En los últimos años, miles de personas creen haber encontrado el amor a través de la Red. Ocurre en España y Alemania, en Argentina y Kuala Lumpur. "Yo descreía de Internet como medio para entablar una relación seria -me dijo una amiga venezolana-, pero finalmente decidí conocer gente de esa manera porque no perdía con intentarlo. Y fíjate si habré ganado -agrega con una enorme sonrisa- que dentro de dos meses me caso."
Otra amiga francesa tampoco se hacía ilusiones al principio. "No esperaba encontrar una relación importante, pero estaba recién llegada a Buenos Aires, no conocía a nadie y los fines de semana se me hacían interminables. Martín me pareció inteligente desde el primer momento; a los pocos minutos estábamos chateando en privado y ya al segundo día esperaba sus mails cada con ansiedad. Me pasaba las noches en vela, yendo cada dos por tres a ver si había llegado un mensaje suyo."
Una confianza inusual, ansiedad, deseo, son sensaciones frecuentes cuando se conoce a alguien en la Red. La pantalla no sólo permite superar la barrera de la distancia, sino también los prejuicios y temores que operan en la conversación cara a cara. Frente a la computadora nos atrevemos más, decimos cosas que de otra manera jamás diríamos.
Sin embargo, no todo lo que brilla es oro: por cada caso exitoso, miles de encuentros terminan en desengaños. Fue lo que le pasó a una pintora porteña que se fue a vivir a Bariloche. "Estaba muy aislada cuando llegué y me suscribí a uno de esos sitios en la Red. Santiago parecía el hombre perfecto. Aún no lo conocía y ya soñaba con él."
A los pocos días, la pintora y Santiago sentían que eran uno para el otro. Finalmente, llegó el día de conocerse. "Habíamos acordado encontrarnos en una plaza. Yo estaba sentada en un banco, esperando a que él llegara. De pronto, vi un hombre caminando hacia mí y supe que era él. Por poco me desmayo: la persona que tenía frente a mí y que me agarraba las manos queriendo abrazarme era totalmente distinta de la que había imaginado. Su mirada me inspiraba desconfianza. Le había jurado amor a un extraño y por más que tratamos de recrear la pasión que habíamos sentido mientras nos escribimos, todo fue en vano. Nunca más volvimos a vernos." Esta anécdota obedece al pie de la letra el patrón de los romances on-line: ilusión de una relación profunda seguida de un enamoramiento acelerado que se desvanece en el primer encuentro. Los psicólogos que estudian el tema atribuyen esto a la enorme diferencia entre los encuentros reales y los virtuales. "En el texto escrito se pierde la dinámica de la conducta -señala el doctor John Grahe, del Monmouth College, de Illinois-. Las palabras no tienen mucha importancia al establecer una relación. Lo que cuenta es la comunicación no verbal: los gestos, las sonrisas." Uno no se enamora de las ideas de una persona; menos de su estilo epistolar. Lo que nos hace enamorarnos son pequeños detalles que tienen que ver con el carácter, los olores, la forma como nos relacionamos con el mundo.
Lo que nos ocurre cuando vemos a alguien es fundamental. No se trata sólo del aspecto o la belleza, sino de las sensaciones que experimentamos cuando estamos junto a una persona, sensaciones imposibles de percibir cuando el contacto ocurre a través de una pantalla. En efecto, las cifras de los sitios de encuentros no son alentadoras. En los primeros seis años de www.match.com , sólo hubo 1100 matrimonios entre sus cinco millones de miembros, lo cual equivale a un 0,02% de efectividad. Otro sitio, www.udate.com , tuvo 1,2 millones de miembros y apenas 75 casamientos confirmados, es decir, 0,006 por ciento.
Cuando dos personas se conocen on-line y creen enamorarse, lo hacen basándose mayormente en sus fantasías. Quizás el equívoco radique en confundir la afinidad intelectual con el amor. Ningún número de e-mails basta para conocer a alguien. Es fácil encontrar un amor on-line: basta con estar un poco solo y dejarse llevar por las manos galopando sobre el teclado.
El desafío está en mantener el amor más allá de la pantalla y amar a alguien no sólo por quien quiere ser o por quien quisiéramos que fuera, sino por lo que es, por lo que somos todos: una madeja de defectos y caprichos, esperanzas, tics nerviosos, manías y temores que se manifiestan en los actos que realizamos cada día. De buenas intenciones y hermosas palabras está repleto el mundo. Lo que más cuenta, sin embargo, son los actos. Aquellos, precisamente, que no tienen cabida en el ciberespacio y sí en la calle, en el bar de la esquina o en la cola del banco, donde quizás con un poco de suerte pueda estar esperándonos el hombre o la mujer de nuestra vida.
Otra amiga francesa tampoco se hacía ilusiones al principio. "No esperaba encontrar una relación importante, pero estaba recién llegada a Buenos Aires, no conocía a nadie y los fines de semana se me hacían interminables. Martín me pareció inteligente desde el primer momento; a los pocos minutos estábamos chateando en privado y ya al segundo día esperaba sus mails cada con ansiedad. Me pasaba las noches en vela, yendo cada dos por tres a ver si había llegado un mensaje suyo."
Una confianza inusual, ansiedad, deseo, son sensaciones frecuentes cuando se conoce a alguien en la Red. La pantalla no sólo permite superar la barrera de la distancia, sino también los prejuicios y temores que operan en la conversación cara a cara. Frente a la computadora nos atrevemos más, decimos cosas que de otra manera jamás diríamos.
Sin embargo, no todo lo que brilla es oro: por cada caso exitoso, miles de encuentros terminan en desengaños. Fue lo que le pasó a una pintora porteña que se fue a vivir a Bariloche. "Estaba muy aislada cuando llegué y me suscribí a uno de esos sitios en la Red. Santiago parecía el hombre perfecto. Aún no lo conocía y ya soñaba con él."
A los pocos días, la pintora y Santiago sentían que eran uno para el otro. Finalmente, llegó el día de conocerse. "Habíamos acordado encontrarnos en una plaza. Yo estaba sentada en un banco, esperando a que él llegara. De pronto, vi un hombre caminando hacia mí y supe que era él. Por poco me desmayo: la persona que tenía frente a mí y que me agarraba las manos queriendo abrazarme era totalmente distinta de la que había imaginado. Su mirada me inspiraba desconfianza. Le había jurado amor a un extraño y por más que tratamos de recrear la pasión que habíamos sentido mientras nos escribimos, todo fue en vano. Nunca más volvimos a vernos." Esta anécdota obedece al pie de la letra el patrón de los romances on-line: ilusión de una relación profunda seguida de un enamoramiento acelerado que se desvanece en el primer encuentro. Los psicólogos que estudian el tema atribuyen esto a la enorme diferencia entre los encuentros reales y los virtuales. "En el texto escrito se pierde la dinámica de la conducta -señala el doctor John Grahe, del Monmouth College, de Illinois-. Las palabras no tienen mucha importancia al establecer una relación. Lo que cuenta es la comunicación no verbal: los gestos, las sonrisas." Uno no se enamora de las ideas de una persona; menos de su estilo epistolar. Lo que nos hace enamorarnos son pequeños detalles que tienen que ver con el carácter, los olores, la forma como nos relacionamos con el mundo.
Lo que nos ocurre cuando vemos a alguien es fundamental. No se trata sólo del aspecto o la belleza, sino de las sensaciones que experimentamos cuando estamos junto a una persona, sensaciones imposibles de percibir cuando el contacto ocurre a través de una pantalla. En efecto, las cifras de los sitios de encuentros no son alentadoras. En los primeros seis años de www.match.com , sólo hubo 1100 matrimonios entre sus cinco millones de miembros, lo cual equivale a un 0,02% de efectividad. Otro sitio, www.udate.com , tuvo 1,2 millones de miembros y apenas 75 casamientos confirmados, es decir, 0,006 por ciento.
Cuando dos personas se conocen on-line y creen enamorarse, lo hacen basándose mayormente en sus fantasías. Quizás el equívoco radique en confundir la afinidad intelectual con el amor. Ningún número de e-mails basta para conocer a alguien. Es fácil encontrar un amor on-line: basta con estar un poco solo y dejarse llevar por las manos galopando sobre el teclado.
El desafío está en mantener el amor más allá de la pantalla y amar a alguien no sólo por quien quiere ser o por quien quisiéramos que fuera, sino por lo que es, por lo que somos todos: una madeja de defectos y caprichos, esperanzas, tics nerviosos, manías y temores que se manifiestan en los actos que realizamos cada día. De buenas intenciones y hermosas palabras está repleto el mundo. Lo que más cuenta, sin embargo, son los actos. Aquellos, precisamente, que no tienen cabida en el ciberespacio y sí en la calle, en el bar de la esquina o en la cola del banco, donde quizás con un poco de suerte pueda estar esperándonos el hombre o la mujer de nuestra vida.
Por Mori Ponsowy
lanacion.com
La autora es escritora
La autora es escritora
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