaron, intimidaron y forzaron hasta lograr que sus familias se aislaran del mundo. "Es lo mismo que hacen con las mujeres, las separan de sus amigos, de sus familias, de todo su entorno para que estén solas y sean dependientes. Para que no tengan nadie a quien recurrir y piensen que no tienen nada", explica Paz.
Vanessa, Miriam y sus hermanas nunca fueron a casa de sus compañeros de colegio. "No podíamos ir a casa de nadie ni ellos venir a la nuestra. Ni siquiera para hacer un trabajo en grupo", cuenta Miriam. Las órdenes eran claras: del colegio a casa. Igual que Lorena. Su padre había cronometrado que llevaba solo 10 minutos llegar de su portal a la escuela. "Y no podía tardar ni un minuto más". Una vida sin amigas, aisladas. "Solo recuerdo ir al parque con mis abuelos. No tenía a nadie más. Vivía en una burbuja", dice Lorena.
Miriam relata que en su casa ni siquiera había juguetes en Reyes o regalos en sus cumpleaños. "Nuestro padre no nos daba unas palizas de muerte. No hacía falta, nos maltrataba psicológicamente", aseguran las hermanas. Estaban totalmente anuladas. "Hasta que yo un día decidí dejar de comer", cuenta Vanessa cruzando resuelta los brazos. "Pensé: 'no como, me muero y ya está", dice. Fue eso lo que hizo a su madre darse cuenta de que, además de las palizas constantes que ella sufría, su verdugo también estaba maltratando a sus hijas.
Así, salieron a la luz las violaciones. Y las cinco mujeres se fueron. Las hermanas, sentadas en un sofá, se miran. Hace ya ocho años de la huida. Han rehecho sus vidas y son felices. Miriam sonríe al recordar un detalle que ahora se le antoja surrealista. "Antes de irnos, mi madre le dejó la cena hecha a mi padre. Y dinero, por si acaso", cuenta. "Estas mujeres no son víctimas, son supervivientes", dice Paz. Ella lo sabe muy bien. Ve cada día casos como el de estas cuatro mujeres. "La capacidad de reponerse del ser humano es inmensa", dice.
"¿Cuántos niños están viviendo ese horror sin que nadie se dé cuenta?", se plantea Abril, que sostiene que hay que fomentar los mecanismos de detección y prevención de la violencia de género. El delegado para la violencia de género explica que los profesores y los médicos de atención primaria juegan un papel fundamental. Miriam, que ahora que es docente, ve el asunto también desde el otro lado, explica que, si están pendientes, los indicios se pueden ver. "Hay que abrir los ojos. Si un niño se comporta de manera extraña, si se aísla de sus compañeros, no hace los trabajos o no trae los libros, si nunca se va con nadie... hay que investigar por qué". En su caso nadie se dio cuenta. Tampoco en el de Lorena. Ellas tampoco pudieron contarlo.
"Es muy difícil decir nada. Tú también estás cegada, porque es tu padre, se supone que te tiene que querer", dice Lorena. Beatriz estuvo a punto de llamar a la policía: "Tuve el teléfono marcado miles de veces. Pero no lo haces. Se lo llevan a comisaría, ¿y luego qué? Te dan una solución inmediata, pero necesitas una que te salve la vida". No puede evitar un sollozo audible al otro lado del teléfono al preguntarle por su padre: "Por mucha terapia psicológica que haga, me ha quitado el derecho al cariño de mi padre. Y ha sido decisión suya".
Muchas víctimas solo empiezan a vivir su vida tras la rehabilitación. Lorena disfrutó como nunca durante unas vacaciones con sus amigas en Tenerife. De repente salir de noche o apagar el móvil era la felicidad. "Es como si viviese de verdad por primera vez".
Igualdad y comunidades autónomas han firmado un convenio para dedicar más fondos a la atención de los hijos de las víctimas de la violencia machista. El ministerio estudia, además, fórmulas jurídicas para que la retirada de la custodia de los hijos sea automática para los maltratadores condenados. Algo que Abril considera fundamental y que estaba entre las propuestas de mejora de la ley integral que la comisión de Violencia de Género del Congreso mandó a Igualdad. Lorente aclara que ahora los jueces pueden retirar la custodia. "Se trataría de simplificar la fórmula. La custodia debe ejercerse siempre en beneficio del menor. Los niños se ven enormemente afectados por la violencia. Necesitan una toma de distancia de esa situación", dice.
Vanessa y Miriam temen el día que su padre salga de la cárcel en tercer grado. Beatriz tiene una orden de alejamiento de un kilómetro del suyo y un teléfono de emergencia. El de Lorena ha muerto. "Te da tranquilidad en cierta manera porque es él o yo. Pero en cierto modo también le quieres".
elpais.com
Vanessa, periodista de 29 años, y Miriam, profesora de 24, vivieron junto a sus otras dos hermanas sometidas a su padre durante años. Siempre con el temor de cometer un error -o lo que al maltratador se le antojaba como tal- y el pánico ante la segura represalia. "A mi padre siempre le he tenido miedo", cuenta por teléfono Beatriz, de 23 años, que con su madre acaba de terminar un largo tratamiento en un centro para mujeres víctimas de la violencia machista por el que también pasaron años atrás las otras tres veinteañeras, al que regresan una mañana para contar su experiencia. Son hijas de mujeres maltratadas. Víctimas de sus respectivos padres. Malvivieron en un ambiente violento hasta que lograron huir de su verdugo. "Un hombre que me vino impuesto. Al que yo no elegí", precisa una.
Su caso no es único. Unos 800.000 niños conviven con situaciones de violencia de género en España, según una estimación del Ministerio de Igualdad -una cifra derivada de la macroencuesta anónima sobre violencia de género de 2008-. De ellos, alrededor de 200.000 son hijos de mujeres con órdenes de protección. Son víctimas y testigos que también sufren la invisibilización que conlleva esta lacra y que pueden llegar a padecer secuelas muy palpables. "Depresión, trastornos de la alimentación, ansiedad... También el aprendizaje y la repetición de lo que ven en casa: agresividad en el caso de los niños y sumisión en el de las niñas", explica la psicóloga Beatriz Sevilla, especializada en este tipo de violencia.
En lo que va de año, 42 mujeres han muerto a manos de sus parejas o ex parejas, 12 más que el año anterior por estas fechas. El balance es alarmante. Más aún si se tiene en cuenta que tres niños fueron asesinados junto a sus madres, y 24 se quedaron sin ellas para siempre. Demasiadas veces estos niños se convierten también en víctimas directas de las agresiones. "El maltrato a los hijos es una de las fórmulas que encuentra el agresor para hacer daño a su pareja. Atacan siempre donde más duele", explica Miguel Lorente, delegado del Gobierno para la Violencia de Género.
Vanessa se ha convertido en una mujer fuerte. Ya no tiene miedo y no soporta oír argumentos como "no le dejo por mis hijos" en boca de una mujer maltratada. "Me da mucha rabia", dice abriendo mucho los ojos. Este es su mensaje para esas mujeres: "No te quedes en casa por tus hijos. ¡Vete! Tus hijos no necesitan un padre así". Lo dice alguien que no tuvo ni niñez ni adolescencia. Alguien que ahora es madre. "Si una mujer se siente indefensa, que se ponga en la piel del niño", suplica su hermana Miriam.
Ambas saben que, desgraciadamente, ese argumento no es inusual. El 16,6% de los españoles cree que si una mujer permanece con su agresor o le perdona es por sus hijos, según la encuesta sobre percepción de la violencia de género realizada por Igualdad. "Hay que concienciar a la población de que eso no es así. De que permanecer en esa situación es peor para los niños", explica el delegado Lorente. Conscientes de este ángulo del problema, una de las primeras campañas contra la violencia machista del ministerio de Bibiana Aído tenía como lema la frase Mamá hazlo por nosotros, actúa.
"El niño sufre su maltrato y el de su madre, que a veces duele más", cuentan las hermanas Vanessa y Miriam. Ellas, además, fueron también víctimas directas. Sufrieron los abusos sexuales y violaciones de su padre durante años. Nunca pudieron contarlo. Él, muy aficionado a la caza, guardaba en casa varias escopetas "siempre cargadas" y dormía con una pistola debajo de la almohada. Durante aquellos años, ni siquiera podían consolarse las unas con las otras. "Él malmetía, mentía, hacía todo lo posible para que nos lleváramos mal", aseguran. Las agresiones a su esposa y los abusos y violaciones a sus hijas le han supuesto al maltratador una condena de 19 años de cárcel.
Desde la ONG Save the Children, que en 2006 elaboró el informe Atención a los niños y niñas víctimas de la violencia de género, insisten en que debe quedar claro que los hijos que viven violencia de género en el hogar son también víctimas de esta lacra. "Aunque no la sufran directamente o no la vean, su vida está marcada para siempre y necesitan atención especializada y recuperarse", dice Yolanda Román, directora de campañas de la ONG. Algo que no siempre se da.
Esa ONG y la Fundación IRes calculan que solo el 4% de los menores que ha vivido situaciones de violencia de género recibe esa ayuda. "Normalmente, es a la mujer a quien se atiende, y a través de ella los menores", explica Fe Paz, directora de uno de los centros de atención a mujeres de la Federación de Mujeres Separadas y Divorciadas, que asegura que esa carencia se debe a que en muchos casos para atender al niño hace falta el permiso de ambos progenitores. Un punto del que Igualdad discrepa. "Se puede recurrir al juez o a servicios sociales si se considera que el niño necesita atención", argumenta Lorente.
Román reconoce que se ha avanzado mucho, pero que los hijos aún son "un añadido, una variable con la que muchas veces no se sabe qué hacer". A Save the Children le preocupa que algunas comunidades no admitan en los centros de atención a mujeres a niños a partir de cierta edad (12-13 años). "Los separan, los llevan a centros de menores. Es terrible", dice Román. Esta experta recalca que lo más alarmante es que la atención que reciben los hijos de las víctimas de la violencia machista depende de la comunidad autónoma donde vivan. Por eso reclama que se garantice una respuesta mínima homogénea en todo el país.
Opinión que comparte Consuelo Abril, portavoz de la Comisión para la Investigación de los Malos Tratos ante el Congreso, una organización de expertas y juristas. Esta abogada sostiene, además, que aún hay grandes carencias en la atención a estos niños. Aunque aparezcan en la Ley Integral de Violencia de Género de 2005, los menores no están suficientemente reflejados en ella, sostiene.
Para Abril, la clave es la "recuperación". "Es una cuestión prioritaria trabajar con estos menores para que, además de curarse, no vuelvan a repetir los roles que han vivido", explica. Lorena cuenta que los episodios de violencia que sufrió en casa la convirtieron en una persona dócil y desconfiada hacia los hombres. "Si desde pequeña te educas en eso [en un ambiente violento], asumes que es lo normal", dice.
Poco a poco, día a día, la crueldad de los maltratadores hace una gran mella en los niños. Un ejemplo de ello se recoge en el informe de Save the Children de 2006: "Un niño de dos años llamaba a su madre 'puta' porque creía que se llamaba así, su padre lo hacía". Beatriz recuerda algo muy similar: "Mi padre llamaba gilipollas a mi madre y decía 'no es un insulto". Cuando era pequeña esta joven creía que los mayores no se besaban. "La primera vez que vi a los padres de una amiga darse un beso, pensé, 'estos papás son distintos de los míos", cuenta.
Lorena y Beatriz -hijas únicas- no conocen a Vanessa y a Miriam. Nunca han hablado entre sí. Sus historias, sin embargo, y algunos de sus gestos tienen mucho en común. Sus padres presionaron, intimidaron y forzaron hasta lograr que sus familias se aislaran del mundo. "Es lo mismo que hacen con las mujeres, las separan de sus amigos, de sus familias, de todo su entorno para que estén solas y sean dependientes. Para que no tengan nadie a quien recurrir y piensen que no tienen nada", explica Paz.
Vanessa, Miriam y sus hermanas nunca fueron a casa de sus compañeros de colegio. "No podíamos ir a casa de nadie ni ellos venir a la nuestra. Ni siquiera para hacer un trabajo en grupo", cuenta Miriam. Las órdenes eran claras: del colegio a casa. Igual que Lorena. Su padre había cronometrado que llevaba solo 10 minutos llegar de su portal a la escuela. "Y no podía tardar ni un minuto más". Una vida sin amigas, aisladas. "Solo recuerdo ir al parque con mis abuelos. No tenía a nadie más. Vivía en una burbuja", dice Lorena.
Miriam relata que en su casa ni siquiera había juguetes en Reyes o regalos en sus cumpleaños. "Nuestro padre no nos daba unas palizas de muerte. No hacía falta, nos maltrataba psicológicamente", aseguran las hermanas. Estaban totalmente anuladas. "Hasta que yo un día decidí dejar de comer", cuenta Vanessa cruzando resuelta los brazos. "Pensé: 'no como, me muero y ya está", dice. Fue eso lo que hizo a su madre darse cuenta de que, además de las palizas constantes que ella sufría, su verdugo también estaba maltratando a sus hijas.
Así, salieron a la luz las violaciones. Y las cinco mujeres se fueron. Las hermanas, sentadas en un sofá, se miran. Hace ya ocho años de la huida. Han rehecho sus vidas y son felices. Miriam sonríe al recordar un detalle que ahora se le antoja surrealista. "Antes de irnos, mi madre le dejó la cena hecha a mi padre. Y dinero, por si acaso", cuenta. "Estas mujeres no son víctimas, son supervivientes", dice Paz. Ella lo sabe muy bien. Ve cada día casos como el de estas cuatro mujeres. "La capacidad de reponerse del ser humano es inmensa", dice.
"¿Cuántos niños están viviendo ese horror sin que nadie se dé cuenta?", se plantea Abril, que sostiene que hay que fomentar los mecanismos de detección y prevención de la violencia de género. El delegado para la violencia de género explica que los profesores y los médicos de atención primaria juegan un papel fundamental. Miriam, que ahora que es docente, ve el asunto también desde el otro lado, explica que, si están pendientes, los indicios se pueden ver. "Hay que abrir los ojos. Si un niño se comporta de manera extraña, si se aísla de sus compañeros, no hace los trabajos o no trae los libros, si nunca se va con nadie... hay que investigar por qué". En su caso nadie se dio cuenta. Tampoco en el de Lorena. Ellas tampoco pudieron contarlo.
"Es muy difícil decir nada. Tú también estás cegada, porque es tu padre, se supone que te tiene que querer", dice Lorena. Beatriz estuvo a punto de llamar a la policía: "Tuve el teléfono marcado miles de veces. Pero no lo haces. Se lo llevan a comisaría, ¿y luego qué? Te dan una solución inmediata, pero necesitas una que te salve la vida". No puede evitar un sollozo audible al otro lado del teléfono al preguntarle por su padre: "Por mucha terapia psicológica que haga, me ha quitado el derecho al cariño de mi padre. Y ha sido decisión suya".
Muchas víctimas solo empiezan a vivir su vida tras la rehabilitación. Lorena disfrutó como nunca durante unas vacaciones con sus amigas en Tenerife. De repente salir de noche o apagar el móvil era la felicidad. "Es como si viviese de verdad por primera vez".
Igualdad y comunidades autónomas han firmado un convenio para dedicar más fondos a la atención de los hijos de las víctimas de la violencia machista. El ministerio estudia, además, fórmulas jurídicas para que la retirada de la custodia de los hijos sea automática para los maltratadores condenados. Algo que Abril considera fundamental y que estaba entre las propuestas de mejora de la ley integral que la comisión de Violencia de Género del Congreso mandó a Igualdad. Lorente aclara que ahora los jueces pueden retirar la custodia. "Se trataría de simplificar la fórmula. La custodia debe ejercerse siempre en beneficio del menor. Los niños se ven enormemente afectados por la violencia. Necesitan una toma de distancia de esa situación", dice.
Vanessa y Miriam temen el día que su padre salga de la cárcel en tercer grado. Beatriz tiene una orden de alejamiento de un kilómetro del suyo y un teléfono de emergencia. El de Lorena ha muerto. "Te da tranquilidad en cierta manera porque es él o yo. Pero en cierto modo también le quieres".
elpais.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario