Pekín, año 1972. El presidente de EE.UU. Richard Nixon visita China, un hito en la historia de la diplomacia y de las relaciones internacionales. En la cena oficial entre las dos delegaciones, alguien le pregunta al líder chino Zhou Enlai qué opina de la Revolución Francesa. Tras un enigmático silencio, la respuesta de Zhou es la siguiente: “Es demasiado pronto para valorarla”. La frase ha entrado a formar parte de la mitología popular, como símbolo de la sabiduría (o de la rigidez, según se mire) oriental: mejor no opinar sobre asuntos políticamente espinosos… ¡aunque hayan transcurrido 200 años!
Sin embargo, todo es fruto de un malentendido. En realidad, el político chino creyó que se le estaba preguntando sobre el Mayo del 68, de cuatro años antes, con lo que su comentario evasivo resulta más comprensible. La revelación, difundida recientemente por un funcionario del Departamento de Estado de EE.UU., ha vuelto a poner sobre la mesa el tema de las citas falsas.
Y si no, vean este caso. Volvamos al mes de mayo de este año: después de la muerte de Osama Bin Laden, más de un comentario periodístico reportó esta frase de Martin Luther King: “Lloro la muerte de miles de preciadas vidas y no voy a alegrarme de la muerte de una, ni siquiera de un enemigo”. Una buena cita para argumentar el fin del líder talibán. Lástima que sea totalmente falsa. La influyente revista The Atlantic, que la usó para uno de sus análisis, tuvo que hacer un mea culpa porque la autora de la frase es… ¡una maestra de inglés de 24 años, Jessica Dovey, que reside en Kobe, Japón! ¿Cómo es posible? Pues bien, Dovey se enteró de la muerte de Bin Laden por la tele y escribió el citado comentario en su página de Facebook. Después de escribir la frase incriminada, añadió a continuación unacita de Martin Luther King (“responder al odio con el odio no hace nada más que multiplicarlo, añadiendo oscuridad a la noche…”). El problema es que alguien no hizo caso de las comillas y atribuyó las dos frases al líder negro. Poco importa y demasiado tarde para enmendar: el párrafo entero empezó a circular en las redes sociales y se transformó en pocas horas en un fenómeno viral. Estamos ante un caso extremo. Pero la difusión de las nuevas tecnologías parece haber intensificado el fenómeno. Sin ir más lejos, el formato de 140 caracteres de Twitter es muy tentador para la difusión de bulos.
No obstante, hay que reconocer que las citas falsas siempre han existido. “Seamos sinceros: la mayoría de las citas que corren por ahí son falsas. Se ha llegado hasta el abuso. Incluso un autor de la talla de Oscar Wilde no dijo tantas cosas: era ingenioso, inteligente sí, pero no a tal punto. Y la verdad es que hemos caído todos”, dice Robert Saladrigas, crítico literario. “Con las citas falsas ocurre lo mismo que con las mentiras: a fuerza de repetirlas se convierten en verdad, en tradición y nadie se toma la molestia de comprobar si son ciertas”, subraya.
A veces estas frases tuneadas mejoran el original, en otros casos se atribuyen a autores equivocados, o bien se traducen mal o se sacan fuera de contexto… La cuestión es que funcionan. Según el escritor y ensayista Ralph Keyes, “las citas tienen vida propia y con el tiempo mutan y adquieren una mayor consistencia”. Para Megan Mc Ardle, del The Atlantic, las citas falsas son “más dramáticas, más pertinentes que las frases que la gente suele usar en el día a día. No debemos sorprendernos de su supervivencia en la memoria colectiva. Todos somos sensibles a estas citas, porque nos dejan compartir emociones con grandes personajes de la historia. De forma natural, buscamos las razones que llevaron sus autores a decir aquello, en lugar de buscar razones para no creer aquello que supuestamente dijeron”. También la revista The New Yorker dedicó un número sobre las citas falsas que están presentes en el mundo de la política, de la literatura o del cine. En este último caso, el hecho de que la memoria colectiva haya asumido como real un diálogo que no se produjo en el celuloide es aún más difícil de justificar , porque bastaría volver a mirar el DVD para comprobar que tal personaje no dijo tal cosa. Según señala el premio Pullitzer Louis Menand, “el problema es que al mirar la película uno no cree que su memoria está equivocada, sino que la película lo está. Las citas viven en una batalla perpetua para sobrevivir. Quieren que la gente siga usándolas. No quieren morir, exactamente igual que nosotros. Y así, cada vez que pueden, se enganchan, para perdurar, a gente famosa o personas llamativas”.
Existe, por supuesto, una explicación neurológica, que se basa en la conocida tesis de los falsos recuerdos. En la novela Luz de Agosto William Faulkner escribe: “La memoria cree antes que el conocimiento recuerde”. La cita (al parecer, verdadera…) resume, de forma literaria, un proceso cerebral conocido, según el cual acabamos creyendo que los acontecimientos siguieron un determinado curso, cuando en realidad no fue así. Y esto porque la memoria acaba fabricando sus propios recuerdos.
En todo caso, el asunto de las citas falsas no suscitaría tanta polémica y no sería tan de actualidad si no fuera por una realidad cada vez más evidente: nunca como ahora se habían publicado, en el mercado editorial, tantos libros de citas y aforismos. Es un género en auge porque, en el fondo citar, queda bien (poco importa si sea cierto o no). “Las citas funcionan en el mercado actual porque requieren poco esfuerzo de lectura y poco contenido. Es el reflejo de los tiempos en que vivimos: ahora buscamos información de inmediato”, explica Carme Font, traductora y profesora de filología inglesa en la Universitat Autònoma de Barcelona.
La cita no sólo gusta a quien la escucha, sino a quien la emplea. Felipe Benítez Reyes, premio Nacional de Poesía y premio Nadal, cree que “la cita es muy cómoda porque descarga la autoría sobre otra persona. Quien la usa está diciendo: no lo opino yo. Lo dice otro”, subraya. En su opinión, el hecho de que se recurra a las citas también esconde algo de soberbia. “Al adornar un discurso, quien la usa puede alardear de ella. En el fondo, detrás de cada cita siempre hay una pizca de vanidad”. Reyes cree que la cita funciona porque “proporciona una cultura sintética. En el fondo, gracias a una buena cita no hace falta leerse la obra. Ocurre sobre todo con la literatura clásica como Aristóteles, Platón... ¡Y encima quedas bien!”
Robert Saladrigas cuenta un anécdota significativa. “Conocí el caso de un artista que se vanagloriaba de citar de memoria una página de Thomas Mann, de su libro La montaña mágica… ¡hasta que descubrí que era la única que se había leído!”. En su opinión, es muy tentador citar, incluso a despropósito, porque, salvo alguna excepción, los autores no se pueden defender. “Dicen que es una forma de darse lustre, porque existe la creencia de que si el autor es importante, quien lo cita lo es también. En cambio, cuando veo a alguien que emplea muchas citas desconfío. Porque si citas mucho significa que no has leído al autor. Pregunten a alguien si ha leído El Quijote: todos lo citarán, pero…”.
No sólo en la literatura. En muchos ámbitos se emplea este recurso. “Las citas se usan mucho en la comunicación. Porque contextualizas, sitúas, atrapas al auditorio y porque quien te escucha tiene inmediatamente un punto de referencia; además tienen capacidad de ser memorizadas. Por eso es frecuente su uso en las presentaciones: se suele empezar con una frase graciosa ya que eso aumenta las expectativas de tu discurso”, reconoce el publicista Luis Cuesta, presidente de la agencia SCPF y ex director del festival publicitario El Sol. “Si buscas rigor, usas una científica; si quieres insistir en el aspecto más emocional, filósofos o escritores. Y siempre funciona: no tenemos tiempo, y tenemos la necesidad de concentrar información en el momento presente. Los eslóganes publicitarios en el fondo desempeñan la misma función”, explica.
Otro fenómeno curioso es que hay autores que se suelen citar más que otros: son los campeones de las citas. Según el Yale book of quotations, los autores más citados son William Shakespeare, Mark Twain, Oscar Wilde, Ambrose Bierce y Woody Allen. En cambio, hay vacas sagradas de la literatura que suelen citarse raramente, como Proust o Joyce. “Hay autores a los que les gustaba provocar al público con frases cortas y practicaban el arte de la cita. Pero una cosa ha de quedar clara: el hecho de ser citado con frecuencia no tiene nada a que ver con la calidad de su autor”, precisa Carme Font. Felipe Reyes coincide: “Hay citas que funcionan más que otras y esto depende de la contundencia de la frase. Por ejemplo, Proust con sus digresiones era un autor más de contexto que de aforismos. Ches-terton, en cambio, era más brillante, y sus obras están llenas de paradojas y sorpresas.
¿Y las citas falsas? ¿Cómo detectarlas? Para Saladrigas, “las únicas que valen son las que aparecen con la referencia de la obra y de la página de donde están sacadas, como en algunos ensayos”. Luis Cuesta invita a tomar con prudencia los autores más antiguos. “Un fenómeno común es el reciclaje de la cita. Ocurre a menudo con los filósofos griegos: dijeron algo en un contexto, pero luego se aplica su análisis a otro periodo histórico completamente distinto, como el presente. Digamos que con el tiempo ciertas citas... se afinan”, señala. Pero tal vez exista hay algo más peligroso que una cita falsa: la cita deshonesta. “Con las citas se puede hacer un uso manipulador, porque no hay que olvidar que siempre puedes encontrar una cita que te demuestre el argumento contrario”, alerta la profesora Carme Font. Así que para evitar caer en errores, lo mejor sería ampliar el repertorio. “Hay autores que se citan hasta la saciedad. Y que se repiten. Yo creo que deberíamos leer más y encontrar algunas citas nuevas”. Y, a ser posibles, verdaderas.
lavanguardia.com
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