Por Juan Yesnik
RevistaOhlala.com
Sexólogos y amigos con experiencia en el tema recomiendan agudizar el ingenio y sacar del baúl aquellas prendas que puedan recrear al personaje que nos despierta pasiones incontrolables. Y en tiempos de carnaval, fantasías sexuales como ésta hacen chispa mucho más rápido que lo habitual. El ambiente es propicio para la lujuria. La historia de los carnavales habla de orígenes ligados a fiestas paganas y festejos libertinos, en homenaje a los dioses del antiguo Egipto y del Imperio Romano. Hoy, cada quien en su templo, con su disfraz, tratando de gozar como los dioses.
Ya sea en el corso público o en la intimidad del cuarto, el uso de disfraces es, por un lado, una alternativa que ayuda a romper la rutina sexual y, por el otro, ante todo, la posibilidad de asumir roles o entregarse a ciertos morbos que nos despiertan pasiones, muchas veces inconscientes.
La fantasía del disfraz es más común en el hombre que en la mujer. El pide y ella se viste. Aunque se cree que las mujeres se entregan mucho más fácil al juego con el correr de los años. Cuanta más edad tienen - y más amenazados "creen" que están sus atributos físicos- todo recurso suma a la hora de no perder los poderes de la seducción o el encanto sobre los hombres o sus parejas.
En esto hay mucho de imaginario social y mandatos culturales. El hombre, aún con un resto de costumbres machistas y dominantes, prefiere extorsionar a la joven secretaria o a la alumna inocente, a cambio de un aumento de sueldo o una buena nota. Ellas, generalmente, sumisas y obedientes, prefieren entregarse a las órdenes del docente, el médico o el policía. Sin embargo, sería una sorpresa para muchos descubrir el costado inocente de tantos señores que regalan su debilidad a poderosas enfermeras con las que "jugar al doctor", como cuando eran niños. Muchas de ellas encontraron en Caperucita Roja un perfil dulce y picaresco capaz, en la transformación, de dominar y reducir hasta el lobo más feroz. Cada quien con su deseo de convertirse en quien les hubiera gustado ser o en quienes tienen los poderes de conseguir lo que está más allá.
El disfraz es morbo, imaginación, fantasía, transgresión. El disfraz, como una máscara, todo lo permite. Al menos por un rato, lo que dura puesto el disfraz. Obviamente que no tiene gracia descubrir quién se esconde debajo de esas ropas. Cuando uno se lo quita todo vuelve a la "normalidad" y cada uno es quién era y "acá no pasó nada".
La simbología del disfraz y los accesorios concretan la posibilidad de interactuar con un mundo fantástico y relajado, donde, como en un parque de diversiones, se conviven los poderes del superhéroe, la resistencia del deportista, la formalidad del ejecutivo, la disciplina de quien tiene poder y conocimiento, la creatividad y "muñeca" de los cocineros, la brutalidad y la mugre del mécanico, los atributos del bombero... ¿qué disfraz te pondrías hoy?, ¿qué personaje despierta tus pasiones más ocultas?.
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Sexólogos y amigos con experiencia en el tema recomiendan agudizar el ingenio y sacar del baúl aquellas prendas que puedan recrear al personaje que nos despierta pasiones incontrolables. Y en tiempos de carnaval, fantasías sexuales como ésta hacen chispa mucho más rápido que lo habitual. El ambiente es propicio para la lujuria. La historia de los carnavales habla de orígenes ligados a fiestas paganas y festejos libertinos, en homenaje a los dioses del antiguo Egipto y del Imperio Romano. Hoy, cada quien en su templo, con su disfraz, tratando de gozar como los dioses.
Ya sea en el corso público o en la intimidad del cuarto, el uso de disfraces es, por un lado, una alternativa que ayuda a romper la rutina sexual y, por el otro, ante todo, la posibilidad de asumir roles o entregarse a ciertos morbos que nos despiertan pasiones, muchas veces inconscientes.
La fantasía del disfraz es más común en el hombre que en la mujer. El pide y ella se viste. Aunque se cree que las mujeres se entregan mucho más fácil al juego con el correr de los años. Cuanta más edad tienen - y más amenazados "creen" que están sus atributos físicos- todo recurso suma a la hora de no perder los poderes de la seducción o el encanto sobre los hombres o sus parejas.
En esto hay mucho de imaginario social y mandatos culturales. El hombre, aún con un resto de costumbres machistas y dominantes, prefiere extorsionar a la joven secretaria o a la alumna inocente, a cambio de un aumento de sueldo o una buena nota. Ellas, generalmente, sumisas y obedientes, prefieren entregarse a las órdenes del docente, el médico o el policía. Sin embargo, sería una sorpresa para muchos descubrir el costado inocente de tantos señores que regalan su debilidad a poderosas enfermeras con las que "jugar al doctor", como cuando eran niños. Muchas de ellas encontraron en Caperucita Roja un perfil dulce y picaresco capaz, en la transformación, de dominar y reducir hasta el lobo más feroz. Cada quien con su deseo de convertirse en quien les hubiera gustado ser o en quienes tienen los poderes de conseguir lo que está más allá.
El disfraz es morbo, imaginación, fantasía, transgresión. El disfraz, como una máscara, todo lo permite. Al menos por un rato, lo que dura puesto el disfraz. Obviamente que no tiene gracia descubrir quién se esconde debajo de esas ropas. Cuando uno se lo quita todo vuelve a la "normalidad" y cada uno es quién era y "acá no pasó nada".
La simbología del disfraz y los accesorios concretan la posibilidad de interactuar con un mundo fantástico y relajado, donde, como en un parque de diversiones, se conviven los poderes del superhéroe, la resistencia del deportista, la formalidad del ejecutivo, la disciplina de quien tiene poder y conocimiento, la creatividad y "muñeca" de los cocineros, la brutalidad y la mugre del mécanico, los atributos del bombero... ¿qué disfraz te pondrías hoy?, ¿qué personaje despierta tus pasiones más ocultas?.
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