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En Argentina, antes de la aprobación en el Congreso ya hay quórum para armar el cotillón. Por ejemplo, muchas organizadoras de casamiento (llamadas wedding planner en una norteamericanización del término y no sólo de la apertura californiana) olfatean una forma de ingresos con dos novios o dos novias en la misma torta. “Me encantaría organizar casamientos gays: son terriblemente divertidos, tienen dinero para gastar, hay propuestas específicas para el segmento y hasta hoteles. Quizás ese negocio se consolide en la Argentina dentro de unos años. Yo tengo una apertura mental total”, se anota –como escribe Mahne– la organizadora de eventos Silvia Bick.
Aunque la pelea por una consolidación de la familia más amplia que la que actualmente refleja la ley va mucho más allá de tirar de las cintitas (y de los billetes) y del carnaval carioca, también es cierto que negocios y rituales son parte de las ambiciones (de los planeadores de fiestas) y de los deseos de quienes quieren festejar un amor que, para muchos y muchas, merece terminar con un vals. O un rock and roll. Porque si algo tiene la diversidad, es que hay para todos los gustos.
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