Cuando pensamos en el amor, suelen venirnos a la cabeza los poemas, el corazón encabritado, las mariposas en el estómago… pero nadie piensa en orinar cuando se plantea su enamoramiento.
Sin embargo, la micción y el amor tienen más puntos en común de lo que creemos.
La oxitocina es una hormona implicada fuertemente en el enamoramiento. Pero este proceso se trabó hace mucho tiempo, concretamente 400 millones de años, cuando nuestros antepasados salieron por primera vez del agua.
Estaban provistos de una pequeña hormona llamada vasotocina, una proteína en miniatura compuesta de una cadena en forma de anillo de sólo nueve aminoácidos. Su función era regular el equilibro de sal y agua en el cuerpo y realizaba su tarea yendo de un lado a otro activando las células del riñón u otros órganos. (…) En los descendientes de los reptiles (y eso incluye a los seres humanos) existen dos copias ligeramente distintas del gen pertinente, una al lado de la otra, orientadas en direcciones distintas (en los seres humanos se encuentran en el cromosoma 20). El resultado hoy día es que todos los mamíferos tienen dos de tales hormonas, llamadas vasopresina y oxitocina, que difieren en dos de los eslabones de la cadena.
En la actualidad, ambas hormas continúan realizando su antigua tarea: la vasopresina informa al riñón de que conserve el agua y la oxitocina le informa de que elimine la sal. Pero la oxitocina también estimula la contracción de los músculos uterinos durante el parto, y provoca la secreción de leche por los conductos de la mama.
Y también realizan una función dentro del cerebro. A mayor cantidad de oxitocina en el cerebro, mayor es el deseo sexual. Al menos en las ratas. En los seres humanos, la masturbación aumenta los niveles de oxitocina en ambos sexos. Porque la oxitocina y la vasopresina en el cerebro están conectadas, al parecer, con la conducta sexual.
Pero como demostró Tom Insel en la década de 1980, la oxitocina también influye en el amor, el emparejamiento, la monogamia.
Los ratones de campo monógamos tenían muchos más receptores de oxitocina en diversas partes de su cerebro que los ratones de monte polígamos. Además, mediante la inyección de oxitocina o vasopresina en el cerebro de ratones de campo, Insel y sus colegas pudieron poner de manifiesto todos los síntomas característicos de la monogamia, tales como una marcada preferencia por una única pareja y agresividad hacia otros ratones de campo. Las mismas inyecciones apenas tuvieron efecto en los ratones de monte.
Así pues, el amor romántico no fue inentado por trovadores, ni por los poetas, ni tampoco es un fenómeno cultural encubierto por siglos de tradición y enseñanza. Nació gracias a una hormona que también sirve para orinar. Lo cual explicaría la razón de que, en 1992, cuando William Jankowiak estudió 168 culturas etnográficas diferentes… en todas ellas hallara el fenómeno del amor romántico.
Vía Qué nos hace humanos de Matt Ridley
genciencia.com
Sin embargo, la micción y el amor tienen más puntos en común de lo que creemos.
La oxitocina es una hormona implicada fuertemente en el enamoramiento. Pero este proceso se trabó hace mucho tiempo, concretamente 400 millones de años, cuando nuestros antepasados salieron por primera vez del agua.
Estaban provistos de una pequeña hormona llamada vasotocina, una proteína en miniatura compuesta de una cadena en forma de anillo de sólo nueve aminoácidos. Su función era regular el equilibro de sal y agua en el cuerpo y realizaba su tarea yendo de un lado a otro activando las células del riñón u otros órganos. (…) En los descendientes de los reptiles (y eso incluye a los seres humanos) existen dos copias ligeramente distintas del gen pertinente, una al lado de la otra, orientadas en direcciones distintas (en los seres humanos se encuentran en el cromosoma 20). El resultado hoy día es que todos los mamíferos tienen dos de tales hormonas, llamadas vasopresina y oxitocina, que difieren en dos de los eslabones de la cadena.
En la actualidad, ambas hormas continúan realizando su antigua tarea: la vasopresina informa al riñón de que conserve el agua y la oxitocina le informa de que elimine la sal. Pero la oxitocina también estimula la contracción de los músculos uterinos durante el parto, y provoca la secreción de leche por los conductos de la mama.
Y también realizan una función dentro del cerebro. A mayor cantidad de oxitocina en el cerebro, mayor es el deseo sexual. Al menos en las ratas. En los seres humanos, la masturbación aumenta los niveles de oxitocina en ambos sexos. Porque la oxitocina y la vasopresina en el cerebro están conectadas, al parecer, con la conducta sexual.
Pero como demostró Tom Insel en la década de 1980, la oxitocina también influye en el amor, el emparejamiento, la monogamia.
Los ratones de campo monógamos tenían muchos más receptores de oxitocina en diversas partes de su cerebro que los ratones de monte polígamos. Además, mediante la inyección de oxitocina o vasopresina en el cerebro de ratones de campo, Insel y sus colegas pudieron poner de manifiesto todos los síntomas característicos de la monogamia, tales como una marcada preferencia por una única pareja y agresividad hacia otros ratones de campo. Las mismas inyecciones apenas tuvieron efecto en los ratones de monte.
Así pues, el amor romántico no fue inentado por trovadores, ni por los poetas, ni tampoco es un fenómeno cultural encubierto por siglos de tradición y enseñanza. Nació gracias a una hormona que también sirve para orinar. Lo cual explicaría la razón de que, en 1992, cuando William Jankowiak estudió 168 culturas etnográficas diferentes… en todas ellas hallara el fenómeno del amor romántico.
Vía Qué nos hace humanos de Matt Ridley
genciencia.com
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