domingo, 31 de agosto de 2008

"A veces, la infidelidad logra que una pareja se vuelva a elegir"



Con una voz potente y un ritmo algo atolondrado, Diana Resnicoff, esta mujer que ya tiene veinte años de especialización en sexología y varios más como psicóloga, asegura que saber perdonar es una necesidad y devela historias en las que el sexo se conjuga con el impulso, la trampa y la atracción pero también con la soledad y el desinterés.


Vicepresidente de la Sociedad Argentina de Sexualidad Humana y autora, junto a Laura Caldiz, del libro "Sexo, Mujer y Fin de Siglo. La intimidad redescubierta", Resnicoff interpreta las lógicas en las que se mueven las parejas actuales.



¿Ha cambiado el significado de la monogamia en las últimas décadas?
Sin dudas: antes la monogamia era un compromiso para toda la vida. Ahora se habla de monogamia seriada o sucesiva, dura mientras continúe la relación. Luego, se pasa a otra y así. Ya no se piensa en compromisos que se enraicen en el largo plazo sino en el aquí y ahora. Dicho esto, hay que diferenciar la monogamia de la fidelidad, que no es lo mismo.

¿No?
No. Hay un marco cultural en nuestra sociedad -no así en otras- que define a la pareja como una relación monógama. Pero después está el individuo concreto que actúa según su historia, sus creencias, sus necesidades. Es algo más personal. La parejas que se dicen monógamas son la casi totalidad, en cambio las que respetan la fidelidad son bastante menos. Por estudios realizados en nuestro país y en otras sociedades occidentales, sabemos que cuatro de cada diez hombres y tres de cada diez mujeres no han sido o no son fieles.


Imaginemos que llega a su consultorio una de estas parejas "monógama pero infiel". ¿Qué hace usted?
De la infidelidad no se debe hablar en el momento "caliente" y, de hecho, es un pedido concreto que hago: "¿Pueden comprometerse por cuatro o cinco días a no conversar del tema?" Si no, no es posible trabajar conmigo.

Primero, porque creo en la necesidad del perdón; si uno quiere pasar factura todo el tiempo no tiene sentido estar juntos. Y darle vuelta a lo que él o ella "me hizo" no ayuda a pensar el problema de fondo. Intento en cambio, en un clima algo más calmo, que ayude a entender por qué se produjo la infidelidad. Le aseguro que de vez en cuando una tiene ganas de enviarle una tarjeta de agradecimiento al tercero en discordia, porque permitió repensar esa relación. Es paradójico, pero a veces, la infidelidad logra que una pareja se vuelva a elegir.


¿Se necesita un shock tan grande para reencontrarse?
Sería insensato generalizar, pero muchas veces esa conmoción abre la puerta para ver la crisis que antes no se lograba o no se quería percibir. Y crisis es aprendizaje. A veces las parejas se reencuentran. Otras, se produce la separación, pero sin que la persona infiel se vaya con el tercero, al que le queda un rol de detonante. Algo así como una ayuda para decir "hasta acá llegamos y ya no vale la pena seguir juntos", decisión que no podían enfrentar en un marco corriente.
Fíjese que cuando la infidelidad no sale a la luz -eso sucede en la mayoría de los casos-, todo queda en el "no quiero saber". Y se sigue con la vida.
¿De a tres?
A veces de a tres, sí. Hay parejas que tienen una especie de acuerdo silencioso y pueden ser más de dos mientras no se lo explicite. Esto en una situación de terapia no funciona. Por eso pido como condición que vuelvan a ser una pareja, que la persona infiel deje de ver a su otro u otra. No trabajo de a tres, aunque en verdad, de una manera indirecta, siempre hay un tercero imaginario y es en esa construcción donde se puede ver qué se ha buscado y qué le falta o de qué se está olvidando esa pareja.
¿De qué se suelen olvidar?
Causas hay muchas; le cuento algunas. Una habitual se centra en el desinterés por el otro, casi como una situación de abandono, aunque no haya un maltrato clásico. Ahora estoy atendiendo a una pareja que necesita pensar este tema. El tiene 45, segundo matrimonio; ella, 25. Hace ya varios años que están juntos, pero en ella hay aún algo de una adolescente que quiere experimentar. Hasta que un día se le ocurre lanzarse a una historia con un compañero de la facultad. Confiesa luego lo que pasó pero él la "tranquiliza": no importa si es muy de vez en cuando, le dijo.
¿Pareja abierta?
No tanto porque en verdad ella no buscó esa libertad sino que el amante funcionaba como una luz de advertencia que le daba a su marido. Ella le argumentaba: "Vos no me deseás, yo me paseo con ropita escotada y te quedás con la computadora o leyendo". Y hay algo tan sintomático en esa relación. ¿Sabe cuál es el nombre del jueguito de computadora al que él le dedica más tiempo? "Buscaminas". Ella quiso seguir llamándole la atención y empezó a salir con una mujer. Esto hace que vengan a verme. Pero mi impresión es que no se trata de un deseo irrefrenable de ella de estar con alguien del mismo sexo sino de una nueva estrategia para decirle: "Acá estoy, mirame, mimame".
¿Es posible que él aún la quiera? Si es así, ¿cómo puede potenciar su deseo?
Claro que es posible, pero hay que demostrarlo. El suponía que por haber decidido vivir juntos ya era tácito que la amaba y que quería estar con ella. Error. Una pareja no se mantiene así porque se va olvidando de lo más íntimo, de lo que une. Hay que mantener activa la cabeza, ese órgano sexual tan importante.
Eso incluye -depende de cada uno- desde un buen beso antes de irse a trabajar hasta sentarse a conversar y a escuchar. Y recordar lo que a uno y al otro les gusta, hacer lo que les seduce mutuamente.
Usted menciona el descuido de la relación como una causa de infidelidad. ¿De qué otras nos puede hablar?
La baja autoestima, en particular en los hombres, empuja a estar probándose siempre. Ellos parecen desconocer que la estima no se genera de afuera hacia adentro sino al revés: es algo de adentro hacia afuera. En esta confusión pasan de brazos en brazos. Le puedo contar algunos ejemplos. En uno de ellos, el hombre de una pareja que se estaba por casar me cuenta en una sesión privada que había estado en una reunión con compañeros de un posgrado y que había sentido ganas de acercarse a todas las mujeres que estaban allí. El reconocía que este tipo de fantasías le eran habituales y que no importaba mucho cómo era cada mujer: nunca se cansaba de probar algo nuevo. Así se olvidaba de la noción de compromiso y garantizaba una actitud muy narcisista.
¿Qué le recomendó?
Que frenara el casamiento y se hiciera cargo de la situación. No tenía sentido dejar que todo siguiera con una lógica automática -aunque ya tuvieran elegida hasta la sala para la fiesta- para enfrentarse a una crisis mucho mayor a los pocos meses o al año. Hay problemas que él debía resolver antes, solo.
¿La tentación de lo prohibido -hacer algo porque no se debiera- es también fuente de infidelidad?
Lo es, sí. De hecho, recuerdo a un hombre que tenía una amante y su gran temor era qué pasaría si dejaba a la mujer y la amante se convertía en la nueva esposa, es decir en lo conocido, en lo que no incluye aventura. Eso le generaba mucha ansiedad: temía que ella, al ser "legítima", no lo atrajera tanto y la relación perdiera pasión.
¿Hay diferencias en la lógica de la infidelidad de un hombre y la de una mujer?
Es un tema con aristas polémicas y que ha sido estudiado bastante por la escuela evolucionista que investiga si nuestros comportamientos no están inscriptos, en parte, en una memoria genética de cuando la especie humana no era tal sino de cuando pertenecíamos aún al grupo de los primates.
Una de sus máximos exponentes, la antropóloga estadounidense Helen Fisher, cree que el hombre es por naturaleza infiel.
¿Por qué?
Porque necesita muchas mujeres para asegurar su descendencia. En cambio, nosotras ya nacemos con los óvulos que vamos a tener toda la vida y nos acercamos con más cuidado al hombre que queremos como padre de nuestros hijos. Incluso hoy, al momento de decidirse a mantener una relación con un tercero, la mujer suele ser más consciente de a quién y por qué lo elige.
Interesante. Pero siendo usted mujer, ¿se siente cómoda con una teoría que parece avalar la infidelidad masculina?
Lo veo desde otro lugar. Quizá haya un resabio de la genética pero no somos víctimas de ella ni de las normas culturales, que ahora están cambiando tanto. Uno no puede excusarse en ideas que supuestamente obligan a un camino. Somos seres con capacidad de decisión y actuamos de la manera que intuimos más apropiada. En definitiva, cuando uno es infiel, hay que preguntarse infiel a qué o a quién. ¿Al otro? ¿A uno mismo? ¿A lo que se cree?
La respuesta, claro, es individual, aunque casi siempre puede conducir a replanteos en la relación, a un barajar y dar de nuevo.
Copyright Clarín, 2008.




Las relaciones, más efímeras y fragmentadas
Los jóvenes y la pareja suelen provocar dos miradas diferentes. Una apuesta a un romanticismo que se traduce en fidelidad mientras están juntos. La otra, enfatiza la carga de hormonas propia de esa etapa y las culpa de los muchos naufragios sucesivos.
Diana Resnicoff asegura que es imprescindible agregar otra lógica de análisis. "Los jóvenes suelen ser menos fieles que los mayores pero eso está muy vinculado a la cultura del zapping y de lo efímero en la que han crecido. Todo es rapidito, fragmentado y con una necesidad de rotación sorprendente".
Otra cuestión es el auge de las infidelidades virtuales. Cuando se descubre una, la crisis se produce con tanta intensidad como en una relación de carne y hueso. "Es que muchos tienen citas estables -tal día, en tal momento, en tal sala de chat- y al incluir camarita y micrófono, la relación deja de ser un simple juego digital para convertirse en eso, en una relación".
La tecnología favorece nuevas formas de encuentro, también hace más fácil que sean descubiertas: un celular guarda información sobre llamadas recibidas y realizadas y la computadora suele exhibir las navegaciones de cada uno. Hay formas de controlarlo, pero a menudo se olvidan y lo que parecía simple -vaya sorpresa-, se complica.

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