Por Diego Golombek | LA NACION
E s parte de una leyenda urbana: entre dos personas cualesquiera en la tierra no hay más de seis grados de separación. En otras palabras, ¿qué nos separa, a ustedes o a mí, de Diego Maradona o de Paul McCartney? Es fácil: el socio del cuñado de la prima del intendente que es amigo del empresario que conoce al embajador que alguna vez le dio la mano a cualquiera de estos dos personajes, y paramos de contar. Hay películas sobre el tema, juegos de mesa, adivinanzas sobre relaciones entre personajes de cómics (¿qué separa al Hombre Araña de Batichica?) y el famoso acertijo Los seis grados de Kevin Bacon, que consiste en determinar cuántos casilleros hay desde cualquier artista de cine hasta este actor de Hollywood. Por ejemplo, Susana Giménez tiene un índice Bacon de tres: Kevin actuó en Río místico con Sean Penn quien trabajó con Jorge Porcel en Carlito's Way, y de Porcel a Susana hay solo un paso.
Pero volvamos a nosotros, sencillos mortales. La idea de los seis grados viene de un estudio de 1967 en el que el psicólogo Stanley Milgram pidió a voluntarios que mandaran una carta por correo de manera que llegara a alguien -desconocido para ellos- en otro estado, y del cual solo sabían el nombre y la ocupación. Así, tenían que elegir a alguien que supuestamente estuviera más cerca del blanco que recibía instrucciones de continuar el juego. Lo curioso es que se requerían entre dos y diez envíos para llegar a destino -con un promedio de 6 pasos-. Y esto en los años 60 pegó mucho: paz, amor y seis grados de separación -aunque hay varias críticas a este experimento inicial-.
Ya hacia el fin de siglo se repitió el experimento, pero con una simulación matemática: ver cómo se conectan dos puntos cualesquiera de una red de datos. Y resulta que la separación entre estos depende de cuán ordenada o compleja es la red: cuanto más compleja, menos grados de separación. En otras palabras: con unos pocos datos promiscuos que junten puntos distantes en la red, el mundo se vuelve pequeño (sea un mundo de actores, de neuronas o de infecciones).
Pero ahora hay pruebas de que seis es multitud. El uso de redes sociales es ideal para encontrar los grados de separación entre dos personas. Recientemente el equipo de Facebook analizó las conexiones de 721 millones de usuarios que combinados alcanzaban a unos 69.000 millones de amigos (Roberto Carlos se quedó muy corto). Internautas del mundo, uníos, porque encontraron que para la mayoría de las conexiones entre dos usuarios al azar se requerían solamente ¡cuatro pasos! Y si era dentro de un mismo país, alcanzaba con tres grados de separación. Así que es cierto, con las redes sociales el mundo se achicó un poco más.
En realidad está claro que los grados de separación van a depender de cuánta gente conozcamos. El asunto es cómo calcular ese número. Una posibilidad es escribir en un papel a todas las personas que podrían reconocernos y llamarnos por nuestro nombre de pila -si bien hay mucha variabilidad, en general anda por los 500-. Pero esta cifra podría ser una subestimación: otros métodos dan más de 2000 conocidos, mientras que algunos cálculos indican que la gente que podemos conocer de manera más cercana anda por el número mágico de 290. No está mal, no será un millón pero da para un lindo asadito de domingo.
Lo interesante es que a través de estos grados de conexión (o de separación) se transmite de todo: desde potenciales enfermedades hasta la felicidad. Y hasta le podemos poner números: el amigo feliz del amigo de un amigo aumenta nuestras chances de felicidad personal un 6%. Está bien: difícil tarea esta de cuantificar la felicidad, pero si comparamos estos números con que una cierta suma de dinero nos aumenta la alegría en un porcentaje mucho menor (alrededor de un 2%), más vale tener amigos felices que un cheque en la cuenta. Un vecino feliz, por ejemplo, nos aumenta bastante nuestra felicidad, un poco más que el vecino del vecino, y así sucesivamente. Así como se dice que hay seis grados de separación, la influencia feliz llega fuerte hasta los tres grados de contagio. Y ojo que no es ninguna pavada: la gente que se describe como más feliz, vive más y mejor.
Claro que este ejercicio se puede llevar más allá, por ejemplo, a las relaciones sexuales -algo que podría ser útil cuando se hacen campañas de salud reproductiva-. Esto se analizó en una muestra de casi 300 personas, en Suecia (en dónde si no.), y la separación fue menor que seis y en muchos casos, de no más de tres (o sea, yo estuve con tal que estuvo con tal que estuvo con tal otro). Podríamos llamar a esto tres grados de copulación, pero como esta es una columna que defiende la moral y las buenas costumbres que la ciencia inculca, lo dejamos aquí.
El autor es doctor en Ciencias Biológicas, profesor de la UNQ e investigador del Conicet .
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