Por Mauricio Giambartolomei
lanacion.com
Cuando trabaja usa pollera entallada, camisa ceñida al cuerpo, tacos altos, sombras y lápiz labial. Su puesto en una empresa petrolera le exige viajes por todo el país, un discurso marketinero y un permanente contacto con ejecutivos, empleados y clientes. Pero cuando termina el horario de oficina Angela Barrionuevo explota su potencia física en combates que no duran más de diez segundos y es capaz de derribar de un impulso a la persona que tenga enfrente, sea hombre o mujer.
Maximiliana Villarreal y Susana Solís tienen el cuerpo trabajado, fibroso y no pesan más de 65 kilos. Ellas usan equipos deportivos y zapatillas durante la mayor parte del día; son profesoras de educación física. Sus vidas están ligadas al deporte y a las artes marciales. También conocen técnicas para dominar a un oponente antes que dé un suspiro.
Las tres mujeres tiene algo en común: forman parte del equipo de sumo femenino que todos los martes, jueves y sábados entrena en el Centro Okinawense Argentino junto con un grupo de sumotaris que se prepara para el mundial amateur que se realizará en Polonia, en noviembre próximo, donde viajarán tres hombres y tres mujeres en representación de nuestro país.
Sumo con perfume de mujer
¿Sumo femenino? ¿Y en la Argentina? Esas son las dos primeras preguntas que deben responderse los incrédulos. Pero la curiosidad no se detiene ahí cuando se observa el tamaño de las chicas y la vestimenta que utilizan para competir.
El sumo tiene sus orígenes en Japón y surgió como una lucha a muerte entre dos personas que sacrificaban su vida por su pueblo. Allí es considerado el deporte de los dioses. Dicho país es el único que tiene ligas profesionales y los luchadores se caracterizan por la gordura. Asociación directa: sumo es igual a obesidad, lo que va en sentido contrario a los cuidados estéticos femeninos. "Acá el tamaño no importa", desmitifica Maximiliana aunque reconoce que la gente la ve "como un bicho raro" mientras, detrás, sus compañeros preparan el tatami para realizar una exhibición en la avenida 9 de Julio. "Me preguntan: '¿Vos hacés sumo? Pero en peso larva o en competencia infantil'. Algunos se ríen, otros se burlan y a otros les interesa y se ponen a investigar". Y aporta un concepto terminante: "La femineidad no tiene nada que ver con el deporte que se haga. Podés ser muy femenina por el deporte que practicás y no tanto en la vida real".
Angela es la más pesada de las tres, pero no tiene sobrepeso. Ella compite en la categoría hasta 85 kilos. Queda claro que no se necesita ser gordo o gorda para hacer sumo aunque el mayor peso juega a favor de la luchadora. En su caso aumentó 14 kilos para presentarse en el Sudamericano 2009 de Buenos Aires y así logró más potencia. "Aumenté a base de comida. Entrenaba, comía y dormía, esa es la mejor manera. Ingerir más hidratos de carbono y proteínas.aunque el alcohol también ayuda.una cervecita antes de ir a dormir también ayuda", dice entre risas, acomodándose el mawashi -el pañal- encima de una malla.
Las reglas de sumo son claras y no dan lugar a dudas. Cuando un luchador sale del círculo (tahuara) o toca el piso con cualquier parte del cuerpo que no sean los pies, pierde. No hay un puntaje intermedio. Los combates son explosivos y un buen arranque puede ser determinante. Dicen que si se gana en la salida, en el agarre, se gana la pelea. Aunque en promedio duran unos quince segundos las reglas establecen que la lucha se extenderá hasta un máximo de cinco minutos. Si en ese tiempo no hay un ganador se para el combate y se inicia otro.
El sumo femenino en el país
En la Argentina el sumo femenino comenzó a practicarse hace unos cuatro años. A pesar de ser una de las primeras mujeres en practicarlos, Angela se sigue sorprendiendo con la reacción de la gente. "Cuando digo que practico sumo me miran raro y dicen: '¿Vos hacés sumo?', o 'no sos gorda como para hacer sumo'. Ahí empiezan todos a preguntar: '¿No es lo de los gordos en Japón?'. Genera mucha intriga, por ser mujer y porque se practica en la Argentina".
Es sábado. Está soleado, pero hace frío. La temperatura es más baja en las sombras del gimnasio del Centro Okinawense. Sin embargo allí está Susana, agazapada, con los dos puños apoyados en el suelo y la mirada clavada en su oponente: un hombre. Al escuchar el tachi-ai -la orden- se lanza al combate y trata de tomar el mawashi del rival para voltearlo. Pero no puede, resbala, cae y pierde. Aunque no tiene importancia, es sólo una práctica y hace sólo dos meses que se sumó al grupo. "No sabía que existía el sumo femenino", confía. "Vine a ver de qué se trataba y me sorprendí al ver a las chicas. Dije: 'Si ellas pueden, yo también'. De ahí en más me fui interesando y en pocos meses estaba participando en un torneo", relata. El certamen del que habla fue el Sudamericano de Paraguay donde participaron las tres mujeres y obtuvieron el tercer lugar por equipos.
Al igual que sus compañeras Susana proviene de las artes marciales (practicó judo, karate y jiu jitsu) y aunque nunca tuvo que usar las técnicas fuera de los combates afirma con humor que se convirtió "en la patovica " de su grupo de amigas. "Cuando salimos dicen 'la ponemos a ella adelante para que nos defienda'". Para practicar sumo, aclara, la mujer debe tener un carácter especial porque es un deporte potente. "A ninguna le gusta irse con un moretón o una raspadura. Todo pasa por disfrutar la lucha. Yo siento una adrenalina y la quiero seguir sintiendo", dice.
En el país hay muy pocas luchadoras y por eso se ven obligadas a practicar con hombres, lo que le da cierta ventaja en los torneos al enfrentar a otras mujeres. Sebastián Videla, sumotari y entrenador, coincide con Solís y reconoce que ésta es una de las limitaciones para el crecimiento del deporte. "Es muy difícil hacer sumo acá porque es nuevo y no es popular, a pesar que hace 30 años se intenta promocionarlo. Se acercan las chicas que tienen mucho espíritu de lucha porque no es para cualquiera. Además se practica semidesnudo y es bastante agresivo", describe.
Mientras terminan los ejercicios de relajación después de una práctica intensa Maximiliana da varios ejemplos de los choques violentos que le costaba asimilar en los primeros meses de sumo. "Hoy es una actividad más", diferencia. Su afirmación complementa lo que dice Gabriel Wakita, presidente de la Asociación de Sumo Argentino (ASA): "Es totalmente compatible con la estética femenina. Eso también lo marca la diferencia entre profesional y amateur. Principalmente porque no hay desorden alimentarios como a nivel profesional".
Las tres mujeres marchan a la vanguardia del sumo tradicional en la Argentina y dicen ser las únicas que lo practican. Pero es una estadística de la que preferirían no estar orgullosas y, en cambio, contar de a cientos, de a miles de luchadoras. Para difundir el deporte y tener una competencia interna, para contar con un estadio propio donde entrenar -como sucede en Brasil y Paraguay, por ejemplo- y para dejar de poner dinero de su bolsillo en cada viaje. Por ahora se conforman con lo que tienen. Entrenan entre ellas, se rozan con los hombres y responden las preguntas de los incrédulos. ¿Sumo femenino? Sí. ¿Y en Argentina? Sí.
Argentinos en la elite. Japón es la cuna del sumo. Allí nació hace 1500 años y sólo allí hay luchadores profesionales. La Argentina tuvo dos representantes en las principales ligas durante la década del '90 aunque no estuvieron entre los top ten. Se trata de Marcelo Imash y José Juárez conocidos en el mundo del sumo como Hoshi Tango (Estrella Tango) y Hoshi Andes (Estrella Andes).
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Cuando trabaja usa pollera entallada, camisa ceñida al cuerpo, tacos altos, sombras y lápiz labial. Su puesto en una empresa petrolera le exige viajes por todo el país, un discurso marketinero y un permanente contacto con ejecutivos, empleados y clientes. Pero cuando termina el horario de oficina Angela Barrionuevo explota su potencia física en combates que no duran más de diez segundos y es capaz de derribar de un impulso a la persona que tenga enfrente, sea hombre o mujer.
Maximiliana Villarreal y Susana Solís tienen el cuerpo trabajado, fibroso y no pesan más de 65 kilos. Ellas usan equipos deportivos y zapatillas durante la mayor parte del día; son profesoras de educación física. Sus vidas están ligadas al deporte y a las artes marciales. También conocen técnicas para dominar a un oponente antes que dé un suspiro.
Las tres mujeres tiene algo en común: forman parte del equipo de sumo femenino que todos los martes, jueves y sábados entrena en el Centro Okinawense Argentino junto con un grupo de sumotaris que se prepara para el mundial amateur que se realizará en Polonia, en noviembre próximo, donde viajarán tres hombres y tres mujeres en representación de nuestro país.
Sumo con perfume de mujer
¿Sumo femenino? ¿Y en la Argentina? Esas son las dos primeras preguntas que deben responderse los incrédulos. Pero la curiosidad no se detiene ahí cuando se observa el tamaño de las chicas y la vestimenta que utilizan para competir.
El sumo tiene sus orígenes en Japón y surgió como una lucha a muerte entre dos personas que sacrificaban su vida por su pueblo. Allí es considerado el deporte de los dioses. Dicho país es el único que tiene ligas profesionales y los luchadores se caracterizan por la gordura. Asociación directa: sumo es igual a obesidad, lo que va en sentido contrario a los cuidados estéticos femeninos. "Acá el tamaño no importa", desmitifica Maximiliana aunque reconoce que la gente la ve "como un bicho raro" mientras, detrás, sus compañeros preparan el tatami para realizar una exhibición en la avenida 9 de Julio. "Me preguntan: '¿Vos hacés sumo? Pero en peso larva o en competencia infantil'. Algunos se ríen, otros se burlan y a otros les interesa y se ponen a investigar". Y aporta un concepto terminante: "La femineidad no tiene nada que ver con el deporte que se haga. Podés ser muy femenina por el deporte que practicás y no tanto en la vida real".
Angela es la más pesada de las tres, pero no tiene sobrepeso. Ella compite en la categoría hasta 85 kilos. Queda claro que no se necesita ser gordo o gorda para hacer sumo aunque el mayor peso juega a favor de la luchadora. En su caso aumentó 14 kilos para presentarse en el Sudamericano 2009 de Buenos Aires y así logró más potencia. "Aumenté a base de comida. Entrenaba, comía y dormía, esa es la mejor manera. Ingerir más hidratos de carbono y proteínas.aunque el alcohol también ayuda.una cervecita antes de ir a dormir también ayuda", dice entre risas, acomodándose el mawashi -el pañal- encima de una malla.
Las reglas de sumo son claras y no dan lugar a dudas. Cuando un luchador sale del círculo (tahuara) o toca el piso con cualquier parte del cuerpo que no sean los pies, pierde. No hay un puntaje intermedio. Los combates son explosivos y un buen arranque puede ser determinante. Dicen que si se gana en la salida, en el agarre, se gana la pelea. Aunque en promedio duran unos quince segundos las reglas establecen que la lucha se extenderá hasta un máximo de cinco minutos. Si en ese tiempo no hay un ganador se para el combate y se inicia otro.
El sumo femenino en el país
En la Argentina el sumo femenino comenzó a practicarse hace unos cuatro años. A pesar de ser una de las primeras mujeres en practicarlos, Angela se sigue sorprendiendo con la reacción de la gente. "Cuando digo que practico sumo me miran raro y dicen: '¿Vos hacés sumo?', o 'no sos gorda como para hacer sumo'. Ahí empiezan todos a preguntar: '¿No es lo de los gordos en Japón?'. Genera mucha intriga, por ser mujer y porque se practica en la Argentina".
Es sábado. Está soleado, pero hace frío. La temperatura es más baja en las sombras del gimnasio del Centro Okinawense. Sin embargo allí está Susana, agazapada, con los dos puños apoyados en el suelo y la mirada clavada en su oponente: un hombre. Al escuchar el tachi-ai -la orden- se lanza al combate y trata de tomar el mawashi del rival para voltearlo. Pero no puede, resbala, cae y pierde. Aunque no tiene importancia, es sólo una práctica y hace sólo dos meses que se sumó al grupo. "No sabía que existía el sumo femenino", confía. "Vine a ver de qué se trataba y me sorprendí al ver a las chicas. Dije: 'Si ellas pueden, yo también'. De ahí en más me fui interesando y en pocos meses estaba participando en un torneo", relata. El certamen del que habla fue el Sudamericano de Paraguay donde participaron las tres mujeres y obtuvieron el tercer lugar por equipos.
Al igual que sus compañeras Susana proviene de las artes marciales (practicó judo, karate y jiu jitsu) y aunque nunca tuvo que usar las técnicas fuera de los combates afirma con humor que se convirtió "en la patovica " de su grupo de amigas. "Cuando salimos dicen 'la ponemos a ella adelante para que nos defienda'". Para practicar sumo, aclara, la mujer debe tener un carácter especial porque es un deporte potente. "A ninguna le gusta irse con un moretón o una raspadura. Todo pasa por disfrutar la lucha. Yo siento una adrenalina y la quiero seguir sintiendo", dice.
En el país hay muy pocas luchadoras y por eso se ven obligadas a practicar con hombres, lo que le da cierta ventaja en los torneos al enfrentar a otras mujeres. Sebastián Videla, sumotari y entrenador, coincide con Solís y reconoce que ésta es una de las limitaciones para el crecimiento del deporte. "Es muy difícil hacer sumo acá porque es nuevo y no es popular, a pesar que hace 30 años se intenta promocionarlo. Se acercan las chicas que tienen mucho espíritu de lucha porque no es para cualquiera. Además se practica semidesnudo y es bastante agresivo", describe.
Mientras terminan los ejercicios de relajación después de una práctica intensa Maximiliana da varios ejemplos de los choques violentos que le costaba asimilar en los primeros meses de sumo. "Hoy es una actividad más", diferencia. Su afirmación complementa lo que dice Gabriel Wakita, presidente de la Asociación de Sumo Argentino (ASA): "Es totalmente compatible con la estética femenina. Eso también lo marca la diferencia entre profesional y amateur. Principalmente porque no hay desorden alimentarios como a nivel profesional".
Las tres mujeres marchan a la vanguardia del sumo tradicional en la Argentina y dicen ser las únicas que lo practican. Pero es una estadística de la que preferirían no estar orgullosas y, en cambio, contar de a cientos, de a miles de luchadoras. Para difundir el deporte y tener una competencia interna, para contar con un estadio propio donde entrenar -como sucede en Brasil y Paraguay, por ejemplo- y para dejar de poner dinero de su bolsillo en cada viaje. Por ahora se conforman con lo que tienen. Entrenan entre ellas, se rozan con los hombres y responden las preguntas de los incrédulos. ¿Sumo femenino? Sí. ¿Y en Argentina? Sí.
Argentinos en la elite. Japón es la cuna del sumo. Allí nació hace 1500 años y sólo allí hay luchadores profesionales. La Argentina tuvo dos representantes en las principales ligas durante la década del '90 aunque no estuvieron entre los top ten. Se trata de Marcelo Imash y José Juárez conocidos en el mundo del sumo como Hoshi Tango (Estrella Tango) y Hoshi Andes (Estrella Andes).
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