Por Francisco Barreiro
Andy creció; pero ni Buzz ni Woody lo hicieron. Después de todo se trata sólo de muñecos, juguetes. Su ama-do dueño partirá a la universidad y desde hace varios años que ya no juega con ellos. Sin embargo, estos juguetes de plástico harán lo imposible para que vuelva a crearles un mundo de fantasía. Aunque nada de eso ocurre, y Andy se debate entre donarlos o guardarlos junto con los adornos de Navidad y otras cosas que nunca más verán la luz del día.
Si “Titanic”, la película más taquillera durante 13 años, consternó tras su estreno a más de cuatro millones de espectadores que compraron su entrada, hoy “Toy Story 3” aspira a batir ese récord pero con una variante: ahora los angustiados, incluso hasta las lágrimas, son los chicos (a menudo, junto con sus padres, como fue mi caso).
Es cierto que la congoja infantil no es una novedad en el cine: en 1942, los chicos lloraban con “Bambi”; en 1989, con “La Sirenita” y en 1994, con “El rey león”. Pero en la nueva producción de Pixar, la apelación al llanto es, de algún modo, inesperado: las antecesoras en la saga hacían reír. Su éxito descomunal —fue vista por 3.000.000 de espectadores en 50 días— reflota el interrogante: ¿cuál es el sentido de esa angustia?
Por un lado, y aunque el 3D nos mete en la pantalla, resultaría más mortificante que estas películas estuvieran filmadas con personas de carne y hueso, sostiene Tamara Dolgiej, psicoanalista del Departamento de Clínica de Niños del Centro Oro, en Buenos Aires. Dolgiej agrega que las historias tienen un sentido formativo “porque empiezan a distinguir entre el bien y el mal y a desarrollar su personalidad”.
¿Suena familiar el argumento? Los relatos infantiles con problemáticas adultas existen desde los primeros cuentos de los hermanos Grimm o de Charles Perrault. En la psicología de los años ‘50 —sobre todo en EE. UU.— coexistían dos figuras contrapuestas: la del pediatra Benjamin Spock y la del escritor y psicólogo Bruno Bettelheim. Mientras el primero estimulaba la libertad y criticaba el autoritarismo en la educación de los niños, Bettelheim defendía la importancia de los cuentos de hadas en su constitución subjetiva.
Javier Urra, psicólogo español, autor del libro “Fortalece a tu hijo”, asegura que al ver películas como “El rey león” los chicos empiezan a aceptar y entender situaciones como la muerte. “Aprenderán que deben asumir las consecuencias de sus actos, por pequeños que sean, y que los problemas nunca se solucionan huyendo”, destaca.
Toy Story supo recrear el sueño de todo niño: que sus juguetes cobren vida. La particularidad de esta trilogía es que quienes vieron el estreno de la primera entrega rondan hoy en los veinticinco años. Y al igual que su personaje principal, también debieron guardar sus juguetes y dejar atrás la infancia. Para su director, Lee Unkrich, “a lo largo de ‘Toy Story’ vimos cómo Andy desarrollaba su creatividad gracias a Woody, Buzz y compañía”. Y aunque disfrute de su vida de adulto, Unkrich cree que durante la adolescencia nace una contradicción cuya marca persiste para siempre: “Se siente excitación por avanzar hacia la adultez, pero no queremos abandonar del todo la niñez”.
Hoy, las películas para niños están pensadas tanto para sus destinatarios naturales como para el padre que los acompaña al cine. La interacción debería exceder el tiempo compartido dentro del cine. “Lo más importante es que una vez terminada la proyección el adulto hable sobre lo visto con el niño”, resalta Dolgiej. Así, aparecen personajes peculiares que los menores suelen no comprender demasiado. “Ken está totalmente pensado para adultos y adolescentes, y lo mismo ocurrió con ‘WALL-E’”, señala Dolgiej. Cuando la psicoanalista vea “Toy Story 3”, no le va a costar mucho trabajo encontrar otras situaciones o protagonistas con atributos semejantes.
elargentino.com
Andy creció; pero ni Buzz ni Woody lo hicieron. Después de todo se trata sólo de muñecos, juguetes. Su ama-do dueño partirá a la universidad y desde hace varios años que ya no juega con ellos. Sin embargo, estos juguetes de plástico harán lo imposible para que vuelva a crearles un mundo de fantasía. Aunque nada de eso ocurre, y Andy se debate entre donarlos o guardarlos junto con los adornos de Navidad y otras cosas que nunca más verán la luz del día.
Si “Titanic”, la película más taquillera durante 13 años, consternó tras su estreno a más de cuatro millones de espectadores que compraron su entrada, hoy “Toy Story 3” aspira a batir ese récord pero con una variante: ahora los angustiados, incluso hasta las lágrimas, son los chicos (a menudo, junto con sus padres, como fue mi caso).
Es cierto que la congoja infantil no es una novedad en el cine: en 1942, los chicos lloraban con “Bambi”; en 1989, con “La Sirenita” y en 1994, con “El rey león”. Pero en la nueva producción de Pixar, la apelación al llanto es, de algún modo, inesperado: las antecesoras en la saga hacían reír. Su éxito descomunal —fue vista por 3.000.000 de espectadores en 50 días— reflota el interrogante: ¿cuál es el sentido de esa angustia?
Por un lado, y aunque el 3D nos mete en la pantalla, resultaría más mortificante que estas películas estuvieran filmadas con personas de carne y hueso, sostiene Tamara Dolgiej, psicoanalista del Departamento de Clínica de Niños del Centro Oro, en Buenos Aires. Dolgiej agrega que las historias tienen un sentido formativo “porque empiezan a distinguir entre el bien y el mal y a desarrollar su personalidad”.
¿Suena familiar el argumento? Los relatos infantiles con problemáticas adultas existen desde los primeros cuentos de los hermanos Grimm o de Charles Perrault. En la psicología de los años ‘50 —sobre todo en EE. UU.— coexistían dos figuras contrapuestas: la del pediatra Benjamin Spock y la del escritor y psicólogo Bruno Bettelheim. Mientras el primero estimulaba la libertad y criticaba el autoritarismo en la educación de los niños, Bettelheim defendía la importancia de los cuentos de hadas en su constitución subjetiva.
Javier Urra, psicólogo español, autor del libro “Fortalece a tu hijo”, asegura que al ver películas como “El rey león” los chicos empiezan a aceptar y entender situaciones como la muerte. “Aprenderán que deben asumir las consecuencias de sus actos, por pequeños que sean, y que los problemas nunca se solucionan huyendo”, destaca.
Toy Story supo recrear el sueño de todo niño: que sus juguetes cobren vida. La particularidad de esta trilogía es que quienes vieron el estreno de la primera entrega rondan hoy en los veinticinco años. Y al igual que su personaje principal, también debieron guardar sus juguetes y dejar atrás la infancia. Para su director, Lee Unkrich, “a lo largo de ‘Toy Story’ vimos cómo Andy desarrollaba su creatividad gracias a Woody, Buzz y compañía”. Y aunque disfrute de su vida de adulto, Unkrich cree que durante la adolescencia nace una contradicción cuya marca persiste para siempre: “Se siente excitación por avanzar hacia la adultez, pero no queremos abandonar del todo la niñez”.
Hoy, las películas para niños están pensadas tanto para sus destinatarios naturales como para el padre que los acompaña al cine. La interacción debería exceder el tiempo compartido dentro del cine. “Lo más importante es que una vez terminada la proyección el adulto hable sobre lo visto con el niño”, resalta Dolgiej. Así, aparecen personajes peculiares que los menores suelen no comprender demasiado. “Ken está totalmente pensado para adultos y adolescentes, y lo mismo ocurrió con ‘WALL-E’”, señala Dolgiej. Cuando la psicoanalista vea “Toy Story 3”, no le va a costar mucho trabajo encontrar otras situaciones o protagonistas con atributos semejantes.
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