Por Alvar Pivaral *
Estrés es un significante, que el discurso contemporáneo ha universalizado para denominar un padecimiento actual. Rápidamente se ha convertido en un vocablo de uso frecuente en las conversaciones cotidianas. Todos en algún momento hemos dicho o hemos escuchado de otro la frase “estoy estresado”. El concepto de estrés fue importado de la fisiología por el canadiense Selyes en 1956, y desde entonces sufrió algunas variaciones en cuanto a sus causas o su origen pero, en definitiva, siempre se lo ha utilizado para referirse a un exceso, un desbalance entre una cantidad de emoción o de estímulo ambientales que resulta imposible evitar y controlar y ciertos recursos que poseería el individuo para afrontarlo.
Se han descripto variados efectos del estrés: desde los que se manifiestan en el plano llamado psíquico, como preocupaciones, ansiedad o dificultad para la toma de decisiones, o efectos motores, como tartamudeo, temblores o el hablar rápido, y también algunos que afectan directamente al cuerpo, enfermándolo, como la falta de aire, taquicardia, sudoración excesiva, cefaleas, mareos, entre otros.
El estrés laboral, denominación heredera de la anterior, se refiere a una localización particular de estos padecimientos cuando su origen puede circunscribirse al ámbito del trabajo. En este caso se lo suele atribuir tanto a un ambiente laboral tóxico como a la responsabilidad propia de quien lo padece. Sea como fuere, las noticias recientes describen las consecuencias trágicas que ha tenido para muchos trabajadores de multinacionales europeas y reportan que el número de afectados en el mundo está lejos de ir en disminución.
Innumerables recetas y soluciones son ofrecidas por distintas disciplinas. Una corta visita a la web basta para advertir el amplio espectro de alternativas y de estrategias aconsejadas para el conjunto de los sujetos “estresados”. Entre las más nombradas están los ejercicios de relajación, los spa, los cambios de hábitos de vida, los complejos vitamínicos, las técnicas de autocontrol o el uso de psicofármacos.
En relación con el trabajo, se plantea que la ruptura de este supuesto equilibrio entre los estímulos del ambiente y la capacidad de afrontarlos puede llevar a la disminución del rendimiento laboral, y se considera que éste debe ser restablecido con premura, sin tener en cuenta el modo singular en que cada individuo reacciona a las tensiones que le plantea su actividad o su ambiente laboral.
Ocurre que estas soluciones universales, estándar, si bien no son descartables, no suelen proporcionar los resultados esperados cuando son ofrecidas como salidas excluyentes con resultados garantizados. En estos casos los intentos de restablecer la tan urgente “normalidad” suelen tener éxitos solo transitorios, y los sufrimientos vuelven a presentarse.
El sujeto posmoderno recibe así una vez más un empuje a la masificación, a una respuesta común que no atiende a su singularidad. Bauman señaló que el concepto que se tiene de la “individualidad” en el mundo posmoderno está paradójicamente relacionado con lo que llama el “espíritu de masa”, ya que hoy ser un individuo, diferenciarse, significa ni más ni menos que ser idéntico a los demás de un grupo.
De esta manera, las soluciones ofrecidas son generales, porque se parte de la base de que pertenecer al conjunto de “estresados por el trabajo” puede resultar un común denominador que otorgue identidad. Pero esto no hace otra cosa que otorgar a los sujetos una falsa identidad, que termina cristalizando sus recursos y facilitando la segregación.
¿No es mejor preguntarnos entonces, ante cada caso, si realmente se trata de estrés laboral?: poner así en cuestión la consistencia de un sintagma que intenta aglutinar sufrimientos de una gran variabilidad bajo la idea “paraguas” de un trastorno único, gran candidato a integrar la codificación psiquiátrica y que se propone corregir rápidamente para recuperar una supuesta normalidad.
¿Por qué no poner el foco de la ayuda profesional en ubicar la impasse de cada sujeto que sufre, situando la manera en que cada uno ha quedado enredado en una trama tejida con las marcas de su historia y de esta manera confiar en que pueda encontrar salidas propias, singulares? En otras palabras: ¿por qué no acompañar a cada sujeto en el camino de elaborar un nuevo “saber hacer” a partir de esas marcas, sus propias marcas? Un saber hacer que no tenga que ver, necesariamente, con los ideales impuestos por el Otro social, o con los adoptados por los otros que lo aconsejan o los que se le configuran circunstancialmente como perseguidores, sino que esté en línea con su propio deseo.
* Psicólogo, psicoanalista; miembro del equipo interdisciplinario “¿Es Estrés Laboral?”;
estlaboral.com.ar
pagina12.com.ar
Estrés es un significante, que el discurso contemporáneo ha universalizado para denominar un padecimiento actual. Rápidamente se ha convertido en un vocablo de uso frecuente en las conversaciones cotidianas. Todos en algún momento hemos dicho o hemos escuchado de otro la frase “estoy estresado”. El concepto de estrés fue importado de la fisiología por el canadiense Selyes en 1956, y desde entonces sufrió algunas variaciones en cuanto a sus causas o su origen pero, en definitiva, siempre se lo ha utilizado para referirse a un exceso, un desbalance entre una cantidad de emoción o de estímulo ambientales que resulta imposible evitar y controlar y ciertos recursos que poseería el individuo para afrontarlo.
Se han descripto variados efectos del estrés: desde los que se manifiestan en el plano llamado psíquico, como preocupaciones, ansiedad o dificultad para la toma de decisiones, o efectos motores, como tartamudeo, temblores o el hablar rápido, y también algunos que afectan directamente al cuerpo, enfermándolo, como la falta de aire, taquicardia, sudoración excesiva, cefaleas, mareos, entre otros.
El estrés laboral, denominación heredera de la anterior, se refiere a una localización particular de estos padecimientos cuando su origen puede circunscribirse al ámbito del trabajo. En este caso se lo suele atribuir tanto a un ambiente laboral tóxico como a la responsabilidad propia de quien lo padece. Sea como fuere, las noticias recientes describen las consecuencias trágicas que ha tenido para muchos trabajadores de multinacionales europeas y reportan que el número de afectados en el mundo está lejos de ir en disminución.
Innumerables recetas y soluciones son ofrecidas por distintas disciplinas. Una corta visita a la web basta para advertir el amplio espectro de alternativas y de estrategias aconsejadas para el conjunto de los sujetos “estresados”. Entre las más nombradas están los ejercicios de relajación, los spa, los cambios de hábitos de vida, los complejos vitamínicos, las técnicas de autocontrol o el uso de psicofármacos.
En relación con el trabajo, se plantea que la ruptura de este supuesto equilibrio entre los estímulos del ambiente y la capacidad de afrontarlos puede llevar a la disminución del rendimiento laboral, y se considera que éste debe ser restablecido con premura, sin tener en cuenta el modo singular en que cada individuo reacciona a las tensiones que le plantea su actividad o su ambiente laboral.
Ocurre que estas soluciones universales, estándar, si bien no son descartables, no suelen proporcionar los resultados esperados cuando son ofrecidas como salidas excluyentes con resultados garantizados. En estos casos los intentos de restablecer la tan urgente “normalidad” suelen tener éxitos solo transitorios, y los sufrimientos vuelven a presentarse.
El sujeto posmoderno recibe así una vez más un empuje a la masificación, a una respuesta común que no atiende a su singularidad. Bauman señaló que el concepto que se tiene de la “individualidad” en el mundo posmoderno está paradójicamente relacionado con lo que llama el “espíritu de masa”, ya que hoy ser un individuo, diferenciarse, significa ni más ni menos que ser idéntico a los demás de un grupo.
De esta manera, las soluciones ofrecidas son generales, porque se parte de la base de que pertenecer al conjunto de “estresados por el trabajo” puede resultar un común denominador que otorgue identidad. Pero esto no hace otra cosa que otorgar a los sujetos una falsa identidad, que termina cristalizando sus recursos y facilitando la segregación.
¿No es mejor preguntarnos entonces, ante cada caso, si realmente se trata de estrés laboral?: poner así en cuestión la consistencia de un sintagma que intenta aglutinar sufrimientos de una gran variabilidad bajo la idea “paraguas” de un trastorno único, gran candidato a integrar la codificación psiquiátrica y que se propone corregir rápidamente para recuperar una supuesta normalidad.
¿Por qué no poner el foco de la ayuda profesional en ubicar la impasse de cada sujeto que sufre, situando la manera en que cada uno ha quedado enredado en una trama tejida con las marcas de su historia y de esta manera confiar en que pueda encontrar salidas propias, singulares? En otras palabras: ¿por qué no acompañar a cada sujeto en el camino de elaborar un nuevo “saber hacer” a partir de esas marcas, sus propias marcas? Un saber hacer que no tenga que ver, necesariamente, con los ideales impuestos por el Otro social, o con los adoptados por los otros que lo aconsejan o los que se le configuran circunstancialmente como perseguidores, sino que esté en línea con su propio deseo.
* Psicólogo, psicoanalista; miembro del equipo interdisciplinario “¿Es Estrés Laboral?”;
estlaboral.com.ar
pagina12.com.ar
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