Cómo sí y cómo no acabar con la carrera de una estrella del cine
Como método preventivo ante un fin crepuscular, muchos han combatido la ambición de ir más y más arriba en el Olimpo de Hollywood interrumpiendo su carrera en la cresta de la ola. Algunos se arrepintieron y volvieron. Otros fueron más firmes y aguantaron aun a riesgo de caer en el olvido. Si Hollywood todavía no ha dado con la receta del éxito, hay otra pregunta que inquieta en los corrillos de los grandes estudios: ¿Cuál es el mejor momento para retirarse? La decadencia, aunque es muy cinematográfica, no es deseable para la realidad de las estrellas.
Y, ahora, Mel Gibson cierra hasta nuevo aviso una carrera marcada por gestas como la saga “Arma Letal”, el Óscar por “Braveheart” o el megaéxito de “The Passion of the Christ” minado por lo perjudicada que ha salido su imagen personal a tenor de sus últimos escándalos privados.
Mel Gibson ha conseguido mantener durante décadas su tirón cinematográfico intercalando su labor de director y actor, y ha sido su vida personal la que ha arruinado su popularidad. ¿Aguantará el intérprete de “Forever Young” fuera del candelero? ¿Volverá dentro de unos años para recuperar su grandeza como hiciera James Cagney? ¿O rodará una película insignificante como hizo Jane Fonda después de décadas de gloria? La Historia del cine está llena de casuística para hipotetizar sobre su futuro.
Greta Garbo, la gran estrella de los comienzos del Hollywood dorado, desapareció para siempre de las pantallas en 1941 tras el que fue el único fracaso de su carrera: “Two-Faced Woman”. ¿Fue incapaz de asumir el bache? Aunque había conseguido salir a flote tras el traumático paso del cine mudo al sonoro y había recibido algunas de las mejores críticas de su carrera al cambiar al registro cómico en “Ninotchka”, quizá Garbo decidió no enfrentarse a un nuevo reto: el del color.
La protagonista de tantos melodramas clásicos como “Anna Christie”, “Anna Karenina” o “Camille” aplicó su célebre frase de “Quiero estar sola” de “Gran Hotel”. Y cumplió su palabra: vivió hasta 1990 sin dar un palo al agua y engrandeciendo su aura misteriosa cultivando flores y verduras. Desde luego, eso también puede catalogarse como éxito.
Más tiempo aguantó en las pantallas su compañera de divismo en los años treinta, Marlene Dietrich, aunque después de su interpretación en “Judgment at Nuremberg” y su pequeño papel den “Just a Gigolo” decidió primero retirarse de las pantallas. Pero cuando dijo retiro, lo llevó hasta sus últimas consecuencias, hasta el punto de recluirse en su habitación los últimos doce años de su vida para contestar a las cartas de sus fans y nada más. No quería que el mito se resquebrajara con su lógico envejecer. Concedió una amplia entrevista a su compatriota Maximilian Schell, pero nunca mostró el rostro. Y, finalmente, falleció en su casa de París en 1992.
En cuestión de hombres, aunque siempre Hollywood dio mejor salida a sus veteranos, Cary Grant mantuvo el tipo y siguió interpretando a maduros muy atractivos y dinámicos hasta 1966 en “Walk Dont’ Run”, cuando todavía reverberaban los éxitos de “Charade”, tres años antes, o “North by Northwest”, que había rodado en 1959. A partir de entonces, decidió que su galantería ya no podía lucir como en los viejos tiempos, se pasó a la parte empresarial del cine y murió a los 82 años tras sufrir una apoplejía en 1983. Su estela permaneció intacta.
Los tres tenían algo en común: ese Óscar que la Academia nunca les dio. El caso contrario fue el de Grace Kelly, que recibió un Óscar como despedida: antes de convertirse en princesa de Mónaco al desposarse con el príncipe Rainiero, la Academia le premió por “The Country Girl”, dejando sin premio a una desconsolada Judy Garland, gran favorita por “A Star Is Born”.
La propia Grace Kelly, ya por entonces Gracia de Mónaco, intentó volver al cine para protagonizar “Marnie”, de Hitchcock, pero el pueblo -y su marido- se opusieron. Y es que ni siquiera el glamour del principado más lujoso del mundo podía compensar la eterna tentación de volver a las pantallas y satisfacer a una audiencia millonaria.
James Cagney, por ejemplo, cedió justo al final. Después de convertirse en el icono del cine negro de los años treinta y ganar un Óscar en 1942 por su “tour de force” en “Yanqui Dandy”, el intérprete de “White Heat” remató la primera fase de su carrera a las órdenes de Billy Wilder en una de las comedias más frenéticamente ingeniosas de la Historia del cine: “One, Two, Three”. Corría el año 1961 y a pesar de mostrarse en plena forma, decidió decir adiós a las pantallas para retirarse en su rancho de Stanfordville, cerca de Nueva York. Pero viendo ya el fin de sus días próximo, Milos Forman lo rescató en 1981 para un espléndido papel en “Ragtime”, su testamento cinematográfico cinco años antes de su muerte.
Esta despedida triunfal no es comparable al caso de Jane Fonda, que había sido la actriz más importante de los años setenta gracias a títulos como “Klute” o “Julia”, prolongó su reinado durante los ochenta y, de pronto, decidió retirarse y ser la señora del magnate audiovisual Ted Turner. Aunque había diversificado sus talentos hacia disciplinas tan variadas como el activismo político o el aerobic, Fonda desapareció del mapa cinematográfico hasta que, sin que nadie entendiera muy bien por qué, volvió en el siglo XXI, espléndida físicamente pero en una película de muy bajo nivel: “Monster-in-Law”, vehículo a la mayor gloria de Jennifer López. Desde entonces, no ha desempeñado ningún papel digno de su primera etapa como actriz.
Como el citado caso de Grace Kelly, muchos actores han colgado los hábitos del cine para dedicarse a otros menesteres. Sin salir de las altas esferas, los casos más destacados han sido Ronald Reagan, que se convirtió en presidente de los Estados Unidos. La niña prodigio del cine español, Marisol, desapareció de la vida pública en 1983 y se dedicó a militar en el Partido Comunista y a organizaciones solidarias, campo que también retiró parcialmente a Audrey Hepburn, premiada con un Óscar honorífico por esta labor extracinematográfica.
Y aunque Joaquin Phoenix, tras ofrecer interpretaciones tan excelentes como la de villano en “Gladiator” o Johnny Cash en “Walk the Line”, anunciaba su retirada hace un año en televisión ante David Letterman para centrarse en su banda de hip hop mostrando a la vez claros síntomas de ebriedad, pronto desveló el pastel de su supuesta retirada: estaba grabando un falso documental llamado “I’m Still Here: The Last Year of Joaquin Phoenix” rodado por Casey Affleck.
divinity.es
Como método preventivo ante un fin crepuscular, muchos han combatido la ambición de ir más y más arriba en el Olimpo de Hollywood interrumpiendo su carrera en la cresta de la ola. Algunos se arrepintieron y volvieron. Otros fueron más firmes y aguantaron aun a riesgo de caer en el olvido. Si Hollywood todavía no ha dado con la receta del éxito, hay otra pregunta que inquieta en los corrillos de los grandes estudios: ¿Cuál es el mejor momento para retirarse? La decadencia, aunque es muy cinematográfica, no es deseable para la realidad de las estrellas.
Y, ahora, Mel Gibson cierra hasta nuevo aviso una carrera marcada por gestas como la saga “Arma Letal”, el Óscar por “Braveheart” o el megaéxito de “The Passion of the Christ” minado por lo perjudicada que ha salido su imagen personal a tenor de sus últimos escándalos privados.
Mel Gibson ha conseguido mantener durante décadas su tirón cinematográfico intercalando su labor de director y actor, y ha sido su vida personal la que ha arruinado su popularidad. ¿Aguantará el intérprete de “Forever Young” fuera del candelero? ¿Volverá dentro de unos años para recuperar su grandeza como hiciera James Cagney? ¿O rodará una película insignificante como hizo Jane Fonda después de décadas de gloria? La Historia del cine está llena de casuística para hipotetizar sobre su futuro.
Greta Garbo, la gran estrella de los comienzos del Hollywood dorado, desapareció para siempre de las pantallas en 1941 tras el que fue el único fracaso de su carrera: “Two-Faced Woman”. ¿Fue incapaz de asumir el bache? Aunque había conseguido salir a flote tras el traumático paso del cine mudo al sonoro y había recibido algunas de las mejores críticas de su carrera al cambiar al registro cómico en “Ninotchka”, quizá Garbo decidió no enfrentarse a un nuevo reto: el del color.
La protagonista de tantos melodramas clásicos como “Anna Christie”, “Anna Karenina” o “Camille” aplicó su célebre frase de “Quiero estar sola” de “Gran Hotel”. Y cumplió su palabra: vivió hasta 1990 sin dar un palo al agua y engrandeciendo su aura misteriosa cultivando flores y verduras. Desde luego, eso también puede catalogarse como éxito.
Más tiempo aguantó en las pantallas su compañera de divismo en los años treinta, Marlene Dietrich, aunque después de su interpretación en “Judgment at Nuremberg” y su pequeño papel den “Just a Gigolo” decidió primero retirarse de las pantallas. Pero cuando dijo retiro, lo llevó hasta sus últimas consecuencias, hasta el punto de recluirse en su habitación los últimos doce años de su vida para contestar a las cartas de sus fans y nada más. No quería que el mito se resquebrajara con su lógico envejecer. Concedió una amplia entrevista a su compatriota Maximilian Schell, pero nunca mostró el rostro. Y, finalmente, falleció en su casa de París en 1992.
En cuestión de hombres, aunque siempre Hollywood dio mejor salida a sus veteranos, Cary Grant mantuvo el tipo y siguió interpretando a maduros muy atractivos y dinámicos hasta 1966 en “Walk Dont’ Run”, cuando todavía reverberaban los éxitos de “Charade”, tres años antes, o “North by Northwest”, que había rodado en 1959. A partir de entonces, decidió que su galantería ya no podía lucir como en los viejos tiempos, se pasó a la parte empresarial del cine y murió a los 82 años tras sufrir una apoplejía en 1983. Su estela permaneció intacta.
Los tres tenían algo en común: ese Óscar que la Academia nunca les dio. El caso contrario fue el de Grace Kelly, que recibió un Óscar como despedida: antes de convertirse en princesa de Mónaco al desposarse con el príncipe Rainiero, la Academia le premió por “The Country Girl”, dejando sin premio a una desconsolada Judy Garland, gran favorita por “A Star Is Born”.
La propia Grace Kelly, ya por entonces Gracia de Mónaco, intentó volver al cine para protagonizar “Marnie”, de Hitchcock, pero el pueblo -y su marido- se opusieron. Y es que ni siquiera el glamour del principado más lujoso del mundo podía compensar la eterna tentación de volver a las pantallas y satisfacer a una audiencia millonaria.
James Cagney, por ejemplo, cedió justo al final. Después de convertirse en el icono del cine negro de los años treinta y ganar un Óscar en 1942 por su “tour de force” en “Yanqui Dandy”, el intérprete de “White Heat” remató la primera fase de su carrera a las órdenes de Billy Wilder en una de las comedias más frenéticamente ingeniosas de la Historia del cine: “One, Two, Three”. Corría el año 1961 y a pesar de mostrarse en plena forma, decidió decir adiós a las pantallas para retirarse en su rancho de Stanfordville, cerca de Nueva York. Pero viendo ya el fin de sus días próximo, Milos Forman lo rescató en 1981 para un espléndido papel en “Ragtime”, su testamento cinematográfico cinco años antes de su muerte.
Esta despedida triunfal no es comparable al caso de Jane Fonda, que había sido la actriz más importante de los años setenta gracias a títulos como “Klute” o “Julia”, prolongó su reinado durante los ochenta y, de pronto, decidió retirarse y ser la señora del magnate audiovisual Ted Turner. Aunque había diversificado sus talentos hacia disciplinas tan variadas como el activismo político o el aerobic, Fonda desapareció del mapa cinematográfico hasta que, sin que nadie entendiera muy bien por qué, volvió en el siglo XXI, espléndida físicamente pero en una película de muy bajo nivel: “Monster-in-Law”, vehículo a la mayor gloria de Jennifer López. Desde entonces, no ha desempeñado ningún papel digno de su primera etapa como actriz.
Como el citado caso de Grace Kelly, muchos actores han colgado los hábitos del cine para dedicarse a otros menesteres. Sin salir de las altas esferas, los casos más destacados han sido Ronald Reagan, que se convirtió en presidente de los Estados Unidos. La niña prodigio del cine español, Marisol, desapareció de la vida pública en 1983 y se dedicó a militar en el Partido Comunista y a organizaciones solidarias, campo que también retiró parcialmente a Audrey Hepburn, premiada con un Óscar honorífico por esta labor extracinematográfica.
Y aunque Joaquin Phoenix, tras ofrecer interpretaciones tan excelentes como la de villano en “Gladiator” o Johnny Cash en “Walk the Line”, anunciaba su retirada hace un año en televisión ante David Letterman para centrarse en su banda de hip hop mostrando a la vez claros síntomas de ebriedad, pronto desveló el pastel de su supuesta retirada: estaba grabando un falso documental llamado “I’m Still Here: The Last Year of Joaquin Phoenix” rodado por Casey Affleck.
divinity.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario