La masturbación se lleva a cabo de múltiples formas, aunque la más usual, tanto para hombres como para mujeres, es la estimulación manual. En general, a partir de la pubertad, la masturbación está encaminada a lograr el orgasmo. En un estudio sobre la sexualidad femenina de 3019 mujeres, entre 14 y 78 años, las mujeres encuestadas identificaron seis tipos de masturbación: 1) Estimulación de la zona clitorideana/vulvar con la mano, mientras el cuerpo descansa boca arriba (73 por ciento); 2) estimulación de la zona clitorideana/vulvar con la mano, con el cuerpo tendido boca abajo (5,5 por ciento); 3) presionando y penetrando la zona clitorideana/vulvar contra un objeto blando (4 por ciento); 4) apretando los muslos rítmicamente: a veces incluye también penetración vaginal (3 por ciento); 5) masaje con ducha en la zona clitorideana/vulvar (2 por ciento); 6) Penetración vaginal, con diferentes objetos (1,5 por ciento).
Alrededor de un 11 por ciento de las mujeres se masturban en más de una de las formas arriba citadas. También se usan vibradores u otros objetos mecánicos para estimular el área de los genitales. En un gran número de casos, tanto de hombres como de mujeres, la masturbación se acompaña con lecturas de revistas o libros eróticos, con videos pornográficos y fantasías sexuales.
La masturbación es practicada por hombres y mujeres de todas las edades: niños, adolescentes, adultos casados o solteros, personas mayores y ancianos. Es la actividad sexual más practicada después del coito heterosexual.
Según los estudios que se conocen, la incidencia de la masturbación es mayor en el hombre que en la mujer, no importa la edad. De acuerdo con Kinsey y sus colaboradores, el 92 por ciento de los hombres y el 58 por ciento de las mujeres de todos los grupos etarios, al menos una vez en su vida, se habían masturbado hasta alcanzar el orgasmo. Encuestas más recientes indican un aumento en la actividad y menos diferencia entre hombres y mujeres. Por ejemplo, el 82 por ciento de las mujeres entrevistadas en el estudio de Hite informaron haberse masturbado. Cabe señalar aquí también que las estadísticas pueden reflejar una mayor disposición a admitir la práctica de la masturbación, más que un aumento real de la misma. A pesar de la frecuencia con que se practica, la masturbación es una de las actividades más condenadas por la sociedad y la religión y una de las que más vergüenza y culpa crea en los individuos que la practican.
La masturbación, al igual que otros tipos de actividad sexual, tiene un significado particular para cada persona y en cada etapa de la vida. Para la mayoría de las personas, la masturbación es una actividad placentera, capaz de activar una parte o todo el ciclo de la respuesta sexual, y de culminar en el orgasmo. Por lo tanto, se puede practicar tantas veces como el individuo lo desee. Es una forma efectiva de descargar tensiones y de satisfacer el impulso sexual. 1) En la niñez: se adquiere la capacidad de darse placer a sí mismo y autosuficiencia. Se accede también al conocimiento del cuerpo propio. 2) En la adolescencia: es un modo de aprender a controlar y dirigir los impulsos sexuales y de satisfacerlos, sin necesidad de tener relaciones sexuales. 3) En la adultez: es un modo de conocer la respuesta sexual propia y de acceder a la satisfacción sexual en situaciones donde no hay pareja. También es una técnica para desarrollar la capacidad del orgasmo en la mujer y para evitar la eyaculación prematura en el hombre. 4) En la vejez: brinda la posibilidad de obtener satisfacción sexual en situaciones donde no hay pareja. En caso de ataques cardíacos –o de cualquier otra afección incapacitante temporaria o definitiva– es un modo de reanudar la actividad sexual. Además, ofrece otra opción de actividad sexual con pareja cuando el coito con penetración no se desea o no es posible por razones de salud.
“Jamás me atrevería...”
Las fantasías sexuales son imágenes mentales de contenido erótico. Antes de que ocurra la interacción sexual, en general la persona ya ha tenido algún tipo de fantasía o sueños eróticos. Las fantasías se reconocen como una actividad sexual en sí, ya que pueden provocar parte o todo el ciclo de la respuesta sexual, esto es, las cuatro fases descritas por primera vez por Masters y Johnson: deseo, excitación, orgasmo y resolución. Por cierto, la fantasía es una de las fuentes primarias de la excitación sexual y, en algunas circunstancias, puede ser más excitante que la actividad sexual misma. Las fantasías sexuales puede ser claras y definidas, impresiones indefinidas o imágenes que no pueden evocarse con facilidad; pueden surgir de manera espontánea o evocarse deliberada y conscientemente; pueden ocurrir cuando la persona está despierta (ensoñación consciente) o durante el sueño (imágenes oníricas). Surgen mayormente durante la masturbación, pero también tienen lugar durante el coito y otras actividades sexuales, o en ausencia de cualquier actividad sexual.
De las investigaciones surge que la fantasía sexual es más frecuente entre los hombres que entre las mujeres. Según Kinsey, el 89 por ciento de los hombres fantaseaban durante la masturbación, y en el caso de las mujeres el porcentaje se reducía al 64 por ciento de las entrevistadas. Durante el acto sexual mismo, un incremento de las fantasías es empleado regularmente por una enorme cantidad de parejas. Las estadísticas sobre la práctica de esta actividad en los años setenta, en comparación con las de los años cincuenta, reflejan un aparente incremento en la incidencia de fantasías en las mujeres. Este aumento podría ser real o reflejar meras diferencias en los estudios con respecto a una mayor disposición para admitirlas.
Aunque se han llevado a cabo investigaciones sobre el contenido de las fantasías sexuales, ha sido difícil llegar a conclusiones precisas debido a que para muchas personas resulta amenazante compartirlas. En un importante estudio de Hunt, se encontraron diferencias generales entre las fantasías de los hombres y de las mujeres: las del hombre son más eróticas e impersonales y con frecuencia están ligadas a experiencias genitales concretas; las de la mujer son más personales y románticas, abarcan situaciones de encuentro, no necesariamente genitalizadas. Por otro lado, hay temas comunes a ambos sexos, entre ellos: tener relaciones sexuales con un extraño, hacer cosas que jamás se atreverían a hacer en la práctica y tener relaciones sexuales con más de una persona a la vez. También aparecieron diferencias en las fantasías de acuerdo con la edad de las personas.
Aunque hay personas que no aceptan las fantasías como parte de la actividad sexual normal y otras que se sienten culpables y avergonzadas por tenerlas cuando su contenido no se ajusta a sus principios morales y éticos, cumplen un papel importantísimo en la vida sexual de las personas: 1) enriquecen la vida sexual, ya que aumentan la excitación y preparan a la persona para la actividad sexual. 2) son una fuente de información sobre las preferencias sexuales y deseos propios; 3) le dan variedad a la vida sexual si se las comparte en momentos apropiados.
Es importante recordar que la fantasía sexual existe sólo en la imaginación y que cada uno decide si desea mencionarla o no. Pertenece, por lo tanto, al ámbito privado del individuo. Hay personas que se refugian en las fantasías sexuales y evitan la interacción sexual. En estos casos, las fantasías sustituyen la actividad sexual y pueden ser perjudiciales si la persona carece de contacto con otras personas. En estos casos extremos, y contrariamente a lo que suele afirmarse, la fantasía no es responsable de la situación de aislamiento de la persona, sino un conjunto de problemas de su personalidad; es decir, la fantasía es apenas el vehículo que conduce al aislamiento y no su causa.
Se puede comparar el valor y la importancia de la actividad de fantasear con los del sueño mismo, ya que poseen su misma estructura. Es absolutamente normal poseer actividad onírica (tener sueños). Es más: impedir mediante artificios que una persona tenga sueños conduce a graves alteraciones psíquicas.
Contraer el músculo
Los famosos ejercicios de Kegel pueden ayudar a lograr el orgasmo. Arnold Kegel fue un obstetra que percibió, en las mujeres que habían parido un hijo o varios, cierta flojedad en los músculos que rodean la vagina, así como un agrandamiento notable de esta cavidad. Para revertir esto se puede entrenar el músculo pubococcígeo: si se contrae en forma lenta varias veces por día (alrededor de treinta), e incluso durante la relación sexual, aumenta la sensibilidad de la zona genital y se facilitan las sensaciones subjetivas. Este ejercicio se puede acompañar con la técnica del “estremecimiento”, que consiste en hacer diez contracciones rápidas que se aproximan, analógicamente, a lo que sucede durante el orgasmo. Si luego se acompañan con fantasías, estos ejercicios pueden contribuir a la obtención orgásmica durante el coito.
Tanto para las mujeres que tienen un compañero como para las que no lo tienen, la autoestimulación, con las contracciones descriptas, es altamente conveniente. Muchas mujeres que vencen la resistencia habitual a poseer un vibrador local se benefician notablemente, de forma individual o junto a su pareja, con el procedimiento progresivo de su uso.
Los ejercicios desarrollados por Kegel pueden programarse para el hombre, por ejemplo en casos de eyaculación precoz. Jack Annon presentó un programa que consta de cinco pasos para llevar a cabo este entrenamiento (el objetivo, en el caso de la mujer, es aumentar su capacidad de excitación y lograr el orgasmo, así como fortalecer los músculos de las paredes vaginales, y los hombres también pueden ver incrementada su sensibilidad y el goce de las relaciones sexuales). Se trata de una especie de masaje a la próstata, las pequeñas glándulas de la uretra y otros pequeños órganos involucrados en la eyaculación:
1) Para localizar los músculos pubococcígeos (y vaginales en el caso de la mujer), la persona, sentada en el inodoro con las piernas abiertas, trata de detener el flujo de orina. En esta posición el músculo pubococcígeo es el único que puede detenerla. 2) Una vez identificado, el músculo debe detener el flujo de orina en repetidas ocasiones hasta que deje pasar una cantidad pequeña en cada relajación. Además, debe contraer el músculo durante uno o dos segundos unas diez veces seguidas. Esta secuencia se repite por lo menos seis veces al día durante la primera semana. 3) Durante la segunda semana, el ejercicio deja de practicarse al orinar pero aumenta a seis sesiones diarias de series de 20 contracciones con duración de uno a dos segundos. 4) Al mismo tiempo se inician ejercicios de series rápidas de contracciones, intentando que se parezcan a las orgásmicas. Esta serie de contracciones rápidas (aproximadamente 10 por serie) deben practicarse unas seis veces al día. A las series rápidas se les agrega un componente erótico: se le solicita a la persona que al realizarlas tenga la fantasía que desee. De esta manera, las contracciones pubococcígeas se asocian con la excitación sexual. 5) En la semana siguiente se incrementa el número de repeticiones, tanto de las contracciones de uno o dos segundos como de las series rápidas hasta llegar a 30 del primer tipo y 10 del segundo.
Los ejercicios deben practicarse diariamente, y por un lapso no menor de seis meses. Se trata de músculos y, por lo tanto, aumentan la circulación sanguínea local, fortalecen la inmunidad local y favorecen la eyaculación e, indirectamente, la erección. En las mujeres, este ejercicio ha demostrado ser muy útil para la obtención del orgasmo al fortalecer los músculos perivaginales.
* Texto extractado de Soluciones para el buen sexo, de reciente aparición (ed. Del Nuevo Extremoj).
“Si ella me acariciara allí abajo...”
Por J. C. K.
María y Gustavo, ambos aproximadamente de 50 años, consultan juntos en el ámbito del hospital. Les pregunto en qué los puedo ayudar y Gustavo me contesta: “Soy impotente”.
–¿...?
–Impotencia sexual. No se me para bien.
–Ah, consulta por un problema de erección.
La esposa permanece atenta pero callada. Les pido algunos detalles sobre sus relaciones sexuales: quién toma la iniciativa, dónde se realizan, cómo comienzan y cómo siguen, y todas las acciones que puedan aclarar el diagnóstico del problema.
Gustavo responde:
–Bueno... Hasta hace uno o dos años me acercaba a ella y ya estaba dispuesto a penetrar... Fue declinando progresivamente la erección, y hoy ya no se produce.
Me dirijo entonces a María:
–Cuénteme un poquito, ¿usted se acerca, lo abraza?
María me interrumpe y dice:
–¡Yo no masturbo a nadie!
–Discúlpeme, no dije masturbar, dije acercarse, acariciar, abrazar –le contesto sorprendido.
–Usted no me ha entendido. ¡Yo no masturbo a nadie! –vuelve a decir.
Luego de repetir la aclaración y encontrar la misma respuesta enfática, me dirijo a Gustavo:
–Si su señora lo tocara, lo acariciara, lo abrazara fuertemente...
El paciente me interrumpe:
–Ah... Si me tocara, si me acariciara “allí abajo”, yo no tendría problemas: ¡se me para inmediatamente!
Sergio y Marisa concurren a la consulta. “Venimos porque Marisa no puede llegar al orgasmo. Se excita, pero no llega nunca”, se quejan.
–Veamos. ¿Con qué frecuencia tienen relaciones sexuales? –les pregunto.
–Casi siempre, entre dos y tres veces por semana.
–Y el problema ¿se presenta siempre o algunas veces?
–Diríamos que casi siempre...
Trato de especificar un poco más:
–Cuando dicen que no llega al orgasmo, ¿se refieren a “no llegar” de ninguna manera o a que llegan con otras modalidades?
–Ah, eso sí. Llega al orgasmo, pero por toques o caricias... eso no es normal, ¿no?
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En el ámbito del hospital, dos pacientes mujeres llegan a la consulta. Tienen alrededor de 25 años. Dicen que es la primera vez que tienen relaciones sexuales y que están constituidas como pareja y que conviven. Relatan que ninguna de las dos tienen orgasmos. Ambas se excitan mucho, con caricias, sexo oral mutuo o alternativo, pero cuando llega un momento determinado, en el que alcanzan cierta altura de excitación sexual, ésta cae bruscamente. Siempre, sin excepción, sucede lo mismo. Y ahora, debido a lo que ocurre, la frecuencia de relaciones sexuales ha disminuido sensiblemente. Les digo que me parece que en realidad sí tienen orgasmos. Sólo que están esperando ansiosamente tenerlos como dicen las revistas “del corazón”: en forma intensa, espectacular. Les indico que ambas, por separado, durante no más de diez minutos por día, se concentren, se relajen y sientan sensaciones similares de progresiva excitación sexual, vasodilatación, y que imaginen que tienen orgasmo, no espectacular, sino en la medida de la desaparición de la excitación. Cuando vuelven al consultorio, dos semanas más tarde, me cuentan que la respuesta fue muy positiva. Tuvieron relaciones sexuales de la manera habitual y alcanzaron el orgasmo. Una de ellas resultó ser multiorgásmica.
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Damián padece una insuficiencia coronaria con hipertensión arterial. El equipo cardiológico que lo atiende, luego de los estudios pertinentes, le receta, entre otros medicamentos, un antihipertensivo beta-bloqueante. La hipertensión se normaliza en una semana, pero, a partir de ese momento, la erección no se produce. Le pregunto si el cardiólogo que lo atiende sabe de este síntoma sexual. El paciente refiere que no. Le pregunto por qué no se lo comentó al cardiólogo, ya que podría cambiarse el medicamento: dice que no se le ocurrió porque, como era otra especialidad...
Pero..., ¿yo acabé?
Muchas veces, clínicamente una mujer se queja de no haber experimentado nunca un orgasmo, pero el interrogatorio especializado pone de manifiesto que el tipo de orgasmo obtenido no es ni por asomo aquello que ansiosamente se espera: no es un palpitar tenso y un éxtasis indescriptible, ni una especie de caída desde la altura acompañada de gemidos, gritos y un estado de semiinconciencia, pero no por eso deja de estar. Es evidente que, en estos casos, la expectativa ansiosa anula lo que puede manifestarse a nivel subjetivo o corporal. Asombra comprobar la sorpresa, el sobresalto y muchas veces la inquietud de la pareja ante esta información. Las mujeres, y no pocas veces sus compañeros, interpretan erradamente algunos fenómenos que sí ocurren: finalización brusca de una excitación sexual intensa, desaparición lenta de la excitación sexual, seguida por relajación general y movimientos musculares rápidos que para esa mujer constituyen el orgasmo y les pasan inadvertidos.
Por lo demás, el comportamiento que conduce al orgasmo puede ser muy diverso. Una mujer puede tener orgasmo por caricias clitoridianas, por penetración vaginal, apretando y frotando sus muslos. Desde el punto de vista fisiológico, no hay diferencias. Pero la experiencia subjetiva del orgasmo suele ser muy diferente, extremadamente variable e influida por la afectividad, el humor, las expectativas, el ambiente y otros condicionamientos.
Manos, labios, lengua
Es necesario desterrar la infeliz idea de que “lo normal es pene erecto en la vagina húmeda”, y que cuando eso falta, el varón tiene un déficit importante en su hombría. El sexólogo deberá empeñarse en demostrar que el paciente tiene manos, brazos, labios, lengua, y que cada parte mencionada, sola o combinada, puede proporcionar estímulos altamente gratificantes para la mujer, independientemente de la capacidad eréctil de su pene. Esta actividad alternativa quita la predominancia de la atención tensa sobre el pene, y muchas veces provoca la erección que se suponía perdida para siempre.
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