En la Costa Atlántica hay lugar para manifestar (parte de) la libertad individual, para dejar andar libremente a los despojados de prejuicios. Y de ropa. De a poco, las playas nudistas ganan lugar en estas costas. Lugar y adeptos. La Escondida, en Chapadmalal, y Querandí, en el extremo sur de Villa Gesell, son las playas reservadas para el cada vez más numeroso público que elige hacer la vida de playa de siempre, pero desvestido.
“Es eso, nada más, una concepción naturista. Es bastante simple, como verás”, explica Gabriel, con un bronceado homogéneo, mientras observa el mítico faro Querandí de Villa Gesell que podría ser aquí, en estas circunstancias, una especie de tótem.
La Escondida es la más antigua, este año cumple sus primeras diez temporadas. Según su dueño, Juan José Escoriza, fue creciendo a un ritmo del 20% cada año y en una tarde en día de semana de febrero hay unas 300 personas que disfrutan del sol a cuerpo completo. En enero hubo mucha más gente, dicen. Aquí no es obligatorio estar desnudo, pero más de la mitad camina los 200 metros de la playa, se mete en el mar y toma sol –para los novatos, fundamental el protector solar– sin malla.
Está protegida naturalmente por unos acantilados y también por la distancia, a unos 25 kilómetros de Mar del Plata, por la ruta 11, pasando Chapadmalal. No hay reglas, salvo las que dicta “el sentido común”. Está prohibido el uso de cámaras fotográficas, el ingreso de animales y vendedores ambulantes, jugar a la pelota y escuchar música fuerte.
Jorge y Natalia son pareja y ya están habituados a esto. Van a tomar algo al bar de la playa, que es atendido por dos mozas que hacen topless. “El otro día fuimos a la Bristol y me tuve que comprar una malla, porque no tenía. Una vez que estás en esto es difícil volver”, dice Jorge. “Yo lo cargaba y le decía que parecía un musulmán, de tan ‘abrigado’ que estaba”, ríe Natalia.
A Verónica el nudismo se le pegó en España, en donde vivió cinco años. “Ponerme una malla me resulta incómodo”. ¿Y no molesta la arena? “La arena molesta, tengas malla o no”, responden los pro nudismo.
Más alejada del negocio (La Escondida tiene bar, reposeras y sombrillas), con lo único que se rozan del mundo del consumo quienes vienen a la Playa Querandí es con las 4x4 que pasan (peligrosamente) camino a las dunas. Esta es una playa pública “naturista de nudismo opcional”, a unos seis kilómetros de Mar Azul, a la que se accede por un ingreso privado sobre la ruta 11 o por la playa. Tiene un guardavidas (vestido) provisto por el Municipio de Villa Gesell y un cerco de cañas que hace las veces de reparo. Nada más.
“Vengo porque me encanta hacer nudismo, pero como estoy con mis hijos ando vestido y cuando salgo a caminar me saco la ropa. Es un lugar para estar en paz y en armonía con la naturaleza”, cuenta Esteban, con el short en una mano. La Playa Querandí tiene dos años. Y quienes llegan lo hacen por la belleza del lugar: dunas, silencio y un mar cristalino. “El lugar es soñado, virgen, silencioso”, confiesa Gabriel.
Para otros, esa rusticidad es una complicación. Por eso, desde la Asociación Para el Nudismo Naturista Argentino (APANNA) le piden al Municipio que cumpla con lo que alguna vez prometió. “Sería ideal tener agua potable, baños, algún servicio de comida y bebida y que la zona esté demarcada para evitar accidentes con los vehículos que pasan. Más allá de eso, es increíble”, cuenta Florencia Brenner, secretaria de la entidad.
“Empecé este año y es fantástico, re natural. Al principio parece raro, después te acostumbrás. Lo mejor es meterse en el mar”, confiesa Alejandra. Para el no nudista, la sorpresa de ver desnudos como si fueran extraterrestres dura poco. Así que una advertencia a los curiosos: espiar no tiene sentido, en estas playas no abunda el 90-60-90 sino gente natural, panzones, arrugados y mujeres con pechos caídos, pero eso sí, todos con un semblante completamente relajado.
“Es eso, nada más, una concepción naturista. Es bastante simple, como verás”, explica Gabriel, con un bronceado homogéneo, mientras observa el mítico faro Querandí de Villa Gesell que podría ser aquí, en estas circunstancias, una especie de tótem.
La Escondida es la más antigua, este año cumple sus primeras diez temporadas. Según su dueño, Juan José Escoriza, fue creciendo a un ritmo del 20% cada año y en una tarde en día de semana de febrero hay unas 300 personas que disfrutan del sol a cuerpo completo. En enero hubo mucha más gente, dicen. Aquí no es obligatorio estar desnudo, pero más de la mitad camina los 200 metros de la playa, se mete en el mar y toma sol –para los novatos, fundamental el protector solar– sin malla.
Está protegida naturalmente por unos acantilados y también por la distancia, a unos 25 kilómetros de Mar del Plata, por la ruta 11, pasando Chapadmalal. No hay reglas, salvo las que dicta “el sentido común”. Está prohibido el uso de cámaras fotográficas, el ingreso de animales y vendedores ambulantes, jugar a la pelota y escuchar música fuerte.
Jorge y Natalia son pareja y ya están habituados a esto. Van a tomar algo al bar de la playa, que es atendido por dos mozas que hacen topless. “El otro día fuimos a la Bristol y me tuve que comprar una malla, porque no tenía. Una vez que estás en esto es difícil volver”, dice Jorge. “Yo lo cargaba y le decía que parecía un musulmán, de tan ‘abrigado’ que estaba”, ríe Natalia.
A Verónica el nudismo se le pegó en España, en donde vivió cinco años. “Ponerme una malla me resulta incómodo”. ¿Y no molesta la arena? “La arena molesta, tengas malla o no”, responden los pro nudismo.
Más alejada del negocio (La Escondida tiene bar, reposeras y sombrillas), con lo único que se rozan del mundo del consumo quienes vienen a la Playa Querandí es con las 4x4 que pasan (peligrosamente) camino a las dunas. Esta es una playa pública “naturista de nudismo opcional”, a unos seis kilómetros de Mar Azul, a la que se accede por un ingreso privado sobre la ruta 11 o por la playa. Tiene un guardavidas (vestido) provisto por el Municipio de Villa Gesell y un cerco de cañas que hace las veces de reparo. Nada más.
“Vengo porque me encanta hacer nudismo, pero como estoy con mis hijos ando vestido y cuando salgo a caminar me saco la ropa. Es un lugar para estar en paz y en armonía con la naturaleza”, cuenta Esteban, con el short en una mano. La Playa Querandí tiene dos años. Y quienes llegan lo hacen por la belleza del lugar: dunas, silencio y un mar cristalino. “El lugar es soñado, virgen, silencioso”, confiesa Gabriel.
Para otros, esa rusticidad es una complicación. Por eso, desde la Asociación Para el Nudismo Naturista Argentino (APANNA) le piden al Municipio que cumpla con lo que alguna vez prometió. “Sería ideal tener agua potable, baños, algún servicio de comida y bebida y que la zona esté demarcada para evitar accidentes con los vehículos que pasan. Más allá de eso, es increíble”, cuenta Florencia Brenner, secretaria de la entidad.
“Empecé este año y es fantástico, re natural. Al principio parece raro, después te acostumbrás. Lo mejor es meterse en el mar”, confiesa Alejandra. Para el no nudista, la sorpresa de ver desnudos como si fueran extraterrestres dura poco. Así que una advertencia a los curiosos: espiar no tiene sentido, en estas playas no abunda el 90-60-90 sino gente natural, panzones, arrugados y mujeres con pechos caídos, pero eso sí, todos con un semblante completamente relajado.
clarin.com
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