Dice la leyenda que el General Don José de San Martín empinó el codo antes de animársele al abismo de la cordillera y a los tiros realistas. Hilarión de la Quintana –el tío de Remedios de Escalada– escribió que en Maipú, se percató del “tono de voz adormilado y gangoso del comandante”. Resulta que a San Martín le gustaban el vino y también las bromas. Por eso intercambiaba las etiquetas del moscatel mendocino con la del vino español, sólo para demostrar “cómo somos los americanos, que en todo damos preferencia a lo extranjero”. Así lo atestiguó otro prócer, Manuel de Olazábal.
Dicen, también, que un día por las acequias de Mendoza que primero construyeron los Huarpes, corrieron, en vez de agua, cientos de miles de litros de vino. Dicen los viejos y los borrachos. Pero la que afirma, recupera anécdotas y aporta datos incontrastables es Natalia Páez, periodista, y autora del flamante Mitos y leyendas del vino argentino , en el que rescata el registro oral de esos incansables narradores de historias, que son los trabajadores de las bodegas.
Las acequias efectivamente se llenaron de vino en 1914, cuando la flamante Comisión de Defensa y Fomento Industrial del gobierno nacional enterró literalmente miles de vides y derramó en ellas 234.800 hectolitros de vino . Páez constató las habladurías en el Archivo General de Mendoza. Allí estaban con precisiones los únicos ejemplares de El racimo y sus uvas , del militante comunista Benito Marianetti. El hallazgo de títulos perdidos y relacionados con la cultura vitivinícola es otro de los aciertos de este libro, que demandó casi 4 años de investigación.
Mitos y leyendas pasea entre los sucesos que hicieron del vino la bebida preferida de los argentinos. Hacia 1970, cuenta, aquí se tomaban cerca de 90 litros al año per cápita. Hoy son 30 litros, suficientes para ser el noveno país consumidor en el mundo y el quinto productor de vino en el planeta.
Los personajes que hicieron el país son los que hicieron en parte la historia del vino argentino. Desde la quinta agronómica que impulsó Sarmiento hasta la corona de reina de la vendimia que Eva Perón rechazó . Fue en 1947, la organización propuso entregarle el cetro a la primera dama, que había asistido a la Fiesta. Ella desistió amablemente y la corona fue para Nélida Morsucci, una mujer sugestivamente parecida a Eva.
Existen también objetos vinculados al vino, como la inexplicable jarra–pingüino. El pingüino nació antes de la ley de embotellamiento en origen, cuando el vino partía puro de Mendoza para mezclarse con agua y sustancias non sanctas en botellones y jarras. Llegó a las mesas hacia 1940, presumiblemente con los inmigrantes italianos. La autora no encontró un testimonio concluyente pero sí jarras más extrañas, algunas francesas y con forma de elefante y hasta Cupidos tallados.
La cultura popular se mezcla con la del vino en el tango, el fútbol y en las creencias supersticiosas. Nicolás Catena Zapata, patriarca de una dinastía de bodegueros, revela en estas páginas que su padre contaba con lo servicios de un chamán para proteger la cosecha de las tormentas.
Estas 15 crónicas retratan la historia del país, de una cultura que desapareció, como el ferrocarril y las variedades del carlete y el carlón o las imágenes surrealistas de comerciales en los que las embarazadas tomaban bordolino tinto. “Quise dejar escritos estos relatos orales, porque temía que se diluyeran más”, dice la autora, como si hablara de vino.
clarin.com
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