Por Verónica Dema
lanacion.com
"El nido es el útero", dice Haydeé, como en medio de una conversación cualquiera de mujeres en una mesa de un bar en Belgrano. "Por eso a las mujeres nos cuesta tanto dejar a los hijos, soltarlos; los hombres en cambio tienen que aprender a retener", contrasta Mónica.
Para un espectador ocasional de Guido Bar puede parecer una reunión de las miles que se replican en diferentes rincones de la ciudad. Sin embargo, este encuentro de los viernes es especial para ellas: es el momento en que comparten su taller "El nido vacío", una experiencia que ya tiene tres años y que depende del programa de salud mental barrial del Hospital Pirovano.
El coordinador general del programa , el psicólogo Miguel Espeche, saluda al grupo y sigue con sus actividades. Cuenta él, y reconfirman las mujeres del taller, que de cada grupo surge un líder espontáneo que ordena el intercambio de ideas. Como éste, 200 talleres funcionan con esta dinámica y unas 3000 personas están involucradas. "Creemos que la salud descansa en el barrio: ser buen vecino, interesarse por lo que le pasa al otro es la mejor terapia", dice Espeche a lanacion.com.
Mientras, las mujeres siguen en el tema que las desvela. "Cuando se fueron los chicos, con mi marido entramos en shock", recuerda Mónica y así tiende sobre la mesa entre los cortados y cafecitos humeantes uno de los grandes desafíos de la etapa en que la pareja vuelve a quedarse sola.
"La partida de los hijos exige una refundación de la pareja", dice, segura, Clyde. "Nosotros tuvimos una gran crisis y casi nos separamos, pero pudimos ver que nos unía algo más que nuestros hijos: aún había amor, devenido en compañerismo". Las demás escuchan, asienten casi siempre, como si la que tiene la palabra expresara lo que ella tenía pensado decir en breve.
El mediodía gasta sus minutos, pero nadie repara en el almuerzo. En sus casas algunas dejaron preparada la comida, otras simplemente le recordaron al marido que, como cada viernes, la cocina es toda de ellos. Silvia es de estas últimas. Ella cuenta que se acercó al grupo por una cuestión "preventiva": sus hijos aún están con ellos, pero más de una noche la cama de su hija no se destiende. "Duerme en lo del novio, ya tiene su independencia y está bien", dice y lo repite ante las demás como para hacerlo "su" verdad.
Norma también se prepara para la partida. Ya imagina la habitación de su "nena" y se le viene un mundo de placares semi vacíos encima. "Me anunció que se va. Fue difícil enterarme porque uno se siente que no le dio todo lo que hubiera podido mientras eran niños. Tengo una especie de culpa", dice. Ahora, para llenar este vacío que ya presiente, habla de retomar el oficio de cosmetóloga que abandonó hace años.
En un momento acota algo que deja pensando a las demás: "Uno dice que la casa se vacía de ellos pero, en realidad, algunas cosas quedan y eso duele. Son cosas de ellos que siguen en las habitaciones que fueron suyas: los libros, los juegos, alguna ropa. Eso son ellos".
Así, cada viernes el mismo ritual, charlas parecidas pero no idénticas, horas de desandar sus vidas, de mirarlas de frente, de afrontar un doble desafío: recrear el vínculo con sus hijos en una distancia íntima de buena comunicación; y con su pareja, a la que tienen que volver a reconocer y elegir (o no).
Como en la ficción
Las mujeres que participan del taller "El nido vacío" son vecinas que tienen experiencias de vida distintas, sus edades se distancian más de 10 años entre algunas; sin embargo, se comprenden esencialmente, hablan el mismo idioma. Por momentos, da la sensación de que entre todas están armando una nueva versión de la película de Daniel Burman, El nido vacío.
"¡Yo no sé cómo vamos a seguir con esto!", arroja a los gritos Marta (Cecilia Roth) a Leonardo, su marido en la ficción (Oscar Martinez). "Ahora que los chicos no están puedo gritar sin miedo de despertar a nadie", remata y su voz se pierde en el pasillo silencioso, oscuro, del departamento familiar semivacío.
lanacion.com
"El nido es el útero", dice Haydeé, como en medio de una conversación cualquiera de mujeres en una mesa de un bar en Belgrano. "Por eso a las mujeres nos cuesta tanto dejar a los hijos, soltarlos; los hombres en cambio tienen que aprender a retener", contrasta Mónica.
Para un espectador ocasional de Guido Bar puede parecer una reunión de las miles que se replican en diferentes rincones de la ciudad. Sin embargo, este encuentro de los viernes es especial para ellas: es el momento en que comparten su taller "El nido vacío", una experiencia que ya tiene tres años y que depende del programa de salud mental barrial del Hospital Pirovano.
El coordinador general del programa , el psicólogo Miguel Espeche, saluda al grupo y sigue con sus actividades. Cuenta él, y reconfirman las mujeres del taller, que de cada grupo surge un líder espontáneo que ordena el intercambio de ideas. Como éste, 200 talleres funcionan con esta dinámica y unas 3000 personas están involucradas. "Creemos que la salud descansa en el barrio: ser buen vecino, interesarse por lo que le pasa al otro es la mejor terapia", dice Espeche a lanacion.com.
Mientras, las mujeres siguen en el tema que las desvela. "Cuando se fueron los chicos, con mi marido entramos en shock", recuerda Mónica y así tiende sobre la mesa entre los cortados y cafecitos humeantes uno de los grandes desafíos de la etapa en que la pareja vuelve a quedarse sola.
"La partida de los hijos exige una refundación de la pareja", dice, segura, Clyde. "Nosotros tuvimos una gran crisis y casi nos separamos, pero pudimos ver que nos unía algo más que nuestros hijos: aún había amor, devenido en compañerismo". Las demás escuchan, asienten casi siempre, como si la que tiene la palabra expresara lo que ella tenía pensado decir en breve.
El mediodía gasta sus minutos, pero nadie repara en el almuerzo. En sus casas algunas dejaron preparada la comida, otras simplemente le recordaron al marido que, como cada viernes, la cocina es toda de ellos. Silvia es de estas últimas. Ella cuenta que se acercó al grupo por una cuestión "preventiva": sus hijos aún están con ellos, pero más de una noche la cama de su hija no se destiende. "Duerme en lo del novio, ya tiene su independencia y está bien", dice y lo repite ante las demás como para hacerlo "su" verdad.
Norma también se prepara para la partida. Ya imagina la habitación de su "nena" y se le viene un mundo de placares semi vacíos encima. "Me anunció que se va. Fue difícil enterarme porque uno se siente que no le dio todo lo que hubiera podido mientras eran niños. Tengo una especie de culpa", dice. Ahora, para llenar este vacío que ya presiente, habla de retomar el oficio de cosmetóloga que abandonó hace años.
En un momento acota algo que deja pensando a las demás: "Uno dice que la casa se vacía de ellos pero, en realidad, algunas cosas quedan y eso duele. Son cosas de ellos que siguen en las habitaciones que fueron suyas: los libros, los juegos, alguna ropa. Eso son ellos".
Así, cada viernes el mismo ritual, charlas parecidas pero no idénticas, horas de desandar sus vidas, de mirarlas de frente, de afrontar un doble desafío: recrear el vínculo con sus hijos en una distancia íntima de buena comunicación; y con su pareja, a la que tienen que volver a reconocer y elegir (o no).
Como en la ficción
Las mujeres que participan del taller "El nido vacío" son vecinas que tienen experiencias de vida distintas, sus edades se distancian más de 10 años entre algunas; sin embargo, se comprenden esencialmente, hablan el mismo idioma. Por momentos, da la sensación de que entre todas están armando una nueva versión de la película de Daniel Burman, El nido vacío.
"¡Yo no sé cómo vamos a seguir con esto!", arroja a los gritos Marta (Cecilia Roth) a Leonardo, su marido en la ficción (Oscar Martinez). "Ahora que los chicos no están puedo gritar sin miedo de despertar a nadie", remata y su voz se pierde en el pasillo silencioso, oscuro, del departamento familiar semivacío.
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