Chicos que tienen que caminar o recorrer en bicicleta hasta 15 kilómetros para poder llegar a la escuela más cercana -con inviernos que les penetran el poco abrigo que tienen- o que directamente se ven obligados a mudarse al pueblo para no tener que desertar. Chicos que se cargan al hombro la economía familiar y tienen que colaborar con lo que haga falta para el sostenimiento de la casa, que ni siquiera tienen lo suficiente para pagar el colectivo para ir a estudiar o que no soportan el choque cultural del campo a la urbanización.
Estos son algunos de los motivos que impiden que los jóvenes de zonas rurales -esto quiere decir, localidades de hasta 2000 habitantes- puedan acceder a una educación secundaria y obtener las herramientas necesarias para insertarse en un mundo laboral que cada vez los expulsa con más fuerza.
Según información del Ministerio de Educación de la Nación, la educación rural reúne cerca de 39% de los establecimientos a nivel nacional, donde asisten 981.448 alumnos.
Además de la gran disparidad regional en la oferta de educación rural (mientras en el norte del país 21% de los alumnos asiste a escuelas rurales; en la región de Cuyo, 16%; en la región patagónica, 9%, y en la región pampeana, 6%) también se distribuye de modo desigual por nivel educativo: en la primaria la matrícula rural representa 13% del total, en el nivel inicial es 10% y en el secundario 7%, lo cual refleja la deficiencia relativa en la oferta de estos últimos dos niveles.
"Se estima que dentro de tres o cuatro años el 94% de la población total del país será urbana. Las razones son variadas, pero de lo que no existen dudas es de que ante la falta de oportunidades para el desarrollo en las comunidades o pequeños pueblos rurales, miles de jóvenes se ven obligados a emigrar a las ciudades o sus alrededores. Su falta de educación y formación automáticamente los excluye del mundo laboral", explica Patricio Sutton, director ejecutivo de Red Comunidades Rurales.
En cuanto a la oferta educativa existen sólo 4800 escuelas rurales secundarias contra 11.726 escuelas rurales primarias, anulando la posibilidad de que todos los chicos que egresan puedan continuar estudiando.
"El campo genera cada vez menos oportunidades", afirma Pablo Recuero, vicerrector del Instituto Agrotécnico Margarita O´Farell de Maguirre de Santa Lucía, en el partido de San Pedro, provincia de Buenos Aires. Esta afirmación contrasta con el hecho de que mientras la cadena de valor que genera el sector agropecuario representa alrededor del 40% del PBI nacional, sólo un 0,2% del presupuesto educativo nacional se destina a la mejora del nivel secundario rural (ver recuadro).
Estas cifras ponen de manifiesto la laberíntica tarea que Recuero - y el resto de los maestros rurales - tiene en sus manos: darle a chicos de 13 a 18 años los conocimientos teóricos y las herramientas prácticas necesarias para poder construir un futuro mejor, sin tener que irse del pueblo.
A pesar de su esfuerzo, Recuero todavía no consigue salir airoso en esa tarea. ¿Por qué? "Porque al promoverlos a que sigan creciendo los echamos del pueblo. Los chicos que se van para recibirse de veterinarios o agrónomos no regresan porque no tienen campo de acción", agrega Recuero.
El nivel secundario del instituto - con orientación en ciencias naturales y producción agropecuaria - recibe alumnos de las localidades ubicadas en un radio de 150 kilómetros a la redonda. Por la mañana se desarrollan las actividades áulicas de secundaria, juntamente con las prácticas de carácter agrotécnico, en el predio preparado para este fin. Allí, los 103 jóvenes aprenden huerta, avicultura de pollos parrilleros y ponedoras, vivero, producción de cerdos y monte frutal, todo en pequeña escala. También desarrollan algunas tareas de agricultura extensiva y tienen convenios con productores para hacer pasantías.
Para poder alojar a los chicos de zonas más alejadas, hace dos años reabrieron su internado que permite que 10 chicos de Ramallo, San Nicolás, Rosario y San Pedro puedan vivir de lunes a viernes y seguir con sus estudios. Este es el caso de Maruel, de 18 años y oriundo de San Nicolás, que si bien se acostumbró a compartir un cuarto con todos los demás chicos, cuenta que los roces son inevitables. "En mi pueblo hay secundarias, pero no están especializadas en agronomía y yo quería eso. Estoy contento con lo que aprendo y los fines de semana vuelvo a ver a mi familia", cuenta Maruel, apasionado por la agricultura, que quiere seguir estudiando para llegar a ser ingeniero agrónomo en Zavalla, Santa Fe. "Es una de las facultades que más cerca me queda porque si no me tengo que ir hasta La Plata", explica este chico de sonrisa franca y mirada segura, que tuvo que acostumbrarse a la fuerza a vivir lejos de los suyos.
"Hay mucha deserción escolar en primaria, sobre todo en las mujeres. Eso se traduce en un altísimo grado de madres precoces, sin primaria completa. El problema es cuando el chico empieza a repetir porque termina dejando y también hay muchos otros que tienen que salir a changar o juntar fruta", cuenta Elsa Fente, directora del nivel secundario.
Según un estudio realizado por la Red Comunidades Rurales, generalmente existe una gran distancia entre las escuelas rurales de primaria y secundaria: en promedio en las cinco regiones, 26 kilómetros separan a unas de otras, llegando a un promedio de 37 kilómetros en la Patagonia y casos extremos donde los alumnos deben trasladarse más de 200.
Eugenia padece en carne propia esta realidad. Vive en Doyle, en una zona de campos, que todavía no vio nacer su primera escuela secundaria. Por eso, con sus 17 años tiene que viajar todos los días en colectivo a Santa Lucía para poder cursar 6° año. "Mi hermano más grande trabaja con mi papá en el campo y la más grande estudia Agronomía en la UBA. Yo quiero estudiar para maestra jardinera en San Pedro así me puedo quedar en el pueblo", dice Eugenia, a la vez que confiesa su poca fascinación por meter las manos en la tierra.
Julieta, en cambio, es de Santa Lucía y tiene el privilegio de haber podido cursar desde jardín de infantes hasta 6° año en la misma escuela. Con 19 años y a unos meses de terminar sus estudios, todavía no tiene bien en claro para dónde va a rumbear porque no se quiere ir muy lejos. "Si en 2011 abren la carrera terciaria de Producción Agropecuaria en San Pedro la quiero hacer porque sólo tengo una hora de viaje. Y a la vez me gustaría trabajar en algo relacionado con lo agropecuario, hacer una pasantía para poder ir probando otras opciones laborales", explica, con muchas ganas de aprender, pero con pocas opciones disponibles.
Estos son algunos de los motivos que impiden que los jóvenes de zonas rurales -esto quiere decir, localidades de hasta 2000 habitantes- puedan acceder a una educación secundaria y obtener las herramientas necesarias para insertarse en un mundo laboral que cada vez los expulsa con más fuerza.
Según información del Ministerio de Educación de la Nación, la educación rural reúne cerca de 39% de los establecimientos a nivel nacional, donde asisten 981.448 alumnos.
Además de la gran disparidad regional en la oferta de educación rural (mientras en el norte del país 21% de los alumnos asiste a escuelas rurales; en la región de Cuyo, 16%; en la región patagónica, 9%, y en la región pampeana, 6%) también se distribuye de modo desigual por nivel educativo: en la primaria la matrícula rural representa 13% del total, en el nivel inicial es 10% y en el secundario 7%, lo cual refleja la deficiencia relativa en la oferta de estos últimos dos niveles.
"Se estima que dentro de tres o cuatro años el 94% de la población total del país será urbana. Las razones son variadas, pero de lo que no existen dudas es de que ante la falta de oportunidades para el desarrollo en las comunidades o pequeños pueblos rurales, miles de jóvenes se ven obligados a emigrar a las ciudades o sus alrededores. Su falta de educación y formación automáticamente los excluye del mundo laboral", explica Patricio Sutton, director ejecutivo de Red Comunidades Rurales.
En cuanto a la oferta educativa existen sólo 4800 escuelas rurales secundarias contra 11.726 escuelas rurales primarias, anulando la posibilidad de que todos los chicos que egresan puedan continuar estudiando.
"El campo genera cada vez menos oportunidades", afirma Pablo Recuero, vicerrector del Instituto Agrotécnico Margarita O´Farell de Maguirre de Santa Lucía, en el partido de San Pedro, provincia de Buenos Aires. Esta afirmación contrasta con el hecho de que mientras la cadena de valor que genera el sector agropecuario representa alrededor del 40% del PBI nacional, sólo un 0,2% del presupuesto educativo nacional se destina a la mejora del nivel secundario rural (ver recuadro).
Estas cifras ponen de manifiesto la laberíntica tarea que Recuero - y el resto de los maestros rurales - tiene en sus manos: darle a chicos de 13 a 18 años los conocimientos teóricos y las herramientas prácticas necesarias para poder construir un futuro mejor, sin tener que irse del pueblo.
A pesar de su esfuerzo, Recuero todavía no consigue salir airoso en esa tarea. ¿Por qué? "Porque al promoverlos a que sigan creciendo los echamos del pueblo. Los chicos que se van para recibirse de veterinarios o agrónomos no regresan porque no tienen campo de acción", agrega Recuero.
El nivel secundario del instituto - con orientación en ciencias naturales y producción agropecuaria - recibe alumnos de las localidades ubicadas en un radio de 150 kilómetros a la redonda. Por la mañana se desarrollan las actividades áulicas de secundaria, juntamente con las prácticas de carácter agrotécnico, en el predio preparado para este fin. Allí, los 103 jóvenes aprenden huerta, avicultura de pollos parrilleros y ponedoras, vivero, producción de cerdos y monte frutal, todo en pequeña escala. También desarrollan algunas tareas de agricultura extensiva y tienen convenios con productores para hacer pasantías.
Para poder alojar a los chicos de zonas más alejadas, hace dos años reabrieron su internado que permite que 10 chicos de Ramallo, San Nicolás, Rosario y San Pedro puedan vivir de lunes a viernes y seguir con sus estudios. Este es el caso de Maruel, de 18 años y oriundo de San Nicolás, que si bien se acostumbró a compartir un cuarto con todos los demás chicos, cuenta que los roces son inevitables. "En mi pueblo hay secundarias, pero no están especializadas en agronomía y yo quería eso. Estoy contento con lo que aprendo y los fines de semana vuelvo a ver a mi familia", cuenta Maruel, apasionado por la agricultura, que quiere seguir estudiando para llegar a ser ingeniero agrónomo en Zavalla, Santa Fe. "Es una de las facultades que más cerca me queda porque si no me tengo que ir hasta La Plata", explica este chico de sonrisa franca y mirada segura, que tuvo que acostumbrarse a la fuerza a vivir lejos de los suyos.
"Hay mucha deserción escolar en primaria, sobre todo en las mujeres. Eso se traduce en un altísimo grado de madres precoces, sin primaria completa. El problema es cuando el chico empieza a repetir porque termina dejando y también hay muchos otros que tienen que salir a changar o juntar fruta", cuenta Elsa Fente, directora del nivel secundario.
Según un estudio realizado por la Red Comunidades Rurales, generalmente existe una gran distancia entre las escuelas rurales de primaria y secundaria: en promedio en las cinco regiones, 26 kilómetros separan a unas de otras, llegando a un promedio de 37 kilómetros en la Patagonia y casos extremos donde los alumnos deben trasladarse más de 200.
Eugenia padece en carne propia esta realidad. Vive en Doyle, en una zona de campos, que todavía no vio nacer su primera escuela secundaria. Por eso, con sus 17 años tiene que viajar todos los días en colectivo a Santa Lucía para poder cursar 6° año. "Mi hermano más grande trabaja con mi papá en el campo y la más grande estudia Agronomía en la UBA. Yo quiero estudiar para maestra jardinera en San Pedro así me puedo quedar en el pueblo", dice Eugenia, a la vez que confiesa su poca fascinación por meter las manos en la tierra.
Julieta, en cambio, es de Santa Lucía y tiene el privilegio de haber podido cursar desde jardín de infantes hasta 6° año en la misma escuela. Con 19 años y a unos meses de terminar sus estudios, todavía no tiene bien en claro para dónde va a rumbear porque no se quiere ir muy lejos. "Si en 2011 abren la carrera terciaria de Producción Agropecuaria en San Pedro la quiero hacer porque sólo tengo una hora de viaje. Y a la vez me gustaría trabajar en algo relacionado con lo agropecuario, hacer una pasantía para poder ir probando otras opciones laborales", explica, con muchas ganas de aprender, pero con pocas opciones disponibles.
"Cerca del 40% de los chicos de ámbitos rurales no tiene acceso a una educación secundaria aunque es obligatoria. Ya dejó de ser un problema de la familia que tiene que mandar al chico a la escuela para pasar a ser un deber del Estado encontrar la manera de brindar a todos los chicos la oportunidad de estudiar", reclaman Juan Carlos Bregy, director ejecutivo de la Federación de Institutos Agrotécnicos Privados.
El relevamiento de la Red Comunidades Rurales también arrojó otro dato preocupante: el 88% de los referentes locales manifestó que no existían oportunidades de formación laboral para los jóvenes de ámbitos rurales. Cuando se investigó sobre cuáles se consideraban las áreas de utilidad para su formación laboral se produjo un consenso en las áreas consideradas prioritarias. En primer lugar se mencionaron talleres de oficios en centros comunitarios. Luego se refirieron a escuelas agrotécnicas y en tercer lugar, a las escuelas técnicas.
Salvo contadas excepciones, la educación primaria en el ámbito rural es de peor calidad que la existente en las ciudades. De hecho, no es raro que una escuela rural tenga menos horas de clase, no tenga la infraestructura adecuada y varios grados compartan el aula y el docente. "La falta de atención médica, de movilidad o las interrupciones por aislamiento (lluvias, nevadas, etcétera), los conflictos gremiales, las ausencias de los docentes por trámites que deben realizar, la falta de comunicación y el analfabetismo digital son factores que marcan con claridad una gran brecha. Este contexto genera que los chicos lleguen al secundario con un nivel que suele ser notablemente más bajo que en las ciudades", se queja Sutton.
A pesar de este diagnóstico, las escuelas secundarias intentan por medio de diferentes propuestas educativas, que suelen incluir experiencias de trabajo agrícola a partir de actividades realizadas en huertas, invernaderos o granjas en la propia escuela. El mencionado relevamiento comprobó que el 61% de las escuelas cuenta con al menos una de estas instalaciones. Lo producido se utiliza mayormente para consumo escolar, aunque en algunos colegios se vende y, en menor medida, en otros se reparte a las familias, se utiliza con fines pedagógicos o se dona.
El mercado laboral en el ámbito rural requiere de una formación específica y la educación formal muchas veces resulta insuficiente para preparar a los jóvenes. Entonces, ¿cuáles son las oportunidades reales que tienen los alumnos recibidos de las escuelas secundarias rurales de trabajar en sus comunidades?
"En el caso de las escuelas de educación técnica y agropecuaria hay muchos casos donde el mundo laboral alberga a los estudiantes recién egresados dada la formación específica que reciben relacionada con las actividades que se desarrollan en la zona. Hay escuelas que tienen al 100% de sus egresados con trabajo o estudio asegurado mucho antes de terminar de cursar. Hay otras donde la formación de las escuelas no está emparejada con la tecnificación del agro o donde se han dado cambios de actividad (agricultura por ganadería), y no siempre las escuelas técnicas y agropecuarias han acompañando dichos procesos, actualizando sus planes de estudio y prácticas. Entonces las capacidades adquiridas no sirven para insertarse en el ámbito laboral local", dice Luis Vedoya, coordinador de EduCrea.
Julián es uno de los tantos adolescentes que tiene que modificar su presente para poder ver florecer su futuro. Vivía con su familia en Merlo y para poder seguir la secundaria en el Centro de Formación Rural El Tejado, en General Rodríguez, todos se mudaron a Francisco Alvarez, en Moreno.
Hoy, con 13 y ya cursando su 2° año viaja todos los días 20 minutos en colectivo para llegar a esta institución a la que asisten 111 alumnos de 11 a 18 años.
"A mí siempre me gustó el campo, más que nada los caballos. El hijo de un amigo de mi papá venía acá y lo vinimos a conocer", dice este joven que en un futuro quiere ser ingeniero agrónomo y trabajar en el campo. Y agrega: "Lo que más disfruto es estar con los animales. Darles de comer a los conejos o cuidar a las ovejas".
El Centro de Formación Rural (CFR) El Tejado pertenece a la Fundación Marzano, que nació en 1974 copiando el modelo de las escuelas de la familia agrícola (EFA) francesas, por la preocupación de los productores agropecuarios que querían que sus hijos estudiaran sin tener que abandonar el campo.
"Las 3 patas de las EFA son la responsabilidad de la familia en la educación de sus hijos, la alternancia y el impulso del desarrollo local de la comunidad en la que están insertas. Están orientadas a la formación de los hijos de los peones rurales, a diferencia de las agrotécnicas que buscan formar técnicos medios. Su lema es La vida enseña y educa. Los chicos permanecen dos semanas en la escuela y otras dos en sus casas, buscando armonizar la enseñanza áulica con la enseñanza de la vida y vincularla al trabajo", explica Jorge Pereda, uno de los impulsores de esta metodología en el país.
Al ingresar al predio de 25 hectáreas del CFR El Tejado, cada alumno saluda con un buen día y una sonrisa para luego continuar con sus tareas productivas en la sala de quesos, el vivero, la huerta, el gallinero, la forestación, los conejos y el rodeo de terneras.
"La matrícula está poco más urbanizada porque estamos dejando la alternancia. Los chicos de 1° y 2° año tienen un período escolar de 2 semanas de 8.30 a 17.30 en la escuela y otras dos semanas de período familiar en la que vienen sólo medio día y el resto, hacen las tareas escolares en sus casas. Los chicos de 4°, 5° y 6° hacen pasantías y prácticas profesionales en campos y empresas de la zona", explica Sergio Debandi, director del CFR.
Los alumnos son de pueblos como Capilla del Señor, Marcos Paz, Las Heras, General Rodríguez o Luján. "El éxodo rural es un hecho. Nosotros estamos consiguiendo que los chicos se queden en el medio rural que no es lo mismo que sean productores agropecuarios. Tratamos de generar mentalidades que se sientan cómodas de trabajar en el medio rural. Cuando terminan la mayoría se queda trabajando en las empresas en las que hicieron su pasantía o siguen una carrera terciaria o universitaria. En vez de partir de los libros partimos de la realidad en la que viven los chicos, y en función a eso vamos desarrollando sus conocimientos", agrega Debandi.
José Ignacio vive en un haras en Plomer y es el más grande de sus hermanos. Tiene 13 y para poder llegar a este centro lo traen sus padres, se toma un remise o lo lleva el director. "De chico lo ayudaba a mi papá en el haras, pero ahora se me complica porque nos mandan mucha tarea", dice José Ignacio, que eligió esta escuela porque su idea es ser ingeniero agrónomo.
"Lo que más me gusta es ocuparme de las gallinas porque requieren mucha atención. Hay que limpiarlas y cambiarles las camas, o también me entretengo con el vivero haciendo el invernáculo", agrega entusiasmado José Ignacio.
Como muchos de los alumnos del CFR cuando terminaban no sabían si seguir otros estudios o empezar a trabajar, desde la Fundación Marzano decidieron ir más allá y fundar un Instituto Terciario de Educación Rural (ITER) El Tejado, que dura 3 años, y pone el foco en la alternancia y las pasantías. Hoy cuenta con 40 alumnos de Rufino, Saladillo, Villegas, Santa Fe, Rosario que duermen en el instituto durante dos semanas y el resto hacen pasantías.
Damián es uno de los alumnos que en 2009 terminó en el CFR y con 18 está cursando su primer año del ITER. Es de General Rodríguez, donde su papá es encargado de un tambo. "El ambiente rural es lo que más me gustó de esta escuela porque crecí en el campo. Hasta que empecé el secundario siempre trabajé con mi papá y de chico me metía a ordeñar. Lo bueno del tambo es que te da la experiencia y acá aprendés lo que te falta de administración", explica Damián, que sólo vive a 7 kilómetros del terciario, viaja todos los días en colectivo.
Recientemente estuvo trabajando durante 5 meses en un campo en Lincoln, que tenía dos tambos, un feedlot y 3600 hectáreas de agricultura. "Para mí fue un cambio enorme por la magnitud de todo y una experiencia fantástica. Nos explican las tareas y funcionamos como empleados", dice Damián. Después de recibirse en el terciario con el título de técnico superior en Administración de Empresas Agropecuarias quiere estudiar dos años más en una universidad para obtener una licenciatura.
Los consultados coinciden en que la principal limitante para que los chicos puedan seguir sus estudios secundarios son la falta de infraestructura y transporte público que permita el traslado de los jóvenes a las instituciones. "La alternativa, que serían las pensiones gratuitas, está dejando de existir. Antes había más escuelas agropecuarias con internado, donde los alumnos se quedaban toda la semana a dormir. Por falta de recursos y por problemas sociales como la connivencia, cada vez hay menos instituciones con esta modalidad", sostiene Vedoya.
La situación de tener que trasladarse para asistir a un establecimiento educativo es mucho más crítica en zonas más aisladas del país, como sucede por ejemplo con las comunidades aborígenes del Norte o con las escuelas de frontera.
"Cuando estos chicos terminan 7° grado les resulta muy difícil acceder a escuelas secundarias porque les quedan muy lejos y los accesos son muy difíciles. Algunos ni siquiera tienen para pagar el transporte al pueblo, que son 50 pesos. A nivel humano estamos hablando de chicos de 12 años, solos, que tienen que encarar un cambio grande entre primaria y secundaria. Los maestros por lo general no contemplan estas situaciones y por eso terminan desertando", explica Patricia García Albaladejo, coordinadora del Area de Desarrollo Social de Misiones Rurales.
Esta organización beca actualmente a 20 chicos para que puedan seguir con sus estudios secundarios. El alumno recibe 350 pesos en forma directa, que se aplica principalmente para el albergue (pieza de una casa que sale cerca de 250 pesos) o para los que no están tan lejos les financian la bicicleta, y el resto se destina a alimentos, ropa y útiles escolares.
En cuanto al ciclo lectivo, en las zonas rurales los días de clase estipulados no siempre se pueden cumplir, principalmente por factores climáticos, pero también por problemas de salud o porque los chicos trabajan en el campo. Entonces al hecho de que más de 3600 escuelas rurales cuentan con un solo docente hay que sumarle el alto grado de ausentismo de los chicos.
"Los chicos van a trabajar a las cosechas y el problema es la retención escolar y la inclusión. Las escuelas tienen que flexibilizarse y adaptar los calendarios para que los chicos sigan yendo", asegura Silvana Gyssels, responsable del área educativa de Fe y Alegría.
Son muchas las ONG que se movilizan para que todos los días los chicos con menores posibilidades puedan cumplir con su derecho a recibir una educación. "Acá en la ciudad de Buenos Aires caminás dos cuadras y tenés una escuela; allá en el interior tienen que hacer 10 o 20 kilómetros para llegar a cualquier establecimiento", dice Noemí Arbetman, presidenta de la Asociación de Asociación de Padrinos de Alumnos y Escuelas Rurales (Apaer). Esta asociación becó durante 2009 a 450 chicos -y este año espera igualar o superar ese número- para paliar esta situación.
"El control sobre el uso de ese dinero lo realiza el maestro, que también está encargado de dar su opinión sobre el estado de la beca y el rendimiento de los alumnos. Leandro, por ejemplo, hizo un esfuerzo muy grande para poder terminar sus estudios. Tenía que hacer 10 kilómetros en bici todos los días y hoy sigue estudios universitarios", cuenta Arbetman.
En cuanto a las mejoras necesarias para generar una escuela más inclusiva para los ámbitos rurales, las voces consultadas se unen para proponer una mejor ubicación de las instituciones y en cantidad adecuada, más y mejores caminos, transportes que garanticen la movilidad de todos a las escuelas, actualización docente y mayor intercambio con el mundo productivo, acercando nuevas tecnologías y prácticas al alumnado.
Mientras tanto, los chicos de los pueblos argentinos todas las mañanas cargan sus libros, con la esperanza de encontrar en las aulas las herramientas para enfrentar un porvenir demasiado incierto.
Por Micaela Urdinez De la Fundación LA NACION Cómo colaborar
Fundación Marzano: http://www.fundacionmarzano.org.ar/
Fediap: http://www.fediap.com.ar/
Red Comunidades Rurales: http://www.comunidadesrurales.org/
Fe y Alegría: http://www.feyalegria.org/
Apaer: http://www.apaer.org.ar/
Fundación Grano de Mostaza: http://www.granodemostaza.org.ar/
Misiones Rurales: http://www.misionesrurales.org.ar/
El relevamiento de la Red Comunidades Rurales también arrojó otro dato preocupante: el 88% de los referentes locales manifestó que no existían oportunidades de formación laboral para los jóvenes de ámbitos rurales. Cuando se investigó sobre cuáles se consideraban las áreas de utilidad para su formación laboral se produjo un consenso en las áreas consideradas prioritarias. En primer lugar se mencionaron talleres de oficios en centros comunitarios. Luego se refirieron a escuelas agrotécnicas y en tercer lugar, a las escuelas técnicas.
Salvo contadas excepciones, la educación primaria en el ámbito rural es de peor calidad que la existente en las ciudades. De hecho, no es raro que una escuela rural tenga menos horas de clase, no tenga la infraestructura adecuada y varios grados compartan el aula y el docente. "La falta de atención médica, de movilidad o las interrupciones por aislamiento (lluvias, nevadas, etcétera), los conflictos gremiales, las ausencias de los docentes por trámites que deben realizar, la falta de comunicación y el analfabetismo digital son factores que marcan con claridad una gran brecha. Este contexto genera que los chicos lleguen al secundario con un nivel que suele ser notablemente más bajo que en las ciudades", se queja Sutton.
A pesar de este diagnóstico, las escuelas secundarias intentan por medio de diferentes propuestas educativas, que suelen incluir experiencias de trabajo agrícola a partir de actividades realizadas en huertas, invernaderos o granjas en la propia escuela. El mencionado relevamiento comprobó que el 61% de las escuelas cuenta con al menos una de estas instalaciones. Lo producido se utiliza mayormente para consumo escolar, aunque en algunos colegios se vende y, en menor medida, en otros se reparte a las familias, se utiliza con fines pedagógicos o se dona.
El mercado laboral en el ámbito rural requiere de una formación específica y la educación formal muchas veces resulta insuficiente para preparar a los jóvenes. Entonces, ¿cuáles son las oportunidades reales que tienen los alumnos recibidos de las escuelas secundarias rurales de trabajar en sus comunidades?
"En el caso de las escuelas de educación técnica y agropecuaria hay muchos casos donde el mundo laboral alberga a los estudiantes recién egresados dada la formación específica que reciben relacionada con las actividades que se desarrollan en la zona. Hay escuelas que tienen al 100% de sus egresados con trabajo o estudio asegurado mucho antes de terminar de cursar. Hay otras donde la formación de las escuelas no está emparejada con la tecnificación del agro o donde se han dado cambios de actividad (agricultura por ganadería), y no siempre las escuelas técnicas y agropecuarias han acompañando dichos procesos, actualizando sus planes de estudio y prácticas. Entonces las capacidades adquiridas no sirven para insertarse en el ámbito laboral local", dice Luis Vedoya, coordinador de EduCrea.
Julián es uno de los tantos adolescentes que tiene que modificar su presente para poder ver florecer su futuro. Vivía con su familia en Merlo y para poder seguir la secundaria en el Centro de Formación Rural El Tejado, en General Rodríguez, todos se mudaron a Francisco Alvarez, en Moreno.
Hoy, con 13 y ya cursando su 2° año viaja todos los días 20 minutos en colectivo para llegar a esta institución a la que asisten 111 alumnos de 11 a 18 años.
"A mí siempre me gustó el campo, más que nada los caballos. El hijo de un amigo de mi papá venía acá y lo vinimos a conocer", dice este joven que en un futuro quiere ser ingeniero agrónomo y trabajar en el campo. Y agrega: "Lo que más disfruto es estar con los animales. Darles de comer a los conejos o cuidar a las ovejas".
El Centro de Formación Rural (CFR) El Tejado pertenece a la Fundación Marzano, que nació en 1974 copiando el modelo de las escuelas de la familia agrícola (EFA) francesas, por la preocupación de los productores agropecuarios que querían que sus hijos estudiaran sin tener que abandonar el campo.
"Las 3 patas de las EFA son la responsabilidad de la familia en la educación de sus hijos, la alternancia y el impulso del desarrollo local de la comunidad en la que están insertas. Están orientadas a la formación de los hijos de los peones rurales, a diferencia de las agrotécnicas que buscan formar técnicos medios. Su lema es La vida enseña y educa. Los chicos permanecen dos semanas en la escuela y otras dos en sus casas, buscando armonizar la enseñanza áulica con la enseñanza de la vida y vincularla al trabajo", explica Jorge Pereda, uno de los impulsores de esta metodología en el país.
Al ingresar al predio de 25 hectáreas del CFR El Tejado, cada alumno saluda con un buen día y una sonrisa para luego continuar con sus tareas productivas en la sala de quesos, el vivero, la huerta, el gallinero, la forestación, los conejos y el rodeo de terneras.
"La matrícula está poco más urbanizada porque estamos dejando la alternancia. Los chicos de 1° y 2° año tienen un período escolar de 2 semanas de 8.30 a 17.30 en la escuela y otras dos semanas de período familiar en la que vienen sólo medio día y el resto, hacen las tareas escolares en sus casas. Los chicos de 4°, 5° y 6° hacen pasantías y prácticas profesionales en campos y empresas de la zona", explica Sergio Debandi, director del CFR.
Los alumnos son de pueblos como Capilla del Señor, Marcos Paz, Las Heras, General Rodríguez o Luján. "El éxodo rural es un hecho. Nosotros estamos consiguiendo que los chicos se queden en el medio rural que no es lo mismo que sean productores agropecuarios. Tratamos de generar mentalidades que se sientan cómodas de trabajar en el medio rural. Cuando terminan la mayoría se queda trabajando en las empresas en las que hicieron su pasantía o siguen una carrera terciaria o universitaria. En vez de partir de los libros partimos de la realidad en la que viven los chicos, y en función a eso vamos desarrollando sus conocimientos", agrega Debandi.
José Ignacio vive en un haras en Plomer y es el más grande de sus hermanos. Tiene 13 y para poder llegar a este centro lo traen sus padres, se toma un remise o lo lleva el director. "De chico lo ayudaba a mi papá en el haras, pero ahora se me complica porque nos mandan mucha tarea", dice José Ignacio, que eligió esta escuela porque su idea es ser ingeniero agrónomo.
"Lo que más me gusta es ocuparme de las gallinas porque requieren mucha atención. Hay que limpiarlas y cambiarles las camas, o también me entretengo con el vivero haciendo el invernáculo", agrega entusiasmado José Ignacio.
Como muchos de los alumnos del CFR cuando terminaban no sabían si seguir otros estudios o empezar a trabajar, desde la Fundación Marzano decidieron ir más allá y fundar un Instituto Terciario de Educación Rural (ITER) El Tejado, que dura 3 años, y pone el foco en la alternancia y las pasantías. Hoy cuenta con 40 alumnos de Rufino, Saladillo, Villegas, Santa Fe, Rosario que duermen en el instituto durante dos semanas y el resto hacen pasantías.
Damián es uno de los alumnos que en 2009 terminó en el CFR y con 18 está cursando su primer año del ITER. Es de General Rodríguez, donde su papá es encargado de un tambo. "El ambiente rural es lo que más me gustó de esta escuela porque crecí en el campo. Hasta que empecé el secundario siempre trabajé con mi papá y de chico me metía a ordeñar. Lo bueno del tambo es que te da la experiencia y acá aprendés lo que te falta de administración", explica Damián, que sólo vive a 7 kilómetros del terciario, viaja todos los días en colectivo.
Recientemente estuvo trabajando durante 5 meses en un campo en Lincoln, que tenía dos tambos, un feedlot y 3600 hectáreas de agricultura. "Para mí fue un cambio enorme por la magnitud de todo y una experiencia fantástica. Nos explican las tareas y funcionamos como empleados", dice Damián. Después de recibirse en el terciario con el título de técnico superior en Administración de Empresas Agropecuarias quiere estudiar dos años más en una universidad para obtener una licenciatura.
Los consultados coinciden en que la principal limitante para que los chicos puedan seguir sus estudios secundarios son la falta de infraestructura y transporte público que permita el traslado de los jóvenes a las instituciones. "La alternativa, que serían las pensiones gratuitas, está dejando de existir. Antes había más escuelas agropecuarias con internado, donde los alumnos se quedaban toda la semana a dormir. Por falta de recursos y por problemas sociales como la connivencia, cada vez hay menos instituciones con esta modalidad", sostiene Vedoya.
La situación de tener que trasladarse para asistir a un establecimiento educativo es mucho más crítica en zonas más aisladas del país, como sucede por ejemplo con las comunidades aborígenes del Norte o con las escuelas de frontera.
"Cuando estos chicos terminan 7° grado les resulta muy difícil acceder a escuelas secundarias porque les quedan muy lejos y los accesos son muy difíciles. Algunos ni siquiera tienen para pagar el transporte al pueblo, que son 50 pesos. A nivel humano estamos hablando de chicos de 12 años, solos, que tienen que encarar un cambio grande entre primaria y secundaria. Los maestros por lo general no contemplan estas situaciones y por eso terminan desertando", explica Patricia García Albaladejo, coordinadora del Area de Desarrollo Social de Misiones Rurales.
Esta organización beca actualmente a 20 chicos para que puedan seguir con sus estudios secundarios. El alumno recibe 350 pesos en forma directa, que se aplica principalmente para el albergue (pieza de una casa que sale cerca de 250 pesos) o para los que no están tan lejos les financian la bicicleta, y el resto se destina a alimentos, ropa y útiles escolares.
En cuanto al ciclo lectivo, en las zonas rurales los días de clase estipulados no siempre se pueden cumplir, principalmente por factores climáticos, pero también por problemas de salud o porque los chicos trabajan en el campo. Entonces al hecho de que más de 3600 escuelas rurales cuentan con un solo docente hay que sumarle el alto grado de ausentismo de los chicos.
"Los chicos van a trabajar a las cosechas y el problema es la retención escolar y la inclusión. Las escuelas tienen que flexibilizarse y adaptar los calendarios para que los chicos sigan yendo", asegura Silvana Gyssels, responsable del área educativa de Fe y Alegría.
Son muchas las ONG que se movilizan para que todos los días los chicos con menores posibilidades puedan cumplir con su derecho a recibir una educación. "Acá en la ciudad de Buenos Aires caminás dos cuadras y tenés una escuela; allá en el interior tienen que hacer 10 o 20 kilómetros para llegar a cualquier establecimiento", dice Noemí Arbetman, presidenta de la Asociación de Asociación de Padrinos de Alumnos y Escuelas Rurales (Apaer). Esta asociación becó durante 2009 a 450 chicos -y este año espera igualar o superar ese número- para paliar esta situación.
"El control sobre el uso de ese dinero lo realiza el maestro, que también está encargado de dar su opinión sobre el estado de la beca y el rendimiento de los alumnos. Leandro, por ejemplo, hizo un esfuerzo muy grande para poder terminar sus estudios. Tenía que hacer 10 kilómetros en bici todos los días y hoy sigue estudios universitarios", cuenta Arbetman.
En cuanto a las mejoras necesarias para generar una escuela más inclusiva para los ámbitos rurales, las voces consultadas se unen para proponer una mejor ubicación de las instituciones y en cantidad adecuada, más y mejores caminos, transportes que garanticen la movilidad de todos a las escuelas, actualización docente y mayor intercambio con el mundo productivo, acercando nuevas tecnologías y prácticas al alumnado.
Mientras tanto, los chicos de los pueblos argentinos todas las mañanas cargan sus libros, con la esperanza de encontrar en las aulas las herramientas para enfrentar un porvenir demasiado incierto.
Por Micaela Urdinez De la Fundación LA NACION Cómo colaborar
Fundación Marzano: http://www.fundacionmarzano.org.ar/
Fediap: http://www.fediap.com.ar/
Red Comunidades Rurales: http://www.comunidadesrurales.org/
Fe y Alegría: http://www.feyalegria.org/
Apaer: http://www.apaer.org.ar/
Fundación Grano de Mostaza: http://www.granodemostaza.org.ar/
Misiones Rurales: http://www.misionesrurales.org.ar/
lanacion.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario