¿Qué le dijo un BlackBerry a otro? En los último tres días, nada”. En menos de 140 caracteres un twittero se rió de alrededor de un millón de argentinos que sufrieron intermitencias en el servicio entre el martes y el jueves . En gran parte del mundo ese celular súper tecno que usan 70 millones de personas sirvió como cualquier modelo viejo: sólo para realizar llamadas, recibirlas o enviar SMS. Todo eso que lo pone al frente en el rubro smartphones – navegación por la Web, chequear mails, o usar la mensajería por Internet– desapareció por 72 horas . Lo que dejó es una horda de gente que se sintió a la deriva, que pensó que el mundo giraba y ellos se quedaban quietos con un aparato inteligente, pero inerte, en la mano.
La incertidumbre y desesperación de los usuarios creció al ritmo del silencio de la empresa. Que hubo un atascamiento de datos, que el tráfico acumulado bloqueó el resto de los servidores, que la red pudo haber sido hackeada. Excusas que no importaron: el “estamos trabajando para usted” no alivió a nadie.
¿Dijimos desesperación? No, mejor hablemos de angustia.
Las “no” funciones del BlackBerry despertaron la angustia de muchos . “Irritabilidad, sensación de pérdida, ansiedad. Todo eso. Que no ande ese tipo de teléfono es como que se te rompa la heladera o que te quedes sin electricidad en tu casa. Con esos celulares la pregunta es: ¿Qué me estoy perdiendo?”, analiza Harry Campos Cervera, médico psiquiatra y psicoanalista, y miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).
Claro, qué está pasando y “qué me estoy perdiendo”, sumado a “mira si pierdo todos mis contactos” o “te mando y decidme si te llega”. Y por tres días no llegó nada. “La evolución va en esa dirección. Es verdad que tienen más beneficios, pero también es cierto que han generado una verdadera dependencia”, agrega Campos Cervera.
Y a todo esto apareció una nueva fobia. La patología del milenio, según un grupo de psicólogos españoles es la “nomofobia”. El prefijo “nomo” viene de No mobile (no celular, en inglés). Los nomofóbicos son los que se volvieron tan dependientes de sus celulares que sufren de un miedo irracional si no llevan el celular encima. Según el estudio, que se realizó entre 2.163 personas, impacta con mayor fuerza en los varones y cuantas más prestaciones ofrece el aparato, más fanatismo despierta.
“ La tecnología es útil y también necesaria. Pero se vuelve dañina si se convierte en una obsesión y por ella se reemplaza a lo humano”, opina Enrique Novelli, psicoanalista y miembro de APA.
Sentirse conectado con familiares y amigos. Y además seguir enganchado con el trabajo fuera del horario laboral. No detenerse en el contexto –en los árboles de la plaza, en un caos de tránsito– pero estar seguros de que lo que está en esa pantallita es el mundo mismo. Pensarse feliz porque “tal me mensajeó y yo le respondo rápido y qué pasa que tarda tanto en contestarme”. Pensar que por ahí, por ese entramado de resistencias y capacitores, corre la vida.
clarin.com
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