Por Johnnie L. Roberts
El multimillonario norteamericano Michael Hirtenstein solía hacer alarde de sus adquisiciones de opulentos bienes raíces. “Colecciono casas porque lo disfruto”, dijo sobre sus ocho propiedades, que incluyen un departamento de US$ 27 millones en el piso 76 del Centro Time Warner en Nueva York.
En agosto de 2007, Hirtenstein, de 45 años de edad y quien hizo su fortuna en telecomunicaciones, dijo a The New York Post que tenía planes de comprar un dúplex de vidrio de US$ 35 millones en Tribeca, Manhattan, con paredes tapizadas de piel, tres livings y una piscina climatizada con una pantalla de video bajo el agua. Pero la economía se estancó, y también lo hizo el consumo de Hirtenstein en bienes raíces.
Discretamente incumplió con la compra del dúplex de Tribeca, perdiendo un gran depósito. Eso no quiere decir que Hirtenstein esté en la indigencia. “Puedo bajar las escaleras ahora y comprarme una Ferrari”, dice desde una suite en el hotel Wynn de Las Vegas. “Pero tengo amigos afectados. No tengo ganas de comprar juguetes al azar”.
En medio de la crisis, mucha gente rica como Hirtenstein experimenta una emoción poco familiar: la vergüenza del lujo. La finada Coco Chanel, gran dama de la moda del siglo XX, dijo hace mucho tiempo que el lujo es “lo opuesto a la vulgaridad”, no a la pobreza. Pero en estos tiempos de recesión, parece vulgar hacer alarde de un estilo de vida lujoso. Y de esa forma, los ricos ya no usan joyas y evitan las compras de la reciente era dorada.
La tendencia es una noticia terrible para el mercado del lujo, de US$ 175.000 millones, que este año absorbió como nunca el impacto de que las riquezas personales estén en picada. En todo el mundo, este nuevo “bochorno de los ricos” redujo las ventas de minoristas y marcas sofisticadas como Neiman Marcus y Saks Fifth Avenue, Bentley y BMW, Christie’s y Sotheby’s.
Conforme escatiman los publicistas de lujo fuertemente golpeados, el brillo se opaca en la alguna vez lustrosa y saturada colección de anuncios en medios que atienden a los ricos y famosos. Los anuncios en las ediciones de diciembre de 2008 de las principales revistas de lujo ya mostraban caídas de un 22 por ciento desde 2007, según el Boletín de la Industria de Medios. Condé Nast, la editorial de Vanity Fair, W y Vogue, está reduciendo números de Men’s Vogue y de la revista de negocios Portfolio.
El Robb Report, libro de cabecera sobre los gustos de los conocedores, que disfrutó de años de prosperidad durante la era de los multimillonarios, vio morir su publicidad. Extraoficialmente, el despilfarro pasó de moda el 6 de octubre, cuando Richard Fuld, el presidente ejecutivo de Lehman Brothers, compareció a una audiencia del Congreso después de la histórica quiebra de US$ 600.000 millones del banco de inversión.
Se encontró con un gran desdén por su compensación de US$ 500 millones de dólares y su estilo de vida señorial: un penthouse en Park Avenue de US$ 21 millones, una casa en Connecticut de US$ 25 millones y una colección de arte estimada en US$ 200 millones.
“Tengo una pregunta para usted: ¿Es justo?”, le preguntó el representante (diputado) Henry Waxman. Hoy, arriba y debajo de Wall Street, los ricos muestran una contrición recién descubierta.
Steve Schwarzman, del Blackstone Group, expresó arrepentimiento por los US$ 3 millones que gastó en su fiesta de cumpleaños número 60 en febrero de 2007, un evento que los políticos y la prensa no le permitirán olvidar.Esta nueva frugalidad también está quitando el brillo a Hollywood.
“¿Saldría y compraría algo extravagante?
No en un momento como éste”, dice uno de los magnates más ricos de la meca del cine.Y ahora hasta Washington sufre de arrepentimiento. “Se siente como después de que empezamos la guerra con Irak”, dice Mark Michaels, propietario de Occasion Caterers. “No es sensato hacer una gran fiesta”.
Llamar a esto la muerte del lujo sería una exageración. Los consumidores ya tomaron antes descansos de la opulencia, por ejemplo, cuando murió la era de “la ambición es buena”, en 1987, y después de los atentados terroristas de septiembre de 2001.
Pero la natural desvergüenza garantiza la supervivencia de la extravagancia: Sean Combs (el extravagante rapero más conocido como Puff Daddy), por lo pronto, dejaría de existir si tuviera que dejar la vida de lujo. Algunos proveedores de alto nivel creen que la vida de lujo, como fumar, es un hábito inquebrantable.
“Es muy difícil ir hacia abajo… una vez que uno se acostumbra a este nivel”, dice Julian Niccolini, del restaurante Four Seasons de Nueva York.
¿Cómo pueden los despilfarradores conseguir su dosis sin culpa?
Una opción: los sitios de Internet sólo para miembros, como Gilt.com e Ideeli.com, que realizan ventas de bienes de lujo de oferta limitada con grandes descuentos, por orden de solicitud. Las compras llegan por correo en cajas sin adornos. Los clientes “no quieren ser vistos caminando con enormes bolsas de compras de Prada” dice Susan Lyne, presidenta ejecutiva del Gilt Groupe y ex presidenta de ABC Entertainment y de Martha Stewart Living.Allí quizá exista otro mercado: los consumidores conspicuos que aún están en el clóset.
elargentino.com
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