lunes, 16 de mayo de 2011

Confesiones del pene: ¿el tamaño importa?



Por Nicolás Artusi
En la anárquica programación nocturna de un miércoles cualquiera, con las noticias mezcladas entre el sorteo de la quiniela, el recital de Palito y los imitadores de Sandro, en Crónica TV emiten un informe sobre el tamaño del miembro masculino: al día siguiente, "La Pavada" se jacta del pico de rating. Motivado por la pregunta inconveniente ( "¿cuál debe ser la longitud del pene?" ), el cronista interpela a hombres y a mujeres, propios y ajenas en el dilema: la corrección anatómica los hará decir que el tamaño no importa, pero si es cierto que un gran pene no hace a un gran hombre, el diminuto se sentirá menos en la prueba del vestuario.

¿O acaso un conocido habitué nocturno no tiene que cargar hasta hoy con el sambenito de chizito ? Un informe del noticiero, la serie Hung, la sitcom The Hard Times of RJ Berger que dan en MTV y hasta un voluminoso libro arty de la editorial Taschen (The Big Penis Book) desnudan el mayor misterio de la mente masculina: ¿por qué estamos obsesionados con el tamaño? Si el higienismo de Alfred Kinsey lo empujó a medir 3.500 miembros masculinos en su extensa trayectoria comosexólogo (y de allí salieron los 15,25 centímetros promedio), la fundación mítica de la idea fija nos lleva hasta la Antigua Grecia, con Príapo acaso convertido en el John Holmes de los antiguos, siempre erecto para la estampita y autoerigido en faro para el hombre en anhelo de su potencia (no es casual que la literatura médica haya bautizado como "priapismo" el mal del que padece una erección eterna). Busquen en Google una foto del dios fálico: elefantiásico, se propone como santo patrono del que aspira al 24x6. Pero ¿más tamaño significa más hombría? Ahí donde una liturgia escolar haya torturado al grandote con la célebre "ley de la L", la zoonosis confirma el saber popular: de todos los monos, el gorila es el que tiene pene más pequeño, apenas 3 centímetros, y listo para la acción.

En Hung ("colgado", para el argot yanqui), el cuarentón conflictuado encuentra una salida a la recesión en una entrepierna: la suya. Servidor de las amas de casa desesperadas, alterna su trabajo de profesor secundario con el ocio de gigoló y encuentra sustento en sus 600 gramos de carne. Acaso revulsiva, la serie cosifica al hombre e invierte una lucha de poder en la clásica guerra de los sexos: si en la Gran Depresión él picaba piedras y ella alquilaba su cuerpo, en esta Gran Recesión el hombre tarifa la aventura amatoria. Asistido por la pastillita azul, pone en funciones la enorme maquinaria y se convierte en una atracción de circo como el africano que posa, ignorante de su desnudez, para las cámaras de National Geographic. ¡Triste destino para el bien dotado! Demandado y exigido, con todo el peso de su hombría ya no sobre los hombros, sino entre los muslos, le toca ser un faro (¿un falo?) para los de su género en estos tiempos tan duros.
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